viernes, 25 de agosto de 2023

Programa doble - Hoy: El prisionero - Yo y el coronel



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: El prisionero – El coronel y yo

 

En El prisionero (Peter Glenville, 1955) en un país ficticio e innominado, bajo un régimen totalitario, un cardenal (Alec Guinness) es detenido para ser interrogado. Se lo acusa de traición. El interrogador (Jack Hawkins) deberá extraerle una confesión que desmorone el predicamento que tiene con los ciudadanos, religiosos o no, porque es un héroe de la resistencia patriótica contra la invasión nazi. El interrogador utilizará tortura física (se le impedirá dormir, se lo mantendrá día y noche bajo luces enceguecedoras y ruidos estridentes, se lo privará de la comida, se lo obligará a comer cada hora, etc.) y psicológica (se lo obligará a recordar hechos muy personales, para después confundirlo y convencerlo de que se está volviendo loco, etc.) El prelado tiene una gran fortaleza física y moral, pero es pedante y orgulloso, de los que si se caen de lo alto de su ego pueden hacerse pulpa contra el piso. Pero el interrogador quiere ser eficiente sin deshumanizarse, destruir las defensas de su oponente sin dejar de ser ante sí una buena persona. (Resolveme esta ecuación si podés) ¿Habrá un ganador neto? ¿Cuáles serán los precios a pagar? Se basa en una obra de teatro de Bridget Boland, y los diálogos, como suelen ser en los enfrentamientos de dos personalidades tan diamantinas son filosos y reveladores. Pero la autora está tan resuelta a no ser reducida a ideología alguna, que se apega a morir a la situación planteada, y le sale una pieza que se vuelve ambigua, inaprehensible. Y así la película fue rechazada como anticatólica en Italia y considerada procomunista en Irlanda y anticomunista en Francia. Y hasta József Mindszenty, obispo húngaro apresado y torturado por los comunistas, a quien los críticos consideraron que el personaje del religioso aludía, rechazó el film por encontrarlo demasiado benévolo hacia los torturadores. Moraleja al paso, estimada autora Boland Bridget, a veces tanta asepsia, ensucia. Queda (andá a discutirlo) como el registro glorioso e imperecedero de dos actuaciones mayúsculas. Guinness y Hawkins se esmeran tanto que terminan por dar clase (Humillen, maestros, humillen).

 

 

En Yo y el coronel (Me and the Colonel, Peter Glenville, 1958), el refugiado judío, S.L. Jacobowsky (Danny Kaye) debe huir de París de inmediato, la llegada de los nazis es inminente. En el hotel en el que se hospeda, se entera de que el autócrata, mujeriego, antisemita, encumbrado coronel Prokoszny (Curd Jürgens) debe entregar unos documentos secretos a los ingleses y le propone huir juntos. El coronel se niega, pero por llamarse el film como se llama, terminarán juntos por el camino. También serán de la partida un subalterno del coronel, Szabuniewicz (Akim Tamiroff) y Suzanne (Nicole Maurey) la amada del militar. Se basa en una obra. Jacobowsky und der Oberstde, del importante dramaturgo y novelista austrohúngaro Franz Werfel, que huyó de los nazis haciendo un itinerario similar al de sus personajes. Sin temor a equivocarme, diré que la obra es sencillamente perfecta. Ninguno de los elementos que utiliza es secundario o foráneo a lo que quiere contar, todo va sumándose de una manera armónica, como los hilos de un tapiz. Y sin negar miserias, es profundamente celebratoria de lo humano. El histriónico y ultra expresivo Danny Kaye esconde su infinito bagaje de recursos y se pone adecuadamente minimalista, mientras que el habitualmente contenido Jurgens juega a explayarse. Tamiroff es Tamiroff y está todo dicho. Nicole Maurey aprovecha que tiene un hermoso personaje y se vuelve deliciosa.

 


El prisionero y Yo y el coronel fueron las dos primeras películas de Peter Glenville que no tendría una carrera profusa, pero sí muy refulgente. Solo haría 5 películas más: Summer and Smoke / Verano y humo (1961), sobre obra de Tennessee Williams con Laurence Harvey, Geraldine Page y Rita Moreno; Term of Trial / La otra mentira / Escándalo en las aulas (1962) sobre novela de James Barlow, con Laurence Olivier, Simone Signoret, Terence Stamp y Sarah Miles; Beckett (1964) sobre obra de Jean Anouilh, con Richard Burton, Peter O’Toole y John Gielgud; Hotel Paradiso (1966) sobre obra de Georges Feydeau, con Alec Guinness, Gina Lollobrigida, Robert Morley y Akim Tamiroff; The Comedians / Los comediantes (1967) sobre novela de Graham Greene, con Richard Burton, Elizabeth Taylor, Alec Guinnes, Peter Ustinov y Lilian Gish. Peter Glenville venía del teatro, fue primero actor y después un buscado y celebrado puestista. Entró al cine por la puerta grande y se fue con alfombra roja, que no en vano su primera y última película fueron protagonizadas por el mítico Alec Guinness. Casi vuelve con El hombre de la Mancha / Man of La Mancha en 1972, pero United Artists lo suplantó con Arthur Hiller cuando supieron que planeaba eliminar casi todas las canciones del musical y hacer una versión sin la lógica de interrumpir la acción para dar paso al numerito de singing and/or dancing. Se dice que la selección de protagonistas con poca o nula experiencia en esto de cantar y bailar (Peter O'Toole, Sophia Loren, James Coco) se la debemos a él. ¡Gracias! Y gracias de paso por enseñarme a comprender lo que es una buena película (como conté por ahí supe que el cine, ese entretenimiento grandioso, podía ser un arte con Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960) y con I compagni / Los compañeros (Mario Monicelli, 1963), pero como a las películas de Glenville las repetían tanto en la tele (a todas menos a Term of Trial, a decir verdad) y yo procuraba verlas cada vez que las daban porque me deleitaban, a apreciar el buen cine, los buenos guiones, las buenas actuaciones, fueron tareas para el hogar que hice con los filmes de Peter Glenville, así que al buen Peter Glenville, ¡salud! (por más que sea eterno desde 1996) (Y no jodan, porque mientras los recordemos, nadie muere, a decir verdad)

Gustavo Monteros

viernes, 18 de agosto de 2023

Programa doble - Hoy: Marlowe - Confiesa, Fletch




 

Programa doble: sección en la que repasamos dos películas que tienen aspectos en común.

Hoy: Marlowe – Confiesa, Fletch.


Algunos detectives tienen garantizada la vida eterna. A la vida natural que le dieron sus autores originales se le suma la adicional que le dan los que se anotan para ser los continuadores del legado. Sherlock Holmes es uno de ellos y Philip Marlowe, claro, también. Raymond Chandler lo creó y apareció por primera vez en 1939 en The Big Sleep (El sueño eterno). Se extendió en novelas y cuentos inolvidables, y cuando Chandler murió en 1959, Marlowe sobrevivió en los cuatro primeros capítulos de Poodle Springs que quedó inconclusa hasta que Robert B. Parker concluyó la novela en 1989. Y a Marlowe se le hizo costumbre que otros autores lo escribieran. Algunos muy célebres y celebrados como John Banville que, con su seudónimo de autor de policiales, Benjamin Black, publicó en 2014 The Black-Eyed Blonde, una secuela a The Long Good-Bye (El largo adiós). Y como Marlowe se lleva bien con el cine, era mera cuestión de tiempo que volviera a la gran pantalla. Y así esta Rubia de ojos negros pergeñada por Banville / Black se transformó en una película que llamaron Marlowe (Neil Jordan, 2022), así, a secas, para que no hubiera confusión de quien era el protagonista y el pasado que se buscaba convocar. Y con acuerdo general, explícito en los que tienen voz y voto de producir y decidir, y tácito en los que pagan la entrada o consumen (o no) los que se les presenta, se eligió a Liam Neeson para encarnarlo. La elección no sorprendió (bordeaba la casi falta de imaginación), pero al menos no ofendió la sombra y buen nombre del evocado. Y así el viejo y peludo Liam Neeson se unió a la prestigiosa lista de los que corporizaron en el cine: (en orden de aparición) Dick Powell, Humphrey Bogart, Robert Montgomery, James Garner, Elliott Gould y Robert Mitchum (otros, muchos, lo hicieron en teatro, radio y televisión, pero los de cine son solo esos que enumero).

 

Y esta vez, una rubia que se adivina sino fatal al menos peligrosa, una tal Clare Cavendish en cuerpo y alma de Diane Kruger le pide a Marlowe / Neeson que le encuentre un amante perdido. La chica no viene sola, trae su entorno, una madre con pasado de estrella de cine, Dorothy Quincannon (Jessica Lange), un marido mano larga (Patrick Muldoon), el director de un club exclusivo (Danny Huston), un mafioso refinado y perverso (Alan Cumming) con un chofer fiel, pero sin exagerar (Adewale Akinnouye-Agbaje) y otros no menos sinuosos. Marlowe aporta al juego un par de policías inolvidables (Colm Meaney y Ian Hart). Y sin crear más suspenso, digamos que el entramado y la resolución están a la altura de las circunstancias y los antecedentes.

 

Algunos críticos que para decir que se ganan el dinero honradamente le buscan la quinta pata al gato, dijeron que Neil Jordan entregaba un producto desganado. Y a mí que se me da por discutir diría que más que desganado, posible. El film se rodó durante la pandemia de la COVID, por eso creo que luce más cuidadosamente profesional que inspirado. Por eso quizá también la mansión que habita la Clare Cavendish / Diane Kruger se parece mucho al club tan exclusivo que dirige el personaje de Danny Huston, tanto se parecen que se diría la entrada principal y la del costado o trasera de alguna imponente finca de esta Los Ángeles, que es en realidad Barcelona. O sea, al mal tiempo, buena cara y en pandemia, lo que se puede.

 

El detective Irwin Maurice Fletcher, Fletch para amigos o enemigos, creado por Gregory McDonald no sé si tendrá una continuación a manos de otros autores, porque por ahora, aunque su autor original ya no está entre nosotros, anda gastando las aventuras que le legó. Si no las dilapida le alcanzan para un ciclo de películas. No creo que tenga ni tendrá la prosapia de Marlowe, sin embargo, ya anda por el segundo actor que lo corporiza, por lo que mejor no subestimarlo. Lo encarnó Chevy Chase en 1985 y en 1989 y ahora lo hace Jon Hamm (Confess, Fletch, Greg Mottola, 2022). Y si lo hacen cómicos o comediantes, uno puede suponer que se tratan de parodias del policial negro. Sí y no. Gregory McDonald más que inclinarse por la parodia que implica burla o desdén por el material elegido, va más para el lado del homenaje desde el humor hacia el noir retinto.

 

Fletch (Jon Hamm) un experiodista con un vasto conocimiento en artes plásticas anda por Roma, donde se agenció una novia italiana, la heredera Angela de Grassi (Lorenza Izzo) que le pide recupere en Boston la colección de su padre, el Conde Clementi Arbogastes de Grassi (Robert Picardo), para darla de rescate por el secuestro del Conde. La colección se halla supuestamente en manos del comerciante de arte, Ronald Horan (Kyle MacLachlan). Pero cuando Fletch llega a la casa alquilada por Angela, se topa con el cadáver de la barista Lauren Goodwin (Caitlin Zerra Rose), lo que lo pone en la mira del experimentado policía, el Inspector Morris Monroe (Roy Wood Jr.) y su subalterna novata, Griz (Ayden Mayeri). El dueño de la casa alquilada, Owen (John Behlmann) aporta peculiaridades y sospechas, ventiladas al detalle por su vecina Eve (Annie Mumolo) y su exesposa, Tatiana (Lucy Punch). Para no ser menos, la esposa del secuestrado, la Condesa Sylvia de Grassi (Marcia Gay Harden) añade no pocas excentricidades no muy confiables. Pero el exjefe de Fletch, Frank Jaffe (John Slattery) dará a regañadientes alguna que otra mano para aclarar las cosas. Confess, Fletch no es para descorchar champanes ni tirar fuegos de artificio, aunque se deja ver con agrado, se sigue con interés y se sonríe a menudo. En estos tiempos de sequía de buenas comedias, policiales o de las otras, no es poco.

 

En resumen, estas dos películas no serán perfectas ni una gloria, pero cumplen.  Y como en la vida, que te cumplan compensa (un poco) tantas falsas promesas.

Gustavo Monteros

 

viernes, 11 de agosto de 2023

Programa doble - Hoy: La Costa Mosquito - Saint Jack




 Programa doble: sección donde repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: La costa mosquito y Saint Jack

 

Allie Fox el padre que hace Harrison Ford en The Mosquito Coast / La costa mosquito (Peter Weir, 1986) es una de las figuras paternas ineludibles de la historia del cine. Y no porque tenga la abnegación de Dad (papá) (Gary Lewis), el padre de Billy Elliott (Stephen Daldry, 2000) o la ética de Atticus Finch (Gregory Peck), el padrazo de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, Robert Mulligan, 1962), dado que es más bien todo lo contrario, un megalomaníaco manipulador y dictatorial. Pero es a la vez un inventor genial, capaz de vivir de acuerdo a sus convicciones y un ejemplo acabado de superación de adversidades. Un hombre equivocado, aunque genial, te regalo el oxímoron de semejante modelo de conducta. En los albores del neoliberalismo, Allie se da cuenta de que lo que hizo grande a los Estados Unidos, en versión capitalismo neoliberal será su decadencia y caída, así que junta sus bártulos básicos, su esposa bella (Helen Mirren) que lo ama sin limitarlo (pero también sin contenerlo), su familia tipo de dos chicos, Charlie (River Phoenix) y Jerry (Jadrien Steele) y dos chicas, las gemelas April y Clover (Hilary y Rebecca Gordon) y se va a construir su Utopía en Mosquitia, allá en el este de Nicaragua y el extremo este de Honduras, o sea donde el diablo perdió el poncho, pero en el Caribe. En el viaje en barco chocará con su antípoda, el reverendo Spellgood (André Gregory) un pastor evangélico, condescendiente, superficial, hedonista y acomodaticio. (Nótese el juego de palabras del apellido del pastor, “spell” como sustantivo es hechizo, así que queda algo como el hechizo bueno) (Aunque el apellido de Allie también tiene lo suyo, como sabemos fox es zorro, juegos alegóricos, como quien dice). Como sea, en la prosecución de su utopía, Allie pone a su familia en peligro más de una vez, pero como todo hombre de acción sabe, nada se construye desde la seguridad de los rincones.

 

En Saint Jack (Peter Bogdanovich, 1979), Jack Flowers (Ben Gazzara) es un proxeneta de Singapur que tiene la ambición de poner un prostíbulo de lujo, salir de pobre diablo y eventualmente regresar a los Estados Unidos natales tan deslumbrantemente rico como para hacer olvidar su pasado. Aunque las tríadas chinas no facilitarán muchos las cosas. Conoceremos a Jack por la progresión de su relación con William Leigh (Denholm Elliott), un contable inglés que debe supervisar los números de dos negociantes chinos amigos de Jack. De a poco sabremos que Jack es un veterano italoamericano de la Guerra de Corea y que es también un exescritor licenciado en literatura y que William es un hombre sencillo que solo quiere jubilarse y pasar sus años de vejez en la campiña inglesa. Paulatinamente comprendemos también que el San del título no es irónico, mordaz o burlón sino verdadero. Jack tiene cualidades asociadas a los santos. ¿Puede un proxeneta ser un santo? Si no nos ponemos fanáticamente dogmáticos, ¿por qué no? Después de todo, como notó Toulouse Lautrec, hay flores que crecen en el fango, no todas son de excelsos jardines.

 

Estas dos películas se basan en sendas novelas de Paul Theroux, a quien no he leído, pero a juzgar por el material aquí expuesto es capaz de crear personajes masculinos extraordinarios en la más pura acepción del adjetivo.

 

Dos detalles, Harrison Ford dice que La costa mosquito es, si no su película favorita, de la que más orgulloso está. Opción que habla de sus ambiciones artísticas, porque el personaje le exigió un desafío del que no estuvo a la altura. Se lo ve bastante mal, desorbitado, perdido, desencajado. Harrison es una auténtica estrella de cine que sabe que la cámara ama a los actores que se pierden en los personajes, que lo entregan todo sin dudar y aquí Harrison duda, intuye lo qué tiene que hacer, pero no sabe encontrar cómo hacerlo. Y que a la vuelta de la vida o de su carrera, diga que aprecia haber luchado, aunque no triunfado, lo hace un poco un héroe artístico, que se emparente lejanamente con Allie Fox y su utopía.

 

Peter Bogdanovich es reconocido, pero aún no en su plena valía. Se dice que los críticos nunca le perdonaron que se atreviera a pasar de la crítica a la realización cinematográfica. No sé si tanto, pero hasta al día de hoy lo relegan a un segundo puesto que no merece. Bogdanovich por mérito y logro, ambos a la vista, es uno de los grandes directores estadounidenses. Él insistía que Saint Jack si no era la mejor de sus películas le pegaba cerca. Y uno que es un sentimental tiende a elegir otras más amables o gozosas como Luna de papel (Paper Moon, 1973) o ¿Qué pasa, doctor? (What’s Up, Doc?, 1972), pero Saint Jack es muy lograda y tiene a priori dificultades ampliamente superadas, así que es probable que haya que darle la razón al querido Peter.

Gustavo Monteros

viernes, 4 de agosto de 2023

Programa doble - Hoy: La tienda en la calle mayor - Calle Mayor



 

Programa doble: sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: La tienda en la Calle Mayor – Calle Mayor

 

La tienda en la calle mayor es una película checoslovaca de 1965 dirigida por Ján Kadár y Elmar Klos. Ganó el Óscar a la Mejor Película Extranjera (o de habla no inglesa como se denomina ahora) de ese año. Se basa en una novela de Ladislav Grosman y transcurre en Sadinov, Eslovaquia a principio de la Segunda Guerra Mundial. Eslovaquia ha declarado su independencia, pero es controlada por la Alemania Nazi. El gobierno es fascista y antisemita. Tono Briko (Josef Kroner), un sencillo carpintero, se reconcilia con su cuñado, Markuš (Frantisek Zvarik), que ahora es un comandante fascista. Como están en vigor las leyes que prohíben a los judíos tener negocios propios, Markuš hace que le den a Tono la administración de una tienda de telas y botones ubicada en la Calle Mayor, que hasta entonces era propiedad de una anciana viuda, Rozalie Lautmann (Ida Kamińska). Tono no tarda en darse cuenta de que lo han engañado, la tienda da perdidas y la viuda sobrevive gracias a la solidaridad económica que le prodigan algunos judíos ricos sin que ella se dé cuenta, porque está medio ida. La anciana señora tampoco comprende la situación política en que están inmersos y que Tono está ahí por el proceso de “arianización”. Imrich (Martin Hollý Sr.), suerte de nexo entre los judíos y las nuevas autoridades fascistas conviene con Tono que si le hace creer a la viuda que es un pariente lejano que ha venido a ayudarla le darán un buen sueldo que hará creer a su mujer y su cuñado Markuš que tiene las riendas del negocio. Tono le tomará cariño a la viuda y desistirá de intentar comunicarle la vigente realidad política. Pero la arianización no se detiene, la situación se agrava y comienzan las deportaciones a los campos de concentración, entonces… La tienda en la calle mayor es una comedia realista que lentamente vira hacia un cuento didáctico de advertencia para adultos que subraya que no hay lugar para la inocencia en un estado fascista.

 

Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) transcurre durante otra monstruosidad, el franquismo en pleno apogeo. En una pequeña y oscura ciudad de provincias, un grupo de presuntos bromistas obliga a que el recién llegado a la sucursal de un banco principal, Juan (José Suárez) seduzca a Isabel (Betsy Blair) una treintañera soltera y le haga creer que se casará con ella. El plan se lleva a cabo, pero nada saldrá como esperaban. Calle Mayor es una obra maestra, profunda e incisiva que ilumina como pocas el postulado sociológico de que nadie sale indemne de una dictadura. No me refiero al desmenuzamiento de la adhesión activa al régimen con apoyos o delaciones, sino a cómo influye el totalitarismo en las relaciones cotidianas, en nuestra concepción del mundo. ¿Qué retorcimientos personales y sociales determinan la ausencia de libertad, los mandatos rígidos, la negación de un futuro fuera del régimen? Normalmente las películas hacen más preguntas que dar respuestas, esta propone una. Al rever las conductas de los personajes uno se pregunta por qué hacen o permiten esto o aquello y las respuestas no tardan en llegar. No se vive igual con libertad que sin ella.

Gustavo Monteros

La tienda en la calle mayor puede verse en YouTube