domingo, 23 de mayo de 2010

Zenitram, hay un argentino que vuela

Zenitram de Luis Barone hace de sus falencias sus mejores virtudes. Y no es un juego de palabras. Basada en un cuento de Juan Sasturain, se centra en el primer superhéroe argentino. Subrayo lo de argentino, porque es muy argentino. Estamos en el 2025. La Argentina padece una tremenda sequía y la reserva de agua ha sido diezmada por empresas extranjeras. Rubén Martínez, un basurero, pierde su trabajo porque en su recorrido se roban las bolsas de basura. En el baño de una estación de trenes, un hombre extraño le dice que si se agarra las partes pudendas y dice su nombre al revés, le sobrevendrán súper poderes. Del resto poco puede contarse sin arruinar las sorpresas.


El primer problema es el guión. Parece estar pensado a lo grande, con una gran producción en mente. Obtuvieron una buena producción, pero no una “grande”, lo que hace que haya varios puntos suspensivos que, si bien se completan, no tienen la contundencia de un desarrollo articulado.


Los actores son otro problema. Algunos están muy bien (Minujín, Fanego, Luque), otros parecen entender la propuesta, pero necesitarían mayor ensayo (Mollá), otros parecen haber sido elegidos por su rostro o su contextura y dan idea de los personajes, pero no los corporizan del todo.


Al salir del cine, me encontré con un amigo que me preguntó qué me había parecido, lo sorprendí contestándole que era un film “querible”. Es que es el adjetivo que mejor lo define. Las intenciones son nítidas, aunque no estén logradas. Presenta desde el delirio un reflejo claro de la argentinidad que es imposible no reconocer y apreciar. Por desgracia somos eso. Pero el relato no nos invita a flagelarnos, sino a tomar distancia y sonreír. La voluntad de cambio también puede venir de la sonrisa y no necesariamente de la elucubración filosa.


No está atada con alambre, está hecha con la dignidad de la creatividad a la que apelamos cuando nos fallan los recursos. Los efectos especiales lucen apropiados y prolijos, aunque algunas escenas tiene la premura de las filmaciones con tomas limitadas. Pero una banda sonora generosa cubre con talento muchos baches de planificación y montaje.


Juan Minujín (el protagonista de Un año sin amor) se divierte a lo grande como el héroe boludón, y la dirección de arte, que recrea lo que sus ejecutores llamaron un “gótico justicialista”, luce espléndida. Y es un hallazgo el uso de un famosísimo tema de Gardel en una escena clave.


No será una muy buena película, pero logra hacerse querer precisamente por eso, por sus cortedades, por no ser irreprochable.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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