Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: Jerry &
Marge Go Large y The Phantom of the Open
En Jerry & Marge Go Large (La fórmula ganadora de Jerry y Marge) (David Frankel, 2022), Jerry
(Bryan Cranston) es un as de las matemáticas. Un genio desperdiciado, como le
dice su hijo. En el trabajo fue pasado por alto, dejado de lado, dado por
sentado, lo que fuera para no admitir su capacidad infrecuente, admitirla
hubiera significado reconocer la propia mediocridad, y los mediocres prefieren
intrigar, mentir, negar antes que asumir la brillantez que les fue negada. Y
como son legión, el brillante, tímido, bueno, generoso Jerry tiene destino de
oscuridad. El mundo es lo que es, un lugar cruel, egoísta, miserable. Por eso
los compañeros de trabajo y lo que es peor, los jefes, están felices de
sacárselo de encima, jubilándolo al fin. Y aunque Jerry es muy sociable, con
amigos, parientes, vecinos que lo quieren y respetan, no es muy feliz, porque
su peculiar destreza lo aísla, no puede dejar de ser lo que es, reducir todo, a
toda hora, a una ecuación matemática. Como reconocerá con dolor a esposa Marge
(Annette Benning) cuando su hijo le habló del primer amor, estaban en un bote
de pesca, y él en vez de escucharlo, calculaba cuanto tardarían en volver a lo
orilla según las distintas frecuencias, la de usar el motor a tal velocidad o
los remos. Y ahora, jubilado, se desalienta más que se aburre, en el trabajo no
usaban su talento, pero podía fingir que lo hacían y se entretenía calculando
variantes que nadie usaba. Pero como las matemáticas no pueden frenarse jamás
en su cabeza, un buen día descubre que hay un juego en la lotería que ofrece en
el rebote una alta probabilidad de ganar. Lo comprueba sin contárselo a su
esposa, pero cuando esta se entera, en vez de enojarse, se asocia, y como pasa
ante imprevistos impensados, la relación florece y hasta vuelven a conjugar el
sexo olvidado. Y esta felicidad repentina desata en ellos su generosidad en
ciernes y participan del secreto a los habitantes del pueblo en que viven.
Pueblo que languidece hacia su improductividad total porque el capitalismo
versión neoliberal mata más rápido la hierba que el caballo de Atila, y
entonces…
En The Phantom of the Open (El gran Maurice) (Craig Roberts, 2021)
Maurice Flitcroft (Mark Rylance) no sabe muchas cosas, pero sabe querer. Cuando
su esposa, Jean (Sally Hawkins) antes de serlo, le confesó que no estaba sola
en el mundo, que tenía un hijo, Michael (Jake Davies), él la quiso más y se
casó con ella. Tendrían después mellizos, Gene (Christian Lees) y James (Johan
Lees). Y cuando el Thatcherismo iba a reducir el personal del astillero donde
Maurice era un operador de grúas, Jean lo insta a que se concentre en él y
cumpla algún sueño postergado. Pero él ya ni se acuerda de qué sueños tenía, se
despojó de toda ambición para darle a sus hijos lo mejor que podía alcanzar, y
entonces se le ocurre que podría ser el golf, y como puesto a imaginar no es de
andar con chiquitas, no piensa en practicar los fines de semana, sino de
participar y ganar el Open de Inglaterra. Aunque persiste un pequeño
inconveniente, no sabe nada de golf, o solo lo que sabemos todos por la tele o
por las películas. Y como las arbitrariedades de los certámenes no tienen mucha
lógica, logra inscribirse y participar. Se prepara lo mejor que puede, se
atiborra de reglamentos, compra el equipo más barato que no es muy bueno
precisamente y entrena a hurtadillas, porque otro camino no le queda, el golf
no es para obreros de un astillero, suena amplio y abarcador en los papeles,
pero en realidad es más snob que el protocolo para estar en las carreras de
Ascot. Y llega la hora de la verdad, participa en el Open y obtiene un record,
el peor desempeño que tuvo jamás un jugador. Eso le dio una fama chiquita que
le alcanzó para ir a programas de televisión a repetir los bochornos, y
divertir a los crueles y a los inocentes. Afuera el Thatcherismo destruía todo
lo que estuviera en su camino de acumular riquezas para los ricos, y Maurice y
Jean pierden su casa y se van a vivir a un tráiler más chico que su suerte. Y
cuando la cuerda está por cortarse, el casi milagro. Si el mundo siempre fue un
pañuelo, ahora que estamos interconectados (por entonces solo por el cable, la
internet y las redes sociales no se usaban todavía) es un pañuelito, por eso su
pésima actuación deportiva no pasó desapercibida y en las excolonias o sea los
estados que se dicen unidos, es el Santo Patrono de los Negados para el Golf,
con premios y un certamen con su nombre. Entonces…
Las tramas de estas dos películas no surgen del delirio
creativo de trasnochados guionistas, sino más bien del Créase o no de la
realidad. Y por eso tienen finales agridulces y no finales felices a toda
orquesta. Puesto en la obligación el mundo puede ser generoso y no munificente.
Sin embargo estas dos películas reverdecen la esperanza de que las segundas
oportunidades y las alegrías de ser alguna vez lo que se es de verdad no es un
mito de cine, un cuento de hadas para adultos, la plegaria cumplida de un santo
que se levantó de la siesta, sino la concreción no muy frecuente de los sueños
que persisten bajo la almohada sin que nadie ya los recuerde.
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