Camino del cine, La era
del rock más que intriga me provoca un suspenso atenazador. Desde su
estreno en los EEUU me cruzo con opiniones dicotómicas tan claramente
diferenciables como el Norte y el Sur. De un lado están los que piensan que es
un bodrio irredimible y del otro los que creen que con un mínimo de buena
voluntad es divertida. Yo ¿de qué lado me pondré? Buena voluntad me sobra, pero
me he incinerado tantas veces… Como voy caminando, tengo tiempo de pensar. Me
digo que los musicales me gustan y que tiendo a tenerles indulgencia. ¿Acaso no
vi completa y sin pestañar Grease 2?
Sí, pero ¿y Bailarina en la oscuridad?
También la vi completa aunque fue una experiencia tan traumática que casi
abandono el cine por completo. Tardé como una semana en ver otra película. Me
tranquilizo con que ésta viene para el lado de la comedia. Sí, pero ¿hay algo
más triste que una comedia que sale mal? Me consuelo con que nada en que estén
Bryan Cranston, Alec Baldwin o Catherine Zeta Jones pueda ser del todo malo.
Claro, pero si no tienen buen material con el que trabajar, juntos o separados
pueden dar lástima. OK, OK, pero tanto los sostenedores como los detractores
coincidieron en que Tom Cruise está bien. El hombre puede ser un poco “tieso”
cuando es el protagonista, pero hace desparramo de talento en los secundarios (Magnolia, Una guerra de película). Se
acaba el suspenso, ahora viene el deleite, la paciencia o el padecimiento:
entro al cine.
Y hubo un poco de los tres, nomás. Experimenté deleite,
ejercí la paciencia y padecí. Pero comencemos por el principio.
La era del rock fue primero un jukebox musical de
Broadway, o sea un musical armado en base a temas populares archiconocidos, con
canciones de Poison, Twisted Sister, Scorpions, Def Leppard, Pat Benatar, Joan
Jett, Warrant, Foreigner, Journey entre otros, en este caso. Una celebración
del rock de los ochenta. La historia transcurre en 1987. Broadway es Broadway y
Broadwayriza todo lo que toca y el rock made in Broadway pierde algo de su
salvajismo y se asimila en un punto al showtune tradicional, lo cual no está
mal ni bien, es una descripción de hechos. El argumento de los jukebox
musicales es otro asunto. Suelen ser tan leves como el batido punto nieve. Más una
excusa para hilvanar las canciones del período elegido que otra cosa. Y es ahí
donde entró a tallar mi paciencia.
La era del rock se cimenta en fórmulas narrativas
que ya eran viejas en el cine mudo. Bah, ya eran viejas cuando los griegos
inventaron la comedia. No hay nada malo con las fórmulas. Toda narración puede
reducirse a una, pero cuando no es más que un esquema pelado y visto hasta el
hartazgo, estamos en problemas. Tenemos aquí a “chico (Diego Boneta) conoce
chica (Julianne Hough), chico pierde chica y chico… adivinen, sí, chico
recupera chica”. Y “chicos pueblerinos (los mencionados) llegan a la ciudad a
triunfar y… adivinen, sí, ¡triunfan!”. Si les parece que lo han visto en todas
las películas de cantantes, desde las de Elvis hasta las de Palito, no se
equivocan. Pero hay más. “Estrella de rock (Tom Cruise), estancada artísticamente
y en vertiginosa autodestrucción se recupera a través de… adivinen, sí, ¡del
amor! (la bella Malin Akerman), y hasta ¡funda una familia! Y “representante desalmado
(Paul Giamatti) manipula a estrella en problemas (Tom Cruise, of course)”, ¡qué
novedoso! Y “fanática político-religiosa (Catherine Zeta Jones) quiere destruir
a estrella (el susodicho Cruise) por… adivinen, sí, ¡despecho!”. Más “dos
personas (Alec Baldwin y Russell Brand) que ya son pareja en todo menos en los
hechos, un día lo descubren y… adivinen, sí, ¡lo aceptan!”.
Si la historia me obligó a hace acopio de paciencia, padecí
lisa y llanamente el “supuesto” humor de la propuesta. Los chistes son tan pero
tan malos que me dejan sin aumentativos ni superlativos. Pero, claro, Hollywood
puede ser obvio aunque a veces no muy estúpido. Saben que si un guión es malo,
buenos actores quizá no lo rescaten, pero al menos pueden hacerlo más
soportable. El gran Bryan Cranston, como el político esposo de Zeta Jones, a
fuerza de mucho oficio y tremendo talento transforma un no-gag en gag y
no-chiste en chiste. El no menos grande Paul Giamatti hace un caldo cuasi
nutritivo con el hueso pelado de su “representante desalmado”. Catherine Zeta
Jones sobreactúa a más no poder y se lo agradecemos porque otra cosa no puede
hacer y le da color a un personaje que en el fondo no es nada. Alec Baldwin y
Russell Brand están divertidos en el montaje paródico de la pareja feliz,
aunque no hacen mucho para dar sustento a sus personajes. No los culpo, tienen
algunas de las peores líneas cómicas de toda la historia de la comedia
cinematográfica. Hay también que sufrir algunas de las resoluciones escénicas más
torpes que se hayan visto jamás, como la del notero corriendo micrófono en mano
entre los bandos de los roqueros y de las anti-roqueras. No abundo para no
aburrir, sin embargo, créanme, hay otras secuencias antológicas de inenarrable
torpeza.
Y ¿el deleite? Vino por el lado del primer número de Zeta
Jones, exageradamente tenso pero efectivo, del breve diálogo de la parejita en
el último encuentro detrás del cartel de Hollywood, no es porque fuera muy bueno,
pero por como veníamos, parecía de un Neil Simon inspiradísimo, y (jamás pensé
que lo diría, el caballero dista mucho de ser santo de mi devoción) por lo que
hace Tom Cruise. Está estupendo de toda “estupendez”.
En definitiva, en la dicotomía que mencionábamos al comienzo
¿dónde me pongo? En el medio. La era del
rock alterna permanentemente una de cal y una de arena. Es un bodrio, pero
algunas canciones, los actores y la cantante Mary J Blige la salvan de la caída
al abismo de los bodrios irrecuperables, aunque juega todo el tiempo con el
borde del precipicio. Dirigió, es una manera de decir, Adam Shankman.
Un abrazo, Gustavo Monteros
He visto que a Rock of Ages no le ha ido bien con la crítica pero creo que algo rescatabla es Tom Cruise como Stacee Jaxx, desde mi punto de vista levanta mucho la película.
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