Entré a La Casa de las Flores por prepotencia de
información. La noticia y la publicidad de que a partir de tal día, a tal hora,
iba a estar disponible en Netflix me aparecían por todos los lados. Entré con
desconfianza, pero como una de las ventajas de Netflix es que uno puede salirse
en cuanto algo te aburre o te disgusta y
probar otra cosa, y no volver jamás a la primera, me aventuré. Un nombre
se destacaba del resto, el de Verónica Castro, reina madre indiscutida del
culebrón de México para el mundo, y no era ilógica su presencia porque el
proyecto rumbeaba para el lado del homenaje a tan noble género. No recuerdo
haber visto, seguido o vislumbrado ningún teleteatro con ella, pero como vi
hasta el cansancio una participación suya en un sketch de Alberto Olmedo y
estaba deliciosa, le guardo afecto. Al no sostener prejuicio alguno contra la
Chaparrita protagonista, se me franqueaba más que a otrxs el paseo por la casa.
La propaganda y la
información no me habían engañado, dicha casa es una reformulación u homenaje
al culebrón clásico en clave del primer Almodovar, el de los ochenta. Manolo
Caro, su autor-director-creador, siente una debilidad demasiado manifiesta por
el manchego, debilidad que debería curar fortaleciendo su personalidad y
olvidando a don Pedro. Pero a poco de empezar la serie, no me ganaba el
colorido de las casas, las ropas o los personajes, ni sus leves semejanzas
formales a Amas de casa desesperadas,
primera temporada, con una fantasma de narradora en off, ni que cada capítulo
tuviera el nombre de una flor, por lo que representa en el lenguaje de las
flores (en Amas de casa desesperadas,
los capítulos tenían por título el nombre de una canción de Stephen Sondheim),
no, lo que me ganaba era un personaje en particular, Paulina, aunque a decir verdad era
su forma de hablar la que me hacía recalar en ella y gozar cada vez que entraba
en escena.
En el primer episodio
es la que sabe todos los secretos y la que se las ingenia para, si no
solucionar todos los problemas, capear todos los temporales. Lo bueno, bah, lo
inmejorable es que no había artificio en cómo hablaba, arrastrar palabras con
lentitud se integraba a su personaje con una maestría descollante. ¿De dónde
había salido esta actriz maravillosa? ¿Acaso me la había cruzado antes?
Internet me dijo que sí,
que la había visto, primero en 1999, al inicio de su carrera como integrante
del impecable y sólido elenco de la muy interesante comedia de Antonio Serrano,
Sexo, pudor y lágrimas. Pero si ahora
solo tenía ojos para ella, en Sexo, pudor
y lágrimas solo tuve ojos, como media humanidad que vio esa película, para
Demián Bichir, que no en vano dicha película le abrió las puertas
internacionales, que lo llevó a estar entre los favoritos de directores de
fuste como Tarantino o Ridley Scott, y hasta obtener una nominación para el
Óscar como mejor actor protagónico por el conmovedor padre de Una vida mejor (Chris Weitz, 2011). Y
que la había visto muy brevemente como asistente de Lito en Sense8 (2016-2017), tan breve debe ser
que ni la recuerdo, además Sense8 es
tan de fuegos de artificio, que si no matás o tenés sexo con cuatro o cinco,
pasás desapercibidx. Y que también está en la película que Tommy Lee Jones,
dirigió en 2005 con guión de Guillermo Arriaga, Los tres entierros de Melquíades Estrada, donde tampoco la
recuerdo, pero que es una buena excusa de rever esta película muy buena.
Ah, la chica se llama
Cecilia Suárez y nació el 22 de noviembre de 1971.
¿Qué que me pareció La casa de las flores? No sé, está ella
y por estar ella y hablar como habla me encantó cada segundo que está en
escena. Me enamoré, el entorno pasa a ser bueno, porque ella lo ilumina. Creo
que si no se le pide mucho, entretiene, lo que no es poco.
Pongo su nombre en el
buscador de Netflix para ver en que otras películas disponibles en la
plataforma está. Me da dos dirigidas y escritas también por Manolo Caro: Elvira, te daría mi vida pero la estoy
usando (2014) y La vida inmoral de la
pareja ideal (2016).
Comienzo por la más
antigua, y no solo el título es de una gran belleza Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando (¡Guau!, no en vano
los mexicanos son campeones de los boleros, “te daría mi vida, pero la estoy
usando” ¡Tomá mate!) la película también, pero no de gran belleza porque sea
linda, sino por lo conmovedora. Parte del viejo cuento del que se fue a comprar
cigarrillos y no volvió. Gustavo se llama el sujeto y está casado con Elvira,
atada a su casa por dos hijos chicos, uno de ellos ¡bebé! Pero Elvira no es de
dejarse estar, va a salir a buscar a su Gustavo, a como dé lugar, aunque sepa
pronto por una foto de qué lado viene la balacera, igual necesita verlo con sus
propios ojos, escuchar lo que le tengan que decir, porque ama y cuando se ama,
las medias tintas no bastan. Insisto Manolo Caro debe curarse su obsesión con
Almodóvar, cuando se aleja de su Pedrito surge lo mejor, y que cuando se apega
al español (el chantaje cuando va a vender zapatos, por ejemplo) el devenir se
empantana al divino botón. Pero son reparos muy pequeños, el todo suma y es
excelente. Y cuando se llega a la frase del título, esta se resignifica para no
olvidarla jamás. Altamente recomendable esta Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando.
La otra (La vida inmoral de la pareja ideal) es
más ambiciosa, tiene más personajes y situaciones, pero no es tan lograda…
porque se apega en demasía al modelo Almodóvar. En la búsqueda de una supuesta
originalidad, se despeña por el abismo del artificio, del rebuscamiento, del
manierismo. La situación base es el de una pareja que vivió un romance
adolescente cercano al ideal, pero que no prosperó, y que veinte años después
se reencuentra. Como no quieren dar el brazo a torcer de entrada de que no
hicieron más que esperar al otro, se inventan maridos/mujeres/hijxs y esas
cosas. Dos desenlaces intrigarán al espectador: saber cuándo y cómo se caerán
las máscaras y qué, cómo y por qué se separaron en la adolescencia. Se deja
ver, tiene buenos momentos y entretiene, a pesar de que armado todo el cuento,
haya cosas que no cierran. Eso sí, al lado de Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando pierde por goleada.
Doña Cecilia Suárez
también está en Macho (2016) de
Antonio Serrano (sí, el mismo de la mencionada Sexo, pudor y lágrimas, 1999) con Miguel Rodarte en el protagónico.
Aquí Cecilia toca el segundo violín, o sea es la partener, la que posibilita la
jugada para que el protagonista haga el gol. De todos modos este rol confirma
la amplitud de su talento. Pero antes de adentrarnos brevemente en el
argumento, recalquemos que lo más significativo de Macho es su guionista Sabina Berman, conocida internacionalmente
por su obra teatral Testosterona. Por
aquí se la vio en el verano de 2015 dirigida por Daniel Veronese y
protagonizada por Viviana Saccone y Osmar Núñez y ahora puede vérsela con un
título cambiado,Todo o nada,con Paula
Cancio y Miguel Ángel Solá en los protagónicos. La obra se centra en un juego
de poder entre hombre y mujer por un codiciado puesto de trabajo. Berman
también a principios de este año fue la autora, fotógrafa y la dueña del
concepto de puesta en escena de la obra sobre el poeta Fernando Pessoa y sus múltiples
personalidades: Ejercicios fantásticos
del yo, protagonizada por Gael García Bernal, en su debut en los escenarios
porteños, acompañado por un elenco de lujo, compuesto entre otros por Rita
Cortese, Vanesa González, Fernán Mirás y Martín Slipak, la dirección general
fue de Néstor Valente. Más allá de las muchas virtudes del espectáculo, sufrió
la crisis económica que atravesamos, fue una apuesta importante de producción
que convocó poco público.
En Macho, Sabina Berman juega con las
percepciones sociales y personales de la sexualidad. El diseñador de ropa,
Evaristo Jiménez (Miguel Rodarte) es supuesto gay y admirado por serlo, pero en
realidad es un hétero de lo más batallador. Un crítico quiere desenmascararlo,
entonces su socia, Alba (Cecilia Suárez) lo conminará a que comience un
noviazgo fingido con Sandro (Renato López), el problema es que Sandro es gay de
verdad y no sabe nada del entuerto. Unas cuantas peripecias harán que Evaristo
se enfrente a la posibilidad de ser también gay. El guión es desparejo, hay
situaciones muy bien armadas y otras para nada, gruesas, de cine industrial de
explotación. De todos modos, su protagonista, Miguel Rodarte, es muy talentoso
y carismático y vuelve muy visible el trámite de verla.
La casa de las flores, Elvira, te
daría mi vida pero la estoy usando, La
vida inmoral de una pareja ideal, Sexo,
pudor y lágrimas y Macho pueden
verse en Netflix.
Yo recomiendo
fervientemente que no se pierdan Elvira,
te daría mi vida pero la estoy usando.
Gustavo Monteros
Ciertamente, Cecilia Suarez un hallazgo...!!! Gracias!!!
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