viernes, 24 de junio de 2022

Programa doble: Amor al ocaso - Good luck to you, Leo Grande



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Suk suk y Good Luck to You, Leo Grande

 

En Suk suk (Ray Yeung, 2019) Pak (Tai-Bo) un taxista de setenta años levanta, frente a un baño público de un parque, a Hoy (Ben Yuen), un jubilado de 65 años. Son gays enclosetados, el taxista es jefe de una numerosa familia, el jubilado es padre separado de un hijo rígido, casado y con una hija. No habrá sexo en ese primer encuentro, pero el levante derivará en camaradería que forjará una amistad que no tarda en trocarse en amor. Se preguntarán lo que podría ser vivir juntos y disfrutar de su amor. Algo imposible hasta de fantasear, porque tanto la esposa del taxista como el hijo del jubilado vigilan de cerca, para que no se produzca ningún cambio en el devenir cotidiano, sostenido con dureza, a fuerza de sospechas y silencios, que pretenden jamás dilucidar ni quebrar. El jubilado participa de una organización, asesorada por jóvenes, que pelea por los derechos de los gays mayores de 60 años, para que puedan acceder a una vivienda digna o a cuidados óptimos de salud. Esto subraya el contraste que existe entre las libertades contemporáneas y la vida enclosetada, de amores secretos y furtivos, humillantes y avergonzados, que fue lo único que a lo que pudieron acceder los gays viejos.

 

En Good Luck to You, Leo Grande (Sophie Hyde, 2019) Nancy Stokes, (Emma Thompson) una viuda de 55 años, profesora de religión jubilada, contrata los servicios de un trabajador sexual, Leo Grande (Daryl McCormack) para experimentar lo que su limitada y frustrante vida sexual no le deparó. Conmueve con sus falencias, pero no tarda en revelarse como un personaje complejo, es resentida, cruel e inmisericorde en su opinión sobre sus hijos, mezquina y prejuiciosa respecto a sus exalumnos, entrometida e incapaz de manejar cualquier situación, si no es en sus términos, lo que la lleva a trasgredir el acuerdo entre trabajador sexual y cliente. Que no sea una víctima es lo mejor de la película, y hace natural que, entre tanto cruce y choque, termine por ampliar miras y superarse.

 

Las dos películas tiene escenas finales que interpelan y dan que hablar. Y ratifican que pasadas la menopausia y la andropausia, el sexo cumple a rajatabla la ley de Lavoiser: Nada se pierde, todo se transforma…

 

Suk suk con el nombre de Amor al ocaso puede verse en Netflix. Good luck to you, Leo Grande, acaba de darse a conocer en el Hemisferio Norte y quizá pronto se estrene en cines o recale en una plataforma de contenidos.

 

(Netflix no me domina mucho el español, ¿¡Amor al ocaso!? Supongo que tendría que ser más bien Amor en el ocaso, después de todo no es que los personajes estén enamorados de la puesta del sol (sentido literal) o de la declinación, o decadencia (sentido figurado), sino que, como vimos, se trata de dos adultos mayores enamorados uno del otro. No sé, digo, me parece…)

Gustavo Monteros

viernes, 17 de junio de 2022

Programa doble: Tuset Street - Varietés



 

Programa doble, sección en la que repasábamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Tuset Street y Varietés

 

Para 1968 Sara Montiel era una estrella establecida, gracias a una larga carrera cinematográfica, con películas de perfil definido que la tenían como protagonista: el melodrama sentimental no exento de notas picarescas y con una saludable abundancia de canciones. El público que decía “voy a ver una con Sarita Montiel” o “la última de la Montiel” sabía con conocimiento de causa y sin temor a equivocación alguna a qué se refería. Y los productores, directores, figurinistas, maquilladores, peinadores, compositores y guionistas sabían a qué atenerse cuando emprendían un proyecto Montiel. Ahora bien, ¿se podían participar en un film de Sarita sin traicionar la impronta personal?, ¿seguir teniendo los rasgos distintivos propios incluso en un armado tan rígido como lo es el de un vehículo de lucimiento para una estrella? Sí, al menos el guionista Rafael Azcona y el director Juan Antonio Bardem así lo demostraron.

 

Rafael Azcona firma el guión de la única película “psicodélica” de Sarita, Tuset Street, 1968, codirigida por Jorge Grau y Luis Marquina. Azcona era un maestro de amplio espectro como lo ratifica una larga carrera con títulos para todos los géneros y los más variados directores, pero su marca de fábrica era un realismo que podríamos llamar de pasmo, de estupefacción, porque se las ingeniaba para rarificar el realismo, agrietarlo y descubrirnos que eso que llamamos realidad, al acercarnos mucho, nos sorprende con extrañezas insospechadas y una buena dosis de elementos siniestros. Hablo, claro, del primer Azcona, el de El pisito (Marco Ferreri y Isidoro M. Ferry, 1958), el de El cochecito (Marco Ferreri, 1960), el de Plácido (Luis García Berlanga, 1961) y sobre todo el de El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) con el genialmente inolvidable Nino Manfredi.

 

En Tuset Street, Azcona trabaja junto al director Jorge Grau y desarrolla una historia de Enrique Josa. Violeta Riscal (Sarita, of course) es una corista de un show de variedades, que tuvo intenciones de cantante seria, como lo demuestra un disco tan olvidado como sus ambiciones, que redondea el estipendio como prostituta de lujo. Debe suponerse que no es una chica cool, que es zafia, vulgar, estridente. Digo debe suponerse porque Sarita es Sarita y su divinidad puede ponerse en juego, pero no mucho. El grupo joven y moderno de Jorge Artigas (Patrick Bauchau) sí es cool, rico, y se pretende desvergonzado, audaz, libre y superior al resto. Jóvenes, bah. Los amigos de Jorge lo desafían a que “enamore” a Violeta. Cuando Jorge crea que lo ha logrado, pondrán micrófonos en el departamento y grabarán las conversaciones y los ruidos del amor como prueba. Si creen que espiar con adelantos técnicos y las técnicas de los reality shows son artilugios más o menos novedosos, les insisto que esta película es de ¡1968! Volviendo a lo que nos ocupa, no hay que ser muy perspicaz para anticipar que se trata de una reversión del cazador cazado o sea, ya que estamos entre dichos, ir por lana y volver trasquilado. Sarita hace su show y Azcona el suyo, pone aquí y allá detalles que enrarecen la atmósfera deliciosamente y que hacen que el paseo por la Tuset Street valga la pena. Con creces.

 

Con Varietés (1971) Juan Antonio Bardem reformula su película de 1954, Cómicos, que es en blanco y negro y muy dramática. Varietés es en colores y con mucho humor. En Cómicos, una actriz ve pasar la juventud en una compañía itinerante de teatro a la espera de que la actriz principal se retire y ella pase a hacer los papeles que por edad le corresponden y de los que, por supuesto, se ocupa la “veterana”, que funge lozanía aumentando las capas de maquillaje. En Varietés Sarita es Ana Marqués, una media vedette en una compañía de variedades en perpetua gira por provincias y como su tocaya Ana Ruíz de Cómicos espera y desespera a que la eterna vedette se retire. Mientras sabemos si logra encabezar por fin la compañía, hay amores encontrados, furtivos y correspondidos. Y Bardem “moderniza” su vieja obra a la vez que homenajea a una forma teatral en su ocaso, por 1971, el teatro de variedades estaba camino al geriátrico del que ya no emergería. Como la carrera de Sarita, esta sería su penúltima película, haría una más en el 74, Cinco almohadas para una noche de Pedro Lazaga y se retiraría a los 46 años, volvería brevemente al cine en 2012 con una participación especial como ella misma. Lo que es la vida, hoy nadie se retira a los cuarenta y pico. Y menos que menos es “viejo”.

Gustavo Monteros

viernes, 10 de junio de 2022

Programa doble: My dinner with André - My dinner with Hervé



 

Al momento de su estreno, My dinner with André (Louis Malle, 1981) fue una de las películas más malinterpretadas y vilipendiadas de la historia. El título era literal y abarcaba toda la película. Se abría con un narrador, el actor, autor y director Wallace Shawn (más conocido por su faceta de actor) que iba camino de su cena con otro actor, autor y director teatral, André Gregory (más conocido por su labor como director teatral) Se saludaban, hablaban, cenaban y eso era todo. Gregory monopolizaba la charla y contaba una crisis creativa que había tenido y como la había superado haciendo experimentos teatrales en Europa (principalmente en Polonia), las charlas que tuvo con su mentor, el maestro Jerzy Grotowski más consideraciones filosóficas sobre la existencia y la vida contemporánea. Superada la burla con que fue recibida inicialmente, la película no se olvidó y se instaló en el colectivo cultural como lo que en definitiva es: un registro histórico de una manera de ver el mundo, según la perspectiva de dos individuos que se formaron de una determinada manera, que se ganan la vida con la cultura, que pertenecen a lo que en el marxismo se designaría como la burguesía ilustrada. Son dos personas integradas, formadas, informadas, elocuentes, sensibles. Lo que charlan puede que no sea del interés de todos, del mismo modo que una charla sobre las matemáticas aplicadas o las técnicas pugilísticas no sean para todos los paladares. Es una película muy específica para quienes tengan interés o curiosidad sobre cómo se analizaba la vida y el hecho teatral a fines del siglo XX.


Mi cena con André no solo fue motivo de sketches satíricos, sino que se erigió como una influencia insoslayable para los documentalistas y quien sabe, quizás hasta lo que después se conoció como reality shows. Su importancia es tal que determinó el título de la segunda película de la que hablaremos. Si tenemos un nombre en francés con acento en la segunda vocal, llamémosla pues Mi cena con.


En Mi cena con Hervé (Sacha Gervasi, 2018), la cena no se ve, la interacción entre sus dos protagonistas, el periodista Danny Tate (Jamie Dornan) y la estrella televisiva de la serie Fantasy Island (La isla de la fantasía, 1977-1984) Hervé Villechaize (Peter Dinklage) comienza cuando la cena ha terminado, pero tiene muchos otros personajes, escenarios y vicisitudes. No es una charla sobre temas varios sino el recuento, a lo largo de toda una noche, por distintos derroteros, del fracaso de una carrera actoral que supo tener un éxito refulgente. Hervé vive a la sombra de su fama, ganada por la participación en una película de James Bond, encarnado por Roger Moore, y de la aceptación popular de su personaje icónico, el anfitrión Tattoo en la paradisíaca isla de la célebre serie. Si como dice el tango, la fama es puro cuento, no es menos cierto que la fama no es para todos o que no todos están preparados para enfrentarla y gozarla. El error más común de creerla compensación de lo que no tuvo y se considera debido es craso y fatal. Aquí el atractivo crece porque el personaje del periodista no es solo un receptor de confesiones inéditas, sino que arrastra un presente desafiante y doloroso. Por suerte My dinner with Hervé le escapa a la típica lamentación plañidera de mírenme-como-sufro-por-ser-artista y presenta experiencias con las que es posible identificarse, incluso aquellos a los que la fama nunca los desveló. Dinklage y Dornan dan actuaciones para la ovación.


Dos cenas como la fiesta aquella de Peter Sellers y Blake Edwards: inolvidables.

Gustavo Monteros


viernes, 3 de junio de 2022

Programa doble: Divina creatura - Por le antiche scale



 

Hacemos un paréntesis de nuestro viaje por las películas con una referencia geográfica como título y volvemos a nuestra sección de Programa doble en la que repasábamos dos películas con aspectos en común. Hoy vamos con Divina creatura y Per le antiche scale.

 

Una de las cosas más hermosas del cine de mi infancia es que casi todas las semanas daban películas italianas y en muchas estaba Marcello Mastroianni.

 

En 1975 estrenaron en Italia con apenas semanas de diferencia dos películas con Marcello. El 16 de octubre se conoció Divina creatura de Giuseppe Patroni Griffi y el 6 de noviembre, Per le antiche scale (literalmente Por las antiguas escaleras, rebautizada aquí como Locura erótica) de Mauro Bolognini.

 

En Divina criatura, en los Años Locos, Dany di Bagnasco (Terence Stamp) un joven noble y rico, se enamora de Manoela (Laura Antonelli en su esplendor). Sus amigos le advierten que no debe casarse con ella por un imperdonable pasado en el que mucho tuvo que ver el tío de él, Michele Barra (Marcello Mastroianni). Dany decide vengarse y estimula un triángulo amoroso de trágico desenlace.

 

En Locura erótica, a inicios de la década del treinta, en un apartado manicomio, el doctor Bonaccorsi (Marcello Mastroianni) reina sin disputa y tres mujeres le conceden favores sexuales, Francesca (Lucía Bosé) la esposa del director del nosocomio, Bianca (Marthe Keller) su devota enfermera y Carla (Barbara Bouchet) la libertina esposa de un colega. Lo obsesiona descubrir el gen de la locura. Su dominio se ve amenazado por la llegada de Anna (Françoise Fabian), psiquiatra que maneja otras ideas sobre la locura y que se niega a sumarse a su harem.

 

Hay elementos temáticos y estéticos en común en las dos películas. Las dos se basan en novelas, Divina Creatura en una de Luciano Zuccoli y Per le antiche scale en la de Mario Tobino. Las dos reflejan el fin de un ciclo y en ambas el personaje de Marcello se disuelve en el apogeo del fascismo. Las dos se regodean en la belleza del Art Nouveau (en Divina criatura obsesivamente, tanto que es una fiesta para los que amamos esa tendencia artística y en Per le antiche scale no es un dato menor que la dirección de arte y el vestuario sean de Piero Tosi, el colaborador habitual de Luchino Visconti). Los dos fueron musicalizadas por Ennio Morricone (en Divina criatura solo hace arreglos sobre música de Cesare A. Bixio, pero en Per le antiche scale es responsable de la partitura). Las dos películas son elegantemente sórdidas, con toques de perversión, más acentuados en Per le antiche scale por el ambiente en el que transcurre la historia.

 

En ambas hay actrices de belleza suprema, y está, claro, Marcello Mastroianni. Confieso que me dieron mi segundo nombre, Marcelo, por su culpa. Y cada vez que me lo cruzo en una película, sonrío y no puedo evitar que me sumerja una ola de orgullo, por eso a esta modesta crónica la firmaré con mi nombre completo: Gustavo Marcelo Monteros.