viernes, 15 de septiembre de 2023

Programa doble - Hoy: La velada más hermosa de mi vida - Un burgués pequeño, pequeño



Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: La velada más hermosa de mi vida – Un burgués pequeño, pequeño

 

En La più bella serata della mia vita / La velada más hermosa de mi vida (Ettore Scola, 1972) Alberto Sordi hace una de sus especialidades, un personaje que es vano, amoral, machirulo. Un tal Alfredo Rossi que anda por Suiza para cobrar un dinero que no se supone muy limpio. Cuando va a depositarlo, el banco ya ha cerrado y debe esperar hasta el día siguiente. En vez de ir al hotel donde se aloja, persigue con su auto a una bella motociclista con la intención de tener un encuentro sexual. Ella lo aleja de la ciudad y lo pierde entre las montañas. El auto se le descompone, pide auxilio y un carro lo deja en una especie de palacio fortificado, propiedad del conde de La Brunetière (Pierre Brasseur), un noble, exabogado de profesión, que viene de una cacería, acompañado de viejos colegas, como el exfiscal Zorn (Michel Simon), el exjuez Dutz (Charles Vanel) y el asesor legal Bouisson (Claude Dauphin). Todos lo invitan a pasar la noche en el castillo mientras le arreglan el auto. Y para que la cena sea más atractiva le proponen un juego, le harán unas preguntas para interiorizarse de su vida y lo juzgarán por algún delito que consideren haya cometido en algún momento de su vida. Alfredo Rossi, encantado de ser el centro de atención, contará más de una indiscreción y les fundamentará a estos viejos leguleyos más de una acusación penal. La cena es pantagruélica, literalmente, en comida y bebida. Y a pesar de los excesos etílicos, Rossi comienza a darse cuenta, de que el juicio no es tan juguetón como se pretende y quizá vaya más en serio de lo que quiere admitir. Esta extrañeza va ganando el ánimo del espectador y uno comienza a dilucidar hasta dónde es un juego, hasta dónde es realidad, si se trata de una comedia que los viejos y aburridos abogados montan para recuperar por un rato los laureles perdidos o si es un proceso legal un poco sui generis, pero formal y de condena firme. Mientras lo dilucidamos, se nos instala la pregunta de qué es en realidad un proceso legal, ¿una representación teatral o una convención ritual para impartir justicia? ¿En qué consiste lo que llamamos justicia? Cuando no se trata de una falta concreta, como el asesinato de alguien, el robo perpetrado o el abuso comprobado, ¿qué se juzga en realidad? ¿La intención, lo que elegimos entender o los prejuicios enquistados? La trama se basa en un relato de Friedrich Dürrenmatt, al que Scola profundiza con maestría para que surja con meridiana claridad la ironía encerrada en el título. ¿La más bella? Hum…

 

En un Un borghese piccolo piccolo / Un burgués pequeño, pequeño, (Mario Monicelli, 1977) Sordi redondea otro tipo de personaje al descrito arriba, aunque es asimismo otra de sus especialidades, un personaje gris, cauto, medroso. Aquí es un tal Giovanni Vivaldi, casado con Amalia (Shelley Winters) y con un hijo veinteañero, Mario (Vincenzo Crocitti) recién recibido de contador. Giovanni trabaja en una dependencia pública que se ocupa de las jubilaciones. Quiere que su hijo entre a una oficina igual a la suya, con un cargo igual al suyo conquistado después de toda una vida de trabajo, aunque en el caso del hijo, por el título universitario no será la culminación de una carrera, sino el inicio de un camino seguro y empinado, porque el Estado nunca se funde. Pero el puesto no se gana por acomodo sino por examen, al que se presentan miles de participantes de todo el país. Aunque para lograr alguna ventaja como asegurarse de que se lo puntee alto o de conocer los temas del examen, Giovanni no duda en chuparle las medias a su jefe, el Dr. Spaziani (Romolo Valli), que le recomienda que se haga masón. Para Giovanni esto transgrede sus creencias católicas de toda la vida, pero no duda ni un instante, para asegurar el futuro de su hijo atravesaría el fuego si fuera necesario. Se lo comprende, pertenecen al estamento más bajo de la clase media. Viven en un departamento chiquito, de una sola habitación, Mario duerme en el living-comedor, con un balcón a la autopista, el auto que poseen es viejo y modesto, tienen una casucha de fin de semana con un muelle mohoso y podrido que da a un lago o río, feo como el más feo de los lagos o ríos, la heladera del departamento está rota y no pueden cambiarla ni arreglarla y todos visten apenas decorosamente dignos, tanto que a fuerza de esmeros le sacan provecho a una vieja corbata de seda, que hace mucho tiempo pasó por lujosa. Es decir que, si Mario gana el puesto, muchas cosas mejorarían. Pero el destino no es piadoso y en un segundo un giro sorpresivo pone todo patas para arriba…Y Giovanni, por casualidad o designio superior, termina en juez y jurado de presuntos inocentes de arraigada culpabilidad. ¿Acaso el bosque elige derribar algunos árboles para mantener su fortaleza? ¿Acaso la naturaleza mantiene el equilibrio a mansalva y suprime lo que la debilita? O ¿es la mala suerte, a secas y sin pretensiones, la que determina quién gana y quién pierde? Estipulando de paso algún equilibrio de manutención o supervivencia. Algo así como que sobreviva el más fuerte…O no.

 

Alberto Sordi fue una estrella atípica, un capo-cómico de excepción, tanto en los resultados como en los talentos. El hombre no es muy agraciado de ver, la voz es de horrible a fea, y sus comportamientos corporales desconciertan o causan estupor. Pero le afloran por todos los poros una humanidad flagrante. Y su personaje puede ser un miserable como Alfredo Rossi o un chivo expiatorio (solo Dios sabe de qué) como Giovanni Vivaldi, pero Sordi sabrá redimirlos con la carcajada de quién sabe de qué va la vida (Alfredo Rossi) o con el golpe de quién castiga no para vengarse sino para poder seguir viviendo (Giovanni Vivaldi). En definitiva, a algunos actores no se los respeta por ser llamativamente lindos u ostensiblemente feos, sino por ser honradamente humanos.

Gustavo Monteros

 

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