viernes, 26 de mayo de 2023

Programa doble: La fórmula ganadora de Jerry y Marge - El gran Maurice


Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Jerry & Marge Go Large y The Phantom of the Open

 

En Jerry & Marge Go Large (La fórmula ganadora de Jerry y Marge) (David Frankel, 2022), Jerry (Bryan Cranston) es un as de las matemáticas. Un genio desperdiciado, como le dice su hijo. En el trabajo fue pasado por alto, dejado de lado, dado por sentado, lo que fuera para no admitir su capacidad infrecuente, admitirla hubiera significado reconocer la propia mediocridad, y los mediocres prefieren intrigar, mentir, negar antes que asumir la brillantez que les fue negada. Y como son legión, el brillante, tímido, bueno, generoso Jerry tiene destino de oscuridad. El mundo es lo que es, un lugar cruel, egoísta, miserable. Por eso los compañeros de trabajo y lo que es peor, los jefes, están felices de sacárselo de encima, jubilándolo al fin. Y aunque Jerry es muy sociable, con amigos, parientes, vecinos que lo quieren y respetan, no es muy feliz, porque su peculiar destreza lo aísla, no puede dejar de ser lo que es, reducir todo, a toda hora, a una ecuación matemática. Como reconocerá con dolor a esposa Marge (Annette Benning) cuando su hijo le habló del primer amor, estaban en un bote de pesca, y él en vez de escucharlo, calculaba cuanto tardarían en volver a lo orilla según las distintas frecuencias, la de usar el motor a tal velocidad o los remos. Y ahora, jubilado, se desalienta más que se aburre, en el trabajo no usaban su talento, pero podía fingir que lo hacían y se entretenía calculando variantes que nadie usaba. Pero como las matemáticas no pueden frenarse jamás en su cabeza, un buen día descubre que hay un juego en la lotería que ofrece en el rebote una alta probabilidad de ganar. Lo comprueba sin contárselo a su esposa, pero cuando esta se entera, en vez de enojarse, se asocia, y como pasa ante imprevistos impensados, la relación florece y hasta vuelven a conjugar el sexo olvidado. Y esta felicidad repentina desata en ellos su generosidad en ciernes y participan del secreto a los habitantes del pueblo en que viven. Pueblo que languidece hacia su improductividad total porque el capitalismo versión neoliberal mata más rápido la hierba que el caballo de Atila, y entonces…




En The Phantom of the Open (El gran Maurice) (Craig Roberts, 2021) Maurice Flitcroft (Mark Rylance) no sabe muchas cosas, pero sabe querer. Cuando su esposa, Jean (Sally Hawkins) antes de serlo, le confesó que no estaba sola en el mundo, que tenía un hijo, Michael (Jake Davies), él la quiso más y se casó con ella. Tendrían después mellizos, Gene (Christian Lees) y James (Johan Lees). Y cuando el Thatcherismo iba a reducir el personal del astillero donde Maurice era un operador de grúas, Jean lo insta a que se concentre en él y cumpla algún sueño postergado. Pero él ya ni se acuerda de qué sueños tenía, se despojó de toda ambición para darle a sus hijos lo mejor que podía alcanzar, y entonces se le ocurre que podría ser el golf, y como puesto a imaginar no es de andar con chiquitas, no piensa en practicar los fines de semana, sino de participar y ganar el Open de Inglaterra. Aunque persiste un pequeño inconveniente, no sabe nada de golf, o solo lo que sabemos todos por la tele o por las películas. Y como las arbitrariedades de los certámenes no tienen mucha lógica, logra inscribirse y participar. Se prepara lo mejor que puede, se atiborra de reglamentos, compra el equipo más barato que no es muy bueno precisamente y entrena a hurtadillas, porque otro camino no le queda, el golf no es para obreros de un astillero, suena amplio y abarcador en los papeles, pero en realidad es más snob que el protocolo para estar en las carreras de Ascot. Y llega la hora de la verdad, participa en el Open y obtiene un record, el peor desempeño que tuvo jamás un jugador. Eso le dio una fama chiquita que le alcanzó para ir a programas de televisión a repetir los bochornos, y divertir a los crueles y a los inocentes. Afuera el Thatcherismo destruía todo lo que estuviera en su camino de acumular riquezas para los ricos, y Maurice y Jean pierden su casa y se van a vivir a un tráiler más chico que su suerte. Y cuando la cuerda está por cortarse, el casi milagro. Si el mundo siempre fue un pañuelo, ahora que estamos interconectados (por entonces solo por el cable, la internet y las redes sociales no se usaban todavía) es un pañuelito, por eso su pésima actuación deportiva no pasó desapercibida y en las excolonias o sea los estados que se dicen unidos, es el Santo Patrono de los Negados para el Golf, con premios y un certamen con su nombre. Entonces…

 

Las tramas de estas dos películas no surgen del delirio creativo de trasnochados guionistas, sino más bien del Créase o no de la realidad. Y por eso tienen finales agridulces y no finales felices a toda orquesta. Puesto en la obligación el mundo puede ser generoso y no munificente. Sin embargo estas dos películas reverdecen la esperanza de que las segundas oportunidades y las alegrías de ser alguna vez lo que se es de verdad no es un mito de cine, un cuento de hadas para adultos, la plegaria cumplida de un santo que se levantó de la siesta, sino la concreción no muy frecuente de los sueños que persisten bajo la almohada sin que nadie ya los recuerde.

Gustavo Monteros

viernes, 19 de mayo de 2023

Programa doble: El amor en su lugar - Tercera llamada

Continuando con nuestra sección de Programa doble, repaso de dos películas con aspectos en común, hoy: El amor en su lugar y Tercera llamada.

 

Como se sabe, el teatro es celebración de vida. Y se puede decir también que lo que se ve en el escenario es solo la punta del iceberg, y lo que hay debajo, lo que pasa detrás de escena, puede ser grande como para hundir un transatlántico o apenas un dadito para completar el aperitivo. Pero si en una oficina, las emociones se ocultan, en el teatro se enmascaran para potenciar lo que se muestra al público. Toda actividad humana tiene una corriente submarina de amores desencontrados, envidias irresueltas, solidaridades inesperadas y odios imperecederos. Ah, pero las del teatro…

 

En El amor en su lugar (Love gets a room, Rodrigo Cortés, 2021), la actriz Stefcia (Clara Rugaard) debe decidir si fugarse con su examante, al actor, autor y compositor, Patryk (Mark Ryder) o si quedarse con su nuevo amor, el actor y cantante, Edmund (Ferdia Walsh-Peelo). La cuestión no solo es sentimental sino de vida o muerte, porque Stefcia debe resolver su dilema mientras representan El amor en su lugar, la comedia que escribió Jerzy Jurabdot  para entretener a quienes sobrevivían en el gueto de Varsovia en 1941. Sí, ese es el espacio-tiempo del dilema de Stefcia. Durante la función, ella barajará, negociará, alternará opciones. El resto del elenco y los músicos (porque de una comedia musical se trata) tiene sus propias cuitas no menos urgentes y desesperadas. Encima en mitad del espectáculo, aparece un nazi feroz que amedrenta a público y oficiantes por igual porque tiene el gatillo de tan fácil, facilísimo.

 

Sobre un hecho real (la obra que da al título de la película se escribió y se representó en un teatro del gueto antes de que empezaran las deportaciones) los guionistas Cortéx y David Safier construyeron una ficción atrapante que se transforma sobre el final en un homenaje al teatro. Un dato, la obra original de Jurandot no tiene canciones, se las agregó Cortés por necesidad dramática de su guión, las letras son suyas y la música es de Víctor Reyes.

 

Esta película pasó desapercibida, aunque no debió ser así. Se filmó antes de la pandemia y se esperó a que los cines se reabrieran para ser distribuida. Su público natural, los adultos con interés por películas serias, no había vuelto a las salas para ese entonces y se perdió entre las ofertas pochocleras para adolescentes. Merece ser redescubierta. No es perfecta, pero si valiosa.




   Pensé que Tercera llamada (Francisco Franco Alba, 2013) era una comedia brillante. Es una comedia, pero no brillante, más bien un tanto oscura. Isa (Karina Gidi) una puestista mexicana a cuatro semanas de estrenar una versión de Calígula de Albert Camus, con una monumental escenografía lista, con el vestuario en los últimos toques y los actores del numeroso elenco con la letra aprendida, decide que su puesta está equivocada, que “ahoga” el texto de Camus con tanta grandilocuencia y tira todo por la borda. Hay que empezar de cero, ahora todo será de una sencillez espartana, cuatro columnas, togas y de vuelta a Roma (en su concepción original la hacía transcurrir en la Italia fascista, con la monumentalidad que la caracteriza). Habrá resistencias, llantos, portazos. Perderá a su protagonista masculino, lo reemplazará por una actriz. Y las cuatro semanas se perderán en un caos de idas y vueltas y se llegará a la noche de estreno en un apocalipsis, no de metáfora sino de literalidad bíblica. Pero ya se sabe también, el actor es un bicho resistente que sabe que el show debe continuar y que en esa misión le va la vida, y hasta puede volver del carajo un mundo que se fue para allá y está de lo más instalado. El elenco es parejo en expresividad, desparpajo (si le toca) y patetismo (si le toca). Se destacan Irene Azuela, como Julia la actriz que asume el personaje de Calígula, Cecilia Suárez como una diseñadora de vestuario con urgencias sexuales que sacia con un tramoyista, Chippen (Víctor García) así apodado porque fue un stripper en un Chippendale, Mariana Treviño como Ceci, la delirada asistente de dirección, Fernando Luján como el actor viejo que nunca se rendirá, Anabel Ferreira como una representante y relacionista pública que no se aparta de su petaca ni aunque vengan disparando cañones, y una participación especial de la legendaria Silvia Pinal como una delegada del gremio de actores que se las trae. Hay cameos de Julieta Venegas, Ana Ofelia Murguía y otros figurones mexicanos que se me pierden porque no soy experto en su cine.

 

El film se cierra con Acuario, deja que entre el sol del musical Hair, y es apropiado porque por más nublado, encapotado, tormentoso que el cielo venga, el actor siempre deja entrar el sol, después de todo es su oficio, ¿no?

Gustavo Monteros

viernes, 12 de mayo de 2023

Festival LGBTQ+ - Novena jornada


 

Y como todo llega a su fin, concluyo con esta jornada mi primer festival Festival LGBTQ+.

Comienzo con Blue Jean (Georgia Oakley, 2022). Estamos en Newcastle en 1988. Jean (Rosy McEwen) lleva una vida partida. De día es profesora de Educación Física en una escuela secundaria, de noche vive plenamente el romance con su novia Vivi (Kerrie Hayes) en pubs, discotecas o en el refugio para lesbianas pobres que ayuda a mantener. O sea que sus días transcurren entre el closet y la zona de confort. Pero no son tiempos para medias tintas. El Thatcherismo rige desatado y logró instituir el Artículo 28 que prohíbe la representación positiva de la homosexualidad en escuelas, clubes y sedes municipales. Y ya se sabe, el oscurantismo no admite tibiezas. Y menos si se trabaja con adolescentes que intentan la definición de sus identidades sexuales, ante los cuales no hay que postularse necesariamente como un modelo a seguir, pero si ser sinceros y consecuentes con las elecciones de vida adoptadas. Jean despierta nuestra adhesión y simpatía porque no hace nada heroico: desanda caminos tomados, mete la pata y aprende a recomponerse. Se trata de una película elocuente y astuta, que en vez de predicarnos, nos invita a cuestionar y cuestionarnos. Está actuada como los dioses y merece todos y cada uno de los premios que lleva ganados.


Continúo con Desobediencia (Sebastián Lelio, 2017). Esti (Rachel McAdams) aprehende en sus huesos que al nacer se pierde todo sentido de libertad. Uno, como ella, puede nacer en un ambiente cerrado a cualquier posibilidad que no sea la que promueven estrictamente, por identidad, por filosofía, por convicción religiosa. Sus raíces se asientan en la comunidad judía ortodoxa. Al haberse apartado su objeto de amor y deseo, Ronit (Rachel Weisz), Esti  negó su sexualidad y se casó con el amigo de ambas, Dovid (Alessandro Nivola), un hombre que no perdió su bondad y comprensión por más que esté inscripto en la severa tradición. O quizás tan solo ama a Esti con todo su ser. Pero Ronit regresa porque ha muerto su padre, un gran rabino, respetado hasta la veneración y deja vacante un puesto para el que Dovid es requerido por todos. Ronit es una fotógrafa de prestigio que ahora vive su vida sin restricciones de ningún tipo. Y Esti no pretende replantearse nada, pero la mera presencia de Ronit despierta lo ineludible. Disobedience significó para el chileno Sebastián Lelio (Gloria, Una mujer fantástica) la primera incursión en el cine de habla inglesa y fue una experiencia de la que no solo salió ileso sino justamente laureado. Y los brillantes Weisz, McAdams y Nivola engrosaron su estimable currículo gracias a esta película con actuaciones de las que siempre se sentirán orgullosos.



Y termino con The World to Come / Deseo prohibido (Mona Fastvold, 2020). Estamos en 1856 en Shoharie County. Abigail (Katherine Waterson) y Dyer (Casey Affleck) son dos granjeros que intentan reponerse de la pérdida de su pequeña hija. Y no ayuda a superar la tristeza que la tierra no sea pródiga y las condiciones climáticas inclementes. Una pareja sin hijos, Tallie (Vanessa Kirby) y Finney (Christopher Abbott) se muda a las vecindades y palia levemente el aislamiento. Pero una pasión irrevocable surge entre Tallie y Abigail. Y si los amores son difíciles de ocultar en una metrópolis, en tierras tan inhóspitas y deshabitadas se vuelven tan visibles como el sol. Dyer, sensibilizado tal vez por la pérdida sufrida, tiende a ser generoso. Finney, en cambio, es cruel y mezquino y ya la anécdota del perro que cuenta lo presenta como temible a la hora de la frustración. Esta película puede verse en Amazon Prime Video y ganó el Queer Lion de la edición 2020 del Festival de Venecia.

 

Y así damos por finalizado el Primer Festival LGBTQ+. No hay premiación porque es una muestra de divulgación no competitiva. De no mediar imprevistos, volverá. Muchas gracias.

Gustavo Monteros

viernes, 5 de mayo de 2023

Festival LGBTQ+ - Octava jornada


 

Se podría decir que esta octava jornada del Festival LGBTQ+ que me organicé con películas que en su momento no vi es de Retrospectiva porque la componen películas con algún grado de antigüedad.


La primera es de 1995. Se trata de Total Eclipse (distribuida en Argentina como El fuego y la sombra y en España como Vidas al límite) dirigida por Agnieszka Holland con guion de Christopher Hampton. Y se centra en el tormentoso amor que mantuvieron los poetas Verlaine (David Thewlis) y Rimbaud (Leonardo Di Caprio) La frase de venta del afiche decía: “Tocados por el genio, maldecidos por la locura, enceguecidos por el amor”. A confesión de partes. Por el tema se inscribe en la tradición conocida como “amor entre artistas”. Subgénero que se centra en amantes fuera de toda convención social, a los que las ataduras morales que constriñen al resto de los mortales no los abarcan. Después de los créditos introductorios, unos subtítulos nos informan que Verlaine fue un poeta de talento, pero que Rimbaud fue un genio adelantado a su época y precursor de lo que se conoció como poesía moderna. Bien, si con toda esta información no sabemos a qué atenernos, somos más despistados de lo que creemos. Pero cuando el genio de Rimbaud entra a escena está más cerca de ser un idiota (en el sentido médico del término) que en un genio. La supuesta genialidad nunca será expresada, es a lo sumo mencionada. Y cuando leen un poema suyo y el que lo escucha pone cara de anonadamiento, se le dice que el oscuro poema es literal y que dice lo que dice. Como el Mozart del Amadeus Peter Shaffer, llevado al cine por Milos Forman en 1984, Rimbaud tiene malos modales en la mesa, come con la boca abierta, eructa sonoramente y hasta se sube a la mesa y patea platos y fuentes. Pero en el caso de Amadeus, basta que la banda sonora inicie una melodía de Mozart para que nos enteremos (si no lo sabemos de antes) que el muchacho es un genio. En cambio aquí al no haber contraprestación de genialidad, Rimbaud queda como un bobalicón desesperado por llamar la atención. En otros momentos parece jugar con los límites de lo permitido en asuntos más graves como el dolor y la muerte. Y clavará un puñal en una mano, por ejemplo, para expresar que lo único insoportable es que no hay nada insoportable (sic). Verlaine lo imitará y tirará a su mujer embarazada al piso y más tarde dará con el moisés con el recién nacido contra la pared. Puede que eso les sirva a los creadores para sentir que expresan el corrimiento de los límites de la sensibilidad burguesa a los que nuestros poetas protagonistas hacen caso omiso. Puede ser, pero ningún espectador los premiará con la corona de Miss Empatía. Admiro a Di Caprio sin peros, sin embargo esta es la peor actuación que le vi. “Actúa” cada momento, con mucha “mecánica” los que están fuera todo mandato social, los otros con distintos grados de “sensibilidad”, pero su personaje carece de cohesión, y hasta de sentido. Thewlis sale ligeramente mejor parado, porque casi todo el tiempo baila al son que le toca Di Caprio, y la supeditación lo salva. Holland se aferra a un par de ideas visuales para prefigurar la muerte (el lienzo batido por el viento y la voz que dice: Adelante, adelante, adelante; además de la del soldado enemigo dormido / muerto) y pone su morbo creativo en desentrañarlas al final, cuando ya es tarde. Christopher Hampton es un dramaturgo / guionista de inmenso talento, pero aquí no tiene idea de lo que anda contando ni para qué, cubre su confusión con palabras esdrújulas, altisonantes que fracasan en darnos gato por liebre. Puede que en los noventa la propuesta pareciera “importante” (esos tiempos eran muy vacuos), pero hoy se rebela boba, infantil, insustancial, atentatoria contra la mínima inteligencia y el más ligero sentido común.




Por suerte, me va mejor con Behind the Candelabra de 2013, dirigida por Steven Soderbergh y guión de Richard LaGravanese sobre el libro de Scott Thorson con Alex Thorleifson. Trata de los seis años que compartieron cama y techo, el rimbombante pianista Liberace (Michael Douglas) y el joven Scott Thorson (Matt Damon). En realidad da cuenta del paradigma con que Liberace trataba a sus amores. Scott reemplaza a Billy Leatherwood (Cheyenne Jackson), otro pianista de talento, y Scott será reemplazado por Cary James (Boyd Holbrook) el cantante líder de un grupo pop, con coreografías incluidas, tipo los Jackson Five o The Osmond Brothers. El título es muy apropiado, veremos lo que se oculta detrás de los candelabros aparatosos que adornan el escenario y el piano en los números de Liberace. Este pianista de espectacular (nunca más literal el adjetivo) vestuario aislaba a sus jóvenes amantes en casas / palacios que alguien equipara a los castillos de Ludwig II de Baviera. Los trata y viste como príncipes, los hace a su imagen y semejanza (en el caso de Scott la cuestión incluye una cirugía estética para darle rasgos de parentesco genético), dieta de anfetaminas primero y cocaína después para controlar el peso, seguridad económica con regalo de casas, joyas, pieles (es ¡Liberace!) y la amenaza de una adopción legal para que en el futuro, nadie puede disputarles el testamento, etc. Pero más tarde que temprano, la jaula de oro se nota, porque por más de oro que sea no deja de ser jaula y el amante aislado quiere libertad, rebelarse. Para cuando esto sucede, Liberace ya está cansado de su capricho y la relación cae pendiente abajo. Y como se basa en el libro de Scott conoceremos con detalles las circunstancias. Un detalle, el Scott verdadero tenía 18 años cuando comenzó la relación y 23 cuando se acabó. Su reemplazante, Cary James también tiene 18 cuando el nuevo ciclo comienza. En el film tanto Damon como Holbrook ni por asomo dan tan chicos, pero sí jóvenes. Me parece que no se quiso acentuar ese aspecto para que nuestro morbo como espectadores se concentrara en otros. Tampoco falsean nada, Liberace no estaba fuera de la ley. La película de Soderbergh es iluminadora porque no juzga, ni pretende escandalizar. Y si no olvidamos que eran tiempos de clóset riguroso, en los que se podía jugar con la ambigüedad pero nunca con la verdad, el análisis se vuelve si no piadoso, muy comprensible. En resumen, un film valioso que da tela para cortar. Gran actuación de Douglas que da una caracterización respetuosa, que su padre, Kirk Douglas, haya sido en algún momento vecino del verdadero Liberace y que el gran Kirk fuera la única gran estrella que asistiera al servicio fúnebre de Liberace quizá tuviera algo que ver. Debbie Reynolds (solo 12 años mayor que Michael) hace de madre de Liberace en un par de escenas deliciosas. Fue su última película. Long live the queen! (or queens)




Termino con una antigualla, Staircase / La escalera (Stanley Donen, 1969). Fue la primera película de abierta problemática gay con estrellas. Hubo otras con estrellas por esas fechas (The Sergeant / El sargento, John Flynn, 1968, con Rod Steiger y John Phillip Law, Reflection in a Golden Eye / Reflejos en tus ojos dorados, John Huston, 1967) con Marlon Brandon y Elizabeth Taylor, pero estos ejemplos, los personajes (muy enclosetados) eran gay, no la temática de la película. Staircase fue un sonado fracaso de crítica y público. Se la tildó de burlona y despreciativa. Ni tanto ni tan poco. Es un poco cruel, pero no del todo impiadosa. Es verdad que refuerza los estereotipos que se manejaban por entonces, el gay afeminado, gritón, de lengua viperina, bitchy, digamos. Se trata de una pareja veterana de 30 años de vida en común, que no se quieren mucho individualmente ni al otro. Manejan una peluquería de hombres. Harry (Richard Burton) cuida una madre senil y postrada que está en el mismo departamento. Charlie (Rex Harrison) espera la visita de una hija de 20 años a la que nunca vio y la vista por una demanda legal que le hizo un policía por “solicitation” (requerir acceso carnal), la trama transcurre en Londres y en aquellos tiempos la homosexualidad era delito en Inglaterra. Las dos estrellas aceptaron participar en el film, siempre y cuando estuviera el otro. Pero cuando la filmación comenzó, Harrison, sobre todo, estuvo a disgusto con el personaje y los textos que le tocaba decir. Se nota, pero su profesionalismo, en especial en el manejo de tiempos y subtextos, hace que la sangre no llegue al río. Su personaje no está redondeado, pero lo perfila bien y nos comunica cómo debería ser. Burton está impecable. Y si se me permite un juego con el tiempo, Richard parece estar imitando a la Judi Dench de hoy, algo imposible, por supuesto. Harrison quedó tan enojado que se alejó del cine por 8 años, regresaría en 1977 con The Prince and the Pauper / El príncipe y el mendigo (Richard Fleischer) y con el pie izquierdo, tenía escenas con Charlton Heston al que no aguantaba desde cuando compartieron cartel en The Agony and the Ecstasy / La agonía y el éxtasis (Carol Reed, 1965) en la que la supuesta homosexualidad de Michelangelo Buonarotti era gambeteada olímpicamente. Es que Heston era muy machirulo y tenía el sentido del humor de una hormiga renga.  

Fin de la octava jornada

Gustavo Monteros