Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: El prisionero – El coronel y yo
En El prisionero (Peter Glenville, 1955) en un país
ficticio e innominado, bajo un régimen totalitario, un cardenal (Alec Guinness)
es detenido para ser interrogado. Se lo acusa de traición. El interrogador
(Jack Hawkins) deberá extraerle una confesión que desmorone el predicamento que
tiene con los ciudadanos, religiosos o no, porque es un héroe de la resistencia
patriótica contra la invasión nazi. El interrogador utilizará tortura física
(se le impedirá dormir, se lo mantendrá día y noche bajo luces enceguecedoras y
ruidos estridentes, se lo privará de la comida, se lo obligará a comer cada hora,
etc.) y psicológica (se lo obligará a recordar hechos muy personales, para
después confundirlo y convencerlo de que se está volviendo loco, etc.) El prelado
tiene una gran fortaleza física y moral, pero es pedante y orgulloso, de los
que si se caen de lo alto de su ego pueden hacerse pulpa contra el piso. Pero el
interrogador quiere ser eficiente sin deshumanizarse, destruir las defensas de
su oponente sin dejar de ser ante sí una buena persona. (Resolveme esta ecuación
si podés) ¿Habrá un ganador neto? ¿Cuáles serán los precios a pagar? Se basa en
una obra de teatro de Bridget Boland, y los diálogos, como suelen ser en los
enfrentamientos de dos personalidades tan diamantinas son filosos y reveladores.
Pero la autora está tan resuelta a no ser reducida a ideología alguna, que se
apega a morir a la situación planteada, y le sale una pieza que se vuelve ambigua,
inaprehensible. Y así la película fue rechazada como anticatólica en Italia y
considerada procomunista en Irlanda y anticomunista en Francia. Y hasta József
Mindszenty, obispo húngaro apresado y torturado por los comunistas, a quien los
críticos consideraron que el personaje del religioso aludía, rechazó el film
por encontrarlo demasiado benévolo hacia los torturadores. Moraleja al paso,
estimada autora Boland Bridget, a veces tanta asepsia, ensucia. Queda (andá a
discutirlo) como el registro glorioso e imperecedero de dos actuaciones
mayúsculas. Guinness y Hawkins se esmeran tanto que terminan por dar clase
(Humillen, maestros, humillen).
En Yo y el coronel (Me and the Colonel, Peter
Glenville, 1958), el refugiado judío, S.L. Jacobowsky (Danny Kaye) debe huir de
París de inmediato, la llegada de los nazis es inminente. En el hotel en el que
se hospeda, se entera de que el autócrata, mujeriego, antisemita, encumbrado coronel
Prokoszny (Curd Jürgens) debe entregar unos documentos secretos a los ingleses
y le propone huir juntos. El coronel se niega, pero por llamarse el film como
se llama, terminarán juntos por el camino. También serán de la partida un
subalterno del coronel, Szabuniewicz (Akim Tamiroff) y Suzanne (Nicole Maurey)
la amada del militar. Se basa en una obra. Jacobowsky und der Oberstde,
del importante dramaturgo y novelista austrohúngaro Franz Werfel, que huyó de
los nazis haciendo un itinerario similar al de sus personajes. Sin temor a equivocarme,
diré que la obra es sencillamente perfecta. Ninguno de los elementos que
utiliza es secundario o foráneo a lo que quiere contar, todo va sumándose de
una manera armónica, como los hilos de un tapiz. Y sin negar miserias, es
profundamente celebratoria de lo humano. El histriónico y ultra expresivo Danny
Kaye esconde su infinito bagaje de recursos y se pone adecuadamente
minimalista, mientras que el habitualmente contenido Jurgens juega a
explayarse. Tamiroff es Tamiroff y está todo dicho. Nicole Maurey aprovecha que
tiene un hermoso personaje y se vuelve deliciosa.
El prisionero y Yo
y el coronel fueron las dos primeras películas de Peter Glenville que no
tendría una carrera profusa, pero sí muy refulgente. Solo haría 5 películas
más: Summer and Smoke / Verano y humo (1961), sobre obra de
Tennessee Williams con Laurence Harvey, Geraldine Page y Rita Moreno; Term
of Trial / La otra mentira / Escándalo en las aulas (1962) sobre
novela de James Barlow, con Laurence Olivier, Simone Signoret, Terence Stamp y
Sarah Miles; Beckett (1964) sobre obra de Jean Anouilh, con Richard Burton,
Peter O’Toole y John Gielgud; Hotel Paradiso (1966) sobre obra de Georges
Feydeau, con Alec Guinness, Gina Lollobrigida, Robert Morley y Akim Tamiroff; The
Comedians / Los comediantes (1967) sobre novela de Graham Greene,
con Richard Burton, Elizabeth Taylor, Alec Guinnes, Peter Ustinov y Lilian
Gish. Peter Glenville venía del teatro, fue primero actor y después un buscado
y celebrado puestista. Entró al cine por la puerta grande y se fue con alfombra
roja, que no en vano su primera y última película fueron protagonizadas por el
mítico Alec Guinness. Casi vuelve con El hombre de la Mancha / Man of
La Mancha en 1972, pero United Artists lo suplantó con Arthur Hiller cuando
supieron que planeaba eliminar casi todas las canciones del musical y hacer una
versión sin la lógica de interrumpir la acción para dar paso al numerito de
singing and/or dancing. Se dice que la selección de protagonistas con poca o
nula experiencia en esto de cantar y bailar (Peter O'Toole, Sophia Loren, James
Coco) se la debemos a él. ¡Gracias! Y gracias de paso por enseñarme a comprender
lo que es una buena película (como conté por ahí supe que el cine, ese
entretenimiento grandioso, podía ser un arte con Rocco y sus hermanos
(Luchino Visconti, 1960) y con I compagni / Los compañeros (Mario
Monicelli, 1963), pero como a las películas de Glenville las repetían tanto en
la tele (a todas menos a Term of Trial, a decir verdad) y yo procuraba
verlas cada vez que las daban porque me deleitaban, a apreciar el buen cine,
los buenos guiones, las buenas actuaciones, fueron tareas para el hogar que
hice con los filmes de Peter Glenville, así que al buen Peter Glenville,
¡salud! (por más que sea eterno desde 1996) (Y no jodan, porque mientras los
recordemos, nadie muere, a decir verdad)
Gustavo Monteros