Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.
Hoy: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto – La
hija de un soldado nunca llora
En Nadie hablará de
nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz Yanes, 1995) a la pobre Gloria
(Victoria Abril) no le puede ir peor. Su marido torero está en estado
vegetativo tras una corrida fatal. Ella se fue a México a ver si podía reunir
un poco de dinero y terminó de prostituta. Una noche en que le practicaba
fellatio a unos matones vio como una operación de la DEA salió mal y ahora la
persiguen los narcos para que entregue un cuaderno con información sensible con
el que se quedó. La deportan a Madrid y se reencuentra con su suegra, Doña
Julia (Pilar Bardem) que cuida al torero postrado y paga la hipoteca sobre el
departamento dando clases a los chicos del barrio. La señora es una ex
republicana, más roja que el gorro frigio, que es su tiempo padeció cárcel y
tortura, pero que sabe que la educación saca de aprietos al más desprotegido
mejor que el tentador delito. Eduardo (Federico Luppi) es el matón encomendado
por la líder de los narcos, Doña Esperanza, para perseguir a Gloria, recuperar el
cuaderno y devolverla a México para que la interroguen y la escarmienten. Cosa
que se le dificulta a Eduardo porque el hombre anda en problemas nada más ni
nada menos que con Dios. Entonces…
En La hija de un
soldado nunca llora (A Soldier’s Daughter Never Cries, James Ivory, 1998)
si bien hay una trama dominante que se despliega a lo largo de toda la
película, está estructurada en tres bloques que semejan episodios de una
película de mediometrajes independientes. El primero se centra en Billy, un
niño de unos 10 años que en París es adoptado por una pareja norteamericana
compuesta por un autor de éxito, exmilitar heroico, Bill Willis (Kris
Kristofferson) (personaje ficcional que oculta al novelista James Jones,
célebre por su De aquí a la eternidad)
y su esposa Marcella (Barbara Hershey). El chico también tendrá que adaptarse a
su hermana Channe, fusión de los rimbombantes nombres de la chica, Charlotte
Anne. El segundo bloque es sobre Francis (Anthony Roth Costanzo) un compañero
de escuela de Channe (ahora interpretada por Leelee Sobieski porque los chicos
ya están en la preadolescencia). Francis es hijo de madre soltera, la Sra.
Fortescue (Jane Birkin) y un precursor (estamos en los cincuenta) de las
identidades no binarias y de los géneros líquidos de tan fluidos. Channe tendrá
su menarca y Billy, integrado en la escuela y en la familia, verán su realidad
disruptiva por la decisión del padre famoso de volver a su Norteamérica natal
dado que su salud declina. La tercera y última parte es sobre Bill Willis, cuyo
frágil corazón lo está llevando a la muerte. Lo vemos enfrentarla con valor y
sabiduría. Tampoco son tiempos fáciles para Marcella que pelea por vivir el día
a día sin ceder al duelo que ya la abarca. Channe ha despertado al sexo, lo
vive sin prejuicios y es despreciada por los remilgos de una sociedad
hipócritamente puritana. Billy niega su pasado y se resiste a leer el diario
que su madre le legó para que conozca las razones por las que lo abandonó y no
la juzgue con excesiva dureza.
Nadie
hablará de nosotras cuando hayamos muerto como algunos platos
que gustan al paladar español está muy condimentado. Por momentos son tantos
los ingredientes en juego que los sabores se anulan entre sí. Pero así como uno
no se queja de que el jamón crudo sea salado, es inútil pretender que lo
español no sea saleroso, a sus historias hay que aceptarlas como son. Para
platos más sosos o menos exuberantes, hay que recurrir a otras cinematografías.
James Ivory y su fiel guionista Ruth Prawer Jhabvala
hicieron una carrera de llevar al cine novelas consideradas infilmables y
difuminarse hasta fundirse en una manera de contar que los transparentaba, como
si las novelas que exponían en pantalla se filmaran solas. Esta novela de
Kaylie Jones no es una excepción y ellos hacen su habitual disappearing act. El
mérito no es poco, cuánto más astuto el prestidigitador, mejor el truco.
Estas dos películas tienen en común títulos que son una
oración completa. Poner buenos títulos es todo un arte que no se valora con
justicia.
Gustavo Monteros
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