Y la octava y última colaboración entre Philippe Noiret y
Bertrand Tavernier fue casual y accidentada, no intencional.
Riccardo Freda, un director de filmes de bajo presupuesto y
que había paseado por multitud de géneros (el peplum, el giallo, el de espías,
el policial, el de capa y espada, entre otros) había dirigido en 1950 Il
figlio de d’Artagnan (en inglés se distribuyó como The Gay Swordsman)
sobre idea y guion propios.
En 1994, Tavernier dispuso producirle a Freda su vuelta al
cine después de 14 años, con una versión de su historia de mosqueteros, aunque
esta vez con una hija en vez de hijo. Y así pasaron de Il figlio di
d’Artagnan a La fille de d’Artagnan.
Sophie Marceau, la protagonista, se llevó mal lo que se
dice mal con Freda y a los pocos días de iniciado el rodaje, le dio a Tavernier
el ultimátum: o ella o Freda.
Marceau era la estrella del momento y Freda un director
casi olvidado. Despedirlo era más barato que despedirla. Adiós, Freda,
entonces. Y Tavernier para evitarse más problemas asumió la dirección.
La hija de d’Artagnan es un
divertimento a la manera de los que Philippe De Broca y Jean-Paul Rappeneau
concibieron para Jean-Paul Belmodo, Cartouche (1964) Les mariés de
l’an deux / El aventurero del año II (1971), respectivamente. Aunque
no tan logrado como los ejemplos señalados.
Se trata de un buen ejercicio de estilo sobre una película
de matiné con más profesionalismo que inspiración.
El convento donde está internada la hija de D’Artagnan se
ve envuelto en una intriga que involucra el derrocamiento del rey, negociados
con esclavos y asesinatos impunes.
D’Artagnan, la hija y los mosqueteros que aun viven, con
las mañas residuales que persisten a pesar de la edad avanzada, ordenaran los
entuertos, impedirán los atropellos y salvarán el día.
La hija del título de paso florecerá como espadachina
guerrera y se reconciliará con el padre y obtendrá pareja.
Es una película sin alegría ni ingenio que, sin embargo, se
ve con agrado, porque siempre se aprecian los salvatajes inusitados de
proyectos condenados a no realizarse y a perderse en el fondo de un cajón.
Estas quijotadas son un homenaje al oficio. Porque como
dice María Elena Walsh en Como la cigarra: “A la hora del naufragio / Y de la
oscuridad / Alguien te rescatará / Para ir cantando”
Por eso da ternura que la última colaboración de Philippe
Noiret y Bertrand Tavernier no sea otra obra maestra, como alguna de las que
les tocó crear, sino una de “hay que sacarla como sea, pero hay que sacarla”
Cuando trabajaron juntos por primera vez en 1974 en El
relojero de Saint-Paul / L’horloger de Saint-Paul, Bertrand
Tavernier llevaba años cumpliendo varias tareas en las bambalinas de las
producciones cinematográficas, pero salvo un par de cortometrajes que se
incluyeron en películas de episodios a mediados de los sesenta, no tenía
pruebas de su talento para mostrar. Se hablaba de él y se suponía que
“prometía”, pero no había nada que asegurara la creencia.
Philippe Noiret era por entonces una estrella consagrada,
con gran llegada al público y experiencias con grandes directores. Leyó un
guion primerizo de El relojero y se comprometió de palabra.
Cuando Tavernier consiguió la financiación y la producción
estuvo en marcha, Noiret dijo que la haría, aunque eso significara aceptar que
le redujeran mucho, menos que a la mitad, lo que cobraba por película.
Años más tarde, Tavernier se animó a preguntarle por qué se
la había jugado por un desconocido. Noiret con sencillez le contestó: Te había
dado mi palabra, ¿no?
Noiret murió a los 76 años, el 23 de noviembre de 2006,
luego de padecer lo que eufemísticamente se llama una larga y dolorosa
enfermedad. Trabajó hasta el último segundo que le fue posible. Al día
siguiente de su deceso tenía programado otro encuentro con el actor que lo
sustituía en la obra de teatro que hasta hace poco estaba haciendo.
Se trataba de Cartas de amor de A.R. Gurney, una
pieza para ser leída por un actor y una actriz. Es una historia de amor que se
cuenta a través de cartas que se envían los protagonistas, desde que son niños
hasta que alcanzan la madurez física.
El montaje habitual es con dos mesitas o con dos atriles, a
los que están ya los actores cuando se corre el telón o se ilumina el espacio
escénico. O sea que no se los ve entrar a escena. Cuando la obra termina, hay
un apagón y al volver la luz, la escena está vacía. Entonces los actores entran
desde las bambalinas a ambos lados del escenario para el saludo final.
Noiret hasta la última función que dio pegó una ágil
corridita hasta el centro del escenario y recibir el aplauso. La actriz que lo
acompañaba le dijo que lo sabía con dolores y limitaciones y no pensaba que
podía lucir tan ágil, algo que hasta a ella que estaba bien, le costaba. Él
sonrió y le dijo: Es que lo actúo para que los malestares no salgan a escena.
Bertrand Tavernier murió a los 79 años, el 25 de marzo de
2021, por complicaciones de una pancreatitis. Su última película de ficción es
de 2013, Quai d’Orsay, una comedia sobre entretelones del manejo del
poder político. Y su última película es un documental de 2016, Voyage à
travers le cinéma français / Viaje por el cine francés. El film dura
3 horas y 20 minutos y se estrenó en el Festival de Cannes de dicho año.
Es, por supuesto, un homenaje a las películas francesas que
Tavernier amó durante su vida. Este material extendido y dividido en 9
episodios se estrenó al año siguiente en la televisión francesa.
Dejó una productora cinematográfica en funcionamiento a
cargo de sus hijos, Tiffany y Nils Tavernier. Este último escribió, dirigió y
estrenó este año (2025) La vie devant moi / La vida ante nosotros.
Es también un actor prolífico.
Philippe Noiret y Bartrand Tavernier cumplieron su
derrotero artístico con creces. El mundo, gracias a su obra, es un lugar mejor.
Gustavo Monteros

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