viernes, 5 de mayo de 2023

Festival LGBTQ+ - Octava jornada


 

Se podría decir que esta octava jornada del Festival LGBTQ+ que me organicé con películas que en su momento no vi es de Retrospectiva porque la componen películas con algún grado de antigüedad.


La primera es de 1995. Se trata de Total Eclipse (distribuida en Argentina como El fuego y la sombra y en España como Vidas al límite) dirigida por Agnieszka Holland con guion de Christopher Hampton. Y se centra en el tormentoso amor que mantuvieron los poetas Verlaine (David Thewlis) y Rimbaud (Leonardo Di Caprio) La frase de venta del afiche decía: “Tocados por el genio, maldecidos por la locura, enceguecidos por el amor”. A confesión de partes. Por el tema se inscribe en la tradición conocida como “amor entre artistas”. Subgénero que se centra en amantes fuera de toda convención social, a los que las ataduras morales que constriñen al resto de los mortales no los abarcan. Después de los créditos introductorios, unos subtítulos nos informan que Verlaine fue un poeta de talento, pero que Rimbaud fue un genio adelantado a su época y precursor de lo que se conoció como poesía moderna. Bien, si con toda esta información no sabemos a qué atenernos, somos más despistados de lo que creemos. Pero cuando el genio de Rimbaud entra a escena está más cerca de ser un idiota (en el sentido médico del término) que en un genio. La supuesta genialidad nunca será expresada, es a lo sumo mencionada. Y cuando leen un poema suyo y el que lo escucha pone cara de anonadamiento, se le dice que el oscuro poema es literal y que dice lo que dice. Como el Mozart del Amadeus Peter Shaffer, llevado al cine por Milos Forman en 1984, Rimbaud tiene malos modales en la mesa, come con la boca abierta, eructa sonoramente y hasta se sube a la mesa y patea platos y fuentes. Pero en el caso de Amadeus, basta que la banda sonora inicie una melodía de Mozart para que nos enteremos (si no lo sabemos de antes) que el muchacho es un genio. En cambio aquí al no haber contraprestación de genialidad, Rimbaud queda como un bobalicón desesperado por llamar la atención. En otros momentos parece jugar con los límites de lo permitido en asuntos más graves como el dolor y la muerte. Y clavará un puñal en una mano, por ejemplo, para expresar que lo único insoportable es que no hay nada insoportable (sic). Verlaine lo imitará y tirará a su mujer embarazada al piso y más tarde dará con el moisés con el recién nacido contra la pared. Puede que eso les sirva a los creadores para sentir que expresan el corrimiento de los límites de la sensibilidad burguesa a los que nuestros poetas protagonistas hacen caso omiso. Puede ser, pero ningún espectador los premiará con la corona de Miss Empatía. Admiro a Di Caprio sin peros, sin embargo esta es la peor actuación que le vi. “Actúa” cada momento, con mucha “mecánica” los que están fuera todo mandato social, los otros con distintos grados de “sensibilidad”, pero su personaje carece de cohesión, y hasta de sentido. Thewlis sale ligeramente mejor parado, porque casi todo el tiempo baila al son que le toca Di Caprio, y la supeditación lo salva. Holland se aferra a un par de ideas visuales para prefigurar la muerte (el lienzo batido por el viento y la voz que dice: Adelante, adelante, adelante; además de la del soldado enemigo dormido / muerto) y pone su morbo creativo en desentrañarlas al final, cuando ya es tarde. Christopher Hampton es un dramaturgo / guionista de inmenso talento, pero aquí no tiene idea de lo que anda contando ni para qué, cubre su confusión con palabras esdrújulas, altisonantes que fracasan en darnos gato por liebre. Puede que en los noventa la propuesta pareciera “importante” (esos tiempos eran muy vacuos), pero hoy se rebela boba, infantil, insustancial, atentatoria contra la mínima inteligencia y el más ligero sentido común.




Por suerte, me va mejor con Behind the Candelabra de 2013, dirigida por Steven Soderbergh y guión de Richard LaGravanese sobre el libro de Scott Thorson con Alex Thorleifson. Trata de los seis años que compartieron cama y techo, el rimbombante pianista Liberace (Michael Douglas) y el joven Scott Thorson (Matt Damon). En realidad da cuenta del paradigma con que Liberace trataba a sus amores. Scott reemplaza a Billy Leatherwood (Cheyenne Jackson), otro pianista de talento, y Scott será reemplazado por Cary James (Boyd Holbrook) el cantante líder de un grupo pop, con coreografías incluidas, tipo los Jackson Five o The Osmond Brothers. El título es muy apropiado, veremos lo que se oculta detrás de los candelabros aparatosos que adornan el escenario y el piano en los números de Liberace. Este pianista de espectacular (nunca más literal el adjetivo) vestuario aislaba a sus jóvenes amantes en casas / palacios que alguien equipara a los castillos de Ludwig II de Baviera. Los trata y viste como príncipes, los hace a su imagen y semejanza (en el caso de Scott la cuestión incluye una cirugía estética para darle rasgos de parentesco genético), dieta de anfetaminas primero y cocaína después para controlar el peso, seguridad económica con regalo de casas, joyas, pieles (es ¡Liberace!) y la amenaza de una adopción legal para que en el futuro, nadie puede disputarles el testamento, etc. Pero más tarde que temprano, la jaula de oro se nota, porque por más de oro que sea no deja de ser jaula y el amante aislado quiere libertad, rebelarse. Para cuando esto sucede, Liberace ya está cansado de su capricho y la relación cae pendiente abajo. Y como se basa en el libro de Scott conoceremos con detalles las circunstancias. Un detalle, el Scott verdadero tenía 18 años cuando comenzó la relación y 23 cuando se acabó. Su reemplazante, Cary James también tiene 18 cuando el nuevo ciclo comienza. En el film tanto Damon como Holbrook ni por asomo dan tan chicos, pero sí jóvenes. Me parece que no se quiso acentuar ese aspecto para que nuestro morbo como espectadores se concentrara en otros. Tampoco falsean nada, Liberace no estaba fuera de la ley. La película de Soderbergh es iluminadora porque no juzga, ni pretende escandalizar. Y si no olvidamos que eran tiempos de clóset riguroso, en los que se podía jugar con la ambigüedad pero nunca con la verdad, el análisis se vuelve si no piadoso, muy comprensible. En resumen, un film valioso que da tela para cortar. Gran actuación de Douglas que da una caracterización respetuosa, que su padre, Kirk Douglas, haya sido en algún momento vecino del verdadero Liberace y que el gran Kirk fuera la única gran estrella que asistiera al servicio fúnebre de Liberace quizá tuviera algo que ver. Debbie Reynolds (solo 12 años mayor que Michael) hace de madre de Liberace en un par de escenas deliciosas. Fue su última película. Long live the queen! (or queens)




Termino con una antigualla, Staircase / La escalera (Stanley Donen, 1969). Fue la primera película de abierta problemática gay con estrellas. Hubo otras con estrellas por esas fechas (The Sergeant / El sargento, John Flynn, 1968, con Rod Steiger y John Phillip Law, Reflection in a Golden Eye / Reflejos en tus ojos dorados, John Huston, 1967) con Marlon Brandon y Elizabeth Taylor, pero estos ejemplos, los personajes (muy enclosetados) eran gay, no la temática de la película. Staircase fue un sonado fracaso de crítica y público. Se la tildó de burlona y despreciativa. Ni tanto ni tan poco. Es un poco cruel, pero no del todo impiadosa. Es verdad que refuerza los estereotipos que se manejaban por entonces, el gay afeminado, gritón, de lengua viperina, bitchy, digamos. Se trata de una pareja veterana de 30 años de vida en común, que no se quieren mucho individualmente ni al otro. Manejan una peluquería de hombres. Harry (Richard Burton) cuida una madre senil y postrada que está en el mismo departamento. Charlie (Rex Harrison) espera la visita de una hija de 20 años a la que nunca vio y la vista por una demanda legal que le hizo un policía por “solicitation” (requerir acceso carnal), la trama transcurre en Londres y en aquellos tiempos la homosexualidad era delito en Inglaterra. Las dos estrellas aceptaron participar en el film, siempre y cuando estuviera el otro. Pero cuando la filmación comenzó, Harrison, sobre todo, estuvo a disgusto con el personaje y los textos que le tocaba decir. Se nota, pero su profesionalismo, en especial en el manejo de tiempos y subtextos, hace que la sangre no llegue al río. Su personaje no está redondeado, pero lo perfila bien y nos comunica cómo debería ser. Burton está impecable. Y si se me permite un juego con el tiempo, Richard parece estar imitando a la Judi Dench de hoy, algo imposible, por supuesto. Harrison quedó tan enojado que se alejó del cine por 8 años, regresaría en 1977 con The Prince and the Pauper / El príncipe y el mendigo (Richard Fleischer) y con el pie izquierdo, tenía escenas con Charlton Heston al que no aguantaba desde cuando compartieron cartel en The Agony and the Ecstasy / La agonía y el éxtasis (Carol Reed, 1965) en la que la supuesta homosexualidad de Michelangelo Buonarotti era gambeteada olímpicamente. Es que Heston era muy machirulo y tenía el sentido del humor de una hormiga renga.  

Fin de la octava jornada

Gustavo Monteros

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.