viernes, 17 de junio de 2022

Programa doble: Tuset Street - Varietés



 

Programa doble, sección en la que repasábamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Tuset Street y Varietés

 

Para 1968 Sara Montiel era una estrella establecida, gracias a una larga carrera cinematográfica, con películas de perfil definido que la tenían como protagonista: el melodrama sentimental no exento de notas picarescas y con una saludable abundancia de canciones. El público que decía “voy a ver una con Sarita Montiel” o “la última de la Montiel” sabía con conocimiento de causa y sin temor a equivocación alguna a qué se refería. Y los productores, directores, figurinistas, maquilladores, peinadores, compositores y guionistas sabían a qué atenerse cuando emprendían un proyecto Montiel. Ahora bien, ¿se podían participar en un film de Sarita sin traicionar la impronta personal?, ¿seguir teniendo los rasgos distintivos propios incluso en un armado tan rígido como lo es el de un vehículo de lucimiento para una estrella? Sí, al menos el guionista Rafael Azcona y el director Juan Antonio Bardem así lo demostraron.

 

Rafael Azcona firma el guión de la única película “psicodélica” de Sarita, Tuset Street, 1968, codirigida por Jorge Grau y Luis Marquina. Azcona era un maestro de amplio espectro como lo ratifica una larga carrera con títulos para todos los géneros y los más variados directores, pero su marca de fábrica era un realismo que podríamos llamar de pasmo, de estupefacción, porque se las ingeniaba para rarificar el realismo, agrietarlo y descubrirnos que eso que llamamos realidad, al acercarnos mucho, nos sorprende con extrañezas insospechadas y una buena dosis de elementos siniestros. Hablo, claro, del primer Azcona, el de El pisito (Marco Ferreri y Isidoro M. Ferry, 1958), el de El cochecito (Marco Ferreri, 1960), el de Plácido (Luis García Berlanga, 1961) y sobre todo el de El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) con el genialmente inolvidable Nino Manfredi.

 

En Tuset Street, Azcona trabaja junto al director Jorge Grau y desarrolla una historia de Enrique Josa. Violeta Riscal (Sarita, of course) es una corista de un show de variedades, que tuvo intenciones de cantante seria, como lo demuestra un disco tan olvidado como sus ambiciones, que redondea el estipendio como prostituta de lujo. Debe suponerse que no es una chica cool, que es zafia, vulgar, estridente. Digo debe suponerse porque Sarita es Sarita y su divinidad puede ponerse en juego, pero no mucho. El grupo joven y moderno de Jorge Artigas (Patrick Bauchau) sí es cool, rico, y se pretende desvergonzado, audaz, libre y superior al resto. Jóvenes, bah. Los amigos de Jorge lo desafían a que “enamore” a Violeta. Cuando Jorge crea que lo ha logrado, pondrán micrófonos en el departamento y grabarán las conversaciones y los ruidos del amor como prueba. Si creen que espiar con adelantos técnicos y las técnicas de los reality shows son artilugios más o menos novedosos, les insisto que esta película es de ¡1968! Volviendo a lo que nos ocupa, no hay que ser muy perspicaz para anticipar que se trata de una reversión del cazador cazado o sea, ya que estamos entre dichos, ir por lana y volver trasquilado. Sarita hace su show y Azcona el suyo, pone aquí y allá detalles que enrarecen la atmósfera deliciosamente y que hacen que el paseo por la Tuset Street valga la pena. Con creces.

 

Con Varietés (1971) Juan Antonio Bardem reformula su película de 1954, Cómicos, que es en blanco y negro y muy dramática. Varietés es en colores y con mucho humor. En Cómicos, una actriz ve pasar la juventud en una compañía itinerante de teatro a la espera de que la actriz principal se retire y ella pase a hacer los papeles que por edad le corresponden y de los que, por supuesto, se ocupa la “veterana”, que funge lozanía aumentando las capas de maquillaje. En Varietés Sarita es Ana Marqués, una media vedette en una compañía de variedades en perpetua gira por provincias y como su tocaya Ana Ruíz de Cómicos espera y desespera a que la eterna vedette se retire. Mientras sabemos si logra encabezar por fin la compañía, hay amores encontrados, furtivos y correspondidos. Y Bardem “moderniza” su vieja obra a la vez que homenajea a una forma teatral en su ocaso, por 1971, el teatro de variedades estaba camino al geriátrico del que ya no emergería. Como la carrera de Sarita, esta sería su penúltima película, haría una más en el 74, Cinco almohadas para una noche de Pedro Lazaga y se retiraría a los 46 años, volvería brevemente al cine en 2012 con una participación especial como ella misma. Lo que es la vida, hoy nadie se retira a los cuarenta y pico. Y menos que menos es “viejo”.

Gustavo Monteros

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