Programa doble, sección en la que repasamos dos películas
con aspectos en común.
Hoy: Daisy Miller – Nuestros años dorados
Uno de los lugares comunes más repetidos en la historia del
cine dice que es muy difícil adaptar al medio audiovisual la narrativa de Henry
James. El sitio IMDB registra que, hasta la fecha, entre adaptaciones al cine y
la televisión sobre material de Henry James hay ¡159 proyectos! Es hora de
replantearse el concepto de la tal dificultad, porque si uno lo repite queda
como un auténtico idiota ante el bien informado.
La adaptación más recurrente es la de su clásica historia
de fantasmas Otra vuelta de tuerca, pero las de sus dramas sentimentales
no le van a la zaga. Estas últimas tienen más que ver con su registro de los
devaneos de las clases acomodadas, aquella incursión en el terror con los
fantasmas fue casi una excepción.
Cybill Shepherd, de indiscutible fotogenia, fue una modelo
precoz que llegó al cine a los 21 años en The Last Picture Show / La
última película bajo dirección de Peter Bogdanovich. Y dominó el mundo del espectáculo en dos
períodos. Entre 1971 y 1980 reinó absoluta en el cine. Sus participaciones
podían ser breves o protagónicas, sus filmes tener un éxito apabullante o hundirse
en los abismos del fracaso, pero era la cara infaltable de todas las revistas
que se dedicaran a la actividad. Y entre 1983 y 1989 con los 66 episodios de Moonlighting
junto a Bruce Willis y entre 1995 y 1998 con los 87 episodios de Cybill
junto a Christine Baranski y Alicia Witt fue la reina absoluta de la
televisión. Antes o después tuvo y tendrá sus altibajos, pero nadie le quitará
el sitial de honor que disfrutó. Los nombres de los reyes pueden que se olviden,
pero quedan grabados en piedra y siempre resurgen.
De su período Bogdanovich es Daisy Miller (Peter
Bogdanovich, 1974). Bogdanovich quería que Orson Welles la dirigiera, pero Welles,
a pesar de sostener que el guion de Frederic Raphael de tan perfecto se filmaba
solo, desistió del convite. Todos coincidían que Cybill era la elegida
insoslayable para protagonizar a la joven, rica, pizpireta, locuaz, desafiante Daisy
apellidada Miller. Parte de la familia de tal apellido, mamá (Cloris Leachman),
hija Daisy, hermano menor Randolph (James McMurtry) (uno de los niños más
insoportables de toda la historia del cine mundial), acompañados y protegidos por
el mucamo Eugenio (George Morfogen) deambulan por Europa mientras en los
Estados Unidos, papá Miller empolla sus billones. Porque los Miller son ricos
de toda riqueza. Pero estamos a fines del siglo XIX y no hay millones de
dólares que te pongan a salvo de las rígidas convenciones sociales, dictadas y vigiladas
por Sra. Walker (Eileen Brennan) y la Sra. Costello (Mildred Natwick) relaciones
directas del joven Frederick Winterbourne (Barry Brown) con el que Daisy
coquetea. Ese coqueteo entre iguales está permitido, pero Daisy, que no tolera
que le digan lo que le conviene, coquetea también con el italiano pobre Sr. Giovanelli
(Duilio Del Prete), cosa que no está tan bien vista porque no es relación entre
iguales. Que para las normas de la época y de esa clase, Daisy juega con fuego
no hay quien lo dude, pero ¿por qué? Por la más obvias de las respuestas, Daisy
está poniendo a prueba a Frederick para ver si está a la altura del hombre que
ambiciona. ¿Acaso lo está? Vean la película y averígüenlo.
En The Golden Bowl (La copa dorada fue la
traducción del título de la novela, los imaginativos distribuidores
cinematográficos le pusieron Nuestros años dorados, en reminiscencia de Nuestros
años felices que vivieron Barbra Streisand y Robert Redford, a estos
creativos señores no se les cae una idea y cuando se les cae, queda en el piso,
de tan pedestre, no se distingue), retomamos: en The Golden Bowl (Nuestros
años dorados, James Ivory, 2000) seguimos en Italia, en la misma época. La
venida a menos, Charlotte Stant (Uma Thurman) anda en amoríos con el príncipe
Amerigo (Jeremy Northan), cuya única riqueza es el título y un castillo que no
puede mantener. Y en esos ámbitos, la pobreza impide al amor, más que las
enemistades familiares de Romeo y Julieta, por lo que Charlotte y
Amerigo deben separarse. Amerigo se casará a la brevedad en Inglaterra con su
prometida Maggie Verver (Kate Beckinsale), hija del billonario Adam Verver
(Nick Nolte). Pero hete aquí que Charlotte y Maggie son amigas, y que Adam,
viudo él, no es inmune a los encantos de Charlotte, así que no pasa mucho antes
de que Adam y Charlotte desanden la marcha nupcial. Padre e hija, o sea Adam y Maggie
son muy cercanos y de andar de allá para acá juntos, así que dejan a sus
consortes, los examantes Amerigo y Charlotte con mucho tiempo libre y como la ocasión
hace al traidor, reanudan su amor ilícito. Adam y Maggie tienen una confianza ciega
hacia sus parejas. Ahora bien, puede que la confianza sea ciega, pero ¿es idiota?
El guion de The Golden Bowl al contrario del de Daisy Miller no solo
no es perfecto, sino que tiene diálogos que de tan explícitos se ponen zonzos.
Convengamos que la historia es más compleja que la de Daisy Miller y las
corrientes subterráneas que dominan a los personajes son más oscuras e inaprensibles,
aunque allí radica el atractivo, ¿hasta dónde los engañados saben lo que no
saben y hasta dónde los traidores traicionan o toman solo lo que les
corresponde? Cuando estas preguntas tallan, la cosa se pone atrapante, cuando
no, hay que combatir el tedio posible con la dirección de arte que llena el ojo
con lujos de tan buen gusto que son una fiesta. Otro punto a favor son las
damas, Uma Thurman le entrega al personaje una pasión deslumbradora, es sensual,
volátil, desenfrenada, temeraria, y Kate Beckinsale nos sugiere una inocencia
perturbadora que pasa de la intolerancia a la sabiduría. Las dos están regocijantes
e imperdibles. Además, en un breve papel de celestina responsable Anjelica Huston
no pasa desapercibida. Los varones mencionados más el ubicuo James Fox como marido
de la Huston cumplen, pero la inspiración esta vez es femenina.
No hay con qué darle a eso de cuenta lo qué conocés, que te
harás universal. Henry James solo habla de su realidad de ricos más que ricos y
en vez de espantar o asquear a los pobres más que pobres como yo, nos seduce y
nos abarca. La buena literatura tiene esas cosas.
Gustavo Monteros
(En un momento el billonario que hace Nick Nolte dice que
tiene obreros que trabajan 12 horas por día, sin descanso, los 12 meses y que,
para compensarlos, compartirá con ellos la belleza de su colección de arte y
abrirá un museo para que la disfruten, todo bien, pero ¿no sería mejor pagarles
más y ser menos esclavista en las condiciones de trabajo? Ni se lo ocurre…Cosas
de ricos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.