viernes, 22 de julio de 2022

Programa doble: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto - La hija de un soldado nunca llora



 Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto – La hija de un soldado nunca llora

 

En Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz Yanes, 1995) a la pobre Gloria (Victoria Abril) no le puede ir peor. Su marido torero está en estado vegetativo tras una corrida fatal. Ella se fue a México a ver si podía reunir un poco de dinero y terminó de prostituta. Una noche en que le practicaba fellatio a unos matones vio como una operación de la DEA salió mal y ahora la persiguen los narcos para que entregue un cuaderno con información sensible con el que se quedó. La deportan a Madrid y se reencuentra con su suegra, Doña Julia (Pilar Bardem) que cuida al torero postrado y paga la hipoteca sobre el departamento dando clases a los chicos del barrio. La señora es una ex republicana, más roja que el gorro frigio, que es su tiempo padeció cárcel y tortura, pero que sabe que la educación saca de aprietos al más desprotegido mejor que el tentador delito. Eduardo (Federico Luppi) es el matón encomendado por la líder de los narcos, Doña Esperanza, para perseguir a Gloria, recuperar el cuaderno y devolverla a México para que la interroguen y la escarmienten. Cosa que se le dificulta a Eduardo porque el hombre anda en problemas nada más ni nada menos que con Dios. Entonces…

 

En La hija de un soldado nunca llora (A Soldier’s Daughter Never Cries, James Ivory, 1998) si bien hay una trama dominante que se despliega a lo largo de toda la película, está estructurada en tres bloques que semejan episodios de una película de mediometrajes independientes. El primero se centra en Billy, un niño de unos 10 años que en París es adoptado por una pareja norteamericana compuesta por un autor de éxito, exmilitar heroico, Bill Willis (Kris Kristofferson) (personaje ficcional que oculta al novelista James Jones, célebre por su De aquí a la eternidad) y su esposa Marcella (Barbara Hershey). El chico también tendrá que adaptarse a su hermana Channe, fusión de los rimbombantes nombres de la chica, Charlotte Anne. El segundo bloque es sobre Francis (Anthony Roth Costanzo) un compañero de escuela de Channe (ahora interpretada por Leelee Sobieski porque los chicos ya están en la preadolescencia). Francis es hijo de madre soltera, la Sra. Fortescue (Jane Birkin) y un precursor (estamos en los cincuenta) de las identidades no binarias y de los géneros líquidos de tan fluidos. Channe tendrá su menarca y Billy, integrado en la escuela y en la familia, verán su realidad disruptiva por la decisión del padre famoso de volver a su Norteamérica natal dado que su salud declina. La tercera y última parte es sobre Bill Willis, cuyo frágil corazón lo está llevando a la muerte. Lo vemos enfrentarla con valor y sabiduría. Tampoco son tiempos fáciles para Marcella que pelea por vivir el día a día sin ceder al duelo que ya la abarca. Channe ha despertado al sexo, lo vive sin prejuicios y es despreciada por los remilgos de una sociedad hipócritamente puritana. Billy niega su pasado y se resiste a leer el diario que su madre le legó para que conozca las razones por las que lo abandonó y no la juzgue con excesiva dureza.

 

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto como algunos platos que gustan al paladar español está muy condimentado. Por momentos son tantos los ingredientes en juego que los sabores se anulan entre sí. Pero así como uno no se queja de que el jamón crudo sea salado, es inútil pretender que lo español no sea saleroso, a sus historias hay que aceptarlas como son. Para platos más sosos o menos exuberantes, hay que recurrir a otras cinematografías.

 

James Ivory y su fiel guionista Ruth Prawer Jhabvala hicieron una carrera de llevar al cine novelas consideradas infilmables y difuminarse hasta fundirse en una manera de contar que los transparentaba, como si las novelas que exponían en pantalla se filmaran solas. Esta novela de Kaylie Jones no es una excepción y ellos hacen su habitual disappearing act. El mérito no es poco, cuánto más astuto el prestidigitador, mejor el truco.

 

Estas dos películas tienen en común títulos que son una oración completa. Poner buenos títulos es todo un arte que no se valora con justicia.

Gustavo Monteros

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