viernes, 10 de noviembre de 2023

Lo que ya tendría que haber visto - Hoy: Shanghai Surprise


 

En el mundo hay muchas películas, demasiadas quizás, y no hay cinéfilo que haya visto todas las que hubiera querido ver. Por motivos distintos, guarda algunas para otra ocasión. Hasta que la lista se le vuelve tan voluminosa como una novela de Tolstoi. Entonces, cuando puede, comienza a disminuir la selección, no sea cosa que se le haga una enciclopedia de varios volúmenes.

Esta sección no se llamará Lo que no fue ni Lo que el viento se llevó sino Lo que ya debería haber visto.

 

Hoy: Shanghai Surprise (Jim Goddard, 1986)

Corría el año 1986. Madonna y Sean Penn eran la pareja más perseguida por los paparazzi. Sean Penn ya había hecho Picardías estudiantiles (Fast Times at Ridgemont High, Amy Heckerling, 1982) y La traición del halcón (The Falcon and the Snowman, John Schlesinger, 1985) y Madonna ya había vendido millones de discos con Like a Virgin, 1984 y Material Girl, 1985.

 

Por entonces el exBeatle, George Harrison, comandaba una productora de cine, Handmade Films, y le acercó a Sean Penn el guion de John Kohn (El coleccionista / The Collector, William Wyler, 1965, Caprice (Frank Tashlin, 1967), Theatre of Blood / El mercader de la muerte, Douglas Hickox, 1973) y Robert Bentley (primer y único guion, ya que no volvería a intentar escribir otro) sobre la novela Faraday’s Flowers de Tony Kenrick, que había sido un best-seller en 1978.

 

Madonna y Sean Penn leyeron el guion y Madonna quedó muy entusiasmada, tanto que se ofreció para ser la coprotagonista. Hasta ahí todo era mieles y rosas, ¿qué podía salir mal? Todo.

 

Los exteriores se filmarían en Macao. El idioma fue la primera barrera infranqueable, los técnicos hablaban una variante del chino y no se conseguían suficientes traductores. Hubo una intoxicación por una comida. Se descubrieron nidos de ratas debajo de los bungalós de actores y técnicos. Sean Penn se agarraba a las piñas con los fotógrafos que lo perseguían y consideraba que todas las decisiones del director, Jim Goddard, eran erradas. George Harrison voló desde Londres a apaciguar los ánimos. Sin éxito.

 

Madonna estaba disgustada porque Harrison que se ocupaba de todas las canciones del film no la había invitado a participar en ninguna. (De las cinco que Harrison compuso, una, la del título, necesitaba una voz femenina y optó por Vicki Brown).

 

Harrison opinaría después que fue el peor rodaje del que participó (se lo ve un segundo como el cantante de un club nocturno en una escena), que Sean Penn era un grano en el culo y que Madonna podía ser una persona fabulosa a la que le faltaba una buena dosis de amabilidad. Madonna a su vez dijo que Harrison le había dado unos buenos consejos sobre como tratar a la prensa, pero nada sobre cine, porque de eso no sabía nada. Harrison concluyó que filmaban una comedia de acción, género para el que se necesita levedad y buena predisposición, aunque en el plató solo había tensión, disgusto y animosidad.

 

De todos modos, queda claro cómo tendría que haber sido. El argumento se desarrolla en el Shanghai de 1937 durante la ocupación japonesa. Dos misioneros, el reverendo Burns y Gloria Tatlock (Madonna) le piden al aventurero, Glendon Wasey (Sean Penn) que averigüe cómo contactarse con cierto hombre que puede estar en conocimiento del paradero de un cargamento de opio que podría aliviar el sufrimiento de los heridos de guerra. Una cosa lleva a la otra y las aventuras se suceden. Hay claras situaciones de comedia (actuadas horriblemente por los dos protagonistas y bien por los actores secundarios), buenas líneas (que el dúo estelar desaprovecha) y un interesante y vistoso nivel de producción. Alguien dijo con justeza que era un argumento como para una película de la Warner Bros de los cuarenta, con un romance que permite algo de sofisticación en un ambiente exótico, sobre el que se puede fantasear extravagancias a gusto, sin ningún asidero en la realidad cultural del lugar.

 

La película fue un estrepitoso fracaso artístico, comercial y de crítica. Fue seleccionada como lo peor del año en los espacios que se dedican a distinguir bodrios notables.

 

En la Argentina se la exhibió muy brevemente y se la comercializó con el acento en la cantante, tanto así que se la rebautizó como Las aventuras de Madonna en Shanghái. En su momento yo me la perdí y me quedaron siempre las ganas de comprobar si era tan mala.

 

Vista hoy, es más fallida que mala. No hay química entre Madonna y Penn, actúan mecánicamente, a reglamento, con la cabeza en mejor que se acabe de una vez, que en cualquier morbo creativo. En el fondo una pena. Había buen material de partida, en otras manos, en otro momento se habría logrado una buena comedia. Oportunidad perdida definitivamente. En general, los proyectos malditos no se retoman. (Hay excepciones, Doctor Dolitle (Richard Fleischer, 1967), por ejemplo)

Gustavo Monteros

 

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