viernes, 14 de abril de 2023

Festival LGBTQ+ - Quinta jornada


 

Inicio la quinta jornada de mi festival LGBTQ+ con In from the side (Matt Carter, 2022). Dos rugbiers del mismo club, uno de la liga amateur, Mark (Alexander Lincoln) y el otro del equipo profesional, Warren (Alexander King) pasan de las miradas lejanas en un tercer tiempo en un pub a una apasionada noche de sexo. El problema es que ambos están en pareja. Warren con un compañero del equipo profesional, John (John McPherson) y Mark con Richard (Alex Hammond) un ejecutivo de alto rango que viaja mucho. Y lo que iba a ser cosa de una sola noche se convierte en relación, pero ¿hasta dónde están dispuestos a llegar? Mark tiene dentro de su equipo un lastre, Henry (William Hearle) un amigo afecto carenciado que dice estar enamorado de él, y que apaga sus frustraciones con litros de alcohol, y que para colmo es conocido y excompañero de John. Y orbita por ahí un jugador mediocre, envidioso que oficia de perro del hortelano, Gareth (Carl Loughlin) Y lo que en un principio parece una comedia romántica decanta en drama de infidelidades.


Tres características sobresalen. La homosexualidad está integrada, naturalizada, nadie se mosquea porque un alto porcentaje del equipo sea gay, y hablen de sus parejas, se toquen y besen en público, etc. En este casi utópico estado de situación, se diría que está equiparada a la heterosexualidad. Hay una militancia diferente a la habitual, en la que siempre se pone el subrayado en la discriminación, la no aceptación, la homofobia. Aquí hay una especie de épater le bourgeois no desde la confrontación sino desde la naturalización. La convivencia con el homosexualismo es vivida por los que no lo son sin conflicto ni violencia. Dos, el amor es amor y los problemas de relación son los problemas de relación, y en esta equiparación de relaciones homo y hétero, el conflicto presentado no variaría en lo más mínimo si pusiéramos hombre y mujer en vez de dos hombres. Puede que en las parejas homosexuales, la monogamia no sea sine qua non sino solo otra opción, puede que la propensión a abrir la pareja sea más habitual que proverbial, pero como señala el personaje de la madre de Mark, lo que nace del engaño no engendra sino más engaños y mentiras. Sea como sea la pareja, si algo se le oculta al otro es traición, aunque lo disimulemos con palabras menos poderosas. Y tercero, llama la atención el nivel de la producción, se ve que se contó con un presupuesto generoso, que no se escatimaron gastos, que se filmó lo que se quiso como se quiso, lo que no es frecuente en filmes de temática LGBTQ+.


Continuo la jornada, créase o no, con una producción Disney (los que nos criamos con los domingos de Disneylandia nos da un poquito de escozor, esta apertura de la empresa del ratón, uno jamás hubiera sospechado que los antaño propulsores de la familia tradicional más rancia adhieran ahora a la nueva normalidad con igual entusiasmo, sé que van con el mundo, pero si este diera la vuelta atrás, serían los primeros en renegar de lo que hicieron, en el fondo no son de confiar). La película se llama Better Nate than ever (Tim Federle, 2022) y juega con el nombre del pibe protagonista y la frase hecha Better late than ever, Mejor tarde que nunca.


Nate (Rueby Wood) es un adolescente queer. Él no lo sabe o no lo asume todavía, pero todo su entorno sí. Adora tanto la comedia musical que concibe la vida en esos términos, vive su realidad como si en cualquier momento pudiera interrumpirla con un número musical que exprese en forma inmejorable lo que siente. Hay aquí un lugar común que la película abraza con fervor. El musical tiende a atraer a una mayoría gay, pero no exclusivamente, muchos heterosexuales aman los musicales y no conciben la vida en esos términos. No sabemos si Nate será gay, por eso prefiero decirle queer, las elecciones o las afinidades sexuales son harina de otro costal (elijo creer que al menos eso aprendimos) Lo que es seguro es que Nate no siente todavía impulsos sexuales. Su mundo tiene otras urgencias, ser elegido protagonista del musical que harán en la escuela, por ejemplo. Pero, pobre, no solo no es elegido para ser Lincoln en Lincoln, el musical no autorizado sobre su vida, sino que es relegado a árbol. En principio no debería desmoralizarse tanto en La bella y la bestia hay teteras, cómodas, candelabros con canciones que resuenan, pero no parece ser lo que este Árbol le depara. Su socia, amiga y compañera de escuela, Libby (Aria Brooks) combate su desaliento con una noticia que contrarrestará todo. En Broadway harán un casting para Lilo y Stich, el musical, claro, hay un pequeño problema de logística, ellos viven en Pensilvania, son menores y sus padres no son muy Broadway que digamos. Por supuesto se escaparán, pero como es vox populi  Nueva York es una ciudad peligrosa, para mantener un mínimo de credibilidad, Nate tiene allí una tía por parte de madre, Hedi (Lisa Kudrow) que para beneficio de la historia está distanciada de su hermana desde hace años por unos desplantes que ya nadie recuerda o que más bien le asignan una importancia misteriosa (suele pasar, el tiempo decrece la trascendencia asignada en su momento a hechos y eventos que van perdiendo día tras día su importancia hasta ser lo que siempre fueron: nimiedades). Y entonces…(el resto no es muy difícil de adivinar y uno puede ir tachando los cuadritos con las suposiciones cumplidas a medida que el argumento se desarrolla, pero la originalidad no es lo que cuenta sino la arrolladora simpatía de Nate, Libby y la tía Hedi. En el reparto hay guiños permanentes al Broadway mítico que se celebra y fortalece, todos estos actores tuvieron su momento de gloria en el spot en algún escenario de la calle de los teatros. Agradable y aunque es previsible no ofende la inteligencia.



Y para culminar esta jornada veo Potato dreams of America (West Hurley, 2021) La película más peculiar de este festival hasta la fecha. Potato (Hersh Power) es un niño que sobrevive como puede en la Vladivostok de la Perestroika, juega con los chicos del barrio, después padece el maltrato que le propinan, la abuela lo llena de conceptos que lo aterrorizan aunque la señora los enuncie con la intención de fortificarlo, su padre es un borracho abusivo y el novio que lo reemplaza es un neurótico irresponsable al que aceptan porque viene con una tele a color, en la escuela el cuadro de Lenin está vivo y le hace guiños, gestos y otros comentarios faciales. Por su parte, la madre, Lena (Sera Barbieri) es una médica en una cárcel y sus jefes pretenden que haga pasar como accidentes las defunciones producto de las torturas y padece los novios posibles y a su peculiar madre (Lea DeLaria). Todo esto está contado con la lógica y estética de un programa televisivo de sketches cómicos. Escenografías toscas, chistes burdos, actuaciones caricaturescas, planos fijos, luces erráticas, etc. Y como la salvación es representada con el espejismo de los Estados Unidos, Lena se propuso como novia por correspondencia y se casó con John (Dan Lauria). Ahora Potato es un adolescente y lo encarna Tyler Bobock y ya que estamos en cambios, Lena en yanquilandia pasa a ser interpretada por Marya Sea Kaminski. Y hay también un cambio estético en la película, los autos son autos, las casas son ídem y no escenografías, la escuela es escuela y el video club eso mismo precisamente. Pero el supuesto paraíso está lleno de alimañas y nada es fácil. El estilo de actuación también cambia, es más sentido, estilizado, sí, pero inclinado al naturalismo, las lágrimas son lágrimas y las risas, risas. Y se llega al desenlace que ofrece unas cuantas rarezas como sacadas de cuentos desmelenados, pero cuando llegamos a los títulos del final sabremos que lo que vimos, pasó, que nos contaron hechos reales en los estilos descriptos. Y uno se sorprende doblemente, porque todo haya sido verdad y por el modo de contarlo, nos han domado con las biopic en estilo Hallmark o Billiken y sus cercanías que uno se pregunta, si tuviéramos que contar nuestras vidas, qué estilo elegiríamos.


West Hurley, el director y guionista de Potato Dreams of America nació en Rusia y ahora es de nacionalidad canadiense. Entre cortos, películas para televisión, pseudo documentales y películas de ficción va armando un currículum atendible. El estilo burdo, aleatorio, crudo, de pastiche es claramente elegido y cultivado. Almodóvar comenzó así y fue puliendo sus medios de expresión hasta ser el director de estilo personal e intransferible que es hoy. ¿West Hurley hará algo parecido? Veremos si persiste.

Fin de la quinta jornada

Gustavo Monteros

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