viernes, 21 de noviembre de 2025

Programa doble - Hoy: Noche de paz


 

Si de verdad hicieran programa doble quedaría un poco confuso, porque estas dos películas se conocieron por estos pagos como Noche de paz.

 

Aunque una es polaca de 2017 (Cicha noc, en el original) y la dirigió Piotr Domalewski, y la otra es una glamorosa coproducción de Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Rumania y Japón de 2005 (Joyeux Noël, en el original) y la dirigió Christian Carion.

 

Cicha noc es aristotélica, porque respeta a rajatabla las tres unidades aristotélicas, o sea la de acción, de tiempo y de lugar. Transcurre en la casa familiar perdida en el campo, en la Nochebuena y todo gira alrededor de lo que Adam (Dawid Ogrodnik) debe conseguir: que sus hermanos Pawel (Tomasz Zietec) y Jolka (Maria Debska) y su padre (Arkadiusz Jakubik) acepten que él venda la propiedad del abuelo para hacer un negocio que se trae entre manos.

 

A la madre le preocupa que Adam y Pawel se reconcilien. Están distanciados porque Adam se llevó a Pawel a la ciudad para que lo ayude con un trabajo y en mitad de la faena, Pawel se volvió sin dar muchas explicaciones. La hermanita menor, Kasia (Amelia Tyszkiewicz) solo quiere que Adam registre, con la camarita que trajo, su recital de violín (la pobre toca horrible, pero le pone garra). Al abuelo (Pawel Nowisz) solo le interesa que lo dejen emborracharse en paz. Y el tío Jurek (Adam Cywka) pretende que lo apoyen en la realización de una empresa que se parece mucho al contrabando. Y así.

 

Ya se sabe, donde hay una familia, problemas y conflictos abundan. Adam no la tiene fácil. Lejos de ello. Todos guardan secretos que saldrán a luz y lo desbaratarán emocionalmente.

 

El estilo es realista, hay mucha cámara en mano y plano secuencia. Y a pesar de ser aristotélica, no es nada teatral.

 

Es una familia católica y el filme nos permite conocer como son las liturgias celebratorias navideñas del catolicismo polaco. Los votos, las felicitaciones, el partir de a dos un turrón o una galleta dura e intercambiar las partes que le tocó a cada uno mientras se manifiestan deseos o intenciones para el año, etc.

 

Vemos también como disfrutan de platos tradicionales que no nos son familiares, como una sopa con ciruelas que los deleita, etc.

 

Es una comedia dramática muy lograda y altamente recomendable. Pertenece al género navideño, claro, pero no es boba como todas esas películas que hacen los yanquis a carradas.

 

Cicha noc pasó casi desapercibida por las pantallas locales, en cambio Joyeux Noël, sin ser Titanic, tuvo su agosto, a pesar de ser marxista.

 

Transcurre en la Nochebuena de 1914, en el Frente Occidental, o sea por el noroeste de Francia, cerca de Bélgica y Luxemburgo. Ya están las trincheras de un lado y del otro, con la tierra de nadie en el medio.

 

En este sector en particular hay tres ejércitos, el francés, el escocés y el alemán.

 

El francés está comandado por el teniente Audebert (Guillaume Canet) y entre su tropa se destaca Ponchel (Dany Boon) que anda con un reloj despertador que alarma la hora en la que compartía un té con su madre.

 

El escocés está a cargo del teniente Gordon (Alex Ferns) y en su tropa se destacan el pastor Palmer (Gary Lewis, para siempre el papá minero de Billy Elliot) y dos hermanos muy entusiasmados en combatir, William (Robin Laing) y Jonathan (Steven Robertson).

 

Y al ejército alemán lo comanda el teniente Horstmayer (Daniel Brühl) y entre la tropa se destaca el tenor de fama internacional, Nikolaus Sprink (Benno Fürmann, y en las partes cantadas pone la voz el mexicano Rolando Villazón), al que lo visita su esposa, la prima donna Anna Sörensen (Diane Kruger, y en las partes cantadas la soprano francesa Natalie Dessay pone la voz).

 

Por culpa de la música (los escoceses con sus gaitas y los alemanes con su tenor y soprano), gaita va y gorgorito viene, se arma un intermezzo lírico que termina en una improvisada tregua. Y como el que no tiene comida, tiene alcohol, comparten y confraternizan.

 

Y aquí yo hago entrar el manifiesto marxista. Todas las guerras, por más que las adornen con motivos de religión o política, son por plata.

 

Y aquí se cumple aquello tan marxista de que, si todos los obreros del mundo se ponen de acuerdo, el capitalismo se acaba en una hora. Estos tres ejércitos detuvieron la guerra y después les costó volver a guerrear. Ya no eran enemigos anónimos, tenían nombres, historias, sueños. Dicen que esta tregua humanitaria pasó de verdad.

 

Cuando los mandamases, jerarcas militaristas que defienden el Capital con armas (sigo en el marxismo) se enteraron, no se pusieron muy contentos y no premiaron a sus soldados por el humanismo manifiesto. No. Los castigaron duramente.

 

Como se trataba de ejércitos enteros, por más ganas que tuvieran de acusarlos de traición, no los podían mandar al paredón y fusilarlos al amanecer, entonces para que no propagaran el ejemplo de confraternizar con el enemigo (y por ahí avivarse y acabar con los combates), los mandaron a los frentes más peliagudos.

 

A los escoceses, los dividieron en compañías y los desperdigaron, a los franceses los mandaron a ¡Verdún! (epicentro de uno de las batallas más cruentas y sanguinarias de todas las guerras) y a los alemanes los mandaron al ¡frente ruso! (con sus nieves largas y las tierras arrasadas, es decir hambre y congelamiento, ¡te la regalo!)

 

Las dos navidades de estas películas son epifanías.

 

El polaquito Adam ratifica el amor que le tiene a su familia, y en nombre de ese amor, se sacrifica y toma otro rumbo, muy diferente al que imaginaba seguir.

 

Y estos ejércitos que celebraron una navidad juntos comprendieron que detrás de las armas, las banderas y los uniformes que se paran enfrente, hay hombres que más ganas de vivir por la patria, que matar por ella, iguales a ellos en su humildad y alegría.

 

Los dueños del mundo, que son muy pocos, siempre tienen miedo. Con artimañas han logrado una ilusión de autoridad que los mantiene en el poder.

 

Y andan con miedo, porque los que no son ricos y poderosos, son legión y los superan en número por mucho. Y temen que algún día se aviven y los pasen por arriba y acaben con el hambre, la pobreza y la injusticia.

 

El polaquito y los soldados de estas películas, en sus epifanías, perforaron la burbuja que protege la ilusión de autoridad y entre vahos de alcohol comprendieron el poder que da la unidad del gran número.

 

Y se volvieron peligrosos por un momento. De ahí que a las horas los sojuzgaron otra vez y peor. ¿Algún día harán algo más con esa visión de un nuevo poder que solo olvidarla?

Gustavo Monteros

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