Programa doble, sección en la que repasábamos dos
películas con aspectos en común.
Hoy: Tuset Street
y Varietés
Para 1968 Sara Montiel era una estrella establecida,
gracias a una larga carrera cinematográfica, con películas de perfil definido
que la tenían como protagonista: el melodrama sentimental no exento de notas
picarescas y con una saludable abundancia de canciones. El público que decía
“voy a ver una con Sarita Montiel” o “la última de la Montiel” sabía con
conocimiento de causa y sin temor a equivocación alguna a qué se refería. Y los
productores, directores, figurinistas, maquilladores, peinadores, compositores
y guionistas sabían a qué atenerse cuando emprendían un proyecto Montiel. Ahora
bien, ¿se podían participar en un film de Sarita sin traicionar la impronta
personal?, ¿seguir teniendo los rasgos distintivos propios incluso en un armado
tan rígido como lo es el de un vehículo de lucimiento para una estrella? Sí, al
menos el guionista Rafael Azcona y el director Juan Antonio Bardem así lo
demostraron.
Rafael Azcona firma el guión de la única película
“psicodélica” de Sarita, Tuset Street,
1968, codirigida por Jorge Grau y Luis Marquina. Azcona era un maestro de
amplio espectro como lo ratifica una larga carrera con títulos para todos los
géneros y los más variados directores, pero su marca de fábrica era un realismo
que podríamos llamar de pasmo, de estupefacción, porque se las ingeniaba para
rarificar el realismo, agrietarlo y descubrirnos que eso que llamamos realidad,
al acercarnos mucho, nos sorprende con extrañezas insospechadas y una buena
dosis de elementos siniestros. Hablo, claro, del primer Azcona, el de El pisito (Marco Ferreri y Isidoro M.
Ferry, 1958), el de El cochecito
(Marco Ferreri, 1960), el de Plácido
(Luis García Berlanga, 1961) y sobre todo el de El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) con el genialmente
inolvidable Nino Manfredi.
En Tuset Street,
Azcona trabaja junto al director Jorge Grau y desarrolla una historia de
Enrique Josa. Violeta Riscal (Sarita, of course) es una corista de un show de
variedades, que tuvo intenciones de cantante seria, como lo demuestra un disco
tan olvidado como sus ambiciones, que redondea el estipendio como prostituta de
lujo. Debe suponerse que no es una chica cool, que es zafia, vulgar,
estridente. Digo debe suponerse porque Sarita es Sarita y su divinidad puede
ponerse en juego, pero no mucho. El grupo joven y moderno de Jorge Artigas
(Patrick Bauchau) sí es cool, rico, y se pretende desvergonzado, audaz, libre y
superior al resto. Jóvenes, bah. Los amigos de Jorge lo desafían a que
“enamore” a Violeta. Cuando Jorge crea que lo ha logrado, pondrán micrófonos en
el departamento y grabarán las conversaciones y los ruidos del amor como
prueba. Si creen que espiar con adelantos técnicos y las técnicas de los
reality shows son artilugios más o menos novedosos, les insisto que esta
película es de ¡1968! Volviendo a lo que nos ocupa, no hay que ser muy
perspicaz para anticipar que se trata de una reversión del cazador cazado o
sea, ya que estamos entre dichos, ir por lana y volver trasquilado. Sarita hace
su show y Azcona el suyo, pone aquí y allá detalles que enrarecen la atmósfera
deliciosamente y que hacen que el paseo por la Tuset Street valga la pena. Con creces.
Con Varietés
(1971) Juan Antonio Bardem reformula su película de 1954, Cómicos, que es en blanco y negro y muy dramática. Varietés es en colores y con mucho
humor. En Cómicos, una actriz ve
pasar la juventud en una compañía itinerante de teatro a la espera de que la
actriz principal se retire y ella pase a hacer los papeles que por edad le
corresponden y de los que, por supuesto, se ocupa la “veterana”, que funge lozanía
aumentando las capas de maquillaje. En Varietés
Sarita es Ana Marqués, una media vedette en una compañía de variedades en
perpetua gira por provincias y como su tocaya Ana Ruíz de Cómicos espera y desespera a que la eterna vedette se retire.
Mientras sabemos si logra encabezar por fin la compañía, hay amores
encontrados, furtivos y correspondidos. Y Bardem “moderniza” su vieja obra a la
vez que homenajea a una forma teatral en su ocaso, por 1971, el teatro de
variedades estaba camino al geriátrico del que ya no emergería. Como la carrera
de Sarita, esta sería su penúltima película, haría una más en el 74, Cinco almohadas para una noche de Pedro
Lazaga y se retiraría a los 46 años, volvería brevemente al cine en 2012 con
una participación especial como ella misma. Lo que es la vida, hoy nadie se
retira a los cuarenta y pico. Y menos que menos es “viejo”.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.