viernes, 29 de septiembre de 2023

Programa doble - Hoy: Lástima que seas tan canalla - La bella molinera



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Lástima que seas tan canalla – La bella molinera

 

Y la tercera fue la vencida. Andaban buscando su lugar bajo el sol. Y en 1950 cuando ella debutó como extra en Cuori sul mare (Giorgio Bianchi), él ya era uno de los protagonistas, aunque poco destacado en el cartel. No es que hubiera comenzado más temprano que ella, un poco sí, porque él le llevaba 10 años. Él era del 24 y ella del 34. La segunda vez que coincidieron, los dos ya eran figuritas, pero era una película de episodios, Tempri nostri-Zibaldone n. 2-The Anatomy of Love-Tiempos nuestros (Alessandro Blasetti-Paul Paviot, 1954) y él estaba en uno con Lea Padovani y ella en otro con Totò. Pero ese mismo año, 1954, un poco más tarde, el director Alessandro Blasetti los convocó para que estuvieran junto a Vittorio De Sica en Peccato chi sea una caniglia-Lástima que seas tan canalla (por estos lados). Y fue como esos enamoramientos que se dan de repente y ya no se van más, de tan perfectos que salieron, que Dios, el Cosmos, el Destino o lo que sea que esté por arriba no se atreve a modificarlos. Ya eran Sophia (así con ph) Loren y Marcello Mastroianni (con dos íes y no con la jota del Mastrojanni con el que había debutado en el cine). Y desde un principio tuvieron un ida y vuelta como de un dúo atemperado en años de horas de escena. En esta primera comedia en la que estaban de mano a mano, de igual a semejante, ella era una ladrona de pura cepa, hija de ladrón aventajado (De Sica), de profusa verborragia tan rápida como la inteligencia avispada que la sostenía (de tal palo tal astilla, el personaje de De Sica unía ideas extremas en la misma oración, y se las arreglaba para que esta lógica tan elástica no le saliera absurda, es que para entretener auditivamente a su presa mientras le practicaba sus trucos de prestidigitación para quedarse con algo de sus pertenencias, les daba la razón a cómo diera lugar). Y Marcello que era taxista, era duro de roer, porque por más ingenuo que fuera, la calle le había enseñado a ser cuidadoso, era un simplote que no desconfiaba, pero se cuidaba. Y, claro, debajo de tanto choque de intenciones, había una corriente sexual tan arrasadora que era un milagro que las manos y las bocas se les quedaran pegadas al cuerpo.

 

Y la segunda no se hizo esperar. Al año siguiente, 1955, Mario Camerini, volvió a reunirlos, otra vez con Vittorio de Sica, para la comedia clásica del 1600, La bella mugnaia / La bella molinera, que el mismo Camerini, 20 años antes, en el 35, había hecho con los hermanos De Filippo (Eduardo y Peppino) y Leda Gloria, con el título más conocido de este argumento, Cappello a tre punte / El sombrero de tres puntas, porque de un triángulo peculiar se trata. La cosa es así, Luca (aquí Mastroianni) es un molinero felizmente casado, como no podía ser de otra manera, con la sensual y apabullante, Carmela (la Loren). Los dos se aprovechan de la belleza de ella para sacarle favores al gobernador Don Teófilo (De Sica). El engatusamiento no incluye sexo, sino la promesa eternamente postergada del mismo, pero, claro, Don Teófilo está que no da más. Por una inteligente vuelta del argumento, Luca termina accidentalmente preso, situación que don Teófilo aprovecha: en vez de liberarlo, alarga el encierro para tener vía libre con Carmela. Pero Luca se escapa y Don Teófilo tiene una esposa, (Yvonne Sanson) comprensiva, aunque con límites. Entonces… Esta comedia no es clásica porque sí, los enredos son magistrales y bien ejecutados como en este caso engarzan carcajada con sonrisa en constante delicia.

 

(Y ese mismo año, más tarde, Alejandro Blasetti volvió a unir a Sophia y Marcello, esta vez con Charles Boyer en La fortuna di essere donna / La dicha de ser mujer. Sophia era una aspirante a modelo primero y starlet de cine después, Marcello era un paparazzo y Boyer un vivo que se pretende relacionista público. Por supuesto, ambos pugnan por Sophia. Y como en La bella molinera, la esposa del tercero en discordia, en este caso una deliciosa Elisa Cegani, pone a Boyer en vereda y deja el terreno libre para que Marcello y Sophia tengan el sexo final, perdón, el beso final)

 

(Y que Cinecittà no dormía no era cuento, en el 54, por ejemplo, Sophia hizo 11 películas y Marcello 7, una envidiable industria pujante, por eso llegó a hacer lo que logró.)

 

La fortuna di essere donna fue la última película de Loren antes de comenzar su itinerario por Hollywood, junto a Alan Ladd, Cary Grant, Frank Sinatra, John Wayne, Anthony Quinn, Clark Gable, William Holden y gentuza así. Marcello se quedó en Italia, sus contactos con Hollywood fueron más de touch and go que de relación estable.

 

Hubo que esperar hasta 1963 para volver a verlos juntos. Fue bajo dirección de De Sica en esa ma-ra-vi-lla de episodios que fue Ieri oggi domani / Ayer, hoy y mañana. Y en el 64, no sea cosa que ella se volviera a Hollywood y él a Francia o quien sabe dónde, Vittorio (De Sica) los mantuvo en Italia para un Matrimonio all’italiana / Matrimonio a la italiana, que no es otra cosa que Filumena Marturano del genial Eduardo De Filippo, hecha en versión De Sica (Sophia en el prostíbulo con la lingerie negra, ¡guau!, ¡inolvidable!

 

En 1967, el director Renato Castellani, decidió llevar al cine, otra obra de De Filippo, Questi fantasmi / Fantasmas estilo italiano con Sophia, Vittorio Gassman y Mario Adorf, y de paso le dio lugar a un brevísimo cameo de Marcello, que por segundos volvió a estar con Sophia.

 

En 1970 Vittorio De Sica nos haría llorar a mares esta vez con una historia de amor inolvidable, I girasoli / Los girasoles de Rusia, melodrama maravilloso con el trasfondo de la Segunda Guerra. Marcello y Sophia, como siempre, una fiesta, y De Sica, un maestro de maestros.

 

En ese mismo año de 1970, se estrenaría la deliciosa comedia de Dino Risi, La moglie del prete / La mujer del cura, en la que una irrenunciable Sophia le ponía dudas a la vocación del curita Marcello. Aunque no estaba en la película, la imagen de los dos en sotana en el afiche y fuera del mismo dio vuelta al mundo.

 

En 1975 Giorgio Capitani los reunió en La pupa del gánster / La amante del gánster (en la Argentina), la más floja de las aventuras cinematográficas que compartieron, de todos modos, como siempre, juntos son dinamita, y hay que verla.

 

En 1977 Ettore Scola los reunió en una de las obras capitales del cine Una giornata particolare / Un día muy particular (en la Argentina). El día en el que en Roma se reunieron Hitler y Mussolini, en un edificio despojado porque todos se fueron a festejar el encuentro, la esposa de un fascista y un escritor homosexual disidente tienen un encuentro íntimo, más de amor o de humanidad que de sexo, que los marcará de por vida, la de ella se presume más larga que la de él (como terminó por ser en la vida real).

 

En 1978 Lina Wertmüller nos dio otro encuentro inolvidable de los dos, sumados al favorito de Lina, el poéticamente hermoso Giancarlo Giannini. Se llamó Fatto di sangue fra due uomini per causa di una vedova. Si sospetttano moventi politici / Amor, muerte, tarantela y vino (en la Argentina). Nápoles, en las preliminares de la Segunda Guerra, cuando los fascistas llegan al poder, dos hombres (Marcello y Giancarlo, claro) se enamoran de la misma mujer (Loren, ¿quién más?) Pura belleza por donde se la mire. (Los ojos de Sophia remarcados en negro, ¡Dios, se me sale el corazón del pecho!

 

Y en 1994, el genial Robert Altman en su curiosidad por entender el mundo de la moda en Prêt-à-Porter, logra dos escenas geniales, una con la luminosa Julia Roberts y el convenientemente alto (por lo inmenso) de Tim Robbins y la otra con Sophia y Marcello, en la que Sophia, 31 años después, igual de espléndida, recrea el strip tease de Ayer, hoy y mañana. Y fue la última, y en el fondo (querido Horacio, con vos la vi la primera vez en el Cine Ocho) lo supimos. Marcello se haría eterno el 19 de noviembre de 1996. Y ya no habría más Sophia y Marcello, porque para miseria de la humanidad, ya no habría más Marcello. Pero, ¿quién nos quita lo bailado? La verdad es belleza y la belleza es verdad y mientras el mundo gire, Sophia y Marcello serán siempre verdaderos y bellos. Amén (y ¡gloria!)

Gustavo Monteros

viernes, 22 de septiembre de 2023

Programa doble - Hoy: Alma criminal - El jardinero español



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Alma criminal y El jardinero español

 

Entre 1952 y 1956 en el cine inglés de postguerra, el niño actor Jon Whiteley fue una estrella tan popular como efímera. Había nacido en 1945 y con solo 7 años deslumbró al público junto a Dirk Bogarde en Hunted / Alma criminal (Charles Crichton, 1952). Al año siguiente con su compañero, Vincent Winter, que hacía de su hermano menor en The Kidnappers / Los pequeños secuestradores (Philip Leacock, 1953) ganaron incluso un Óscar en miniatura que se entregó por única vez al talento juvenil. En 1955 coprotagonizó Moonfleet / Los contrabandistas de Moonfleet (Fritz Lang, 1955) con Stewart Granger. En 1956, ya con 11 años, se lo vio en sus dos últimas películas, The Weapon / Amanecer incierto (Val Guest/Hal E.Chester) con glorias imperecederas como Lizabeth Scott y Herbert Marshall, más Steve Cochran, de carrera variada, pero de vida más intensa que cualquier película. Y The Spanish Gardener,/ El jardinero español (Philip Leacock, 1956) otra vez, junto a Dirk Bogarde con el que había hecho Hunted. Sí, su primer y última película fueron con el gran Bogarde.

 

En la década del cincuenta, Dirk hizo 26 películas (lo que habla con elocuencia de la pujanza de la industria del cine inglés de aquel tiempo) y años después, en retrospectiva, rescató a Hunted como una de las pocas de las que estaba verdaderamente orgulloso. No le faltaba razón, todavía hoy es de muy buena a excelente. Por sobre todas las cosas, se destaca por su modernidad. En estos tiempos de películas sobre-explicadas, en las que todo se establece como si el público fuera lelo, gagá o de sala azul, al que el engullimiento de tanto pochoclo le ha secado el cerebro, este film confía en la adultez y el discernimiento de la platea. Arranca como un policial clásico (un hombre mata a otro, el asesino en la huida secuestra provisoriamente a un niño, pero cuando lo libera el chico no quiere volver a la casa, porque dice que la ha prendido fuego y no quiere enfrentar el castigo) y deriva al drama de relaciones (el asesino tiene una esposa que se las trae, y el chico es un huérfano con una pareja adoptante que mejor perder que encontrar). Aquí nada se explica del todo, el guionista usa inteligentes puntos suspensivos y el director con encuadres creativos escamotea más datos de los que muestra. Y con esas herramientas más que desinteresarnos nos apasionan. Y cuando llegue el final, pondremos todos nuestros deseos en que sea feliz o algo parecido, aunque quizá diste de serlo. Bogarde dice también que el film tuvo un gran éxito y que terminó de cimentar su sitial de estrella. Por entonces contaba con 31 años y la cámara como hizo siempre, lo ama. Su rostro parejo, pero no del todo agraciado, en los claroscuros del blanco y negro se vuelve apuesto, enigmático y de tortuosa vida interior. Pero el sortilegio no se agota en el romance de la cámara con la estrella, el hombre es un actor de aquellos, un prodigio de sensibilidad y expresividad.

 

El jardinero español, en cambio, se deja ver, pero huele a antigua, a melodrama muy circunscripto al momento en que fue filmado, apegado en extremo a una sociedad conservadora y asfixiantemente pacata. Se basa en un best-seller de A. J. Cronin con un final distinto. De modo que novela y película se bifurcan y pueden verse y leerse alternadamente para decidir qué final es más lógico, más acorde al conflicto planteado o que gusta más. En la película, un diplomático menor es enviado a una comarca española, este señor acaba de ser dejado por su mujer, que se sentía apresada en un amor tiránico y le dejó un hijo de 10 años, que el hombre lleva consigo para educarlo y formarlo (mandarlo a la escuela pública de la vuela ni se le pasa por la cabeza, para la clase social a la que pertenece la única alternativa educativa posible es enviarlo de pupilo a un internado y como no se puede…). En resumen, este señor quiere hacer con el hijo lo mismo que hizo con la madre, someterlo a una convivencia opresiva y sin aire. Pero el chico se relaciona con el jardinero contratado y desata los celos y las paranoias del padre, incentivadas (pisamos aquí el más puro melodrama) por las intrigas de una especie de mayordomo, sinuoso y cruel. El film termina bien, la novela, dicen que no. También comentan que la traslación al cine obvió un claro sustrato homosexual, en la pantalla hijo y jardinero son solo amigos, sin sombras ni sobrentendidos, en la novela hay, según parece, una corriente sexual subterránea que jamás llega a la superficie, pero que existe y que prefigura que el chico será gay. Bogarde nunca tuvo problemas con expresar ambigüedades, de modo que fue más decisión de los productores de asegurar el éxito que de forjar otro antecedente al cine LGBT. Tuvieron razón en alejar el fantasma homosexual, el film fue un éxito de proporciones, que con sugerencias de amores contravencionales a la época quizá no lo habría sido tanto.

 

Fue el último film de Jon Whiteley (que completaría su carrera actoral con dos breves participaciones televisivas en programas muy celebrados por entonces, un policial que en Inglaterra son tan idiosincráticos como el té y una de las centeneres de versiones de Robin Hood, ídem anterior. Hay niños actores que hacen carrera como Natalie Wood o Roddy McDowall, otros se alejan de tablas o reflectores como de la peste. A Jon Whiteley, el fuego sagrado de la actuación se le apagó, si es que alguna vez estuvo prendido, los niños juegan, que es la base imprescindible de actuar. Whiteley se puso a estudiar historia y arte y se doctoró en Oxford, se casó, tuvo dos hijos y fue curador en importantes museos, escribió, además, libros insignes sobre arte, Francia lo hizo caballero de las Artes y las Letras en 2009 y murió a los 75 años en Oxford en 2020. Y aunque siempre habló maravillas de Dirk Bogarde, su película favorita, entre las que hizo, no fueron ninguna de las dos que filmó con él, sino la de Fritz Lang, Los contrabandistas de Moonfleet. (Sé que yo no vengo a cuenta en nada, pero como soy quien esto escribe y el que se tomó la molestia de ver las cinco que hizo, digo sin dudar que mi favorita es Hunted! / Alma criminal) (Tomá, te lo dije)

 

Gustavo Monteros


viernes, 15 de septiembre de 2023

Programa doble - Hoy: La velada más hermosa de mi vida - Un burgués pequeño, pequeño



Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: La velada más hermosa de mi vida – Un burgués pequeño, pequeño

 

En La più bella serata della mia vita / La velada más hermosa de mi vida (Ettore Scola, 1972) Alberto Sordi hace una de sus especialidades, un personaje que es vano, amoral, machirulo. Un tal Alfredo Rossi que anda por Suiza para cobrar un dinero que no se supone muy limpio. Cuando va a depositarlo, el banco ya ha cerrado y debe esperar hasta el día siguiente. En vez de ir al hotel donde se aloja, persigue con su auto a una bella motociclista con la intención de tener un encuentro sexual. Ella lo aleja de la ciudad y lo pierde entre las montañas. El auto se le descompone, pide auxilio y un carro lo deja en una especie de palacio fortificado, propiedad del conde de La Brunetière (Pierre Brasseur), un noble, exabogado de profesión, que viene de una cacería, acompañado de viejos colegas, como el exfiscal Zorn (Michel Simon), el exjuez Dutz (Charles Vanel) y el asesor legal Bouisson (Claude Dauphin). Todos lo invitan a pasar la noche en el castillo mientras le arreglan el auto. Y para que la cena sea más atractiva le proponen un juego, le harán unas preguntas para interiorizarse de su vida y lo juzgarán por algún delito que consideren haya cometido en algún momento de su vida. Alfredo Rossi, encantado de ser el centro de atención, contará más de una indiscreción y les fundamentará a estos viejos leguleyos más de una acusación penal. La cena es pantagruélica, literalmente, en comida y bebida. Y a pesar de los excesos etílicos, Rossi comienza a darse cuenta, de que el juicio no es tan juguetón como se pretende y quizá vaya más en serio de lo que quiere admitir. Esta extrañeza va ganando el ánimo del espectador y uno comienza a dilucidar hasta dónde es un juego, hasta dónde es realidad, si se trata de una comedia que los viejos y aburridos abogados montan para recuperar por un rato los laureles perdidos o si es un proceso legal un poco sui generis, pero formal y de condena firme. Mientras lo dilucidamos, se nos instala la pregunta de qué es en realidad un proceso legal, ¿una representación teatral o una convención ritual para impartir justicia? ¿En qué consiste lo que llamamos justicia? Cuando no se trata de una falta concreta, como el asesinato de alguien, el robo perpetrado o el abuso comprobado, ¿qué se juzga en realidad? ¿La intención, lo que elegimos entender o los prejuicios enquistados? La trama se basa en un relato de Friedrich Dürrenmatt, al que Scola profundiza con maestría para que surja con meridiana claridad la ironía encerrada en el título. ¿La más bella? Hum…

 

En un Un borghese piccolo piccolo / Un burgués pequeño, pequeño, (Mario Monicelli, 1977) Sordi redondea otro tipo de personaje al descrito arriba, aunque es asimismo otra de sus especialidades, un personaje gris, cauto, medroso. Aquí es un tal Giovanni Vivaldi, casado con Amalia (Shelley Winters) y con un hijo veinteañero, Mario (Vincenzo Crocitti) recién recibido de contador. Giovanni trabaja en una dependencia pública que se ocupa de las jubilaciones. Quiere que su hijo entre a una oficina igual a la suya, con un cargo igual al suyo conquistado después de toda una vida de trabajo, aunque en el caso del hijo, por el título universitario no será la culminación de una carrera, sino el inicio de un camino seguro y empinado, porque el Estado nunca se funde. Pero el puesto no se gana por acomodo sino por examen, al que se presentan miles de participantes de todo el país. Aunque para lograr alguna ventaja como asegurarse de que se lo puntee alto o de conocer los temas del examen, Giovanni no duda en chuparle las medias a su jefe, el Dr. Spaziani (Romolo Valli), que le recomienda que se haga masón. Para Giovanni esto transgrede sus creencias católicas de toda la vida, pero no duda ni un instante, para asegurar el futuro de su hijo atravesaría el fuego si fuera necesario. Se lo comprende, pertenecen al estamento más bajo de la clase media. Viven en un departamento chiquito, de una sola habitación, Mario duerme en el living-comedor, con un balcón a la autopista, el auto que poseen es viejo y modesto, tienen una casucha de fin de semana con un muelle mohoso y podrido que da a un lago o río, feo como el más feo de los lagos o ríos, la heladera del departamento está rota y no pueden cambiarla ni arreglarla y todos visten apenas decorosamente dignos, tanto que a fuerza de esmeros le sacan provecho a una vieja corbata de seda, que hace mucho tiempo pasó por lujosa. Es decir que, si Mario gana el puesto, muchas cosas mejorarían. Pero el destino no es piadoso y en un segundo un giro sorpresivo pone todo patas para arriba…Y Giovanni, por casualidad o designio superior, termina en juez y jurado de presuntos inocentes de arraigada culpabilidad. ¿Acaso el bosque elige derribar algunos árboles para mantener su fortaleza? ¿Acaso la naturaleza mantiene el equilibrio a mansalva y suprime lo que la debilita? O ¿es la mala suerte, a secas y sin pretensiones, la que determina quién gana y quién pierde? Estipulando de paso algún equilibrio de manutención o supervivencia. Algo así como que sobreviva el más fuerte…O no.

 

Alberto Sordi fue una estrella atípica, un capo-cómico de excepción, tanto en los resultados como en los talentos. El hombre no es muy agraciado de ver, la voz es de horrible a fea, y sus comportamientos corporales desconciertan o causan estupor. Pero le afloran por todos los poros una humanidad flagrante. Y su personaje puede ser un miserable como Alfredo Rossi o un chivo expiatorio (solo Dios sabe de qué) como Giovanni Vivaldi, pero Sordi sabrá redimirlos con la carcajada de quién sabe de qué va la vida (Alfredo Rossi) o con el golpe de quién castiga no para vengarse sino para poder seguir viviendo (Giovanni Vivaldi). En definitiva, a algunos actores no se los respeta por ser llamativamente lindos u ostensiblemente feos, sino por ser honradamente humanos.

Gustavo Monteros

 

viernes, 8 de septiembre de 2023

Programa doble - Hoy: Ciudad de la muerte - Rastros de sangre



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Ciudad de la muerte – Rastros de sangre

 

El chiste dice que a los ingleses, por idiosincrasia y por geografía, se les dio por inventar deportes, buenos tragos y mejor teatro. De tan aislados y con tan poco buen clima, se pusieron a crear impecables formas de entretenimiento. Y así perfeccionaron el whisky, la cerveza, Shakespeare, el fútbol, el rugby, el tenis (que venía de Francia, pero del que se apropiaron), las carreras de caballo y, claro, el whodunit (contracción de “Who has done it?” o” Who’s done it?”). O sea, el relato policial de intriga en el que hay que develar el perpetrador de un crimen de sangre. La intriga se circunscribe a un ambiente cerrado, un castillo, una casa de campo solariega, un club, una mansión citadina o al pueblito con muchos secretos. Y como lo bueno se exporta (o se roba, los ingleses con ilustre linaje de piratas no pueden quejarse), ahora los enigmas policiales nos llegan urbi et orbi. Los dos de los que hablaremos hoy nos vienen de Austria.  

 

En Wenn du wüsstest wie schön es hier ist (Si supieras lo hermoso que es este lugar, en el original, Ciudad de muerte, en la imaginativa venta de algún creativo) (Andreas Prochaska, 2015), la joven hija del alcalde aparece muerta en el fondo de un hoyo de una mina abandonada que da al medio del bosque. En un principio suponen que fue un accidente porque todos saben evitar el hoyo, pero la autopsia y algunos detalles dan cuenta de que se trata de un asesinato. Tremendo desafío para el también todavía joven comisario local, Hannes Muck (Gerhard Liebman), que se ocupa por lo general de borrachos pendencieros o rencillas domésticas. El lugar fue hasta no hace mucho un paisaje apacible de tarjeta postal de tan bello y tranquilo. Pero cuando Hannes comience a investigar, descubrirá que todos le han estado mintiendo, que ocultan más de lo que muestran, que son mucho más complejos de lo que quieren hacer creer. Hannes es apocado y un poco melindroso, lo cual no es sorpresa dado que su padre es un avasallante exhippie, practicante de desnudeces y sexo tántrico. Hannes está enamorado de la guardiana del hogar para jóvenes inadaptados, pero ella, curtida de desengaños amorosos, lo desestima. La resolución del crimen hará que Hannes madure y se cuestione si se conoce de verdad, si él de verdad es lo que muestra o supone o si oculta deseos inconfesados, frustraciones naturalizadas o ambiciones descartadas. Gerhard Liebmann es un actor inmenso y redondea un personaje cercano y entrañable. Y si la película no tuviera valores estimables, que los tiene y muchos, la sola actuación de Liebmann justificaría verla.

 

En Der schutzengel (El ángel de la guarda, en el original, Rastros de sangre en la creativa venta de algún gerente) (Götz Spielmann, 2022) el cuerpo de una veterana, que trabajaba de sirvienta y acompañante de una anciana tan noble como pobre, dueña de un castillo a vender, aparece ahogado en el río, donde iba a nadar por las mañanas. De la cuidad mandan a un investigador ducho, Paul Werner (Fritz Karl) a determinar si se trató de un crimen, un suicidio, o de un accidente. Pronto verifica que se trató de lo primero y como los policías locales son inexpertos en investigar asesinatos, se queda en el pueblo. Hay un policía joven, Martin (Michael Steinocher) que acaba de reintegrarse al distrito. Su partida hace algunos años estuvo acompañada de la desaparición de una novia, que puede haber emigrado a un lugar más estimulante o estar muerta y enterrada en este su pueblo natal, ya que nadie ha vuelto a saber de ella. Martin le pregunta a Paul si hay algún modo de dilucidar el misterio y Paul comienza a sospechar que la desaparición de la exnovia de Martin y el crimen de la veterana sirvienta y acompañante pueden estar conectados. Paul es astuto y desconfiado como pocos y develará unas cuantas verdades, que no hasta hace mucho jugaban a la escondida. La perseverancia y un colgante con la forma de un ángel de la guarda pondrán a Paul en el camino correcto. El final es tan impecable como todo el desarrollo de la trama.

 

Veo estas dos películas y tres dichos me reverberan en eco. Pueblo grande, infierno chico. En todos lados se cuecen habas. Y Donde hubo fuego, cenizas quedan. Pertinentes porque el objetivo primordial de los policiales no es ser innovadores, sino plausibles.

Gustavo Monteros

Ciudad de la muerte y Rastros de sangre pueden verse en Prime Video.


viernes, 1 de septiembre de 2023

Programa doble - Hoy: Daisy Miller - Nuestros años dorados



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Daisy Miller – Nuestros años dorados

 

Uno de los lugares comunes más repetidos en la historia del cine dice que es muy difícil adaptar al medio audiovisual la narrativa de Henry James. El sitio IMDB registra que, hasta la fecha, entre adaptaciones al cine y la televisión sobre material de Henry James hay ¡159 proyectos! Es hora de replantearse el concepto de la tal dificultad, porque si uno lo repite queda como un auténtico idiota ante el bien informado.

 

La adaptación más recurrente es la de su clásica historia de fantasmas Otra vuelta de tuerca, pero las de sus dramas sentimentales no le van a la zaga. Estas últimas tienen más que ver con su registro de los devaneos de las clases acomodadas, aquella incursión en el terror con los fantasmas fue casi una excepción.

 

Cybill Shepherd, de indiscutible fotogenia, fue una modelo precoz que llegó al cine a los 21 años en The Last Picture Show / La última película bajo dirección de Peter Bogdanovich.  Y dominó el mundo del espectáculo en dos períodos. Entre 1971 y 1980 reinó absoluta en el cine. Sus participaciones podían ser breves o protagónicas, sus filmes tener un éxito apabullante o hundirse en los abismos del fracaso, pero era la cara infaltable de todas las revistas que se dedicaran a la actividad. Y entre 1983 y 1989 con los 66 episodios de Moonlighting junto a Bruce Willis y entre 1995 y 1998 con los 87 episodios de Cybill junto a Christine Baranski y Alicia Witt fue la reina absoluta de la televisión. Antes o después tuvo y tendrá sus altibajos, pero nadie le quitará el sitial de honor que disfrutó. Los nombres de los reyes pueden que se olviden, pero quedan grabados en piedra y siempre resurgen.

 

De su período Bogdanovich es Daisy Miller (Peter Bogdanovich, 1974). Bogdanovich quería que Orson Welles la dirigiera, pero Welles, a pesar de sostener que el guion de Frederic Raphael de tan perfecto se filmaba solo, desistió del convite. Todos coincidían que Cybill era la elegida insoslayable para protagonizar a la joven, rica, pizpireta, locuaz, desafiante Daisy apellidada Miller. Parte de la familia de tal apellido, mamá (Cloris Leachman), hija Daisy, hermano menor Randolph (James McMurtry) (uno de los niños más insoportables de toda la historia del cine mundial), acompañados y protegidos por el mucamo Eugenio (George Morfogen) deambulan por Europa mientras en los Estados Unidos, papá Miller empolla sus billones. Porque los Miller son ricos de toda riqueza. Pero estamos a fines del siglo XIX y no hay millones de dólares que te pongan a salvo de las rígidas convenciones sociales, dictadas y vigiladas por Sra. Walker (Eileen Brennan) y la Sra. Costello (Mildred Natwick) relaciones directas del joven Frederick Winterbourne (Barry Brown) con el que Daisy coquetea. Ese coqueteo entre iguales está permitido, pero Daisy, que no tolera que le digan lo que le conviene, coquetea también con el italiano pobre Sr. Giovanelli (Duilio Del Prete), cosa que no está tan bien vista porque no es relación entre iguales. Que para las normas de la época y de esa clase, Daisy juega con fuego no hay quien lo dude, pero ¿por qué? Por la más obvias de las respuestas, Daisy está poniendo a prueba a Frederick para ver si está a la altura del hombre que ambiciona. ¿Acaso lo está? Vean la película y averígüenlo.

 

En The Golden Bowl (La copa dorada fue la traducción del título de la novela, los imaginativos distribuidores cinematográficos le pusieron Nuestros años dorados, en reminiscencia de Nuestros años felices que vivieron Barbra Streisand y Robert Redford, a estos creativos señores no se les cae una idea y cuando se les cae, queda en el piso, de tan pedestre, no se distingue), retomamos: en The Golden Bowl (Nuestros años dorados, James Ivory, 2000) seguimos en Italia, en la misma época. La venida a menos, Charlotte Stant (Uma Thurman) anda en amoríos con el príncipe Amerigo (Jeremy Northan), cuya única riqueza es el título y un castillo que no puede mantener. Y en esos ámbitos, la pobreza impide al amor, más que las enemistades familiares de Romeo y Julieta, por lo que Charlotte y Amerigo deben separarse. Amerigo se casará a la brevedad en Inglaterra con su prometida Maggie Verver (Kate Beckinsale), hija del billonario Adam Verver (Nick Nolte). Pero hete aquí que Charlotte y Maggie son amigas, y que Adam, viudo él, no es inmune a los encantos de Charlotte, así que no pasa mucho antes de que Adam y Charlotte desanden la marcha nupcial. Padre e hija, o sea Adam y Maggie son muy cercanos y de andar de allá para acá juntos, así que dejan a sus consortes, los examantes Amerigo y Charlotte con mucho tiempo libre y como la ocasión hace al traidor, reanudan su amor ilícito. Adam y Maggie tienen una confianza ciega hacia sus parejas. Ahora bien, puede que la confianza sea ciega, pero ¿es idiota? El guion de The Golden Bowl al contrario del de Daisy Miller no solo no es perfecto, sino que tiene diálogos que de tan explícitos se ponen zonzos. Convengamos que la historia es más compleja que la de Daisy Miller y las corrientes subterráneas que dominan a los personajes son más oscuras e inaprensibles, aunque allí radica el atractivo, ¿hasta dónde los engañados saben lo que no saben y hasta dónde los traidores traicionan o toman solo lo que les corresponde? Cuando estas preguntas tallan, la cosa se pone atrapante, cuando no, hay que combatir el tedio posible con la dirección de arte que llena el ojo con lujos de tan buen gusto que son una fiesta. Otro punto a favor son las damas, Uma Thurman le entrega al personaje una pasión deslumbradora, es sensual, volátil, desenfrenada, temeraria, y Kate Beckinsale nos sugiere una inocencia perturbadora que pasa de la intolerancia a la sabiduría. Las dos están regocijantes e imperdibles. Además, en un breve papel de celestina responsable Anjelica Huston no pasa desapercibida. Los varones mencionados más el ubicuo James Fox como marido de la Huston cumplen, pero la inspiración esta vez es femenina.

 

No hay con qué darle a eso de cuenta lo qué conocés, que te harás universal. Henry James solo habla de su realidad de ricos más que ricos y en vez de espantar o asquear a los pobres más que pobres como yo, nos seduce y nos abarca. La buena literatura tiene esas cosas.

Gustavo Monteros

 

(En un momento el billonario que hace Nick Nolte dice que tiene obreros que trabajan 12 horas por día, sin descanso, los 12 meses y que, para compensarlos, compartirá con ellos la belleza de su colección de arte y abrirá un museo para que la disfruten, todo bien, pero ¿no sería mejor pagarles más y ser menos esclavista en las condiciones de trabajo? Ni se lo ocurre…Cosas de ricos)