La séptima colaboración del actor Philippe Noiret con el
director Bertrand Tavernier es de 1989 y se llama La vie et rien d’autre o
sea La vida y nada más)
Las guerras no terminan cuando se dicen que terminan. Y
para los que participaron en ellas, no terminan más.
La vida y nada más
transcurre en varias localidades de Francia en 1920. 
La Primera Guerra Mundial, la que iba a terminar con todas
las guerras, la que iba a durar tan poco que los soldados no terminarían de
partir cuando ya estarían de vuelta, se extendió por cuatro años. La estrategia
de trincheras enfrentadas con una tierra de nadie en el medio fue un siniestro
agujero negro que absorbió millones de víctimas. 
Incluso después de dos años de su fecha de cierre, el
comandante Dellaplane (Philippe Noiret) busca identificar a los soldados
franceses dados por desaparecidos en la contienda. Tarea que sabe inabarcable,
porque se calcula que son aproximadamente unos 350.000, igual busca cumplirla
lo más exhaustivamente posible.
Dellaplane visita hospitales neuropsiquiátricos (por
entonces popularmente llamados manicomios) ya que hay soldados que
enloquecieron, que perdieron la memoria. Si carece de datos que permitan
identificarlos, les saca fotos, arma fichas con sus rasgos peculiares y los
censa. 
Visita los improvisados hospitales de campaña que quedan.
(Los castillos, las casas solariegas de los nobles y ricos en tiempos de guerra
se transforman en sitios de cura y recuperación). Ahora subsisten los de
heridas graves, los de pacientes de lenta agonía, los que no quieren someter
sus despojos a los familiares.
Recaba datos en vecindarios donde hubo batallas cercanas o
desmovilizaciones. Muchos soldados sin brazos o piernas, ciegos o sordos, con
las caras desfiguradas partieron supuestamente de regreso a casa, pero en el
camino eligieron no volver.
Los busca también en las cercanías de los campos minados,
donde todavía desactivan bombas, porque hay los que fueron enterrados de apuro.
Él los busca oficialmente, pero hay grupos de parientes que
los buscan por su cuenta, porque necesitan saber si están vivos o muertos. La
mayoría da a los suyos por muertos, pero nunca se sabe. Para ayudarlos, el
ejército coloca tablones sobre los cuales se distribuyen efectos personales
rescatados de los cadáveres, relojes, cadenas con medallitas o crucifijos,
cigarreras, encendedores (por entonces se fumaba mucho), talismanes, anillos, o
lo que fuera que llevaran consigo. 
Entre idas y venidas, Dellaplane se topa con dos mujeres.
Con la elegante y de alcurnia, Irène de Courtil (Sabine Azéma) que busca a su
marido desaparecido y que viaja en un imponente auto con chofer de librea, y
con Alice (Pascale Vignal), una maestra que busca a su novio, y que, al perder su
trabajo en la escuela de campo, acepta ser camarera en una fonda del lugar, con
tal de estar cerca de los parajes cercanos a la batalla de la que su novio ya
no volvió. Nada más ni nada menos que la célebre, por lo cruenta y terrible,
batalla de Verdún. 
A las dos les aconsejará que abandonen la búsqueda, pero
son tozudas, incansables y decididas. Con Irène tendrá un ida y vuelta que en
otro contexto sería de seducción. (De tan distintos se llevan en el fondo de lo
más bien, por más que en la superficie no dejen de esgrimir sus diferencias.) 
Las guerras se generan una y otra vez porque hay quienes
obtienen beneficios económicos con ellas. Como resume tan bien Bertold Brecht
en una línea de su obra Madre Coraje: “La guerra es un comercio, se
venden balas en vez de pan”. 
Y aquí como hay muchos cadáveres prolifera la carroña.
Están quienes venden servicios de búsquedas y cobran bien
trabajos que nunca harán. Están también los escultores que buscan inspiración.
Todas las ciudades, pequeñas o grandes, comisionan el emplazamiento de una
estatua o grupos escultóricos en homenaje a los caídos (Las estafas y el lucro
que se obtuvo por estas estatuas y monumentos son el tema determinante en Au
revoir là-haut / Nos vemos allá arriba (Albert Dupontel, 2017) sobre
novela de Pierre Lemaitre, otra película imperdible). 
Y hay también algunos que no son carroñeros, aunque bordean
la condición. 
Como los representantes de un pueblito que no tuvo pérdidas
de vidas, dado que sus vecinos volvieron todos. Se quedan entonces sin el
subsidio de guerra para la comuna. Y para obtener de todos modos el beneficio, piden
que a un soldado de un pueblo vecino se lo considere un muerto de la comarca.
Y hasta los altos mandos buscan su muerto. Necesitan llenar
la Tumba del Soldado Desconocido, monumento imponente que se inaugurará en
París con gran pompa. Quieren que sea un “francés puro”, o sea sin
contaminación étnica reconocible, y en lo posible no comunista. Los requisitos
parecen broma, ¿cómo se sabe si un cadáver es comunista? Si por algún motivo se
supiera, no sería un desconocido como el que supone debe honrar el monumento.
La raza podría deducirse, claro. 
Como dijimos, Dellaplane y de Courtil concluyen en algo que
se parece al amor. El final original de Tavernier era más tajante que el que
quedó. La modificación la motivó el trabajo de la actriz Azéma que le puso
tanta pasión al impulso de su personaje por comunicarse con el de Noiret que
creó una química que hubiera quedado desairada con otro final distinto al que
ahora tiene el filme. Esto habla de la flexibilidad de Tavernier o de la magia
que tienen las historias por hallar su mejor final. 
Los logros de La vida y nada más fueron tantos que
Tavernier en 1996 volvería a meterse con la Primera Guerra Mundial en El capitán
Conan, que entre otros temas trata sobre cómo los hombres que pueden ser
los guerreros ideales no tienen lugar para sus particulares talentos en tiempos
de paz. 
El director Claude Sautet amigo y consultor de Tavernier de
toda la vida después de ver Capitaine Conan le dijo a Tavernier que si
modificaba un fotograma de lo que acababan de proyectarle no volvería a
dirigirle la palabra, tan inmejorable le había parecido. 
Noiret no estaría en Capitaine Conan. Aunque
Tavernier y Noiret no lo sabían, para 1996 sus trabajos en común habían
terminado. Una pena, la gloria del cine perdería el matiz de volver a ser
agigantada por ellos dos juntos. 
Lo que hace Philippe Noiret en La vida y nada más es
maravilloso. Sin embargo, su excelso trabajo pasó casi desapercibido porque
venía de una película de Giuseppe Tornatore que obnubilaba todo: Nouvo
Cinema Paradiso o Cinema Paradiso, a secas. A veces los espectadores
están de racha. 
Gustavo Monteros

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