viernes, 24 de noviembre de 2023

Desensillar hasta que aclare

 Hola

Iba a tomarme las vacaciones anuales desde el viernes 8 de diciembre, pero voy a adelantarlas un par de semanas. Para los que no viven en Argentina y no son de seguir la agenda política de cada país, les cuento que el domingo 19 de noviembre, la ultraderecha se hizo con la presidencia de la república. Si bien puedo divorciarme de la realidad y abstraerme en la escritura sobre cine, prefiero no hacerlo si tengo la oportunidad. El fondo de mi mente no dejaría de estar abarcado por la preocupación de toda la incertidumbre que se nos viene encima. Por eso mejor desensillar hasta que aclare. ¡Felices fiestas! Nos reencontramos por el día de San Valentín. ¡Y que no nos quiten lo conseguido!

Gustavo Monteros

viernes, 17 de noviembre de 2023

Lo que ya tendría que haber visto - Hoy: Mi familia y otros animales


 

En el mundo hay muchas películas, demasiadas quizás, y no hay cinéfilo que haya visto todas las que hubiera querido ver. Por motivos distintos, guarda algunas para otra ocasión. Hasta que la lista se le vuelve tan voluminosa como una novela de Tolstoi. Entonces, cuando puede, comienza a disminuir la selección, no sea cosa que se le haga una enciclopedia de varios volúmenes.

Esta sección no se llamará Lo que no fue ni Lo que el viento se llevó sino Lo que ya debería haber visto.

 

Hoy: My Family and Other Animals

Los pueblos cargan una idiosincrasia mítica y falaz, basada en supuestas observaciones objetivas, que si tuvieron algún fundamento fue más efímero que el famoso pedo en la canasta. Y así se dice, peyorativa y estereotipadamente, que los italianos son vocingleros y expansivos, que los franceses son antipáticos y poco amigos del baño, que los alemanes son fríos y carecen de humor, que los argentinos son charlatanes y ventajeros y así.

 

De los ingleses se dicen que son recatados, convencionales, inexpresivos. Esta caracterización se da de bruces con la celebración permanente de los ingleses de la excentricidad. Su historia y literatura rebosa de excéntricos, anticonvencionales, excepciones a la norma. Y si bien ya venían raritos desde los albores, en el siglo XX en cine, teatro, música, moda y literatura fueron el colmo. Y la familia Durrell no fue la excepción. Y para dejarlo en claro, al revés de las familias encumbradas por genios que por regla ostentan uno por árbol genealógico, los Durrell tuvieron dos y ¡en la misma generación!: Gerald y Lawrence.

 

Lawrence es el autor del Cuarteto de Alejandría (Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958), Clea (1960)) y por lo tanto un novelista insoslayable en la historia de la literatura mundial del siglo XX. Gerald fue un divulgador científico de la zoología, un conservacionista y ambientalista único. Su obra científica es medular y si bien ya no se usa observar en cautiverio, su amor por todas las especies animales es tan encomiable como inevitable. Yo, por el contrario, no soy ningún San Roque. Amo a los perros, pero tal predilección no me convierte en adicto al Animal Planet o la National Geography, lejos de ello. Por eso de todas las animaladas de Gerald Durrell, amo su obra literaria, en especial su trilogía de Corfú. (Mi familia y otros animales (1958), Bichos y demás parientes (1969), El jardín de los dioses (1978))

 

Y de las tres, me llevo de respuesta la primera a la pregunta trasnochada de qué libro te llevaría a una isla desierta (me llevaría también Cien años de soledad de Gabo García Márquez y la Santa Juana de Bernard Shaw, pero esa es otra historia). El libro de Gerald Durrell es rico, sustancioso y de una humanidad regocijante.  Y más que admite, invita a adaptaciones teatrales y cinematográficas.

 

Al cine propiamente dicho, todavía no llegó, pero a la pantalla chica, sí y en tres oportunidades. En 1987 como una miniserie de 10 episodios de media hora. En 2005 como una película para la televisión (de la que nos ocupamos aquí) y entre 2016 y 2019 la trilogía de Corfú completa se adaptó como una serie llamada The Durrells y tiene 26 episodios de entre 40 y 50 minutos.

 

A mi desvelaba la película, más que nada por el elenco envidiable. La matriarca de la familia, una mujer de decisiones súbitas, es Imelda Stauton, el hermano mayor, el novelista Lawrence en ciernes, aquí presentado solo como Larry, es Matthew Goode, la hermana que le sigue, Margot, una veinteañera que despierta al sexo es Tamzin Merchant, el hermano que sigue, Leslie, un adolescente fascinado con las armas de todo tipo es Russell Tovey y como el niño Gerald, el futuro experto en animales como tales y los llamados humanos, Eugene Simon. Todos se entregan al juego de interpretar estos más que peculiares individuos con encomio y delicia, y lo bien que hacen porque las aventuras, que se desarrollan un ratito antes de que se declare la Segunda Guerra, tienen su gracia, hay escenas logradísimas y a todos les dieron líneas desopilantes, además disfrutan el privilegio de filmar en la mismísima Grecia. Dirigió Sheree Folkson y el guion es de Simon Nye.

 

La guardé para un día de lluvia y como la ultraderecha preanuncia tormentas, la vi y cumplió su cometido, durante una hora y media, me olvidé de las amenazas que nos acucian.

Gustavo Monteros

 

viernes, 10 de noviembre de 2023

Lo que ya tendría que haber visto - Hoy: Shanghai Surprise


 

En el mundo hay muchas películas, demasiadas quizás, y no hay cinéfilo que haya visto todas las que hubiera querido ver. Por motivos distintos, guarda algunas para otra ocasión. Hasta que la lista se le vuelve tan voluminosa como una novela de Tolstoi. Entonces, cuando puede, comienza a disminuir la selección, no sea cosa que se le haga una enciclopedia de varios volúmenes.

Esta sección no se llamará Lo que no fue ni Lo que el viento se llevó sino Lo que ya debería haber visto.

 

Hoy: Shanghai Surprise (Jim Goddard, 1986)

Corría el año 1986. Madonna y Sean Penn eran la pareja más perseguida por los paparazzi. Sean Penn ya había hecho Picardías estudiantiles (Fast Times at Ridgemont High, Amy Heckerling, 1982) y La traición del halcón (The Falcon and the Snowman, John Schlesinger, 1985) y Madonna ya había vendido millones de discos con Like a Virgin, 1984 y Material Girl, 1985.

 

Por entonces el exBeatle, George Harrison, comandaba una productora de cine, Handmade Films, y le acercó a Sean Penn el guion de John Kohn (El coleccionista / The Collector, William Wyler, 1965, Caprice (Frank Tashlin, 1967), Theatre of Blood / El mercader de la muerte, Douglas Hickox, 1973) y Robert Bentley (primer y único guion, ya que no volvería a intentar escribir otro) sobre la novela Faraday’s Flowers de Tony Kenrick, que había sido un best-seller en 1978.

 

Madonna y Sean Penn leyeron el guion y Madonna quedó muy entusiasmada, tanto que se ofreció para ser la coprotagonista. Hasta ahí todo era mieles y rosas, ¿qué podía salir mal? Todo.

 

Los exteriores se filmarían en Macao. El idioma fue la primera barrera infranqueable, los técnicos hablaban una variante del chino y no se conseguían suficientes traductores. Hubo una intoxicación por una comida. Se descubrieron nidos de ratas debajo de los bungalós de actores y técnicos. Sean Penn se agarraba a las piñas con los fotógrafos que lo perseguían y consideraba que todas las decisiones del director, Jim Goddard, eran erradas. George Harrison voló desde Londres a apaciguar los ánimos. Sin éxito.

 

Madonna estaba disgustada porque Harrison que se ocupaba de todas las canciones del film no la había invitado a participar en ninguna. (De las cinco que Harrison compuso, una, la del título, necesitaba una voz femenina y optó por Vicki Brown).

 

Harrison opinaría después que fue el peor rodaje del que participó (se lo ve un segundo como el cantante de un club nocturno en una escena), que Sean Penn era un grano en el culo y que Madonna podía ser una persona fabulosa a la que le faltaba una buena dosis de amabilidad. Madonna a su vez dijo que Harrison le había dado unos buenos consejos sobre como tratar a la prensa, pero nada sobre cine, porque de eso no sabía nada. Harrison concluyó que filmaban una comedia de acción, género para el que se necesita levedad y buena predisposición, aunque en el plató solo había tensión, disgusto y animosidad.

 

De todos modos, queda claro cómo tendría que haber sido. El argumento se desarrolla en el Shanghai de 1937 durante la ocupación japonesa. Dos misioneros, el reverendo Burns y Gloria Tatlock (Madonna) le piden al aventurero, Glendon Wasey (Sean Penn) que averigüe cómo contactarse con cierto hombre que puede estar en conocimiento del paradero de un cargamento de opio que podría aliviar el sufrimiento de los heridos de guerra. Una cosa lleva a la otra y las aventuras se suceden. Hay claras situaciones de comedia (actuadas horriblemente por los dos protagonistas y bien por los actores secundarios), buenas líneas (que el dúo estelar desaprovecha) y un interesante y vistoso nivel de producción. Alguien dijo con justeza que era un argumento como para una película de la Warner Bros de los cuarenta, con un romance que permite algo de sofisticación en un ambiente exótico, sobre el que se puede fantasear extravagancias a gusto, sin ningún asidero en la realidad cultural del lugar.

 

La película fue un estrepitoso fracaso artístico, comercial y de crítica. Fue seleccionada como lo peor del año en los espacios que se dedican a distinguir bodrios notables.

 

En la Argentina se la exhibió muy brevemente y se la comercializó con el acento en la cantante, tanto así que se la rebautizó como Las aventuras de Madonna en Shanghái. En su momento yo me la perdí y me quedaron siempre las ganas de comprobar si era tan mala.

 

Vista hoy, es más fallida que mala. No hay química entre Madonna y Penn, actúan mecánicamente, a reglamento, con la cabeza en mejor que se acabe de una vez, que en cualquier morbo creativo. En el fondo una pena. Había buen material de partida, en otras manos, en otro momento se habría logrado una buena comedia. Oportunidad perdida definitivamente. En general, los proyectos malditos no se retoman. (Hay excepciones, Doctor Dolitle (Richard Fleischer, 1967), por ejemplo)

Gustavo Monteros

 

viernes, 3 de noviembre de 2023

Programa doble - Hoy: Cassandro - La revanche de Crevettes Pailletées



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Cassandro – La revanche des Crevettes Pailletées

 

Parece que esto de aceptarse no es de una vez y para siempre como quieren hacer creer los manuales de autoayuda, sino más bien un work in progress con afirmaciones si no cotidianas, al menos más que frecuentes. Incluso si se vive con la lógica de las aves del paraíso, algo que requiere de una producción diaria. Saúl, el futuro Cassandro (Gael García Bernal) si acaso estuvo en el closet fueron los minutos que le tomó comprender para donde iban sus deseos e identificaciones. Tiene con su madre, Yocasta (Perla De La Rosa) un negocio de limpieza, planchado y costura de ropa. Ella lo acepta sin dobleces y él la admira hasta imitarle la torpeza de enamorarse de hombres casados que nunca reconocerán que están en relación con ellos. De su padre, Eduardo (Robert Salas) heredó la afición por la lucha libre, que practica en forma amateur, con la esperanza de que lo acepte como luchador, ya que no puede hacerlo ni como hijo ni menos que menos homosexual. Como no es un grandote con cuerpo de estibador, es el que siempre pierde. Para mejorar y tener derecho a ganar, toma clases con una luchadora profesional, Sabrina (Roberta Colindrez) que como casi todo el mundo de la lucha le insiste que sea un exótico, una versión queer del luchador, porque el ambiente de la lucha será machista, pero admite al menos el reconocimiento de la disidencia sexual o de género. Saúl, el futuro Cassandro, no quiere saber nada de convertirse en un exótico, porque si bien se lo admite diferente, no se le reconoce mérito, es el que pierde de hecho y al que se humilla por su diferencia. Pero Saúl tendrá una revelación que le permite ser Cassandro, su alter ego exótico: la vieja y querida lógica de Rocky 1, el campeón moral, el que si el mundo fuera justo debería ganar, el perdedor orgulloso que se gana el aplauso y el corazón del público.

 

Cassandro (Roger Ross Williams, 2023) se basa en situaciones y personajes reales, ligeramente acomodados para que entren en el formato ficcional clásico, o sea el de  introducción, desarrollo y final. Y es la confirmación de una verdad tan evidente que solemos pasar por algo, que Gael García Bernal es un actor más que grande prodigioso. Es dueño de un talento natural que no subraya, sino que vive con frescura. A lo largo de una ya extensa carrera ha hecho cosas dificilísimas sin la ostentación ni la alharaca, que desatan críticas superlativas y profusión de reconocimientos. No, él simplemente actúa con la fluidez con la que se juega. La película se conoció lejos de la temporada de premios que está por empezar. Sería lindo y justo que no se olvidara su impecable caracterización ni se la pasara por alto, que esté en las nominaciones para los premios más rimbombantes y que se gane más de uno. Ya es hora de que se lo ubique donde le corresponde, entre los inmensos.

 

Vuelven los camarones con purpurinas. Para los que no tengan ni noticia de lo que estamos hablando, les cuento que son un equipo gay de water polo, que en la ahora película 1, Les Crevettes Pailletées (Maxime Govere-Cédric Le Gallo, 2019) eran entrenados por un coach profesional en castigo por su homofobia. Y el hombre aprendió tanto a respetarlos que ahora en opus 2, La revanche de Crevettes Pailletées (Maxime Govare, Cédric Le Gallo, 2022) es su entrenador no por obligación, sino por elección.

 

Van camino a los Gay Games de Tokio, pero se ven conminados a hacer una escala en una región particularmente homofóbica de la madre Rusia. Y mientras los entuertos se anudan y desatan, aprenderemos que estos paladines del anticloset, guardan demasiados secretos para ser los autoproclamados héroes de una muy cacareada libertad.

 

Está el dispuesto a todo el sexo que quieras, pero a ningún compromiso afectivo, está el que es heterosexual pero que ha fingido ser gay para no ser rechazado, está la pareja con hijos, con uno quiere equiparar a los gustos y formas de las parejas heterosexuales burguesas, con cenas con dígalo con mínima, mientras el otro se aburre soberanamente en silencio y extraña el desenfreno gay de beber y bailar a lo grande, está el que no puede hacer el duelo y anda como si ya estuviera hecho, está el nuevo que no puede admitir que es más gay que una marcha de orgullo, está la chica trans que aspira contra toda cordura por el premio mayor, seducir al entrenador hetero, que respeta y gusta de su femineidad, pero nada más, está el zurdo que oculta que su pareja tiene más dinero que jeque petrolero no sea cosa que se burlen de su ideología. Y así.

 

Estos camarones repiten la magia inaugurada en la primera aventura. Cuando empieza son casi una caricatura plana y chata, puro estereotipo, pero de a poco van ganando carnadura y terminan por tener más profundidad y sutilezas que novela de Henry James. Sin perder nunca el tono de comedia por más que afloren los dramas más puros.

 

En estas dos películas, no hay gays intentando ser aceptados en un ambiente deportivo mayoritariamente machista como el fútbol, el box y otros. No andan pidiendo permiso ni extensión de la aceptación. Pero aprenden a deletrear una de las verdades del universo: para ser respetados, primero hay que respetarse. En definitiva, la aceptación no es cosa de un día, es de todos.

Gustavo Monteros