Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: Lástima que seas tan canalla – La bella molinera
Y la tercera fue la vencida. Andaban buscando su lugar bajo
el sol. Y en 1950 cuando ella debutó como extra en Cuori sul mare
(Giorgio Bianchi), él ya era uno de los protagonistas, aunque poco destacado en
el cartel. No es que hubiera comenzado más temprano que ella, un poco sí,
porque él le llevaba 10 años. Él era del 24 y ella del 34. La segunda vez que
coincidieron, los dos ya eran figuritas, pero era una película de episodios, Tempri
nostri-Zibaldone n. 2-The Anatomy of Love-Tiempos nuestros (Alessandro Blasetti-Paul
Paviot, 1954) y él estaba en uno con Lea Padovani y ella en otro con Totò. Pero
ese mismo año, 1954, un poco más tarde, el director Alessandro Blasetti los
convocó para que estuvieran junto a Vittorio De Sica en Peccato chi sea una
caniglia-Lástima que seas tan canalla (por estos lados). Y fue como esos enamoramientos
que se dan de repente y ya no se van más, de tan perfectos que salieron, que
Dios, el Cosmos, el Destino o lo que sea que esté por arriba no se atreve a
modificarlos. Ya eran Sophia (así con ph) Loren y Marcello Mastroianni (con dos
íes y no con la jota del Mastrojanni con el que había debutado en el cine). Y desde
un principio tuvieron un ida y vuelta como de un dúo atemperado en años de
horas de escena. En esta primera comedia en la que estaban de mano a mano, de
igual a semejante, ella era una ladrona de pura cepa, hija de ladrón aventajado
(De Sica), de profusa verborragia tan rápida como la inteligencia avispada que
la sostenía (de tal palo tal astilla, el personaje de De Sica unía ideas extremas
en la misma oración, y se las arreglaba para que esta lógica tan elástica no le
saliera absurda, es que para entretener auditivamente a su presa mientras le practicaba
sus trucos de prestidigitación para quedarse con algo de sus pertenencias, les
daba la razón a cómo diera lugar). Y Marcello que era taxista, era duro de
roer, porque por más ingenuo que fuera, la calle le había enseñado a ser
cuidadoso, era un simplote que no desconfiaba, pero se cuidaba. Y, claro,
debajo de tanto choque de intenciones, había una corriente sexual tan arrasadora
que era un milagro que las manos y las bocas se les quedaran pegadas al cuerpo.
Y la segunda no se hizo esperar. Al año siguiente, 1955,
Mario Camerini, volvió a reunirlos, otra vez con Vittorio de Sica, para la
comedia clásica del 1600, La bella mugnaia / La bella molinera,
que el mismo Camerini, 20 años antes, en el 35, había hecho con los hermanos De
Filippo (Eduardo y Peppino) y Leda Gloria, con el título más conocido de este
argumento, Cappello a tre punte / El sombrero de tres puntas,
porque de un triángulo peculiar se trata. La cosa es así, Luca (aquí Mastroianni)
es un molinero felizmente casado, como no podía ser de otra manera, con la
sensual y apabullante, Carmela (la Loren). Los dos se aprovechan de la belleza
de ella para sacarle favores al gobernador Don Teófilo (De Sica). El
engatusamiento no incluye sexo, sino la promesa eternamente postergada del
mismo, pero, claro, Don Teófilo está que no da más. Por una inteligente vuelta
del argumento, Luca termina accidentalmente preso, situación que don Teófilo
aprovecha: en vez de liberarlo, alarga el encierro para tener vía libre con Carmela.
Pero Luca se escapa y Don Teófilo tiene una esposa, (Yvonne Sanson) comprensiva,
aunque con límites. Entonces… Esta comedia no es clásica porque sí, los enredos
son magistrales y bien ejecutados como en este caso engarzan carcajada con sonrisa
en constante delicia.
(Y ese mismo año, más tarde, Alejandro Blasetti volvió a
unir a Sophia y Marcello, esta vez con Charles Boyer en La fortuna di essere
donna / La dicha de ser mujer. Sophia era una aspirante a modelo
primero y starlet de cine después, Marcello era un paparazzo y Boyer un vivo que
se pretende relacionista público. Por supuesto, ambos pugnan por Sophia. Y como
en La bella molinera, la esposa del tercero en discordia, en este caso
una deliciosa Elisa Cegani, pone a Boyer en vereda y deja el terreno libre para
que Marcello y Sophia tengan el sexo final, perdón, el beso final)
(Y que Cinecittà no dormía no era cuento, en el 54, por
ejemplo, Sophia hizo 11 películas y Marcello 7, una envidiable industria
pujante, por eso llegó a hacer lo que logró.)
La fortuna di essere donna fue
la última película de Loren antes de comenzar su itinerario por Hollywood, junto
a Alan Ladd, Cary Grant, Frank Sinatra, John Wayne, Anthony Quinn, Clark Gable,
William Holden y gentuza así. Marcello se quedó en Italia, sus contactos con
Hollywood fueron más de touch and go que de relación estable.
Hubo que esperar hasta 1963 para volver a verlos juntos. Fue
bajo dirección de De Sica en esa ma-ra-vi-lla de episodios que fue Ieri oggi
domani / Ayer, hoy y mañana. Y en el 64, no sea cosa que ella se
volviera a Hollywood y él a Francia o quien sabe dónde, Vittorio (De Sica) los
mantuvo en Italia para un Matrimonio all’italiana / Matrimonio a la
italiana, que no es otra cosa que Filumena Marturano del genial
Eduardo De Filippo, hecha en versión De Sica (Sophia en el prostíbulo con la
lingerie negra, ¡guau!, ¡inolvidable!
En 1967, el director Renato Castellani, decidió llevar al
cine, otra obra de De Filippo, Questi fantasmi / Fantasmas estilo italiano
con Sophia, Vittorio Gassman y Mario Adorf, y de paso le dio lugar a un
brevísimo cameo de Marcello, que por segundos volvió a estar con Sophia.
En 1970 Vittorio De Sica nos haría llorar a mares esta vez
con una historia de amor inolvidable, I girasoli / Los girasoles de
Rusia, melodrama maravilloso con el trasfondo de la Segunda Guerra.
Marcello y Sophia, como siempre, una fiesta, y De Sica, un maestro de maestros.
En ese mismo año de 1970, se estrenaría la deliciosa
comedia de Dino Risi, La moglie del prete / La mujer del cura, en
la que una irrenunciable Sophia le ponía dudas a la vocación del curita
Marcello. Aunque no estaba en la película, la imagen de los dos en sotana en el
afiche y fuera del mismo dio vuelta al mundo.
En 1975 Giorgio Capitani los reunió en La pupa del gánster
/ La amante del gánster (en la Argentina), la más floja de las aventuras
cinematográficas que compartieron, de todos modos, como siempre, juntos son
dinamita, y hay que verla.
En 1977 Ettore Scola los reunió en una de las obras
capitales del cine Una giornata particolare / Un día muy particular
(en la Argentina). El día en el que en Roma se reunieron Hitler y Mussolini, en
un edificio despojado porque todos se fueron a festejar el encuentro, la esposa
de un fascista y un escritor homosexual disidente tienen un encuentro íntimo,
más de amor o de humanidad que de sexo, que los marcará de por vida, la de ella
se presume más larga que la de él (como terminó por ser en la vida real).
En 1978 Lina Wertmüller nos dio otro encuentro inolvidable
de los dos, sumados al favorito de Lina, el poéticamente hermoso Giancarlo Giannini.
Se llamó Fatto di sangue fra due uomini per causa di una vedova. Si
sospetttano moventi politici / Amor, muerte, tarantela y vino (en la
Argentina). Nápoles, en las preliminares de la Segunda Guerra, cuando los fascistas
llegan al poder, dos hombres (Marcello y Giancarlo, claro) se enamoran de la
misma mujer (Loren, ¿quién más?) Pura belleza por donde se la mire. (Los ojos
de Sophia remarcados en negro, ¡Dios, se me sale el corazón del pecho!
Y en 1994, el genial Robert Altman en su curiosidad por
entender el mundo de la moda en Prêt-à-Porter, logra dos escenas
geniales, una con la luminosa Julia Roberts y el convenientemente alto (por lo
inmenso) de Tim Robbins y la otra con Sophia y Marcello, en la que Sophia, 31
años después, igual de espléndida, recrea el strip tease de Ayer, hoy y
mañana. Y fue la última, y en el fondo (querido Horacio, con vos la vi la
primera vez en el Cine Ocho) lo supimos. Marcello se haría eterno el 19 de
noviembre de 1996. Y ya no habría más Sophia y Marcello, porque para miseria de
la humanidad, ya no habría más Marcello. Pero, ¿quién nos quita lo bailado? La
verdad es belleza y la belleza es verdad y mientras el mundo gire, Sophia y
Marcello serán siempre verdaderos y bellos. Amén (y ¡gloria!)
Gustavo Monteros