Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: Alma criminal y El jardinero español
Entre 1952 y 1956 en el cine inglés de postguerra, el niño
actor Jon Whiteley fue una estrella tan popular como efímera. Había nacido en
1945 y con solo 7 años deslumbró al público junto a Dirk Bogarde en Hunted /
Alma criminal (Charles Crichton, 1952). Al año siguiente con su compañero, Vincent
Winter, que hacía de su hermano menor en The Kidnappers / Los pequeños
secuestradores (Philip Leacock, 1953) ganaron incluso un Óscar en miniatura
que se entregó por única vez al talento juvenil. En 1955 coprotagonizó Moonfleet
/ Los contrabandistas de Moonfleet (Fritz Lang, 1955) con Stewart Granger. En
1956, ya con 11 años, se lo vio en sus dos últimas películas, The Weapon /
Amanecer incierto (Val Guest/Hal E.Chester) con glorias imperecederas como
Lizabeth Scott y Herbert Marshall, más Steve Cochran, de carrera variada, pero
de vida más intensa que cualquier película. Y The Spanish Gardener,/ El
jardinero español (Philip Leacock, 1956) otra vez, junto a Dirk Bogarde con
el que había hecho Hunted. Sí, su primer y última película fueron con el
gran Bogarde.
En la década del cincuenta, Dirk hizo 26 películas (lo que
habla con elocuencia de la pujanza de la industria del cine inglés de aquel tiempo)
y años después, en retrospectiva, rescató a Hunted como una de las pocas
de las que estaba verdaderamente orgulloso. No le faltaba razón, todavía hoy es
de muy buena a excelente. Por sobre todas las cosas, se destaca por su
modernidad. En estos tiempos de películas sobre-explicadas, en las que todo se
establece como si el público fuera lelo, gagá o de sala azul, al que el
engullimiento de tanto pochoclo le ha secado el cerebro, este film confía en la
adultez y el discernimiento de la platea. Arranca como un policial clásico (un
hombre mata a otro, el asesino en la huida secuestra provisoriamente a un niño,
pero cuando lo libera el chico no quiere volver a la casa, porque dice que la
ha prendido fuego y no quiere enfrentar el castigo) y deriva al drama de relaciones
(el asesino tiene una esposa que se las trae, y el chico es un huérfano con una
pareja adoptante que mejor perder que encontrar). Aquí nada se explica del
todo, el guionista usa inteligentes puntos suspensivos y el director con
encuadres creativos escamotea más datos de los que muestra. Y con esas herramientas
más que desinteresarnos nos apasionan. Y cuando llegue el final, pondremos
todos nuestros deseos en que sea feliz o algo parecido, aunque quizá diste de
serlo. Bogarde dice también que el film tuvo un gran éxito y que terminó de
cimentar su sitial de estrella. Por entonces contaba con 31 años y la cámara
como hizo siempre, lo ama. Su rostro parejo, pero no del todo agraciado, en los
claroscuros del blanco y negro se vuelve apuesto, enigmático y de tortuosa vida
interior. Pero el sortilegio no se agota en el romance de la cámara con la
estrella, el hombre es un actor de aquellos, un prodigio de sensibilidad y expresividad.
El jardinero español, en
cambio, se deja ver, pero huele a antigua, a melodrama muy circunscripto al
momento en que fue filmado, apegado en extremo a una sociedad conservadora y
asfixiantemente pacata. Se basa en un best-seller de A. J. Cronin con un final
distinto. De modo que novela y película se bifurcan y pueden verse y leerse alternadamente
para decidir qué final es más lógico, más acorde al conflicto planteado o que
gusta más. En la película, un diplomático menor es enviado a una comarca
española, este señor acaba de ser dejado por su mujer, que se sentía apresada
en un amor tiránico y le dejó un hijo de 10 años, que el hombre lleva consigo
para educarlo y formarlo (mandarlo a la escuela pública de la vuela ni se le pasa
por la cabeza, para la clase social a la que pertenece la única alternativa
educativa posible es enviarlo de pupilo a un internado y como no se puede…). En
resumen, este señor quiere hacer con el hijo lo mismo que hizo con la madre,
someterlo a una convivencia opresiva y sin aire. Pero el chico se relaciona con
el jardinero contratado y desata los celos y las paranoias del padre,
incentivadas (pisamos aquí el más puro melodrama) por las intrigas de una
especie de mayordomo, sinuoso y cruel. El film termina bien, la novela, dicen
que no. También comentan que la traslación al cine obvió un claro sustrato
homosexual, en la pantalla hijo y jardinero son solo amigos, sin sombras ni
sobrentendidos, en la novela hay, según parece, una corriente sexual
subterránea que jamás llega a la superficie, pero que existe y que prefigura
que el chico será gay. Bogarde nunca tuvo problemas con expresar ambigüedades,
de modo que fue más decisión de los productores de asegurar el éxito que de forjar
otro antecedente al cine LGBT. Tuvieron razón en alejar el fantasma homosexual,
el film fue un éxito de proporciones, que con sugerencias de amores contravencionales
a la época quizá no lo habría sido tanto.
Fue el último film de Jon Whiteley (que completaría su carrera
actoral con dos breves participaciones televisivas en programas muy celebrados
por entonces, un policial que en Inglaterra son tan idiosincráticos como el té
y una de las centeneres de versiones de Robin Hood, ídem anterior. Hay niños actores
que hacen carrera como Natalie Wood o Roddy McDowall, otros se alejan de tablas
o reflectores como de la peste. A Jon Whiteley, el fuego sagrado de la
actuación se le apagó, si es que alguna vez estuvo prendido, los niños juegan,
que es la base imprescindible de actuar. Whiteley se puso a estudiar historia y
arte y se doctoró en Oxford, se casó, tuvo dos hijos y fue curador en importantes
museos, escribió, además, libros insignes sobre arte, Francia lo hizo caballero
de las Artes y las Letras en 2009 y murió a los 75 años en Oxford en 2020. Y aunque
siempre habló maravillas de Dirk Bogarde, su película favorita, entre las que
hizo, no fueron ninguna de las dos que filmó con él, sino la de Fritz Lang, Los
contrabandistas de Moonfleet. (Sé que yo no vengo a cuenta en nada, pero
como soy quien esto escribe y el que se tomó la molestia de ver las cinco que
hizo, digo sin dudar que mi favorita es Hunted! / Alma criminal) (Tomá,
te lo dije)
Gustavo Monteros
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