El 10 de noviembre de 2025 se cumplieron 100 años del
nacimiento de Richard Burton. El aniversario me pareció una buena excusa para
ver una película en la que estuviera.
Reviso las que tengo a mano y en una primera selección, me
quedo con Alexander the Great / Alejandro Magno (Robert Rossen,
1956), Where Eagles Dare / Donde las águilas se atreven (Brian G.
Hutton, 1968), The Medussa / Satánico (Jack Gold, 1978) o 1984
(Michael Radford, 1984). O sea, una por década.
A Alejandro Magno nunca la terminé de ver, me aburro
por la mitad. A Donde las águilas se atreven, en cambio, nunca me canso
de mirarla, es una de mis favoritas. A Satánico, la vi una vez y por la
mitad, entré cuando ya estaba empezada, eran los tiempos del continuado y no me
quedé para ver el principio. A 1984 la vi en video una madrugada entre
sueños, tenía que devolver el video al día siguiente y con tal de no pagar la
multa, preferí malverla.
Opto por Satánico. Dicen las malas lenguas que, por
la bebida, en los setenta, Richard, Dick, para los amigos, no era muy
quisquilloso a la hora de elegir proyectos, de ahí que esté en películas que
los puristas califican de impresentables y que el resto ve con regocijo,
maligno o renovado.
Satánico figura en los primeros
puestos de las peores películas de 1978. Pero, ¿qué es lo mejor o lo peor?
Maravillas reverenciadas por la crítica caen en profundos olvidos y supuestos
bodrios son con el tiempo celebrados como hitos imperdibles. Nada permanece
incólume por siempre. Sobre todo, los juicios críticos.
Satánico puede revivir en culto, no
por decisiones estéticas que más tarde se vuelven camp o kirsch, ni por
actuaciones tan desmelenadas que de tan pasadas de vuelta son deliciosas, ni porque
cuente una historia tan implausible que desata sonrisas involuntarias.
No, se trata de una producción profesional, filmada con
corrección, con un elenco que sostiene la trama con mucho oficio y está bien
dirigida dentro del género en que hay elegido ubicarla.
Creo que no se la olvidó, porque sorprendió, sedujo y
entusiasmó.
La premisa que fundamenta el argumento puede resultar
polémica, pero nunca ridícula o involuntariamente cómica.
Se trata de un thriller sobrenatural, que inicia con una
indagación policial clásica de quién mató a la víctima, que de a poco deriva en
lo extraordinario y que termina con elementos del cine catástrofe.
Hay un escritor de novelas acusatorias del establishment y
sus inequidades (las reacciones ante la injusta distribución de la riqueza
vienen ya de lejos), personaje llamado John Morlar, que es el que hace Richard
Burton. Lo golpean en la cabeza repetidas veces con una estatuita de Napoleón y
lo dan por muerto, aunque queda en coma.
Al ataque lo investiga un policía francés, que anda en
Londres por un intercambio con un inglés que anda por París, el galo se llama inspector
Brunel, papel que hace Lino Ventura, que parece que hablara inglés con acento
francés, pero que informan que fue doblado por David de Keyser (yo hubiera
jurado que era el propio Ventura).
La víctima, o sea Burton, no tiene amigos ni parientes,
pero tiene psiquiatra, la doctora Zonfeld, papel que hace Lee Remick.
La Medusa del título en inglés es, claro, la gorgona de la
mitología griega que te deja de piedra (literalmente) si te mira fijo.
Y no está en el título, hablo de la vieja y querida
telekinesis, pero la película se ocupa de definirla oportunamente con claridad.
Dice alguien que es la capacidad que tienen algunas mentes de mover objetos o
controlar eventos.
Es que en los setenta la telekinesis era furor. Brian de
Palma no podía estar sin ella: Carrie (1976) y The Fury / La furia
(1978).
Y como era muy influyente, creó tendencia: Ruby
(Curtis Harrington, 1977), Jennifer (Brice Mack, 1978), Patrick /
Patrick, una experiencia alucinante (Richard Franklin, 1978), The
Kirlian Witness / El testimonio de Kirlian o El poder de las plantas
(Jonathan Sarno).
Como se ve, la ola era irrefrenable, tanto que siguió en
los ochenta: Scanners (1981) / Telépatas, mentes destructoras / Los
amos de la muerte, clásico de David Cronenberg, The Sender /
Alucinaciones del mal (Roger Christian, 1982), The Dead Zone / La zona
muerta (1983), otro Cronenberg imperdible, con el siempre atendible
Christopher Walken, Firestarter / Llamas de venganza (Mark L. Lester,
1984) con la niña Drew Barrymore.
La veta dio también para la comedia: Modern Problems /
El poder de los celos (Ken Shapiro, 1981), con el por entonces rey de las
boleterías, Chevy Chase y Zapped! / Los estudiantes se divierten (Robert
J. Rosenthal, 1982).
(Y no es que sea un experto en el tema, esta información me
la dio la enciclopédica internet)
Y si creen que con lo de la telekinesis hago espóiler en
esta crónica de Satánico, les cuento que el afiche decía: “Richard
Burton es el hombre con el toque de Medusa… Tiene el poder de crear
catástrofes…”
Puede que, en 1978, los veteranos dijeran: “Bueno, seamos
serios…”, pero los jóvenes con nuestras mentes febriles (pero no
telequinéticas, ¡qué lástima!) abrazamos la premisa con fervor y la registramos
a fuego. De ahí que varios comentarios de usuarios de IMDB digan: “la vi de
chico y se me pegó”. El poder de las películas.
Puede que, por las reacciones ante el estreno, Dick y Lee
se vieran en la obligación de justificarse. Burton se escudó en Remick y ella
en él. Dijeron que aceptaron hacerla porque el otro ya estaba en el proyecto.
Lino Ventura no dijo nada. Trabajaba demasiado como para volver atrás y
lamentarse.
No debieron haberse disculpado, la muchachada estaba
agradecida. No habremos hecho volar cosas con la mente para vengarnos de los
males recibidos, pero todavía nos dura la fantasía de querer hacerlo.
Gustavo Monteros
Ah, en un momento dado, el personaje de Burton dice: “Todos
somos los hijos del demonio. Aprendemos en qué consiste la energía del sol y
nos ponemos a hacer bombas. Creamos riqueza y nos obsesiona la avaricia.
Conseguimos poder y nos volvemos locos. Siempre destruimos. ¿Por qué, Zonfeld,
por qué?”
Cualquier parecido con la realidad no es, por desgracia, pura coincidencia.


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