Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: The Sea of Trees / El bosque de los sueños y Steambath
/ Baño de vapor.
Arthur (Matthew McConaughey) deja el auto con la llave
puesta en el estacionamiento de un aeropuerto. Saca un boleto de ida para
Japón. Una vez allí toma un taxi y se baja frente a un bosque tupido en una de
las laderas del Monte Fuji. Entra al bosque y se topa con señalizaciones que llevan
frases filosóficas o mantras de autoayuda. Halla bolsos desechados, zapatos tirados
y cadáveres. Se le acerca un enajenado japonés que dice llamarse Takumi
Nakamura (Ken Watanabe) y que busca la salida. Arthur lo acompaña un tramo y la
salida no está por ninguna parte. Arthur tiene reminiscencias de su esposa Joan
(Naomi Watts) con la que puede inferirse se lleva muy mal. De a poco se nos
instala una sospecha. ¿Acaso Arthur y Takumi están en el purgatorio? Pero se
lastiman, sangran, tienen dolores. Si estuvieran muertos, ¿sufrirían esas molestias?
De lo que vemos, ¿cuánto es real y cuánto es fantasía? De a poco las piezas del
rompecabezas caerán en su lugar y sabremos de dónde y hace dónde va el cuento. Nada
quedará sin explicación y habremos de conmovernos si nos dejamos ganar por lo
que despliega. The Sea of Trees (2015), (rebautizada para el estreno
local como ¿¡El bosque de los sueños?!) fue dirigida por Gus Van Sant
sobre guion de Chris Sparling. Y fue abucheada en su presentación en Cannes, no
sorprende porque por el material que maneja, Cannes fue el lugar más inapropiado
para presentarla ante público por primera vez. Se trata de una producción industrial
pensada para un público popular, pochoclero (adjetivo con fines descriptivos,
sin ánimo desdeñoso). Tal vez el nombre de Van Sant los llevó creer que se trataba
de un film de autor, poco y nada de eso hay en esta propuesta esta vez. Pero pasado
el tiempo y aclaradas las confusiones, se deja ver con agrado y no deja resaca
de haber perdido el tiempo. Más de matiné de cine de barrio que de cinemateca,
aunque sin obviedades ni insultos a la inteligencia de nadie. Además, el trío protagónico
tiene más carisma que Burt Lancaster asomándose en el horizonte.
En Steambath (Burt Brinckerhoff, 1973) Tandy (Bill
Bixby) y Meredith (Valerie Perrine) son los flamantes clientes de un más que
peculiar baño turco. Y si de peculiaridades se trata, los demás parroquianos
las tienen a raudales. De pronto Tandy y Meredith comprenden que quizá hayan
muerto y que estén en el Purgatorio. El portorriqueño, que se ocupa de la
limpieza del lugar (José Pérez) y administra de algún modo el lugar, no sería
sino el mismísimo Dios. Estamos ante una obra de teatro de Bruce Jay Friedman
filmada como película para la televisión. Al principio la cosa tiene pinta de
un sketch picaresco con afán desaforado de captar la atención: hay un desnudo total
(como se decía en los tiempos en los que se hizo) de Valerie Perrine, un número
musical impecable (dos clientes son exbailarines de Broadway y hacen un popurrí
de dos canciones de Gypsy), hay también un baile sensual por una mujer
muy sexi para excitar un hombre en silla de ruedas, más chistes de cuádruple
sentido y un diálogo que hoy disfrutamos con culpa porque fue concebido en
tiempos anteriores a cualquier intento de corrección política. De a poco el tono
cuasi revisteril se va adensando y se comienza a advertir que el autor nada tiene
que envidiarle a Strindberg. El humor deja de ser grueso, las situaciones se
vuelven peligrosas y lo sensual da paso a lo angustioso.
Según el diccionario de la Real Academia Española,
Purgatorio es en su acepción: “2. m. Rel. En la doctrina católica, estado de
quienes, habiendo muerto en gracia de Dios, necesitan aún purificarse para
alcanzar la gloria.”
Según estas dos películas, el Purgatorio es la sala de
espera que antecede al Más Allá, sea este Cielo o Infierno. También una instancia
de juicio, el regreso a la Tierra es posible si algo se ha corregido, se ha
comprendido, y puede redundar en beneficio de otros (la vieja y querida reeducación
siempre está detrás de todo). Pero por sobre todo es un espacio de duelo final,
la resignación parece no ser muy complicada, cuestión de relajarse y aceptar que
algo terminó, ya fue, se acabó. Sin embargo, nada es más difícil que lo obvio cuando
no se quiere aceptar. La conmiseración final requiere coraje de héroe, de
santo, de iluso.
Gustavo Monteros
(The Sea of Trees anda por ahí, solo es cuestión de estar atento. Steambath está en YouTube con subtítulos en español, que no son perfectos, pero están y son)
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