viernes, 28 de abril de 2023

Festival LGBTQ+ - Séptima jornada


 

La séptima jornada del Festival LGBTQ+ que me organicé está compuesta de tres películas francesas. La primera es Plaire, aimer et courir vite (Christophe Honoré, 2018). Estamos en 1993, Jacques (Pierre Deladonchamps) es un escritor HIV positivo. Orbitan a su alrededor, Louis, su hijo de 10 años (Tristan Farge) y la mujer con que lo tuvo, Nadine (Adèle Wismes) y Mathieu (Denis Podalydès) un periodista que vive en el piso de arriba. Jacques está bien, pero como los tratamientos no eran tan efectivos como ahora, sabe que puede decaer irremediablemente de un momento a otro. Marco (Thomas Gonzalez) un examante también con HIV está en las etapas finales y esto deprime a Jacques y acelera su declive. Lo revive un poco su pasión por Arthur (Vincent Lacoste) un joven estudiantes de Rennes, al que conoció cuando fue a esa ciudad a ver los ensayos de una obra suya. Dura dos horas con doce minutos y yo sentí todos y cada uno de ellos. Por dos motivos principales: la tradición francesa, que se remonta unos cuantos siglos atrás y que no tiene fecha de cierre, de racionalizar los sentimientos, larguísimas consideraciones sobre lo que les pasa y no, sobre si lo que sienten es lo que sienten, si es que de verdad sienten o si les parece que sienten lo que deberían estar sintiendo y así. Y dos, porque los personajes principales, en realidad todos, salvo el chico, son unos tremendos narcisistas enamoradísimos de los personajes que creen ser, lo que dificulta o imposibilita, al menos en mi caso, identificarme con ellos. Ojo, es una buena película, que yo no pueda apreciarla en todo su valor, es mi problema, no atribuible en nada a trama, tratamiento y logros de la película. Como me gusta decir, solo no es para mí.



Sigo, con mucho temor, con Jours de France (Jérôme Reybaud) porque temo que, por iguales motivos, me pase lo que me pasó con el film anterior. Pero no, termina por gustarme y mucho. Pierre (Pascal Cervo) abandona la casa que comparte con Paul (Arthur Igual) para lanzarse a la carretera con su Alfa Romeo de alta gama y dejarse guiar por el capricho del momento. Activa su aplicación grindr eso sí, porque por el camino no quiere privarse de los hombres interesantes que pueda ir conociendo en el sentido bíblico, claro. La película maneja muchos puntos suspensivos, que irán aclarándose a medida que el film avanza. Es una road movie con levantes gay. Pero los encuentros sexuales no serán los únicos determinantes de su itinerario, como lo demuestra el desvío para socorrer a Diane (Fabienne Babe), una cantante que se gana la vida dando shows en geriátricos, a la que se le quedó el auto a medio camino de un compromiso. También se topará con una exdocente suya de literatura del secundario (Nathalie Richard), una ladrona (Laetitia Dosch), además tendrá una reveladora conversación telefónica con su tía, una actriz veterana a la que la frecuentación con su arte le ha dado no solo un incansable histrionismo sino una gran sabiduría (la irrepetible Lilian Montevecchi en su última participación para el cine, Death, be not proud). Y habrá unos cuantos hombres, muy entrañables en sus peculiaridades, que viven su sexualidad de una manera diferente a los gays de las grandes ciudades. Paul no se quedará de brazos cruzados y con la ayuda de la aplicación mencionada, buscará a Jacques por los caminos, lo que sumará personajes a la galería de retratos atendibles. Dura dos horas con diecisiete minutos y no los sentí, se me pasaron volando.




Cruzo los dedos para que la suerte me dure y me pase con la tercera lo que me pasó con la segunda y no como con la primera. Ni tanto ni tan poco. Été 85 es el François Ozon de 2020. Los dos Ozon anteriores, L’amant doublé (2017) y Grâce à Dieu (2018) me habían aburrido un poco. De nuevo, culpa mía, no de Ozon, pero uno también tiene sus gustos, qué embromar. En 1985, el adolescente Alexis (Félix Lefebvre) es rescatado por David (Benjamin Voisin), otro adolescente apenas un par de años mayor, de un mar tormentoso cuando su botecito dio una vuelta de campana. Nacerá una amistad que derivará en una arrolladora iniciación de Alexis al erotismo homosexual, David, sospechamos, viene más curtido. Pero los problemas en el paraíso no tardarán en llegar y la historia de amor se abrirá ¿al policial? Algo así. Literatura para adolescentes que no se transcribe del todo bien a la pantalla. Por más que solo el universo adolescente puede albergar a esta historia, hay vueltas de tuerca que suenan falsas incluso en este universo tan elástico. Los adolescentes por estar en edad de transiciones se prestan, en manos de algunos autores, para justificar las conductas psicológicas más traídas de los pelos. No es este el caso, pero casi. Debo reconocer, eso sí, que esta vez no me aburrí.

Gustavo Monteros

viernes, 21 de abril de 2023

Festival LGBTQ+ - Sexta jornada

Inicio mi sexta jornada del festival LGBTQ+ con Moneyboys (2021), opera prima de C.B.Yi. Fei (Kai Ko) parece haber nacido para la profesión que por accidente le toca ejercer: trabajador sexual especializado en hombres. Tiene la mezcla exacta de narcisismo (para que los gajes del oficio no lo afecten demasiado) y capacidad para distanciarse, deshumanizarse y desentenderse así de pasiones que desata). Estas ventajas lo ayudan para sobrellevar los inconvenientes de prostituirse, pero le impiden reconocer a tiempo el amor. Primero el de Xioalai (J.C. Lin), un compañero de profesión que para escaparse del tráfico sexual o en una manera autodestructiva de expresar su amor por Fei, o porque no puede manejar los celos, llevará a cabo una acción de venganza contra uno de los clientes de Fei. Esta acción me confunde, o es una cuestión cultual que no sé leer, o tengo falencias para entender algunos comportamientos de autoinmolación. Como sea, es mi problema y no el de ustedes. Fei, más adelante, tampoco sabrá ver a tiempo el amor de Long (Yufan Bai), un amigo del pueblo que se le aparecerá en Taipei para que lo ayude a mejorar su situación económica. Fei le encontrará un trabajo esclavizador en un comedero, al que Long más temprano que tarde mandará al demonio, porque quiere hacer lo que Fei hace, porque no es secreto para nadie salvo para Fei, además lo admira hasta la idolatría y lo ama en secreto desde siempre. Fei elige verse como un proveedor de su familia, hace lo que hace para que ellos, lejos en su pueblo, vivan bien. Los familiares aceptan el dinero, pero cuando Fei los visita no pueden hacer la vista gorda a la profesión de Fei y lo atacan con moralinas ancestrales (si necesitan ejemplos mayúsculos de hipocresía, aquí hay uno). Ya lo sabía Emile Zola y todos los naturalistas, pocas cosas desatan más morbo que los entretelones de la prostitución, C.B.Yi nos entrega un retrato frío y elegante, un poco distante como su protagonista nada empático, pero nunca perdemos el interés, ya sea por morbo o por culpa de su talento.



Sigo con Große Freiheit  o Great Freedom (Sebastian Meise, 2021) considerada con justa razón una de las mejores películas de dicho año. El título es de una ironía punzante. Hans Hoffman (Franz Rogowski) es víctima reincidente de la infame ley alemana llamada el Párrafo 175 que criminalizaba la homosexualidad y la castigaba con cárcel efectiva. Esta historia se cuenta en tres tiempos, en 1945, en 1957 y en 1968. Y salvo en tres momentos claves, transcurre el resto del tiempo en la cárcel. Hans no resignó su sexualidad y vio la ironía trágica de salir en 1945 de un campo de concentración para terminar en una cárcel de la ocupación, (en la Berlín dividida, a él le tocaron los norteamericanos). Tiene que compartir la celda con Viktor (Georg Friedrich) un homófobo violento, pero no estúpido ni insensible. Iniciarán una amistad que derivará en unas cuantas cosas. El período de 1957 estará dominado por el amor que Hans siente por Oskar (Thomas Prenn). Y el de 1968 por la relación que establece con Leo (Anton von Lucke). Alguien dijo en broma que no es ni por lejos la habitual película de cárcel ni la típica historia de amor. Broma acertadísima que esconde una verdad irrefutable. Es una película extraordinaria con un momento inolvidable que conmueve al más pintado. No está al final, pero va a parar al cajón de la memoria imborrable donde están el final de El francotirador y el de Umberto D.

Hablando de finales, tanto Moneyboys como Great Freedom tienen un final no cerrado del todo. No es que sea abierto, para nada, es fácil descubrir para donde van los tiros, pero sus cineastas eligieron por los motivos que sean no cerrar sus historias con claridad. Lo respeto, pero no de mi preferencia. La bajada del telón final es un arte que no hay que resignar. Perdón, es lo que creo.


 
Termino esta sexta jornada con Animals, dirigida por Nabil Ben Yadir, filmada en 2018 y estrenada pandemia mediante en 2021. Película difícil de ver como pocas. Registra el crimen de odio contra Ihsane Jarfi de 32 años de edad en 2012 en la ciudad de Lieja, Bélgica. Jarfi fue muerto a golpes por cuatro hombres. Su cuerpo fue encontrado en un descampado dos semanas más tarde a su fallecimiento con 17 fracturas en las costillas y otras heridas graves. Tres de sus asesinos obtuvieron sentencias de por vida y el cuarto una pena de 30 años de prisión. Estos datos no son mencionados en la película, que comete el error de suponer que por ser un caso famoso en Bélgica es igual de conocido en el resto del mundo. De todos modos los nombres están cambiados, quizá algunas circunstancias también por necesidades dramáticas, aunque no falte el cartelito de Basado en hechos reales.

La primera media hora es angustiante pero visible. Brahim (Soufiane Chilah) aiste al cumpleaños de su madre, fiesta familiar muy concurrida. Todos pertenecen a la religión islamista. Brahim invitó a su pareja de cinco años para que su madre lo conozca al menos, no planea blanquear la relación sobre todo porque su hermano mayor, el único que sabe que es gay se lo tiene prohibido, pero la esposa del hermano los vio en el centro y no para de azuzar a que se diga lo indecible y se eche al “infiel degenerado” El hermano jura que la esposa no se lo contó a nadie, pero otra de las cuñadas trata mal a Brahim y una de las invitadas a la fiesta lo mira con agresividad. Thomas, la pareja de Brahim no llegará porque el hermano se lo impidió golpeándolo y agarrándolo del cuello. Brahim se irá del cumpleaños y buscará a Thomas en un boliche gay que frecuentan. No está, en la puerta logra que cuatro matones en un auto que molestan a una mujer, dejen de hacerlo, los patoteros le preguntan si en el lugar hay “vaginas”, Brahim les dice que sí, pero que no están disponibles para ellos. Cree reconocer al chico que está sentado detrás, lo saluda, se ofrece a indicarles un lugar con “vaginas” dispuestas y ¡se sube al auto! Una cosa lleva a la otra, un comentario airado a otro y comienza la violencia contra Brahim. La siguiente media hora es muy difícil de ver y roza lo insoportable. El crimen es recreado con atroz eficacia. Abandonado el cuerpo, la cámara se concentra en el chico que Brahim creyó reconocer. Lo dejan en la casa. Tiene los nudillos heridos y la ropa cubierta de sangre. Come algo, acaricia al perro y cuando se da cuenta de la sangre que lo mancha, se saca la ropa y la tira a la basura, después volverá a sacarla e intentará lavarla ¡a mano! El chico va a su cuarto y se viste como para ir a misa. La madre ya está despierta, es una mujer postrada que mira televisión. Su padrastro le pregunta dónde va. El chico le dice que ya sabe. El hombre se pone muy violento y le dice que no se ponga guarango, que está a su cargo, que él paga los medicamentos de su madre y por la manutención de todos. El chico se va, pero no llega a una iglesia, sino a un salón de fiesta, lo ponen a preparar mesas, su padre verdadero ya había anunciado que ayudaría al personal del salón. Es que en ese día, el padre celebra en ese salón su casamiento con otro hombre. Los últimos 20 minutos son sobre el chico en la fiesta. ¿Las películas sobre crímenes de odio son necesarias? Muchos creen que sí. Y yo no me pongo de acuerdo conmigo mismo. Algo es seguro, durante varios días me preguntaré por qué Brahim se subió a ese auto. La violencia de esos cuatro era tan evidente, que ¿por qué?, ¿por qué? Solo Brahim lo sabe y ya no nos lo puede decir.

Fin de la sexta jornada.

Gustavo Monteros 

viernes, 14 de abril de 2023

Festival LGBTQ+ - Quinta jornada


 

Inicio la quinta jornada de mi festival LGBTQ+ con In from the side (Matt Carter, 2022). Dos rugbiers del mismo club, uno de la liga amateur, Mark (Alexander Lincoln) y el otro del equipo profesional, Warren (Alexander King) pasan de las miradas lejanas en un tercer tiempo en un pub a una apasionada noche de sexo. El problema es que ambos están en pareja. Warren con un compañero del equipo profesional, John (John McPherson) y Mark con Richard (Alex Hammond) un ejecutivo de alto rango que viaja mucho. Y lo que iba a ser cosa de una sola noche se convierte en relación, pero ¿hasta dónde están dispuestos a llegar? Mark tiene dentro de su equipo un lastre, Henry (William Hearle) un amigo afecto carenciado que dice estar enamorado de él, y que apaga sus frustraciones con litros de alcohol, y que para colmo es conocido y excompañero de John. Y orbita por ahí un jugador mediocre, envidioso que oficia de perro del hortelano, Gareth (Carl Loughlin) Y lo que en un principio parece una comedia romántica decanta en drama de infidelidades.


Tres características sobresalen. La homosexualidad está integrada, naturalizada, nadie se mosquea porque un alto porcentaje del equipo sea gay, y hablen de sus parejas, se toquen y besen en público, etc. En este casi utópico estado de situación, se diría que está equiparada a la heterosexualidad. Hay una militancia diferente a la habitual, en la que siempre se pone el subrayado en la discriminación, la no aceptación, la homofobia. Aquí hay una especie de épater le bourgeois no desde la confrontación sino desde la naturalización. La convivencia con el homosexualismo es vivida por los que no lo son sin conflicto ni violencia. Dos, el amor es amor y los problemas de relación son los problemas de relación, y en esta equiparación de relaciones homo y hétero, el conflicto presentado no variaría en lo más mínimo si pusiéramos hombre y mujer en vez de dos hombres. Puede que en las parejas homosexuales, la monogamia no sea sine qua non sino solo otra opción, puede que la propensión a abrir la pareja sea más habitual que proverbial, pero como señala el personaje de la madre de Mark, lo que nace del engaño no engendra sino más engaños y mentiras. Sea como sea la pareja, si algo se le oculta al otro es traición, aunque lo disimulemos con palabras menos poderosas. Y tercero, llama la atención el nivel de la producción, se ve que se contó con un presupuesto generoso, que no se escatimaron gastos, que se filmó lo que se quiso como se quiso, lo que no es frecuente en filmes de temática LGBTQ+.


Continuo la jornada, créase o no, con una producción Disney (los que nos criamos con los domingos de Disneylandia nos da un poquito de escozor, esta apertura de la empresa del ratón, uno jamás hubiera sospechado que los antaño propulsores de la familia tradicional más rancia adhieran ahora a la nueva normalidad con igual entusiasmo, sé que van con el mundo, pero si este diera la vuelta atrás, serían los primeros en renegar de lo que hicieron, en el fondo no son de confiar). La película se llama Better Nate than ever (Tim Federle, 2022) y juega con el nombre del pibe protagonista y la frase hecha Better late than ever, Mejor tarde que nunca.


Nate (Rueby Wood) es un adolescente queer. Él no lo sabe o no lo asume todavía, pero todo su entorno sí. Adora tanto la comedia musical que concibe la vida en esos términos, vive su realidad como si en cualquier momento pudiera interrumpirla con un número musical que exprese en forma inmejorable lo que siente. Hay aquí un lugar común que la película abraza con fervor. El musical tiende a atraer a una mayoría gay, pero no exclusivamente, muchos heterosexuales aman los musicales y no conciben la vida en esos términos. No sabemos si Nate será gay, por eso prefiero decirle queer, las elecciones o las afinidades sexuales son harina de otro costal (elijo creer que al menos eso aprendimos) Lo que es seguro es que Nate no siente todavía impulsos sexuales. Su mundo tiene otras urgencias, ser elegido protagonista del musical que harán en la escuela, por ejemplo. Pero, pobre, no solo no es elegido para ser Lincoln en Lincoln, el musical no autorizado sobre su vida, sino que es relegado a árbol. En principio no debería desmoralizarse tanto en La bella y la bestia hay teteras, cómodas, candelabros con canciones que resuenan, pero no parece ser lo que este Árbol le depara. Su socia, amiga y compañera de escuela, Libby (Aria Brooks) combate su desaliento con una noticia que contrarrestará todo. En Broadway harán un casting para Lilo y Stich, el musical, claro, hay un pequeño problema de logística, ellos viven en Pensilvania, son menores y sus padres no son muy Broadway que digamos. Por supuesto se escaparán, pero como es vox populi  Nueva York es una ciudad peligrosa, para mantener un mínimo de credibilidad, Nate tiene allí una tía por parte de madre, Hedi (Lisa Kudrow) que para beneficio de la historia está distanciada de su hermana desde hace años por unos desplantes que ya nadie recuerda o que más bien le asignan una importancia misteriosa (suele pasar, el tiempo decrece la trascendencia asignada en su momento a hechos y eventos que van perdiendo día tras día su importancia hasta ser lo que siempre fueron: nimiedades). Y entonces…(el resto no es muy difícil de adivinar y uno puede ir tachando los cuadritos con las suposiciones cumplidas a medida que el argumento se desarrolla, pero la originalidad no es lo que cuenta sino la arrolladora simpatía de Nate, Libby y la tía Hedi. En el reparto hay guiños permanentes al Broadway mítico que se celebra y fortalece, todos estos actores tuvieron su momento de gloria en el spot en algún escenario de la calle de los teatros. Agradable y aunque es previsible no ofende la inteligencia.



Y para culminar esta jornada veo Potato dreams of America (West Hurley, 2021) La película más peculiar de este festival hasta la fecha. Potato (Hersh Power) es un niño que sobrevive como puede en la Vladivostok de la Perestroika, juega con los chicos del barrio, después padece el maltrato que le propinan, la abuela lo llena de conceptos que lo aterrorizan aunque la señora los enuncie con la intención de fortificarlo, su padre es un borracho abusivo y el novio que lo reemplaza es un neurótico irresponsable al que aceptan porque viene con una tele a color, en la escuela el cuadro de Lenin está vivo y le hace guiños, gestos y otros comentarios faciales. Por su parte, la madre, Lena (Sera Barbieri) es una médica en una cárcel y sus jefes pretenden que haga pasar como accidentes las defunciones producto de las torturas y padece los novios posibles y a su peculiar madre (Lea DeLaria). Todo esto está contado con la lógica y estética de un programa televisivo de sketches cómicos. Escenografías toscas, chistes burdos, actuaciones caricaturescas, planos fijos, luces erráticas, etc. Y como la salvación es representada con el espejismo de los Estados Unidos, Lena se propuso como novia por correspondencia y se casó con John (Dan Lauria). Ahora Potato es un adolescente y lo encarna Tyler Bobock y ya que estamos en cambios, Lena en yanquilandia pasa a ser interpretada por Marya Sea Kaminski. Y hay también un cambio estético en la película, los autos son autos, las casas son ídem y no escenografías, la escuela es escuela y el video club eso mismo precisamente. Pero el supuesto paraíso está lleno de alimañas y nada es fácil. El estilo de actuación también cambia, es más sentido, estilizado, sí, pero inclinado al naturalismo, las lágrimas son lágrimas y las risas, risas. Y se llega al desenlace que ofrece unas cuantas rarezas como sacadas de cuentos desmelenados, pero cuando llegamos a los títulos del final sabremos que lo que vimos, pasó, que nos contaron hechos reales en los estilos descriptos. Y uno se sorprende doblemente, porque todo haya sido verdad y por el modo de contarlo, nos han domado con las biopic en estilo Hallmark o Billiken y sus cercanías que uno se pregunta, si tuviéramos que contar nuestras vidas, qué estilo elegiríamos.


West Hurley, el director y guionista de Potato Dreams of America nació en Rusia y ahora es de nacionalidad canadiense. Entre cortos, películas para televisión, pseudo documentales y películas de ficción va armando un currículum atendible. El estilo burdo, aleatorio, crudo, de pastiche es claramente elegido y cultivado. Almodóvar comenzó así y fue puliendo sus medios de expresión hasta ser el director de estilo personal e intransferible que es hoy. ¿West Hurley hará algo parecido? Veremos si persiste.

Fin de la quinta jornada

Gustavo Monteros

viernes, 7 de abril de 2023

Hiatus Pascual

 Aquí conocida como Intermezzo lírico (¡?) en realidad Easter Parade (Charles Walters, 1948) Judy Garland, Fred Astaire. ¡Felices Pascuas!