viernes, 29 de julio de 2022

Programa doble: Foxtrot - Antonieta



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Foxtrot – Antonieta

 

En Foxtrot (Arturo Ripstein, 1976) cuando la Segunda Guerra Mundial se cierne inminente, Liviu (Peter O’Toole) un conde polaco, con su mujer Julia (Charlotte Rampling) más un sirviente personal, Eusebio (Jorge Luke) se alejan de la guerra y de su pasado retirándose a una isla tropical deshabitada y casi desconocida. En la isla los espera Larsen (Max von Sydow) un exmilitar con conocimientos de ingeniería que se ocupará del armado de las casas cuando lleguen los materiales. Mientras tanto viven en lujosas carpas que despertarían las envidias de un jeque árabe. La llegada de un yate con numerosos no invitados inesperados diezmarán las provisiones y destruirán la fauna del lugar con cacerías a mansalva. Otra vez solos, los cuatro habitantes de la isla tendrán que enfrentar el racionamiento de lo poco que queda para comer, beber y fumar, lo que provocará la disrupción de las categorías sociales de amos y criados. Sin condicionamientos sociales en los que recostarse, más la amenaza de una pronta inanición y con la incertidumbre de un futuro satisfactorio, los cuatro protagonistas se despeñarán en una sinrazón destructiva.

 

En Antonieta (Carlos Saura, 1982) Anna (Hanna Schygulla) una psicóloga francesa investiga las causas del suicidio femenino. Se topa con el caso de Antonieta Rivas Mercado (Isabelle Adjani) una escritora mexicana que se suicidó en Notre Dame en 1931. La investigación la llevará a México donde circunscribirá la vida de Antonieta, la hija de un escultor con estrechos vínculos con la alta burguesía y el poder, a los convulsionados vaivenes políticos de los tiempos en que le tocó devenir.

 

Son películas atípicas en las carreras de estos dos maestros. Si bien no se alejan de las obsesiones temáticas y estéticas que definieron sus mundos creativos, esta vez temas y estilos están como atemperados para un público más masivo. Son también dos coproducciones internacionales con estrellas que no forman parte de su canon actoral habitual. Las unen asimismo los preciosismos de un vestuario deslumbrante y una dirección de arte particularmente bella. Uno querría mudarse a las carpas con todas las comodidades que aparecen en Foxtrot o a las casas solariegas con galerías con arcadas y con patios o jardines frondosos de Antonieta. Adjani y Rampling lucen bellísimas en sus trajes de época y Schygulla nos recuerda cómo era la moda Prêt-à-porter de comienzo de los ochenta (hoy tan de época como las de Adjani y Rampling). En un abrir y cerrar de ojos ya todo es pasado.

Gustavo Monteros

viernes, 22 de julio de 2022

Programa doble: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto - La hija de un soldado nunca llora



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto – La hija de un soldado nunca llora

 

En Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz Yanes, 1995) a la pobre Gloria (Victoria Abril) no le puede ir peor. Su marido torero está en estado vegetativo tras una corrida fatal. Ella se fue a México a ver si podía reunir un poco de dinero y terminó de prostituta. Una noche en que le practicaba fellatio a unos matones vio como una operación de la DEA salió mal y ahora la persiguen los narcos para que entregue un cuaderno con información sensible con el que se quedó. La deportan a Madrid y se reencuentra con su suegra, Doña Julia (Pilar Bardem) que cuida al torero postrado y paga la hipoteca sobre el departamento dando clases a los chicos del barrio. La señora es una ex republicana, más roja que el gorro frigio, que es su tiempo padeció cárcel y tortura, pero que sabe que la educación saca de aprietos al más desprotegido mejor que el tentador delito. Eduardo (Federico Luppi) es el matón encomendado por la líder de los narcos, Doña Esperanza, para perseguir a Gloria, recuperar el cuaderno y devolverla a México para que la interroguen y la escarmienten. Cosa que se le dificulta a Eduardo porque el hombre anda en problemas nada más ni nada menos que con Dios. Entonces…

 

En La hija de un soldado nunca llora (A Soldier’s Daughter Never Cries, James Ivory, 1998) si bien hay una trama dominante que se despliega a lo largo de toda la película, está estructurada en tres bloques que semejan episodios de una película de mediometrajes independientes. El primero se centra en Billy, un niño de unos 10 años que en París es adoptado por una pareja norteamericana compuesta por un autor de éxito, exmilitar heroico, Bill Willis (Kris Kristofferson) (personaje ficcional que oculta al novelista James Jones, célebre por su De aquí a la eternidad) y su esposa Marcella (Barbara Hershey). El chico también tendrá que adaptarse a su hermana Channe, fusión de los rimbombantes nombres de la chica, Charlotte Anne. El segundo bloque es sobre Francis (Anthony Roth Costanzo) un compañero de escuela de Channe (ahora interpretada por Leelee Sobieski porque los chicos ya están en la preadolescencia). Francis es hijo de madre soltera, la Sra. Fortescue (Jane Birkin) y un precursor (estamos en los cincuenta) de las identidades no binarias y de los géneros líquidos de tan fluidos. Channe tendrá su menarca y Billy, integrado en la escuela y en la familia, verán su realidad disruptiva por la decisión del padre famoso de volver a su Norteamérica natal dado que su salud declina. La tercera y última parte es sobre Bill Willis, cuyo frágil corazón lo está llevando a la muerte. Lo vemos enfrentarla con valor y sabiduría. Tampoco son tiempos fáciles para Marcella que pelea por vivir el día a día sin ceder al duelo que ya la abarca. Channe ha despertado al sexo, lo vive sin prejuicios y es despreciada por los remilgos de una sociedad hipócritamente puritana. Billy niega su pasado y se resiste a leer el diario que su madre le legó para que conozca las razones por las que lo abandonó y no la juzgue con excesiva dureza.

 

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto como algunos platos que gustan al paladar español está muy condimentado. Por momentos son tantos los ingredientes en juego que los sabores se anulan entre sí. Pero así como uno no se queja de que el jamón crudo sea salado, es inútil pretender que lo español no sea saleroso, a sus historias hay que aceptarlas como son. Para platos más sosos o menos exuberantes, hay que recurrir a otras cinematografías.

 

James Ivory y su fiel guionista Ruth Prawer Jhabvala hicieron una carrera de llevar al cine novelas consideradas infilmables y difuminarse hasta fundirse en una manera de contar que los transparentaba, como si las novelas que exponían en pantalla se filmaran solas. Esta novela de Kaylie Jones no es una excepción y ellos hacen su habitual disappearing act. El mérito no es poco, cuánto más astuto el prestidigitador, mejor el truco.

 

Estas dos películas tienen en común títulos que son una oración completa. Poner buenos títulos es todo un arte que no se valora con justicia.

Gustavo Monteros

viernes, 15 de julio de 2022

Programa doble: Sombras en una batalla - La flaqueza del bolchevique



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Sombras en una batalla – La flaqueza del bolchevique


En Sombras en una batalla (Mario Camus, 1993) Ana (Carmen Maura) se esconde a plena luz. Es veterinaria en un pueblito cerca de la frontera de España y Portugal. Está asociada a otro veterinario, Darío (Tito Valverde) con él que se lleva más que bien y que la ayuda a criar a su hija de 13 años, Blanca (Sonia Martín). La casualidad la hace conocer a y relacionarse con José (Joaquim de Almeida) hasta que este revela pertenecer a la organización que mató a su esposo. Porque el secreto de Ana es haber pertenecido a la ETA (para los que no lo sepan, organización terrorista nacionalista vasca) y José anduvo mezclado con los GAL (para los que no lo sepan, agrupaciones parapoliciales financiadas por altos funcionarios del Ministerio del Interior español que practicaron terrorismo de estado contra la ETA) Y ya se sabe, los secretos expuestos desatan consecuencias inesperadas…


En La flaqueza del bolchevique (Manuel Martín Cuenca, 2003, según novela de Lorenzo Silva) Pablo (Luis Tosar) un ejecutivo treintañero en crisis con sus elecciones de vida se ve envuelto en un accidente de tránsito inconsecuente con Sonsoles (Mar Regueras) que de pura antipatía le inicia una querella. Pablo comienza a hostigarla y así conoce a la hermana menor de Sonsoles, María (María Valverde) una adolescente de 14 años con la que empieza una relación enriquecedora y movilizadora. Pero la obcecación de Sonsoles empuja el asunto a la tragedia.


Estas dos películas tienen bellos títulos evocadores y arman un buen programa doble para un domingo de frío. En mi opinión, el final de Sombras en una batalla es demasiado ecuménico-cristiano y suena falso, pero como siempre donde anda Carmen Maura, su sola presencia eleva el material y evita que se torne desdeñable. La flaqueza del bolchevique juega lícitamente con nuestras advertidas expectativas (¿es María una nueva Lolita?, ¿Pablo es una pedófilo en ciernes?) para desafiarlas y sorprendernos. Tosar es hipnótico como acostumbra y la Valverde no en vano se convirtió después de esta película en una gran estrella.


¿Hay elecciones inevitables? No, es una contradicción de términos. Elegir implica algún grado de libertad. Los condicionamientos son irremediables, uno no elige dónde nacer ni cuándo. Y las elecciones siempre dejan afuera las otras opciones que pudieron llevarnos por otros caminos. ¿Mejores? Quizá, ¡quién sabe! No me lleven el apunte. Son solo elucubraciones de domingo.

Gustavo Monteros

viernes, 8 de julio de 2022

Programa doble: La cita - Mi prima Raquel


Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: La cita – Mi prima Raquel


En The Appointment / La cita (Sidney Lumet, 1969) el abogado Frederico Fendi (Omar Sharif) se cruza en un restaurant con un colega con el que estudió, Renzo (Fausto Tozzi) que le presenta a su novia, Carla (Anouk Aimée), una modelo profesional. Frederico queda prendado de la belleza y del misterio de Carla. Ella se comporta extrañamente, es demasiado dócil, dispersa, blanda. Pasa el tiempo y por un caso que los dos abogados tienen en común, Frederico se entera de que Renzo ha dejado a Carla, porque de buena fuente le han dicho que ella trabaja también como ocasional prostituta de lujo. Más tarde, Carla le pide a Frederico que interceda ante Renzo y lo convenza de que lo que le han dicho es mentira. Renzo se muestra renuente a escucharla. Frederico primero intenta averiguar sin éxito si lo que le han dicho a Renzo es verdad, y después, convenciéndose de que el rumor es falso, se casa con Carla. Pero la duda persiste y se transforma en una obsesión que empañará su mente.


En My Cousin Rachel / Mi prima Raquel (Henry Koster,1952) Philip Ashley (Richard Burton) ha sido criado por Ambrose (John Sutton) que al ver declinar su salud se muda a Florencia para reponerse. Por cartas, Philip se entera de que Ambrose se ha casado con una prima con la que se reencontró en Italia, Rachel (Olivia de Havilland). Luego la correspondencia se vuelve confusa, Ambrose aparentemente en raptos de delirio aduce que Rachel lo está envenenando con unas tisanas que ella le jura son para mejorarlo. Philip decide viajar a Florencia para ver en persona qué está pasando. Llega unos días después de la muerte de Ambrose. El casero le informa que ha muerto de un tumor cerebral, el mismo diagnóstico que le sugirió el abogado de la familia Nicholas Kendall (Ronald Squire). No es que Nicholas fuera vidente, supuso que podría tratarse de la misma enfermedad que mató al padre de Nicholas. Contra las sospechas de Philip, Ambrose no cambió el testamento, le deja todos los bienes a Philip y nada dispone para Rachel, que partió para Roma después del entierro. Philip regresa a Cornwall y un buen día Nicholas le informa que Rachel está en el pueblo de visita. Philip, con la intención de vengarse de la que él cree asesina de su primo, invita a Rachel a pasar unos días en la casa solariega que habita. Pero, claro, Rachel no es ni por asomo la mujer que él se había figurado y se enamora de ella. Primero hace que Nicholas le disponga de una generosa asignación monetaria mensual y después arregla para que le cedan todos los bienes de Ambrose. Él cree que no se despoja de nada porque está convencido de que Rachel se casará con él, pero…


Philip y Frederico son dos hombres profundamente equivocados respecto a sus objetos de amor. Frederico, maníacamente, Philip, neuróticamente, jamás confían en lo que sienten, prefieren dejarse llevar por lo que dicen otros y por lo que suponen erróneamente, porque en el fondo están más enamorados de su idea de amor que de las mujeres por las que se apasionan.

Es que no basta con amar, también hay que saber hacerlo.

Gustavo Monteros

 

viernes, 1 de julio de 2022

Programa doble: El búho y la gatita - El salvaje



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: El búho y la gatita – El salvaje

 

Uno de los ejes de la comedia del siglo XX fue la guerra de los sexos, la confrontación de lo entendido como esencialmente femenino contra lo entendido como intrínsecamente masculino. Se hallan ejemplos ineludibles en las principales comedias de George Bernard Shaw: Candida, Pygmalion, César y Cleopatra, Las armas y el hombre, La conversión del capitán Brassbound, El hombre del destino, entre otras, por suerte, varias más.

 

La variable más deliciosa se centró en la irrupción de un huracán femenino en un apacible rincón masculino. En cine hay dos ejemplos supremos de Howard Hawks: Bringing Up Baby (1938) (conocida aquí como La adorable revoltosa) con los insuperables Katharine Hepburn y Cary Grant y Ball of Fire (1941) (conocida aquí con la traducción literal de su título: Bola de fuego) con los maravillosos Barbara Stanwyck y Gary Cooper.

 

Los dos títulos que revemos hoy pertenecen a esta variante.

 

En The Owl and the Pussycat / El búho y la gatita (Herbert Ross, 1970) en un edificio de departamentos tan diminutamente claustrofóbicos como imposibilitados de habilitar algún tipo de intimidad, el aspirante a novelista Félix (George Segal) ve su necesitado silencio permanentemente interrumpido por los ruidos que hace su vecina, Doris (Barbra Streisand) tanto cuando está con sus clientes (es prostituta part time, aunque se presente como una aspirante a actriz) como cuando está sola porque le gusta la televisión al volumen intolerable. La vociferante pelea en la que se enredan hace que los echen del edificio en plena noche y deambulen hasta recalar en el departamento de un amigo de él. La promiscuidad obligada los hará conocerse, apreciarse y enamorarse.

 

En Le Sauvage / El salvaje (Jean-Paul Rappeneau, 1975) Nelly (Catherine Deneuve) es una muchacha francesa que vino a Caracas para casarse, pero se arrepiente y huye de la inminente boda con un italianísimo Vittorio (Luigi Vannucchi) que no acepta un no como respuesta. Nelly termina por pedirle ayuda a un desconocido Martin (Yves Montand), que hará lo que esté a su alcance para sacársela de encima, algo que no logrará y terminará por albergarla, o más bien soportarla en la paradisíaca isla del Caribe en la que vivía apartado, recluso y tranquilo.

 

El búho y la gatita fue en su origen una obra de teatro de Bill Manhoff, de suerte inmerecida (se representó profusamente en todo el mundo) porque es pobre en la caracterización de sus personajes, escasa de ingenio y mecánica en el desarrollo de sus conflictos. La suerte le alcanzó también en la versión cinematográfica puesto que sus tres responsables principales, el director Herbert Ross y los actores Streisand y Segal ponen en juego su arte y oficio para disimular las cortedades de un producto vacío y medio tonto. Los años desnudan con impiedad las falencias y salvo algunas líneas, el compromiso actoral de Segal, Streisand que está en su mejor etapa de comediante y el baby-doll que se ve en el afiche, el resto es para el olvido.

 

El solitario, en cambio, a pesar de los años, exhibe jovialidad y lozanía. Jean-Paul Rappeneau es siempre recordado por su maravilloso Cyrano de Bergerac (1990) con el gran protagónico de Depardieu, pero su impar talento florece en la comedia. Tanto La vie de château / La vida en el castillo (1966), como Les mariés de l’an deux / (aquí) El aventurero del Año II (1971) como Bon voyage (2003) para mencionar mis favoritas ofrecen detalles magistrales. El salvaje con gran lucimiento de sus carismáticos protagonistas no le va a la zaga.

 

En definitiva, una tanto, la otra tan poco. Aunque un buen par de protagonistas en su salsa hacen digerible el bodrio más soso.

Gustavo Monteros