jueves, 27 de diciembre de 2018

Lazzaro felice


Los paladares exquisitos que prefieren degustar el cine arte antes que el cine industrial se quejan de que en Netflix hay pocas opciones para ellos. Uno les recuerda los pocos títulos de cine arte, más para darles la razón que para contradecirlos.


Ahora que Netflix va a la caza de premios y prestigios, esa situación se está corrigiendo de a poco. A las pruebas me remito: La balada de Buster Scruggs de los hermanos Coen y Roma de Alfonso Cuarón. Y eso que menciono solo las producidas enteramente por la plataforma.


Entre las asociadas indirectamente está Lazzaro felice o como la bautizaron en anglosajón Happy as Lazzaro. Gran sorpresa este año en Cannes, en donde se quedó con el premio al mejor guión.


Lazzaro felice está escrita y dirigida por Alice Rohrwacher, que a pesar de los orígenes que podamos atribuirle al apellido es una hija dilecta, nacida y criada, en la Toscana. O sea italiana como la que más.


Leo por ahí que Lazzaro felice es una película en estado de gracia. No sé si tanto, pero que es bella y lograda, no hay duda. Arranca como un retrato realista crudo, y a uno le sale compararla o acercarla a las películas de los hermanos Taviani (Remember Padre Padrone, 1977?) o a las de Ermanno Olmi (Remeber L’albero degli zoccoli / El árbol de los zuecos, 1978?), pero al rato la cosa deriva para el lado de lo mágico y a uno le viene a la cabeza el Vittorio de Sica de Milagro en Milán, 1951 o el Roberto Rossellini de L’amore, 1948, pero no el de “La voz humana”, sino el de la segunda parte, en la que Anna Magnani está convencida de que lleva en el vientre al hijo de San José, y así, porque la cinefilia es eso, asociar recuerdos gratos.


Ante Lazzaro felice, lo mejor es dejarse llevar, por más que el cuento por momentos procure abarcar mucho terreno, como el de la crítica social o la sabiduría del folklore. Importa menos las etiquetas que podamos pegarle que la travesía en sí, porque en esencia es un viaje revelador por lo humano.


Lazzaro felice o Happy as Lazzaro, como fue mencionado puede verse en Netflix.

Gustavo Monteros

jueves, 20 de diciembre de 2018

Roma


En la vida de cada uno de nosotros hay dos historias, la que protagonizamos puertas adentro y la otra, la que atestiguamos o de la que participamos puertas afuera. La de puertas adentro se escribe injustamente con minúsculas, aunque sea la raíz de nuestras alegrías y dolores, y la de puertas afuera se escribe con mayúsculas, aunque a veces sea tan mezquina como injusta.


¿Cómo representarlas para que la pequeña esté a la misma altura de la grande? Alfonso Cuarón propone una respuesta: filmarla con grandes planos generales. Darle a la supuesta pequeñez la amplitud de la épica. Y no es una mala respuesta, todo lo contrario.


Roma es el nombre de un barrio mexicano y cuenta un año en la vida de dos mujeres, sirvienta y patrona. Y para una completa justicia poética, se cuenta la vida de la patrona desde la perspectiva de la sirvienta.


Cleo (Yalitza Aparicio) es una sirvienta cama adentro que goza (más que padece como suele ser la costumbre) de la promiscuidad de la servidumbre y se hace querer de puro noble, buena y generosa. Y la vemos trajinar de aquí para allá con la alegría de quien puede, en vez de con la condena de quien no tiene más remedio. Le tocó una buena familia y lo agradece.


Su señora, Sofía (Marina de Tavira) no tiene un buen año y si se permite algún grito o alguna injusticia, se debe a que ya no se aguanta más que por maldad.


Y hay, claro, un señor, Antonio (Fernando Grediaga), la madre de la señora, Teresa (Verónica García), cuatro chicos, uno de preescolar y tres de primaria (Marcos Graf, Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta y Daniela Demesa), otra cocinera/también mucama, Adela (Nancy García García) y un perro, Borras.


Dicen que Cleo recibió su nombre en referencia a Cléo de 5 a 7, esa vieja película de 1962 de Agnès Varda. No sé ni me interesa, siempre me lleve fatal con esta señora.


El año de la acción de Roma es 1970 y 1971, ya cuando el blanco y negro casi había desaparecido. Hasta los grandes maestros ya lo habían dejado atrás, algunos (Visconti, Fellini) más temprano que otros (Bergman, Kurosawa), pero por entonces, inicios de los setenta, ya casi todos filmaban en colores, adelanto técnico que el cine industrial abrazó con fervor ni bien pudo. Pero para Cuarón (cincuentón largo, nació en el 61) y para todos los que nos criamos con el cine clásico, el CINE, así con mayúsculas, es en blanco y negro. Además para la fecha evocada, Cuarón tenía 10 años, de modo que es una evocación de infancia, que debe tener mucho de autobiográfico, deduzco porque a propósito quise saber lo menos posible de esta película, para que me gustara o disgustara sin interferencia alguna.


Alfonso Cuarón, que se dio a conocer internacionalmente con la bella y sensible La princesita (1995), y siguió deslumbrando con Grandes esperanzas (1998), Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), Hijos del hombre (2006) y Gravedad (2013), es un mago de la imagen que aquí no solo reverdece sus laureles sino que los cultiva en nuevas cumbres.


Aunque no exige mucho del espectador salvo dejarse ganar por la historia, es cine de autor. Bah, sí, exige una cosa, adecuarnos al ritmo de su narración que no es el del apurado cine actual. En ese sentido es magistral la apertura, el baldeo de un pedazo de patio que puede parecer eterno, pero que en realidad nos está adaptando al detalle con el que se narrarán los hechos. Esta escena y la del cierre me traen a la memoria la ya legendaria Forrest Gump, porque como en ese film de 1994 de Robert Zemeckis, las escenas de apertura y de cierre hacen al sentido de lo que se quiere contar y me callo, porque si revelara algo más sería imperdonable.


Roma tiene más nominaciones para la temporada de premios que propiedades el aloe vera. Y si bien se disfrutaría a lo grande en la sala de un cine, gracias a su productora, Netflix, puede verse en dicha plataforma.


Cuando se esté con ánimo de descubrir una obra de arte imperecedera, no debe perdérsela. Es bella y emocionante, combinación si no perfecta, casi.

Gustavo Monteros

jueves, 13 de diciembre de 2018

Legítimo rey


Si alguna vez después de ver Corazón valiente (Braveheart, Mel Gibson, 1995) te preguntaste qué pasó en Escocia después de la derrota de William Wallace a manos del inglés Eduardo II, Legítimo rey (Outlaw King, David Mackenzie, 2018) te da la respuesta. (Bueno, uno se pregunta cada pavada que bien podemos preguntarnos esto…)


Los ingleses exageran en esto de aprovechar la victoria y más temprano que tarde se desata una revuelta, esta vez encabezada por Robert Bruce (Chris Pine).


El escocés Mackenzie que viene descollando desde El joven Adam (2003) excelente film protagonizado por Tilda Swinton, Ewan McGregor y Peter Mullan y que conoció la gloria y la pompa de los Óscars con Sin nada que perder (Hell or High Water, 2016) muy atendible historia de venganza con Jeff Bridges, Chris Pine, Ben Foster y Gil Birmingham como el inolvidable Alberto Parker, se destaca ahora con esta crónica histórica, dirigida con buena rienda y buen ritmo.


Dos cosas descuellan alto, la labor de los actores, la del protagonista Chris Pine (su mejor trabajo hasta la fecha), la delicia que es verlo trabajar y ser muy libre a Aaron Taylor-Johnson (Kick-ass 1 y 2 (2010 y 2013), Mi nombre es John Lennon (2009), Albert Nobbs (2011), Salvajes (2012), Anna Karenina (2012), Animales nocturnos (2016)) y corroborar el talento de Florence Pugh (que nos deslumbrara con Lady Macbeth (2016). La segunda cosa que sobresale es la escena de la batalla. Gracias a los avances técnicos desde Rescatando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) las guerras han recuperado horror y ferocidad y evidencian con toda crudeza esas grandes matanzas históricas, a las que el cine aludía más que reflejaba. Ahora no, ya se pueden recrear las peores batallas con todos sus cruentos pormenores. Aquí, por lanzas, caballos y banderines se acerca al magnífico episodio 9 de la temporada 6 de Games of Thrones, La batalla de los bastardos (Miguel Sapochnik, 2016). Tiene esa misma impronta de salvajismo, inmediatez, suciedad, apoteosis.


Legítimo rey puede verse en Netflix.


Ya que abrimos con pregunta, cerramos con pregunta. El título en inglés es casi el opuesto perfecto al título elegido para Brasil y Argentina, outlaw es forajido o sea una traducción apropiada habría sido El rey forajido. El que eligieron para España, se le acerca más: El rey proscripto. Entonces, ¿de dónde saca Netflix la legitimidad? Sabrá Dios y el que decidió “Legítimo”…

Gustavo Monteros 

jueves, 6 de diciembre de 2018

En carne propia


Sulla mia pelle (En mi propia carne, Alessio Cremonini, 2018) cuenta la para nada increíble y sí muy triste historia de Stefano Cucchi (Alessandro Borghi), un joven adicto en recuperación que es detenido por unos carabineros romanos por tener droga encima, y que es golpeado por los mismos porque sí, porque creen que se lo pueden permitir. La paliza terminará muy mal ya que le provocará la muerte al pobre Stefano, y que diga esto no es ningún spoiler, solo describo la primera escena.


Sin duda se trata de un caso muy conocido por los italianos, de ahí que no se pretenda crear ningún suspenso sobre el destino de Stefano, sino que el tema de la película pasa por recrear su lento calvario. En tan solo unos días, entre un sábado y un jueves, el cuerpo de Stefano irá perdiendo fuerza y funciones hasta decir basta.


Y descubriremos también como el sistema judicial o procedimental está peleado con la lógica o con el sentido común, o sea que cae dentro de lo que se califica como kafkiano. Entre los grandes logros de esta película figuran unos retratos descarnados no solo de las cárceles y hospitales sino de la familia. Se los muestra con todas sus falencias a cuestas. Por más que por coherencia interna el film esté a favor de Stefano, en ningún momento se lo idealiza, se lo santifica. Tampoco se disculpa a la familia.


Para jugar con otro título de novela de García Márquez, asistimos prácticamente a la crónica de una muerte anunciada. A cada paso diremos que si Stefano hacía esto, que si la familia hacía aquello otro, que si los primeros camilleros que lo atienden hubieran insistido, que si aquel guardia cárcel hubiera avisado, que si la  jueza hubiera levantado la vista, pero no, todos hicieron lo que hicieron, reaccionaron como pudieron y nadie pude evitar que Stefano se desbarrancara en la muerte.


Una reflexión última, siempre miramos este tipo de películas, los conversos, los que estamos en contra de toda violencia institucional gratuita, cuando en realidad deberían verlas, los que están a favor de la mano dura, de la pena de muerte, los que se llenan la boca con que hay que matar al diferente, al marginal, al delincuente. Hay que ver si serían tan fervorosos defensores de esos horrores, si vieran lo que pasa cuando se advoca el quiebre de los derechos básicos. Porque lo que uno termina por concluir es que si la ausencia de derechos es ley, todos pasamos a ser potenciales víctimas, que ya nada queda para protegernos.


En estos tiempos en que se discute si está bien dispararle por la espalda a un supuesto malhechor, En mi propia carne adquiere una alarmante pertinencia.


En resumen, En mi propia carne es un excelente y conmovedor alegato contra la violencia institucional y puede verse en Netlfix.  

Gustavo Monteros