Programa doble: sección donde repasamos dos películas con aspectos en común.
Hoy: La costa mosquito y Saint Jack
Allie Fox el padre que hace Harrison Ford en The Mosquito
Coast / La costa mosquito (Peter Weir, 1986) es una de las figuras paternas
ineludibles de la historia del cine. Y no porque tenga la abnegación de Dad
(papá) (Gary Lewis), el padre de Billy Elliott (Stephen Daldry, 2000) o
la ética de Atticus Finch (Gregory Peck), el padrazo de Matar a un ruiseñor
(To Kill a Mockingbird, Robert Mulligan, 1962), dado que es más bien
todo lo contrario, un megalomaníaco manipulador y dictatorial. Pero es a la vez
un inventor genial, capaz de vivir de acuerdo a sus convicciones y un ejemplo
acabado de superación de adversidades. Un hombre equivocado, aunque genial, te
regalo el oxímoron de semejante modelo de conducta. En los albores del
neoliberalismo, Allie se da cuenta de que lo que hizo grande a los Estados
Unidos, en versión capitalismo neoliberal será su decadencia y caída, así que
junta sus bártulos básicos, su esposa bella (Helen Mirren) que lo ama sin
limitarlo (pero también sin contenerlo), su familia tipo de dos chicos, Charlie
(River Phoenix) y Jerry (Jadrien Steele) y dos chicas, las gemelas April y
Clover (Hilary y Rebecca Gordon) y se va a construir su Utopía en Mosquitia,
allá en el este de Nicaragua y el extremo este de Honduras, o sea donde el
diablo perdió el poncho, pero en el Caribe. En el viaje en barco chocará con su
antípoda, el reverendo Spellgood (André Gregory) un pastor evangélico, condescendiente,
superficial, hedonista y acomodaticio. (Nótese el juego de palabras del apellido
del pastor, “spell” como sustantivo es hechizo, así que queda algo como el
hechizo bueno) (Aunque el apellido de Allie también tiene lo suyo, como sabemos
fox es zorro, juegos alegóricos, como quien dice). Como sea, en la prosecución
de su utopía, Allie pone a su familia en peligro más de una vez, pero como todo
hombre de acción sabe, nada se construye desde la seguridad de los rincones.
En Saint Jack (Peter Bogdanovich, 1979), Jack Flowers
(Ben Gazzara) es un proxeneta de Singapur que tiene la ambición de poner un prostíbulo
de lujo, salir de pobre diablo y eventualmente regresar a los Estados Unidos
natales tan deslumbrantemente rico como para hacer olvidar su pasado. Aunque
las tríadas chinas no facilitarán muchos las cosas. Conoceremos a Jack por la
progresión de su relación con William Leigh (Denholm Elliott), un contable
inglés que debe supervisar los números de dos negociantes chinos amigos de
Jack. De a poco sabremos que Jack es un veterano italoamericano de la Guerra de
Corea y que es también un exescritor licenciado en literatura y que William es
un hombre sencillo que solo quiere jubilarse y pasar sus años de vejez en la
campiña inglesa. Paulatinamente comprendemos también que el San del título no
es irónico, mordaz o burlón sino verdadero. Jack tiene cualidades asociadas a
los santos. ¿Puede un proxeneta ser un santo? Si no nos ponemos fanáticamente
dogmáticos, ¿por qué no? Después de todo, como notó Toulouse Lautrec, hay
flores que crecen en el fango, no todas son de excelsos jardines.
Estas dos películas se basan en sendas novelas de Paul
Theroux, a quien no he leído, pero a juzgar por el material aquí expuesto es capaz
de crear personajes masculinos extraordinarios en la más pura acepción del
adjetivo.
Dos detalles, Harrison Ford dice que La costa mosquito
es, si no su película favorita, de la que más orgulloso está. Opción que habla
de sus ambiciones artísticas, porque el personaje le exigió un desafío del que
no estuvo a la altura. Se lo ve bastante mal, desorbitado, perdido,
desencajado. Harrison es una auténtica estrella de cine que sabe que la cámara
ama a los actores que se pierden en los personajes, que lo entregan todo sin
dudar y aquí Harrison duda, intuye lo qué tiene que hacer, pero no sabe
encontrar cómo hacerlo. Y que a la vuelta de la vida o de su carrera, diga que
aprecia haber luchado, aunque no triunfado, lo hace un poco un héroe artístico,
que se emparente lejanamente con Allie Fox y su utopía.
Peter Bogdanovich es reconocido, pero aún no en su plena
valía. Se dice que los críticos nunca le perdonaron que se atreviera a pasar de
la crítica a la realización cinematográfica. No sé si tanto, pero hasta al día
de hoy lo relegan a un segundo puesto que no merece. Bogdanovich por mérito y
logro, ambos a la vista, es uno de los grandes directores estadounidenses. Él insistía
que Saint Jack si no era la mejor de sus películas le pegaba cerca. Y uno
que es un sentimental tiende a elegir otras más amables o gozosas como Luna
de papel (Paper Moon, 1973) o ¿Qué pasa, doctor? (What’s
Up, Doc?, 1972), pero Saint Jack es muy lograda y tiene a priori
dificultades ampliamente superadas, así que es probable que haya que darle la
razón al querido Peter.
Gustavo Monteros
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