viernes, 28 de julio de 2023

Programa doble - Hoy: Vida de perros - Aquí río yo



 

Programa doble: sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Vida de perros – Aquí río yo

 

El teatro es a la vez un templo pagano de deidades efímeras y un rito pernicioso que, en su esplendor pasajero, sella destinos trágicos o tangueros, tanto de oficiantes como de integrantes del público.

 

Vitta da cani / Vida de perros (Mario Monicelli / Steno, 1950) y Qui rido io / Aquí río yo (Mario Martone, 2021) hacen del teatro su razón de ser.

 

En Vida de perros, salvo el prólogo que presenta a uno de los personajes, toda la acción transcurre entre dos viajes en tren que llevan a una compañía de revistas en gira por el interior de Italia a fines de los cuarenta. Y si bien parece centrarse en las andanzas y trapisondas del capo cómico, Nino Martoni (Aldo Fabrici), ilustra en realidad las peripecias que determinan la suerte de tres chicas del elenco: la bailarina Vera (Delia Scala), la abre telones Franca (Tamara Lees) y la inesperada vedette Margherita, luego Rita Buton (Gina Lollobrigida). Una logrará el estrellato, otra la dicha conyugal y la tercera el romance con la muerte. Tres cosas llaman la atención. A pesar de suicidios, mugre, humillaciones, atropellos, vejaciones, los personajes tienen unas ganas locas de vivir, ni que salieran de una guerra. Dos, la canción cómica que hace la Lollobrigida es de una gracia y de una picardía tan gozables como indiscutibles. Y tres, el amor no anda con distingos, se tenga la pinta de un Mastroianni joven o se sea el hombre más feo de la historia, Cupido depara amarguras y no correspondencias para todos. Como si quisiera estar más acorde con la realidad y se negara a prodigar finales felices en los que le cuesta creer. Retaceos que no impiden que uno la pase de lo más bien mientras transcurre. Y la metáfora de la vida de perros no solo se aplica al otro lado del espejo del mundo del espectáculo, sino al trasfondo de la vida misma, un día cucha, caricias y comida y al siguiente, pulgas, patadas y desamparos. Como sea, nunca falta quien llene los escenarios y a pesar de los llantos y quejas, el mundo sigue y sigue. No en vano, los perros sueñan.

 

En Aquí río yo, el capo cómico Eduardo Scarpetta (Toni Servillo) no tiene de qué quejarse. En la Nápoles de principios del siglo XX, espectadores fieles y entusiastas le llenan el teatro todas las funciones. Ha creado un tipo, una máscara, Felice Sciosciammocca, que ha desterrado al olvido al hasta ayer rey de la risa napolitana, el personaje infaltable en casi todas las comedias, el celebérrimo Polichinela. Tanto éxito desata odios, recelos y envidias. El mismísimo Gabriele D’Annunzio, por celos artísticos quizá, le tiende una trampa. Lo deja embarcarse en la parodia de una obra suya, prometiéndole la autorización que nunca le otorga. El día del estreno le manda abucheadores y más tarde le entabla un juicio por plagio. Y el pobre Scarpetta más que regurgitar las hieles del éxito, descubre las fragilidades de una fortaleza que creía inexpugnable. La máscara se resquebraja y vemos lo que él no puede ver: que es un déspota, un prepotente, un ególatra sin remedio, un reverendo hijo de su madre en ropajes de falsa generosidad, nula buena intencionalidad y un presunto poliamor que no es más que narcisismo. El hombre tiene un harén, literalmente. Una esposa legítima y numerosas amantes (una de ellas hermana de su esposa) que habitan la misma casa y las colindantes. Con todas tiene hijos, a los que no reconoce, y presenta al mundo como sus “sobrinos”. La prole es adiestrada en los secretos del oficio teatral y si alguno se rebela, se lo encauza y si tiene talento cero para el escenario, se lo instruye en labores adyacentes, como la contabilidad. Uno de sus “sobrinitos” quiere saberlo todo sobre el arte escénico. Es apenas un niño, pero hace copias de las comedias, se sabe el papel propio y el de los otros por si le toca sustituirlos, estudia al detalle los modismos, las técnicas, las intuiciones con las que Scarpetta seduce a su público. Es que este pequeño es el futuro Eduardo de Filippo (gloria de la escena italiana y mundial, actor insoslayable, director inventivo como pocos y dramaturgo sencillamente genial). Cuando su hermano menor, Peppino se resista a actuar, lo convencerá que debute señalándole el escenario y diciéndole: Ahí está nuestra libertad. La hermana apenas mayor de ambos, Titina, ya es más que una promisoria primera actriz con brillo propio. Eduardo (hasta su muerte, el público italiano llamará a Eduardo de Filippo solo Eduardo, como si no hubiera otro) resiente el poder de Eduardo Scarpetta. Y si no lo odia, le pasa raspando. La supeditación indolente de su madre al poder inmarcesible de Scarpetta lo rebela, pero se traga la lengua porque sabe que ya llegará su momento. Scarpetta supuestamente cederá la jefatura de la compañía a su hijo primogénito y legítimo, Vincenzo (un tal Eduardo Scarpetta lo interpreta y aparte de homónimo del personaje principal de este filme es un pariente directo), pero no termina por decidirse y Vincenzo, harto de tanto coqueteo, quiere abandonar la empresa familiar y dedicarse al incipiente cinematógrafo. Eventualmente, cuando alcancen la mayoría de edad, Titina, Eduardo y Peppino de Filippo iniciarán su propia compañía que además de exitosa influirá en el desarrollo del teatro italiano y mundial del siglo XX. Terminada la Segunda Guerra, Eduardo revivirá el tipo Polichinela, ¿en venganza contra el legado de su padre? El título de esta película reproduce la frase inscripta a la entrada de la mansión de Scarpetta: Aquí me río yo. Este film se complementa con otro que espero ver pronto, I Fratelli De Filippo (2021) de Sergio Rubini, sobre la juventud y triunfo de los hermanos De Filippo.

 

De algunas películas me quedan frases. De esta Qui rido io, creo que no olvidaré la que dice la madre de los De Filippo. La pobre anda desazonada porque han confinado a Peppino a vivir en el campo. Entonces Eduardo le aconseja: “Mamá, ¿por qué no se recuesta y descansa?” La mujer que no hace otra cosa que estar lista para Scarpetta le contesta: “¡Descansar! ¿De qué? ¡Si no hago nada en todo el día!” Y esta réplica más que quedárseme, me reverbera, me obsede. Es que la envidia me sofoca y me hace pensar que el infierno de esta señora se parece mucho a mi idea de paraíso. Y aquí yo no río.

Gustavo Monteros

viernes, 21 de julio de 2023

Programa doble - Hoy: El bosque de los sueños - Baño de vapor



Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: The Sea of Trees / El bosque de los sueños y Steambath / Baño de vapor.

 

Arthur (Matthew McConaughey) deja el auto con la llave puesta en el estacionamiento de un aeropuerto. Saca un boleto de ida para Japón. Una vez allí toma un taxi y se baja frente a un bosque tupido en una de las laderas del Monte Fuji. Entra al bosque y se topa con señalizaciones que llevan frases filosóficas o mantras de autoayuda. Halla bolsos desechados, zapatos tirados y cadáveres. Se le acerca un enajenado japonés que dice llamarse Takumi Nakamura (Ken Watanabe) y que busca la salida. Arthur lo acompaña un tramo y la salida no está por ninguna parte. Arthur tiene reminiscencias de su esposa Joan (Naomi Watts) con la que puede inferirse se lleva muy mal. De a poco se nos instala una sospecha. ¿Acaso Arthur y Takumi están en el purgatorio? Pero se lastiman, sangran, tienen dolores. Si estuvieran muertos, ¿sufrirían esas molestias? De lo que vemos, ¿cuánto es real y cuánto es fantasía? De a poco las piezas del rompecabezas caerán en su lugar y sabremos de dónde y hace dónde va el cuento. Nada quedará sin explicación y habremos de conmovernos si nos dejamos ganar por lo que despliega. The Sea of Trees (2015), (rebautizada para el estreno local como ¿¡El bosque de los sueños?!) fue dirigida por Gus Van Sant sobre guion de Chris Sparling. Y fue abucheada en su presentación en Cannes, no sorprende porque por el material que maneja, Cannes fue el lugar más inapropiado para presentarla ante público por primera vez. Se trata de una producción industrial pensada para un público popular, pochoclero (adjetivo con fines descriptivos, sin ánimo desdeñoso). Tal vez el nombre de Van Sant los llevó creer que se trataba de un film de autor, poco y nada de eso hay en esta propuesta esta vez. Pero pasado el tiempo y aclaradas las confusiones, se deja ver con agrado y no deja resaca de haber perdido el tiempo. Más de matiné de cine de barrio que de cinemateca, aunque sin obviedades ni insultos a la inteligencia de nadie. Además, el trío protagónico tiene más carisma que Burt Lancaster asomándose en el horizonte.

 

En Steambath (Burt Brinckerhoff, 1973) Tandy (Bill Bixby) y Meredith (Valerie Perrine) son los flamantes clientes de un más que peculiar baño turco. Y si de peculiaridades se trata, los demás parroquianos las tienen a raudales. De pronto Tandy y Meredith comprenden que quizá hayan muerto y que estén en el Purgatorio. El portorriqueño, que se ocupa de la limpieza del lugar (José Pérez) y administra de algún modo el lugar, no sería sino el mismísimo Dios. Estamos ante una obra de teatro de Bruce Jay Friedman filmada como película para la televisión. Al principio la cosa tiene pinta de un sketch picaresco con afán desaforado de captar la atención: hay un desnudo total (como se decía en los tiempos en los que se hizo) de Valerie Perrine, un número musical impecable (dos clientes son exbailarines de Broadway y hacen un popurrí de dos canciones de Gypsy), hay también un baile sensual por una mujer muy sexi para excitar un hombre en silla de ruedas, más chistes de cuádruple sentido y un diálogo que hoy disfrutamos con culpa porque fue concebido en tiempos anteriores a cualquier intento de corrección política. De a poco el tono cuasi revisteril se va adensando y se comienza a advertir que el autor nada tiene que envidiarle a Strindberg. El humor deja de ser grueso, las situaciones se vuelven peligrosas y lo sensual da paso a lo angustioso.

 

Según el diccionario de la Real Academia Española, Purgatorio es en su acepción: “2. m. Rel. En la doctrina católica, estado de quienes, habiendo muerto en gracia de Dios, necesitan aún purificarse para alcanzar la gloria.”

 

Según estas dos películas, el Purgatorio es la sala de espera que antecede al Más Allá, sea este Cielo o Infierno. También una instancia de juicio, el regreso a la Tierra es posible si algo se ha corregido, se ha comprendido, y puede redundar en beneficio de otros (la vieja y querida reeducación siempre está detrás de todo). Pero por sobre todo es un espacio de duelo final, la resignación parece no ser muy complicada, cuestión de relajarse y aceptar que algo terminó, ya fue, se acabó. Sin embargo, nada es más difícil que lo obvio cuando no se quiere aceptar. La conmiseración final requiere coraje de héroe, de santo, de iluso.

Gustavo Monteros

 

(The Sea of Trees anda por ahí, solo es cuestión de estar atento. Steambath está en YouTube con subtítulos en español, que no son perfectos, pero están y son)

 

viernes, 14 de julio de 2023

Programa doble: Malos muchachos - La última estafa


 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: What Just Happened – The Comeback Trail

 

De tanto en tanto al cine le gusta mirarse el ombligo, ponerse autorreferencial. Y cuando se pone así, ha determinado que el villano más despreciable posible es el productor. Ahora bien, ¿un productor puede ser el héroe de una película? Sí, claro, sobre todo si escribe un guion basado en su propio libro de memorias, que fue lo que hizo Art Linson en What Just Happened, rebautizada Malos muchachos por estos pagos (Barry Levinson, 2008). Aunque en un impensado ataque de modestia, más que como héroe, se propone de antihéroe, lo que más que modestia es una soberbia mayor porque el antihéroe desata (o lo intenta) mayor conmiseración. Ben (Robert De Niro) nos comparte dos semanas de su vida. Lapso en el que por una confluencia de circunstancias pierde (momentáneamente se supone) un sitial de privilegio en la industria. Y todo porque el pobre ha producido la última película de Jeremy Brunell (Michael Wincott) un megalómano adicto que concibió un thriller pretencioso en el que mata en el último rollo al perro del protagonista volándole la cabeza de un escopetazo, el público en la exhibición de tanteo del film se enardece y es obvio que la escena debe atemperarse (eufemismo por eliminarse) de la copia final que se estrenará en unos días nada menos que en el festival de Cannes. El director Jeremy se resiste y hace pesar y pasar su creatividad en descerrajarle un tiro al inocente can. La directora del estudio, la cruel y taimada Lou Tarnow (Catherine Keener) no admite un no como respuesta. Pero este no es el único problema profesional del pobre Ben. Bruce Willis, sí, el vero Bruce interpretándose a sí mismo o a una variante de sí mismo, se niega a afeitarse una barba tupida que le tira encima una cantidad de años y que es impropia del héroe de acción que debe protagonizar. En realidad, del problema tendría que ocuparse el agente de Bruce, Dick Bell (John Turturro) que debería ver con urgencia un médico (o un psiquiatra) por los males estomacales que padece. En lo personal, Ben no admite que se está divorciando de Kelly (Robin Wright) algo muy comprensible porque quien en su sano juicio querría perder a Robin Wright. Ben también tiene con otra exmujer una hija adolescente, Zoe (Kristen Stewart) que anda de humores mezclados porque tuvo un amorío con un colega productor de Ben que acaba de suicidarse y a cuyo entierro acudirán todos los mencionados y algunos otros, como Scott Solomon (Stanley Tucci) guionista amigo de Ben que está ahora en una relación con Kelly. La subtrama de Zoe y el suicida es apenas esbozada porque implica un tema que en tiempos del me too nadie toca ni por asomo, el de la precocidad sexual vivida sin trauma. Y más allá de que Robert De Niro ofrece una de sus actuaciones con mucha pera, lo que denuncia que encara este proyecto con más profesionalismo que compromiso artístico es interesante de ver. A decir verdad, todos lucen un poco incómodos, como si esta participación en la versión oficial de esta vida de productor no terminara de convencerlos, sin embargo, sin que sea la obra maestra de Robert Altman The Player / Las reglas del juego (1992) es un film muy atendible.

 

 

En The Comeback Trail (La última estafa, George Gallo, 2020) Max Barber (Robert De Niro) maneja una productora de películas independientes con su sobrino Walter (Zack Braff). Estamos en los setenta, de modo que la productora no emite productos indies para el Sundance sino films de sexplotation. Su última película, no precisamente un éxito es Monjas asesinas, con chicas armadas que usan inquietante lingerie debajo de sus rígidos hábitos. La financiaron con dinero de un mafioso, Reggie Fontaine (Morgan Freeman) que exige le devuelvan el capital invertido. A raíz de una serie de incidentes que es mejor no revelar, a Max se le ocurre una estafa contra una aseguradora, que los hará millonarios. En Hollywood por ley, ninguna filmación se hace sin pólizas de seguros que garantizan que si la película se interrumpe o no se hace por algún motivo (reglado, claro) todos cobren por su trabajo. Max saca de su archivo un guion para un western y se pone a hacer castings en geriátricos. Contratará un actor con un pie en la tumba, al que solo haya que darle un empujoncito para que llegue a mejor vida. Y así da con el candidato soñado, Duke Montana (Tommy Lee Jones) que no solo fue una gran estrella, ahora olvidada, sino que es un suicida vocacional que juega a la ruleta rusa antes del desayuno. La filmación comienza y Max-De Niro se transforma en un delicioso pariente de Pierre Nodoyuna o del famoso Coyote némesis del no menos célebre Correcaminos. Duke Montana repele a la muerte, como la ignorancia al sentido común, para desesperación de Max-De Niro y Robbie-Morgan Freeman, pero para gloria del cine, porque Duke-Lee Jones reverdece sus laureles a modo superlativo. The Comeback Trail es una remake de una película de Harry Hurwitz de 1982. La película original es el colmo de la bizarro, entendido en el sentido anglosajón del término, no en el de la RAE, de modo que conviene aclarar que esta versión es prolija y sin ánimo de espantar al tío burgués. (El cine de Harry Hurwitz (1938-1995) está más cerca del de Ed Woods que el de John Huston y merecería ser redescubierto y analizado, no solo de excelsitudes vive el hombre). Filiaciones al margen, por el bordado en comedia que hacen De Niro, Lee Jones, Freeman, Braff y el resto de un elenco impecable, más la buena resolución de los gags, más un emociónate homenaje final al cine en general y al western en particular, se vuelve de visión imperdible, más en estos tiempos de comedias malas.

 

Gustavo Monteros

 

Estos dos films pueden verse en Prime Video.


viernes, 7 de julio de 2023

Programa doble: Sin noticias de Dios - Érase una vez un genio




Programa doble, sección donde repasamos dos películas con características en común.

 

Ya desde antes de nacer uno sabe que en Occidente hay una mayoría que da por sentado que después de esta vida hay un Cielo y un Infierno y que en Oriente aseveran que hay genios metidos en botellas que conceden tres deseos.

 

En Sin noticias de Dios, Agustín Díaz Yanes sostiene que el Cielo y el Infierno ya no son lo que eran, que se han modernizado y que hoy tienen lógica, política y estrategia de multinacional, con sus CEOs e intrigas, más cerca del mundo de Succession que el de la Divina Comedia (¡en tu cara, Dante!). Hay una diferencia, claro, y es el glamour. Mientras que en un frío tecnicolor, Belcebú o su equivalente moderno Jack Davenport (Gael García Bernal) enfrenta complots empresariales, en un mundo que se parece mucho al nuestro, en un glorioso blanco y negro, en una París eterna de tarjeta postal, que si no es el Paraíso, se le parece bastante, la contracara angélica de Lucifer es Marina D’Angelo (Fanny Ardant) que le cumple el sueño de diva fascinante de la canción a su ser de luz, Lola Nevado (Victoria Abril), que se ha quedado prendada con la Rita Hayworth de Gilda (Charles Vidor, 1946)  a la que recrea espejándola. Pero la sensualidad de Lola de tan estilizada no incita al pecado sino al aplauso. Su contrafigura del lado de las tinieblas es Carmen Ramos (Penélope Cruz) guarra, tosca, un poquito marimacho. A las dos se las envía a la Tierra para que ganen, cada cual para su lado, el alma del boxeador Many Chávez (Demián Bichir), que de los brazos de la Muerte es rescatado por las plegarias de su madre para que se le conceda la oportunidad de reconciliarse con ella y no morir en el rencor. Y así Many vuelve a la vida con una esposa abnegada Lola-Abril y una prima insidiosa, Carmen-Cruz. Si Lola se queda con el alma, el Cielo recibirá una inyección de capital que mejorará su alicaído déficit, en cambio si gana Carmen, la victoria incidirá a favor de Satanás en la puja que busca destronarlo. En la disputa, Lola y Carmen construirán un vínculo fraterno-amistoso que se parece tanto al romance como una gota con otra. ¿Lograrán sellar su amor? ¿El mundo después de la muerte permite la unión entre ángeles opuestos? A ver la película para saberlo. Estrenada en 2001 ya tiene su núcleo de fieles seguidores y va camino de convertirse en un film de culto. No es la mar de lograda, pero el elenco y las ideas que la pergeñan la vuelven algo que se parece demasiado a la delicia. Se la puede ver hoy por hoy tanto por YouTube como por Prime Video.

 

En Érase una vez un genio (Three Thousand Years of Longing, George Miller, 2022) The Djinn (Idris Elba) se ha pasado los tres mil años de ansia del título original en inglés confinado dentro de una botella. Para independizarse debe cumplirle tres deseos al humano que se haga poseedor de la botella. Para su poca suerte se trata de una inglesa narratóloga, que anda por Estambul dando conferencias de su especialidad: la narratología o sea “la disciplina semiótica a la que le compete el estudio estructural de los relatos, así como su comunicación y recepción”. Alithea (Tilda Swinton), la inglesa en cuestión, no solo se niega a pedir los tres deseos, sino que pormenoriza lo que subyace en los anhelos más pedidos. Tela para cortar le sobra, porque, a decir verdad, la cuestión tiene sus bemoles. Si uno por simplificar pidiera las tres cosas que, según la canción, hay en la vida, o sea: salud, dinero y amor, el pedido se cumpliría a medias porque no se puede aspirar a estados duraderos. El genio podría darnos esas tres cosas, pero no garantizarnos de que durarán en el tiempo, seríamos saludables, amados, y ricos ese día, pero quizá al día siguiente no. Como Alithea se va por las ramas y podrían pasarse décadas en discusiones bizantinas, el Djinn le cuenta las experiencias que tuvo cumpliendo deseos. A Alithea a su juego la llamaron, qué más quiere una experta en historias que le cuenten algunas nuevas, pero las historias, se sabe, son traicioneras, se dejan desmenuzar, pero al menor descuido, seducen, porque esa es su razón de ser. La cuestión es que Alithea comienza a pedir que le cumplan deseos, entonces…Es un film casi atípico en la carrera de George Miller. Casi, digo, porque si bien uno asocia su nombre a la trilogía de Mad Max y derivados, el hombre dirigió también, la segunda de Babe (1998) la del chachito en la ciudad, las dos Happy Feet (2006) y (2011) y la doblemente fantástica (por tema y resultados) Las brujas de Eastwick (1987), de modo que no es ningún novato en cuentos y fantasías. Esta vez se basa en un relato de A. S. Byatt, The Djinn in the Nightingale’s Eye (El Djinn en el ojo del ruiseñor) y el trámite le sale para el lado del regocijo. El grandote Idris Elba se pinta solo para hacer de genio y la dúctil Tilda Swinton dibuja otra criatura singular. En este momento, los tres mil años de anhelo pueden verse, al igual que la falta de noticias divinas en Amazon Prime Video (Sin noticias de Dios también puede verse en YouTube) Y que no nos falte nunca magia en nuestras vidas.

Gustavo Monteros