Héctor Olivera siempre contará con mi gratitud y mi afecto, porque es el director de La Patagonia rebelde y No habrá más penas ni olvidos. Últimamente se le ha dado por la recreación de episodios de vida de personas reales. Viene de Ay, Juancito que se centraba en el ascenso, fulgor y muerte de Juan Duarte, el hermano de Eva. Fue un film injustamente ignorado. Entre otras virtudes exhibía un muy buen guión de José Pablo Feinmann (con un diálogo entre Inés Estevez y la Brédice sencillamente antológico). Ahora cuenta la trastienda del mural que el mexicano David Alfaro Siqueiros pintó, con la ayuda de Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo y Juan Carlos Castagnino, más el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, en el sótano de la quinta de Natalio Botana.
Aparte de los mencionados en el impresionante reparto de celebridades figuran Salvadora Medina Onrubia, la feminista, anarquista y ocultista esposa de Botana, Blanca Luz, la mujer de Siqueiros, Pablo Neruda, Victoria Ocampo y Agustín P. Justo. Más Carlos, el malogrado hijo mayor de Botana, un policía siempre listo para el servicio sexual y una institutriz lesbiana.
Mencionar la sexualidad es relevante porque los entretelones de la pintura implican un novelón erótico de proporciones. Blanca Luz (Peterson) es una chica voraz que no deja títere con cabeza. Inicia una relación con Botana (Machín) y tiene un touch and go con Neruda (Boris). A su vez, la despechada Salvadora (Celentano) se permitirá un ardoroso encuentro con el policía (Palomino). Y Siqueiros (Bruno Bichir) en los descansos de su trabajo se procurará también sus desahogos sexuales.
Se perciben las debilidades habituales de las biografías con reparto de gente famosa. Algunos personajes son sólo un nombre y algunas líneas solemnes y discursivas que los denotan. El que peor parado sale es Neruda. Queda como un baboso cursi. Además el actor que lo encarna da una mala faena y para colmo de males en primer plano se parece a Duhalde.
El mexicano Bichir es seductor y tiene buena voz, pero ofrece un Siqueiros monocorde, clavado siempre en la misma cuerda. Carla Peterson es una buena actriz que aquí sólo a veces está cómoda. Lo mejor, el Botana de Luis Machín y la Salvadora de Ana Celentano.
A las audacias formales y de pintura (una mezcla industrial que posibilitó su supervivencia) del mural, Olivera lo confronta con un fresco nítido de elegancia clásica. Su pertinente uso de la música denuncia la seguridad de los viejos maestros que confían en lo que cuentan y no caen en la berretada yanqui de subrayar todo sonoramente. La dirección de arte de Emilio Basaldúa recrea la época con acierto, y deslumbra el vestuario de Graciela Galán. Elocuente y por desgracia todavía vigente la descripción que Botana hace de la prensa.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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