Sulla mia pelle (En mi propia
carne, Alessio Cremonini, 2018) cuenta la para nada increíble y sí muy
triste historia de Stefano Cucchi (Alessandro Borghi), un joven adicto en
recuperación que es detenido por unos carabineros romanos por tener droga
encima, y que es golpeado por los mismos porque sí, porque creen que se lo
pueden permitir. La paliza terminará muy mal ya que le provocará la muerte al
pobre Stefano, y que diga esto no es ningún spoiler, solo describo la primera
escena.
Sin duda se trata de
un caso muy conocido por los italianos, de ahí que no se pretenda crear ningún
suspenso sobre el destino de Stefano, sino que el tema de la película pasa por
recrear su lento calvario. En tan solo unos días, entre un sábado y un jueves,
el cuerpo de Stefano irá perdiendo fuerza y funciones hasta decir basta.
Y descubriremos
también como el sistema judicial o procedimental está peleado con la lógica o
con el sentido común, o sea que cae dentro de lo que se califica como kafkiano.
Entre los grandes logros de esta película figuran unos retratos descarnados no
solo de las cárceles y hospitales sino de la familia. Se los muestra con todas
sus falencias a cuestas. Por más que por coherencia interna el film esté a
favor de Stefano, en ningún momento se lo idealiza, se lo santifica. Tampoco se
disculpa a la familia.
Para jugar con otro
título de novela de García Márquez, asistimos prácticamente a la crónica de una
muerte anunciada. A cada paso diremos que si Stefano hacía esto, que si la
familia hacía aquello otro, que si los primeros camilleros que lo atienden
hubieran insistido, que si aquel guardia cárcel hubiera avisado, que si
la jueza hubiera levantado la vista,
pero no, todos hicieron lo que hicieron, reaccionaron como pudieron y nadie
pude evitar que Stefano se desbarrancara en la muerte.
Una reflexión última,
siempre miramos este tipo de películas, los conversos, los que estamos en
contra de toda violencia institucional gratuita, cuando en realidad deberían
verlas, los que están a favor de la mano dura, de la pena de muerte, los que se
llenan la boca con que hay que matar al diferente, al marginal, al delincuente.
Hay que ver si serían tan fervorosos defensores de esos horrores, si vieran lo
que pasa cuando se advoca el quiebre de los derechos básicos. Porque lo que uno
termina por concluir es que si la ausencia de derechos es ley, todos pasamos a ser potenciales
víctimas, que ya nada queda para protegernos.
En estos tiempos en
que se discute si está bien dispararle por la espalda a un supuesto malhechor, En mi propia carne adquiere una alarmante
pertinencia.
En resumen, En mi propia carne es un excelente y
conmovedor alegato contra la violencia institucional y puede verse en Netlfix.
Gustavo Monteros
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