Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: Cassandro – La revanche des Crevettes Pailletées
Parece que esto de aceptarse no es de una vez y para
siempre como quieren hacer creer los manuales de autoayuda, sino más bien un work
in progress con afirmaciones si no cotidianas, al menos más que frecuentes.
Incluso si se vive con la lógica de las aves del paraíso, algo que requiere de
una producción diaria. Saúl, el futuro Cassandro (Gael García Bernal) si acaso
estuvo en el closet fueron los minutos que le tomó comprender para donde iban
sus deseos e identificaciones. Tiene con su madre, Yocasta (Perla De La Rosa)
un negocio de limpieza, planchado y costura de ropa. Ella lo acepta sin
dobleces y él la admira hasta imitarle la torpeza de enamorarse de hombres
casados que nunca reconocerán que están en relación con ellos. De su padre,
Eduardo (Robert Salas) heredó la afición por la lucha libre, que practica en forma
amateur, con la esperanza de que lo acepte como luchador, ya que no puede
hacerlo ni como hijo ni menos que menos homosexual. Como no es un grandote con
cuerpo de estibador, es el que siempre pierde. Para mejorar y tener derecho a
ganar, toma clases con una luchadora profesional, Sabrina (Roberta Colindrez)
que como casi todo el mundo de la lucha le insiste que sea un exótico, una
versión queer del luchador, porque el ambiente de la lucha será machista, pero
admite al menos el reconocimiento de la disidencia sexual o de género. Saúl, el
futuro Cassandro, no quiere saber nada de convertirse en un exótico, porque si
bien se lo admite diferente, no se le reconoce mérito, es el que pierde de
hecho y al que se humilla por su diferencia. Pero Saúl tendrá una revelación
que le permite ser Cassandro, su alter ego exótico: la vieja y querida lógica
de Rocky 1, el campeón moral, el que si el mundo fuera justo debería ganar, el
perdedor orgulloso que se gana el aplauso y el corazón del público.
Cassandro (Roger Ross Williams,
2023) se basa en situaciones y personajes reales, ligeramente acomodados para
que entren en el formato ficcional clásico, o sea el de introducción, desarrollo y final. Y es la
confirmación de una verdad tan evidente que solemos pasar por algo, que Gael
García Bernal es un actor más que grande prodigioso. Es dueño de un talento
natural que no subraya, sino que vive con frescura. A lo largo de una ya extensa
carrera ha hecho cosas dificilísimas sin la ostentación ni la alharaca, que desatan
críticas superlativas y profusión de reconocimientos. No, él simplemente actúa
con la fluidez con la que se juega. La película se conoció lejos de la temporada
de premios que está por empezar. Sería lindo y justo que no se olvidara su impecable
caracterización ni se la pasara por alto, que esté en las nominaciones para los
premios más rimbombantes y que se gane más de uno. Ya es hora de que se lo
ubique donde le corresponde, entre los inmensos.
Vuelven los camarones con purpurinas. Para los que no
tengan ni noticia de lo que estamos hablando, les cuento que son un equipo gay
de water polo, que en la ahora película 1, Les Crevettes Pailletées (Maxime
Govere-Cédric Le Gallo, 2019) eran entrenados por un coach profesional en
castigo por su homofobia. Y el hombre aprendió tanto a respetarlos que ahora en
opus 2, La revanche de Crevettes Pailletées (Maxime Govare, Cédric Le
Gallo, 2022) es su entrenador no por obligación, sino por elección.
Van camino a los Gay Games de Tokio, pero se ven conminados
a hacer una escala en una región particularmente homofóbica de la madre Rusia. Y
mientras los entuertos se anudan y desatan, aprenderemos que estos paladines
del anticloset, guardan demasiados secretos para ser los autoproclamados héroes
de una muy cacareada libertad.
Está el dispuesto a todo el sexo que quieras, pero a ningún
compromiso afectivo, está el que es heterosexual pero que ha fingido ser gay para
no ser rechazado, está la pareja con hijos, con uno quiere equiparar a los
gustos y formas de las parejas heterosexuales burguesas, con cenas con dígalo
con mínima, mientras el otro se aburre soberanamente en silencio y extraña el
desenfreno gay de beber y bailar a lo grande, está el que no puede hacer el
duelo y anda como si ya estuviera hecho, está el nuevo que no puede admitir que
es más gay que una marcha de orgullo, está la chica trans que aspira contra
toda cordura por el premio mayor, seducir al entrenador hetero, que respeta y gusta
de su femineidad, pero nada más, está el zurdo que oculta que su pareja tiene
más dinero que jeque petrolero no sea cosa que se burlen de su ideología. Y así.
Estos camarones repiten la magia inaugurada en la primera aventura.
Cuando empieza son casi una caricatura plana y chata, puro estereotipo, pero de
a poco van ganando carnadura y terminan por tener más profundidad y sutilezas
que novela de Henry James. Sin perder nunca el tono de comedia por más que
afloren los dramas más puros.
En estas dos películas, no hay gays intentando ser
aceptados en un ambiente deportivo mayoritariamente machista como el fútbol, el
box y otros. No andan pidiendo permiso ni extensión de la aceptación. Pero
aprenden a deletrear una de las verdades del universo: para ser respetados, primero
hay que respetarse. En definitiva, la aceptación no es cosa de un día, es de
todos.
Gustavo
Monteros
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