Philippe (François Cluzet) es un francés cincuentón rico, aristocrático,
culto, sin ninguna necesidad a satisfacer,
con un pequeño problema, está tetrapléjico después de un accidente en
parapente. Driss (Omar Sy) es un senegalés treintañero pobre que acaba de salir
de la cárcel, sin oportunidades, con todas las necesidades a satisfacer. Driss
está en la casa de Philippe, bueno, un palacete de aquellos en realidad, para
ser rechazado en el trabajo que se ofrece o sea cuidarlo. Tres rechazos le
permitirán acceder al seguro de desempleo. Sin embargo el desparpajo, la espontaneidad,
la indiferencia o más bien la falta de lástima por su condición conquistan a
Philippe y a Driss le ofrecen el trabajo. Cada uno tiene lo que el otro carece
y más allá del contrato que los une, surgirá una amistad incondicional.
Amigos intocables, si no se basara en un documental
que registra esta historia verdadera, sería desestimada como el colmo del
caradurismo de un guionista manipulador a ultranza. Tiene todos los elementos
de un melodrama ramplón y el catálogo completo de las triquiñuelas marketineras
berretas, pero más allá del derroche de encanto que se permiten en la
narración, el hecho existió y confirma que
la vida se comporta de vez en cuando como un cuento de hadas.
Esta película de Olivier Nakache y Eric Toledano fue un
tremendo éxito en las pantallas francesas el año pasado y se vendió muy bien en
los países en los que fue distribuida. Es comprensible. Está filmada con
elegancia clásica, sensibilidad astuta y bastante buen gusto. Como si se
hubieran dicho: Tenemos una historia linda y “buena”, hagámosla lo más linda y
buena posible (según los cánones comerciales de “bondad” y belleza más
estandarizados, claro).La musicalización es tan dulce que si uno obvia la culpa
y el prejuicio el oído se deja acariciar con placer. Y los actores redimen la historia de todos
sus excesos de seducción y de su obstinada voluntad de agradar.
Cuando comenzó, pensé que iba a detestarla, pero la
convicción con que está contada, el nivel de compromiso con los personajes es
tal que terminé “comprándola”. El final certifica
que es honesta y que todo cinismo fue inútil. Que se le va a hacer, habrá que
aceptar que los milagros también se dan.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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