viernes, 26 de abril de 2013

El nombre




Normalmente es al revés. Los “inquietos” y “creativos” productores teatrales llevan a escena obras de teatro que conocieron una versión cinematográfica (Flores de acero, etc.) o ¡adaptaciones teatrales de películas! (Una relación pornográfica, Un día muy particular, etc.). La argucia es evidente, presentar obras de la que antemano todos hayan al menos escuchado hablar. Esta vez llegó primero la  obra de teatro y aprovechando la exhaustiva publicidad que de la misma hace Telefé estrenan la película basada en la pieza. Hace como un mes se estrenó Le prénom (sí, así en francés). Es el debut en la dirección teatral del impar actor Arturo Puig y cuenta con un elenco interesante y prometedor: Germán Palacios, Mercedes Funes, Peto Menahen, Jorgelina Aruzzi y Carlos Belloso. Antes (el año pasado, bah) los propios autores de la obra, Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte la habían llevado al cine como directores.

Es lo que yo llamo una obra de catalizador. Como saben, el catalizador es un elemento que provoca o acelera una reacción química sin participar en ella. Las llamo así porque un catalizador provoca o acelera el desvelamiento de secretos inconfesos e inconfesables. El ejemplo más acabado de obra de catalizador es ¿Quién le teme a Virginia Woolf? de Edward Albee, en la que el alcohol y los juegos llevan a las verdades escondidas. Aquí el catalizador es la discusión sobre un nombre.

La cosa es así, Vincent (Patrick Bruel) está casado con Anna (Judith El Zein) y pronto tendrán su primer hijo. Van a cenar a casa de la hermana de Vincent, Élizabeth (Valérie Benguigui) casada con Pierre (Charles Berling). A la cena también está invitado, Claude (Guillaume de Tonquedec) amigo de todos, aunque más cercano a Élizabeth. Cuando Vincent diga el nombre que eligieron para el bebé, se desata una discusión-avalancha que no se detendrá hasta que toda la basura escondida salga a la luz. La pieza está bien construida y tiene buen ritmo. Las distintas profesiones de los participantes y sus diferencias culturales, más las peculiaridades psicológicas, aportan un interés permanente. Algunos conflictos son más reveladores que otros y cuando parece que se va a caer en el más viejo lugar común, hay una vuelta de tuerca que sorprende. El éxito arrollador que tuvo en Francia y en otros países en que se conoció no es gratuito.

Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, salvo una cuidadosa planificación, no hacen mucho por disimular el origen teatral del material, lo que está bien porque el goce está en el entramado de situaciones y personajes. Los actores son buenos y se divierten, combinación ideal para el género.

En resumen, una hora y media de entretenimiento ameno y adulto. No es poco en estos tiempos de comedias sosas o francamente estúpidas.
Un abrazo, Gustavo Monteros

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