Al momento de su estreno, My dinner with André (Louis Malle, 1981) fue una de las películas
más malinterpretadas y vilipendiadas de la historia. El título era literal y
abarcaba toda la película. Se abría con un narrador, el actor, autor y director
Wallace Shawn (más conocido por su faceta de actor) que iba camino de su cena
con otro actor, autor y director teatral, André Gregory (más conocido por su
labor como director teatral) Se saludaban, hablaban, cenaban y eso era todo.
Gregory monopolizaba la charla y contaba una crisis creativa que había tenido y
como la había superado haciendo experimentos teatrales en Europa
(principalmente en Polonia), las charlas que tuvo con su mentor, el maestro
Jerzy Grotowski más consideraciones filosóficas sobre la existencia y la vida
contemporánea. Superada la burla con que fue recibida inicialmente, la película
no se olvidó y se instaló en el colectivo cultural como lo que en definitiva
es: un registro histórico de una manera de ver el mundo, según la perspectiva
de dos individuos que se formaron de una determinada manera, que se ganan la
vida con la cultura, que pertenecen a lo que en el marxismo se designaría como
la burguesía ilustrada. Son dos personas integradas, formadas, informadas,
elocuentes, sensibles. Lo que charlan puede que no sea del interés de todos,
del mismo modo que una charla sobre las matemáticas aplicadas o las técnicas
pugilísticas no sean para todos los paladares. Es una película muy específica
para quienes tengan interés o curiosidad sobre cómo se analizaba la vida y el
hecho teatral a fines del siglo XX.
Mi
cena con André no solo fue motivo de sketches satíricos,
sino que se erigió como una influencia insoslayable para los documentalistas y
quien sabe, quizás hasta lo que después se conoció como reality shows. Su
importancia es tal que determinó el título de la segunda película de la que
hablaremos. Si tenemos un nombre en francés con acento en la segunda vocal,
llamémosla pues Mi cena con.
En Mi cena con
Hervé (Sacha Gervasi, 2018), la cena no se ve, la interacción entre sus dos
protagonistas, el periodista Danny Tate (Jamie Dornan) y la estrella televisiva
de la serie Fantasy Island (La isla de la fantasía, 1977-1984) Hervé
Villechaize (Peter Dinklage) comienza cuando la cena ha terminado, pero tiene muchos otros personajes,
escenarios y vicisitudes. No es una charla sobre temas varios sino el recuento,
a lo largo de toda una noche, por distintos derroteros, del fracaso de una
carrera actoral que supo tener un éxito refulgente. Hervé vive a la sombra de
su fama, ganada por la participación en una película de James Bond, encarnado
por Roger Moore, y de la aceptación popular de su personaje icónico, el
anfitrión Tattoo en la paradisíaca isla de la célebre serie. Si como dice el
tango, la fama es puro cuento, no es menos cierto que la fama no es para todos
o que no todos están preparados para enfrentarla y gozarla. El error más común
de creerla compensación de lo que no tuvo y se considera debido es craso y
fatal. Aquí el atractivo crece porque el personaje del periodista no es solo un
receptor de confesiones inéditas, sino que arrastra un presente desafiante y
doloroso. Por suerte My dinner with Hervé
le escapa a la típica lamentación plañidera de
mírenme-como-sufro-por-ser-artista y presenta experiencias con las que es
posible identificarse, incluso aquellos a los que la fama nunca los desveló. Dinklage
y Dornan dan actuaciones para la ovación.
Dos cenas como la fiesta aquella de Peter Sellers y Blake
Edwards: inolvidables.
Gustavo Monteros
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