viernes, 22 de agosto de 2025

Ice Road: Vengeance


 

Uno tiene la constatación de que es irremediablemente viejo, cuando para hablarle a alguien más joven, a las diez oraciones ya tiene que poner notas al pie de página.

 

Ejemplo: comentaba que, en mi etapa de actor, uno de mis espectáculos se llamó Ídolo de matiné. ¿Ídolo de qué?, me interrumpió un interlocutor con el fastidio de no conocer algo que tendría que sonarle familiar.

 

Porque el tiempo que mucho lo borra, se llevó puestas las matinés. Las últimas que usaron la palabra, creo, fueron las discotecas para designar turnos para chicos o adolescentes. Para entonces, las matinés de los cines y los teatros eran tan del pasado como la luz de gas. De ahí que un veinteañero no tuviera ni idea de lo que hablaba. 

 

Me guardé tan bellos pensamientos y no insistí con ningún tema que fuera más allá de los noventa. Mi joven amigo, lisa y llanamente, equipara a los años setenta y ochenta con la Edad Media, o sea un tiempo tan anterior que le parece oscuro y lejanísimo. Sabe mi edad, debe creer que nací y viví en tiempos del Antiguo Testamento.

 

La idea era que viéramos El ángel exterminador de Buñuel, pero como yo tenía la cabeza perdida en sandeces, propuse que viéramos algo más liviano. Nos costó encontrar algo que no hubiéramos visto los que estaban presentes. Optamos por una de las últimas con Liam Neeson: Ice Road: Vengeance (2025) de Jonathan Hensleigh. Ya había habido una The Ice Road uno, que todos habíamos visto.

 

En esta saga, Liam Neeson es Mike McCann, un camionero con experiencia en caminos difíciles. En la ahora uno anduvo por caminos de hielo, de ahí el título, porque tenía que llegar contrarreloj a salvar unos mineros atrapados en una excavación lejana y helada. En una de las vueltas del argumento, perdía a su hermano Gurty, que moría heroicamente.

 

En el inicio de esta continuación, Mike anda lidiando mal con la culpa de haber sobrevivido a su hermano. Para acelerar el duelo, decide llevar las cenizas de Gurty para esparcirlas desde las alturas de los Himalayas. Nada de tirarlas desde un puente de aquí a la vuelta.

 

Mike llega a Katmandú y es recibido por una guía experta que contrató, Dhani (Bingbing Fan) (¡Y después dicen que los orientales tienen nombres raros!).

 

En paralelo vemos que en Kodari, un líder opositor, Ganesh Rai (Shapoor Batliwalla) se manifiesta contra la hechura de un dique, que lleva adelante para gran beneficio propio, Rudra (Mahesh Jadu), que es más malo que escorpiones enojados y tiene un ejército de matones a cargo.

 

Mientras Ganesh se gana la simpatía del pueblo, Rudra mata al padre de Ganesh, desbarrancando el bus en el que viajaba con otra gente que no tenía nada que ver en el entuerto del dique. A los malos ya no les importa nada.

 

Vijay (Saksham Sharma), el hijo de Ganesh, sospecha que Rudra matará a Ganesh a continuación y lo esconde en las montañas.

 

Mike y Dhani irán a los Himalayas en el colectivo de Spike (Geoff Morrell), un veterano tan duro como simpático. Más tarde se les unirá Vijay y ya están a bordo, Evan Myers (Bernard Curry) un profesor universitario estadounidense muy importante y su hija, Starr (Grace O’Sullivan), chica moderna que no se puede despegar de su ultramoderno celular.

 

A poco de empezar el viaje, dos matones de Rudra intentarán secuestrar o matar a Vijay, pero…

 

La película tuvo críticas muy malas, lo que es injusto. Es un film de presupuesto medio sobre un viaje que te lleva a destino con algún que otro rasguño, pero sin aburrirte. Su única ambición es entretener y que se te pase rápido el tiempo que toma verla. Y lo logra. Es de la que nos apasionaban en las matinés de la infancia.

 

Me muerdo la palabra matiné y el comentario supuestamente culto de que ese esquema narrativo, el del viaje de diversas personas que deben sobrevivir ataques varios, se originó con el western La diligencia (Stagecoach), dirigido por John Ford, en 1939.

 

Suspiro, me resigno y digo Western/La diligencia, 1939/John Ford, y abro y expando los comentarios al pie de página.

 

Para no quedar muy pedante, cuando hablo del esquema narrativo iniciado, les pido que recuerden todas las películas que han visto en las que hay un viaje de varias personas que soportan ataques, contratiempos, impedimentos varios para llegar a destino.

 

Pueden ser de cualquier género, incluso los más insospechados de un argumento así, como el musical y el romántico. Se entusiasman y tiran unos cuántos títulos.

 

Los hago olvidar mi pedantería o mi erudición, que no es más que un enciclopedismo trasnochado. Pero yo no pude olvidar los años que se me acumulan encima, el entretenimiento fugaz de la lista de películas no hubiera sido posible sin las notas de pies de página.

Gustavo Monteros

viernes, 15 de agosto de 2025

Misericordia - Cuando cae el otoño




 

Íbamos en el Costera a Buenos Aires a ver una obra de teatro. La conversación fluctuaba animosa como siempre. Agotados los temas personales, pasamos a libros, filmes y exposiciones, temas que nos unían y apasionaban. En algún momento ella me dice: Volví a ver esa película de Ozon de los levantes gays en un bosque al lado de una playa. ¿Cuál?, ¿El desconocido del lago?, precisé yo. Sí, esa, me confirmó ella. Pero no es de Ozon, es de un tal Guiraudie, aclaré. Y como no le gustaba saberse en falta, se encogió de hombros, y dijo: Si no es de Ozon, debería serlo, el coso ese y Ozon son casi hermanos mellizos. Me reí y cambiamos de tema.

 

Ahora que ya he visto más películas de Guiraudie, no puedo insistirle con que el cine de François Ozon no puede ser más diferente que el de Alain Guiraudie. porque ella ya no está.

 

François Ozon es proteico, salta de un género a otro, aunque él dice que no se concentra en géneros, sino que busca el modo que más le conviene a la historia que quiere contar. Guiraudie, mientras tanto, profundiza en el desconcierto que es la vida y la imposibilidad de saber qué nos motiva a hacer lo que hacemos.

 

Sin embargo y no por darte la razón, se estrenan dos películas que no los hacen mellizos, pero los hermanan bastante.

 

En Miséricorde (Alain Guiraudie, 2024), Jérémie Pastor (Félix Kysyl) vuelve de Toulouse al pueblito de Saint-Martial para el entierro de su antiguo jefe, un panadero, por el que sentía amor y pasión, que no sabemos si fueron correspondidos.

 

La viuda, Martine (Catherine Frot) lo invita a que se quede en su casa todo el tiempo que quiera. En un principio no parece que tenga apetencias sexuales con Jérémie, pero lo quiere y lo cela.

 

El hijo de Martine, Vincent (Jean-Baptiste Durand) resiente la presencia de Jérémie y sospecha que quiere acostarse con su madre. Vincent vive en otra casa con su mujer e hijo, pero se le aparece a Jérémie en el dormitorio todos los días a las cuatro de la mañana, antes de ir a trabajar. Entonces ¿a quién cela en realidad? ¿A la madre o a Jérémie?

 

Es que Jérémie, como decían en la Catamarca de mi infancia, es medio Beba, la irresistible. Porque también, tanto Walter (David Ayala), un amigo de la familia, y de Vincent en particular (aunque lo niegue) como el cura del lugar, Philippe (Jacques Develay) (que no lo niega para nada, más bien lo contrario) sienten atracción sexual por Jérémie.

 

El binomio deseo-violencia anda siempre inseparable, y tanta tensión sexual dando vuelta deriva, más temprano que tarde, en un hecho de sangre.

 

En Cuando cae el otoño (Quand vient láutomme, François Ozon, 2024). Hélène Vincent (Michelle Giraud) y Marie-Claude Perrin (Josiane Balasko) son dos señoras maduras, amigas de toda la vida, que viven en la campiña francesa.

 

Las pobres han tenido poca suerte con los hijos, el de Marie-Claude, Vincent (Pierre Lottin) cumple sentencia en prisión y la de Hélène, Valérie (Ludivine Sagnier) tiene un rechazo por su madre que se parece al odio.

 

Cuando la película empieza, Valérie viene de París a dejarle a su hijo, Lucas (Garland Tessier) unos días, para que Hélène se ocupe de él, mientras ella se va de vacaciones. Hélène le ha preparado a Valérie su plato favorito, un guiso con champiñones, recolectados en un bosque cercano por ella y Marie-Claude.

 

Hélène no come porque se le ha cerrado el estómago de los nervios que le provoca Valérie. Lucas tampoco come porque no le gustan los champiñones. Valérie halla el guiso tan sabroso, que repite.

 

Termina en el hospital con lavaje de estómago, los hongos eran venenosos. ¿Hélène se equivocó o lo hizo a propósito? Valérie la castiga, se lleva al hijo y que Hélène, que es investigada de oficio, agradezca que no le ponga además una denuncia.

 

Al poco tiempo, Vincent sale de la cárcel y hace pequeños trabajos en el jardín para Hélène, que además le da el dinero para que haga realidad el emprendimiento con el que sueña, poner un bar. La cercanía de Vincent y Hélène derivará en un hecho de sangre.

 

Las dos películas, aparte de los hechos de sangre, parafraseando a Homero Expósito, son raras como encendidas. Para empezar las motivaciones de los personajes son inescrutables. Imposible saber con certeza por qué hacen lo que hacen. Las dos subvierten el sentido de justicia que hemos aprendido a sostener y aceptar.

 

El hecho de sangre de Misericordia se ve, el de Cuando cae el otoño está fuera de cámara. Quien ejecuta el primero y es sospechoso del segundo no tendrán castigo. Aquí el crimen no solo paga, sino que es disculpado por los más cercanos a las víctimas.

 

La mirada es práctica. ¿Si al culpable le cae el peso de la ley, la condena le devolverá la vida a la víctima? No, entonces mejor que siga libre y que compense con buenas acciones que de paso satisfagan los deseos de los cercanos a las víctimas.

 

Misericordia es un poquito más delirada, con un dejo de humor permanente. Cuando cae el otoño es más poética, hasta tiene un fantasma que vigila que las compensaciones por el crimen no se desvirtúen. Y las dos tienen hasta un elemento (¿menor?) que las acerca: en las dos se va al bosque a buscar setas.

 

Si se ven con un hiato temporal en el medio, es posible que las diferencias se destaquen, pero si las ven una detrás de otra, como yo hice, parecen salidas de la misma mente creadora. Acaso en la poca escrutabilidad del motivo de mi mirada, ¿le quiero dar la razón a mi amiga, con la que ya no puedo discutir, pero traigo con esto a mi cercanía? Quizás. No. Bah, seguro.

Gustavo Monteros

 

 

viernes, 8 de agosto de 2025

Hoy: La reine blanche


 

La memoria es un ministerio caótico. Algunas oficinas, las Primeras, son pulcras, luminosas y con sus archivos ordenados. Otras, las Segundas, son lúgubres, sucias y los archivos son anárquicos y azarosos. Y están también, las Terceras, que, si bien son moderadamente limpias y prolijas, tienen los archivos a medio procesar.

 

Mis recuerdos cinematográficos están casi por completo en las Primeras. Nunca en las Segundas y a veces en las Terceras.

 

Cuando era chico, alguien me dijo: Si algo te gusta, procurá saber lo más que podás sobre ese algo y serás feliz. Y como desde siempre, me gusta el cine. Las oficinas Primeras abarcan la mayoría de mis recuerdos. Pero como nadie es perfecto, según la última y genial línea que escribió Billy Wilder para Una Eva y dos Adanes (Some Like it Hot, 1959), con escasa frecuencia, mis recuerdos van a parar las oficinas Terceras.

 

Mi memoria para todo lo que tiene que se relaciona con ver películas, sobre todo, no es solo prodigiosa, es perfecta (válgame el autobombo). Recuerdo con precisión cuando vi cada película, con quién (si es que me acompañaban) y en qué circunstancias. Y si no registro las fechas es para que no me aíslen por delirante. Pero, si me apuran el mes y el año, te lo puedo acercar.

 

Eso sí, no recuerdo cuando me enamoré por primera vez, cuando casi me suicido, cuando fui plenamente y sin excusas feliz, cuando momentáneamente perdí la razón y cuando odié con tanta furia, que hubiera podido matar, pero si me preguntás de películas, te puedo decir hasta qué fantaseaba con comer después de verlas.

 

Así soy y no pido disculpas, las películas jamás me traicionaron, no me prometieron lo que no podían cumplir, ni intentaron dañarme, desgraciarme o vaciarme. Ni la peor película que he visto robó mi tiempo, mi dicha, mi heredad, mi deseo.

 

De ahí que me desconcierto cuando una película se pierde en las oficinas Terceras. Las pobres no fueron vistas con mi mente plena sino obnubilada por algún problema que me aquejaba. Aprendí que no tengo que ver películas cuando no puedo ser justo con ellas, pero también se es joven, inexperto y tonto en algún momento y no se puede evitar.

 

Un día, no quieran saber por qué, es demasiado íntimo, repasaba la carrera de Catherine Deneuve y no recordaba si había visto o no La reine blanche (Jean-Loup Hubert, 1991). Concluí que no. La encuentro y me pongo a verla. Al rato de empezada, me doy cuenta que sí, que la había visto, y recordé el cine, en qué momento y con quién fui. Este recuerdo estaba en las oficinas Terceras del Ministerio de mi memoria.

 

Liliane (Catherine Deneuve) tiene la maldición de la belleza. Por ser bella todo se le ha hecho fácil en la vida, hasta han tomado decisiones por ella.

 

Estamos en los años sesenta en una ciudad costera cerca de Nantes. Liliane vive con su esposo plomero, Jean (Richard Bohringer), sus dos hijos y su padre, Lucien (Jean Carmet). Veinte años atrás, Liliane fue pretendida por dos jóvenes, Jean e Yvon (Bernard Giraudeau). Mientras se decidía, un buen día, sin despedirse siquiera, Yvon se fue. Ahora regresa, casado con una antillana de La Guadeloupe y tres hijos, la mayor, una quinceañera, muy bella, de la misma edad de la hija de Liliane, Annie (Isabelle Carré).

 

Este regreso inesperado da vuelta la parsimoniosa vida de Liliane y salen a luz los secretos guardados, los fracasos no enfrentados y los conflictos no asumidos. Habrá discusiones, enojos, reconciliaciones, fugas, carrozas de carnaval y concursos de belleza. Y el final los encontrará a todos reconciliados con lo que lo hicieron de sus vidas.

 

Jean-Loup Hubert logra de su elenco actuaciones muy naturales que nos aproximan a sus personajes. Tanto así que nos vemos en ellos. No es una película impecable ni grandiosa, no pretende serlo, pero es cercana y bella. Entonces ¿por qué fue a parar a las oficinas Terceras?

 

La vi a la salida de mi trabajo de entonces, una escuela de la que debí huir muchos años antes de que me fui. Uno es tonto, espera milagros, le teme a lo nuevo, sobrevalora lo viejo y el hábito obnubila el pensar con claridad. Fui con una amiga que también tenía deseos incumplidos, un trabajo no muy estimulante, pero al menos muy bien pago y que esa tarde me dio un consejo que me enojó y que de haber seguido hubiera hecho mi vida más fácil y plena.

 

Todo muy como en la película, aunque nadie volvía a nuestra vida para desbaratárnosla. Nuestros conflictos se resolverían casi diez años después. La reina blanca vino a decirnos algo que no supimos comprender. Los estancamientos, por muy naturalizados que estén, son siempre malos.

Gustavo Monteros

viernes, 18 de julio de 2025

Vacaciones de invierno

 Volvemos el 8 de agosto, mientras tanto los invitamos a ver al redescubierto Bobby Darin (en Broadway, en este mismo momento, Jonathan Groff celebra su genio y figura en el musical Just in Time) en dos shows televisivos de 1967 en Londres. El primero es un recital filmado en un teatro, el segundo es un show de estudio con invitados. Y de yapa, el mencionado Jonathan Groff en su versión para el musical de Beyond the Sea, o sea la traducción al inglés de la hermosa canción francesa de Charles Trenet La mer.

viernes, 11 de julio de 2025

Elis - Homem con H



 

Insisto, no es que el género no me guste. Sería una estupidez que no me gustase, algunas de las mejores películas de la historia del cine son biopics. Por ejemplo: Lawrence de Arabia, El toro salvaje o Ed Woods.

 

Pero es muy enojoso como se lo hace hoy. Las películas biográficas contemporáneas responden todas a la misma fórmula, ilustrar una vida recreando más la época y la moda que la vida del retratado.

 

Pocas películas biográficas contemporáneas pueden responder satisfactoriamente a las preguntas de qué nos deja la vida del fulano o la zutana protagonistas o qué sentido tendría hacer la vida de este y no de aquel.

 

Y nada revela más que están hechas en serie, como ristra de chorizos, que las que son sobre cantantes. Siempre hay primero algunas pinceladas sobre la infancia, le siguen el descubrimiento de la vocación y los sinsabores iniciales antes de la consagración, pasamos al éxito anhelado y luego vienen los problemas artísticos (cuando quieren salirse del repertorio que los llevó a la fama y el público, los productores y la crítica se resisten) y los problemas sentimentales (parejas que ven la magia pasional vencida, o que no dan la medida ante la avalancha de fama y fortuna), entonces el artista en cuestión resiente los problemas y los supera y pasa a otra etapa en la que vuelve el triunfo, o no los supera y muere revolcado en la auto conmiseración.

 

Veo una detrás de la otra, dos películas brasileñas sobre ídolos que he admirado y seguido que, a pesar de muchas virtudes expuestas, siguen la fórmula de película biográfica al uso actual. Se trata de Elis (Hugo Prata, 2016) sobre vida de Elis Regina y Homem con H (Esmir Filho) sobre vida de Ney Matogrosso.

 

El inicio de ambas se espeja en la conflictiva relación que tuvieron con sus padres. La juvenil Elis tuvo que liberarse de su padre, su primer representante, para crecer como persona y como artista.

 

La relación de Matogrosso con el suyo fue más problemática. Cuando Ney era niño, el padre procuraba reprimir, incluso con violencia, las inclinaciones artísticas perfiladas. El señor era un militar y Ney decidió superar su influencia siendo un soldado modelo.

 

Después de haberlo logrado, fue como si Ney le dijera: Ya fui como querías que fuera, ahora voy a ser yo a mi propia manera. Y así primero se le dan las artesanías y después cuando casi de casualidad, en un coro, descubre su voz, peculiar como pocas, como de castrato de la vieja ópera, se le da la música.

 

Y crea así, ese ser escénico inclasificable que es tanto hombre como mujer y animal. Y más tarde, cerca del final, la reconciliación con el padre revelará una verdad insospechada.

 

Chapeau, Sr. Padre de Ney, ni toda la militarización adquirida y adherida le impidió reconocer el arte en estado simple y puro. Entre tanto y por todo eso, Ney triunfó medio grandecito.

 

No fue el caso de Elis, la fama le sonrió pronto y su voz fue apreciada y querida de inmediato. Acumulo maridos, triunfos e hijos raudamente.

 

Padeció el gran cambio de las discográficas. En los sesenta y principios de los setenta buscaban y promovían lo nuevo. A fines de los setenta, cuando habían aprendido que, a fuerza de mercadeo, podían dominar el gusto musical de la mayoría, ya no les interesaba vender talento, innovación, calidad, les bastaba con vender productos de fácil acceso al oído general, ejecutados por artistas dóciles que se amoldaban con fidelidad a los estrictos contratos.

 

Elis respiraba innovación y su anhelo de vanguardia la halló mal parada en lo personal. Desarrollo una omnipotencia que su sensibilidad no podía sostener, su perfeccionamiento se agudizó obsesivo y solo se sentía plena en escena.

 

Fuera del escenario no halló nadie que la contuviera y los alivios para la angustia, la droga, el alcohol, la dependencia a relaciones enfermas, le pasaron factura.

 

Y Dios, el azar, el destino o la desgracia nos privaron de una dadora de belleza en su plenitud. Desde entonces atesoramos todo lo que quedó registrado y no dejamos de maravillarnos. Y nos resarcimos con un mito que jamás quisimos. De poder elegir, la querríamos viva, no vigente.

 

Ney Matogrosso enfrentó demonios similares, pero no iguales a los de Elis. La resistencia que enfrentó no fue por la innovación de su música, sino a la libertad de armar y desarmar su personaje escénico.

 

La esencia de su canto y de su figura es libre, sensual, gozosa, doliente, perturbadora, inquieta, inaprensible, mutante. Interpelaba los prejuicios sexuales, estéticos, de conformidad y usanza.

 

Sus relaciones sentimentales de tan fluidas solo pueden calificarse de acuosas. El torbellino escénico que encantaba no se aplacaba en la intimidad. Creaba en el arte y en la vida.

 

La llegada del SIDA cambió sus prioridades, aprendió a cuidar, vigilar sueños, a prodigar ternuras, y a llorar en silencio. Se es libre en escena porque se sabe amar.

 

Y amor con amor se paga. Puede que Elis y Homen con H estén hechos a la usanza de las películas biográficas de estos tiempos, más ilustrativas que reveladoras, más hagiográficas que revisionistas, tan perdonavidas que sus protagonistas son más santos que humanos, con miserias tan en cuentagotas que ya con aparecer son estatuas de dignidad y ética.

 

No es que les falten hallazgos y virtudes a estas dos biografías, aunque están más cerca de los portfolios de las viejas revistas semanales, con sus datitos y recuerdos acompañados de fotos.

 

Si de Lawrence de Arabia, El toro salvaje o Ed Woods se sale con la certeza de que conocemos a esos personajes, no por entero porque es imposible, pero sí lo suficiente como para dar un poco de pudor porque algunos de sus rincones más oscuros fueron iluminados.

 

De estas dos se sale como de leer una efeméride exhaustiva, completamos los datos que no teníamos y nos enteramos de alguna que otra peculiaridad. Eso sí, exudan admiración y respeto por sus retratados. Y los contagian a sus espectadores. Y un acto de amor, pese a sus cortedades, no debe pasar desapercibido.

Gustavo Monteros

viernes, 4 de julio de 2025

Como visto al pasar - Hoy: La venganza


 

Puede algo, un film en este caso, ser fallido y a la vez, pertinente. ¿Es el cielo azul? Y sí.

 

Vogter o La venganza, por estos lados (Gustav Möller, 2024) sin ser una obra maestra impecable nos plantea el para qué de una revancha si no da un cierre o una clausura emocional, nos interroga sobre el sentido y el límite del duelo: ¿acaso termina?, y nos interpela sobre si todos merecen o pueden aspirar a la redención.

 

Eva (Sidse Babett Knudsen) la protagonista de esta historia está para un chiste malo de colmos. ¿Cuál es el colmo de una guardiacárcel (la profesión de Eva)? Tener un hijo prisionero.

 

Y el colmo de este chiste en sí bastante malo es que el pobre chico termina muerto en prisión a manos de otro interno. Algo así como (y sin caer en sobreinterpretaciones) que la profesión de la madre no pudo mantenerlo lejos de la cárcel ni a salvo cuando estuvo adentro.

 

Pero ahora las casualidades de la vida o el capricho del director y coguionista le dan a esta guardiana la oportunidad de resarcirse de ¿la culpa?, ¿el duelo?, ¿la ausencia? El joven que mató a su hijo, Mikkel (Sebastian Bull) viene a cumplir condena en el penal en el que ella trabaja.

 

Y esa es la primera de las muchas improbabilidades que nos tenemos que tragar como a los sapos del dicho.

 

Enunciemos algunos ejemplos. El pasillo al que da la celda de Mikkel quizá tenga una cámara, si no cómo la ve su nuevo jefe, Rami (Dar Salim) cuando ella se queda sola frente a la puerta. (Eso del nuevo jefe viene a cuento porque Eva estaba en un pabellón de presos comunes o recuperables y al ver que Mikkel cae en este penal, pide el traslado al pabellón de presos peligrosos que es dónde lo ponen) Retomo a la suposición de la cámara. Si la hay como tal parece, ¿cómo es que no la filma cuando más adelante se mete a la celda con drogas y un arma para incriminarlo?

 

Rami, después de retarla por haber andado por el pasillo sola, le muestra el expediente de Mikkel en el que hay fotos del cadáver del hijo de Eva, ¿y no figuran en el expediente datos de la madre? En una sociedad tan cuidadosa como la dinamarquesa, ¿no se entrecruzan datos para reducir las posibilidades de riesgo en las prisiones de mezclar a victimarios con víctimas?

 

Cuando en la redada por armas y drogas en las celdas, Eva se extralimita con Mikkel, ¿no hay ni siquiera una medida precautoria para que Eva no vuelva a cruzarse con Mikkel?

 

Como vemos la lógica de la historia se desnaturaliza porque responde más a las preguntas conflictivas que quiere plantear el guion que a la organicidad que se necesita para que una trama se sustente creíble.

 

Así todo el acercamiento posterior entre Mikkel y Eva queda muy endeble y avanza porque dimos por válido lo anterior, sin chistar ni cuestionarlo demasiado.

 

De todos modos, es fácil ir aceptando los reveses pocos creíbles del argumento y ver adonde nos lleva por dos razones. Primero el trabajo de Sidse Babett Knudsen, una actriz magnífica que nunca hace obvias o muy visibles las motivaciones de su personaje y que nos intriga con cada paso que toma. Y segundo, el clima de encierro que sabe crear el director Gustav Möller y que nos atrapa como a sus personajes.

 

Curiosidades. El título original Vogter, en danés, significa “guardián” y por extensión supongo que también guardiana, o sea, refiere a Eva directamente.

 

En inglés eligieron llamarla Sons, es decir, “hijos”, acentuando el rol que las madres tienen respecto del futuro de los dos hijos, el asesino y el asesinado, que quedan equiparados.

 

En España se decidieron por Condenados, subrayando que los personajes son víctimas de un destino que se cumple en el mismo ámbito, en prisión, porque como toda película centrada en un microcosmos, las distinciones sociales tienden a perderse, y la diferencia entre guardianes y condenados se diluye, se uniforma porque estar de un lado u otro de la puerta que se cierra es apenas un detalle, las mismas reglas sujetan a todos.

 

Aquí, en Argentina, se optó por La venganza, deteniéndose en el deseo de infligir en el otro lo que se ha sufrido en carne propia.

 

Cada elección de cómo vender la película eligió un aspecto distinto de la trama, que sin embargo los contiene a todos. Que no haya una propuesta unívoca quizá no sea casual. Como reza el lugar común sobre la Filosofía, las respuestas son menos abarcadoras que las preguntas, dado que estas nunca se dan por respondidas del todo.

Gustavo Monteros


viernes, 27 de junio de 2025

Como visto al pasar - Hoy: La fiebre de los ricos - Rich Flu


 

La premisa del film no podía menos que atraparme. Después de todo me alimento todos los días (por ahora), tengo un techo sobre la cabeza (no sé hasta cuándo) y pago lo que me corresponde sin que me quede mucho resto (siempre), es decir, pertenezco a los que no tienen donde caerse muertos (un destino). Dicho lo cual, una película que promete castigar a los ricos inútiles, frívolos y avarientos (responsables de que el mundo esté como esté) cuenta con mi interés de inmediato.

 

La película en cuestión es La fiebre de los ricos (Rich Flu, 2024) de Galder Gaztelu-Urrutia, con guion de Pedro Rivero, Galder Gaztelu-Urrutia y Sam Steiner.

 

Pero empecemos por el principio. Seguimos a Laura Palmer (Mary Elizabeth Winstead). Sí, el nombre no es casual y no queda sin su referencia a David Lynch y su Twin Peaks). Como sea, esta Laura trabaja como ejecutiva de un conglomerado de empresas. En la actualidad selecciona proyectos cinematográficos con posibilidades de realizarse y cosechar millones en la taquilla.

 

Uno tras otro, hombres y mujeres esperanzados le cuentan argumentos disparatados, muy similares a los de las películas que se estrenan todas las semanas, vía la productora o sello o logo de su preferencia. Entre los que se sientan frente a ella está Toni (Rafe Spall), un abogado del que se está divorciando y con el que pelea por la tenencia de la hija, Anna (Dixie Egerickx).

 

Y después de pelearse con el hijo de su jefe Sebastian Snail Jr. (Jonah Hauer-King) vuela a Alaska a encontrase con el jefe en persona, Seabastian Snail (Timothy Spall).

 

Mientras nos vamos enterando de la vida de los personajes, sus relaciones y de cómo reaccionan, nos informan que el Papa ha muerto a la vez que otros ricos mandamases (¿el Papa es un multimillonario más?, Luis Buñuel estaría de acuerdo, yo tengo mis contravenciones, pero sigamos adelante que recién estamos comenzando).

 

Como sea estos multimillonarios mueren por un raro virus que ataca solo a los muy ricos, el primer síntoma es que sus dentaduras perfectas se ponen de un radioactivo blanco brillante, como en algunas propagandas de dentífrico.

 

En Alaska, el Sebastian en jefe, reunió a muchos ejecutivos ambiciosos y después del típico panegírico neoliberal de que el libre mercado es el camino a la felicidad empresarial (cualquier coincidencia con los dichos y credos del actual presidente argentino no es pura casualidad) y esas cosas, les comunica que han sido seleccionados para una nueva división que se dedicará a acciones sociales como caridades, becas y esas cosas, y como no podrán extraer regalías en su nuevo trabajo, se les otorgarán acciones de la empresa, validadas en mil millones, más otros beneficios de lujos y preeminencias. Ahora Laura es multimillonaria y entra en peligro del virus.

 

Snail la envía a que compre algunas obras de arte y antigüedades en una subasta para caridades en el Palacio de Buckingham. Va y se compra un cuadrito por dos millones de libras.

 

Mientras tanto el mundo es un inmenso caos. Los ricos para ponerse a salvo del virus se desprenden de todo lo que pueden y si no pueden, lo incendian, lo bombardean, lo dinamitan, lo destruyen.

 

Laura decide abandonar Inglaterra e ir a Barcelona, donde están su hija, su futuro exmarido y su madre, una hippie de aquellas, Martha (Lorraine Bracco).

 

La historia avanza a los saltos y sobresaltos, literalmente y llegada a su conclusión, deja una desazón. ¿Es un bodrio? ¿Una genialidad? ¿Una obra bienintencionada que salió mal? O sea, ¿me dormí?, ¿me tomaron el pelo?, ¿me perdí y la entendí mal? Recapitulo y reconsidero.

 

Humor no tiene, o sea, comedia-comedia no es. Tampoco se toma en serio el pochoclo style, o sea que al lado de El día de la independencia no va ir. ¿Es una sátira? Podría ser. El inicio parecería aseverarlo, aunque el final va más para el lado de una parábola sociológica.

 

Como sea, o sea lo que sea, se lleva por delante los retratos psicológicos. Tanto que es más bien tirando a una historieta que se desentiende de la psicología de los personajes.

 

Eso sí, se ve fácil, se llega al final sin ponerle paciencia extra. Puede que uno deje en el camino por ver adónde va, los agujeros en la trama, los saltos extraños en el comportamiento de los personajes, los datos que se tiran y jamás se retoman, los elementos sin desarrollo, como el mismísimo virus, que queda como metáfora al paso. Porque se sabe que es mortal, que los dientes brillosos es uno de sus primeros síntomas, que supuestamente no es contagioso, y que cuenta con la inteligencia (¿genética?) de saber quienes son los ricos y quienes no. Pero, ¿cómo se desarrolla?

 

Y entre las muchas cosas que dejan en veremos, ¿por qué el Sr. Snail padre, regala copias de Walden de Thoreau, que habla de una subsistencia en ambientes creados por uno mismo? ¿El libro contiene claves sobre el futuro? Por un noticiero (¿qué harían las películas sin los noticieros para proveernos datos relevantes de las tramas?), nos enteramos que de Snail, padre, no se sabe si ha muerto o si se ha fugado. Como lo hace un actor notable, esperamos que reaparezca.

 

Debe acaso entenderse que los blancos europeos son ¿los nuevos balseros del mundo? ¿Por qué los pobres que son muchísimos más ante los nuevos desmanes de los ricos en retirada, como la quema de palacios, museos y demás, no arman una revolución, modelo francesa o bolchevique, e instauran un nuevo orden? ¿O ya está pasando en Europa? No pareciera.

 

Uno de los motivos (si no “el” motivo) por el que uno no deja de ver este film es la arrolladora presencia de Mary Elizabeth Winstead en el protagónico. La chica no solo se carga la película al hombro, sino que la hace ineludiblemente atractiva. Y eso que hace un personaje altamente detestable. Pero la pasión que pone en ser, en un principio, lo que por estos lados se denomina “una yegua”, o sea, una hija de ustedes ya saben qué, la deposita después en ser una madre capaz de todo, hasta de matar, para que nada le haga daño a la hija.

 

Hija que como todas las adolescentes del cine contemporáneo tiende a ser una pesada marca cañón, con su idealismo trasnochado y demandas injustificables ante realidades atroces. Querida, el mundo se fue al carajo y no hay qué comer o beber, no es momento de caprichos y reclamos.

 

El marido o futuro ex justifica con creces el juicio que sobre él emite Laura al comienzo, es un bobo mediocre e insustancial, por más que lo haga el eterno cara de perro bueno de Rafe Spall.

 

Claro que hay un modo de verla que reubica sus supuestas falencias, cortedades o errores y la acercan a las obras incomprendidas. Toda la película está narrada casi exclusivamente desde el punto de vista de Laura, cuya vida se organiza y desorganiza según los conflictivos ejes temporales inmediatos: la celeridad de su ascenso, la proliferación del virus, el caos social, la violencia desatada, etc.

 

Y ella va de un tumulto al siguiente, desentendiéndose de los motivos que crean esos disturbios. No le interesa analizarlos ni explicarlos, solo sobrevivir. De ser este el caso, nosotros, tan acostumbrados por las pochocleras películas catástrofes que nos dan todo digerido, explicadito, no comprendemos lo que los autores intentan hacer aquí. Como se dice en la calle: Ponele.

 

Como sea, verla ¿satisfizo mi necesidad de castigar a los ricos? Más bien, no. En el final nos dicen que todos, dadas las oportunidades necesarias, nos comportaríamos como los ricos, que la avaricia está dentro de nosotros tan vital como el deseo de comer.  

 

Como soy pobre y lo he sido toda la vida, elijo creer que, de convertirme de repente en multimillonario, no me olvidaría de donde vengo, como Maradona, por ejemplo. (Si nos vamos a comparar, no andemos con modestias)

 

Ah, en el campo de la suposición todo es posible y no creo que pueda verificarlo. Puede que algo o alguien mejore mi calidad de vida, pero ¿hasta volverme un potentado? No sé, no creo. Ni imaginármelo puedo.

Gustavo Monteros


viernes, 20 de junio de 2025

Historias dos veces contadas - Hoy: Bajo custodia - Bajo sospecha

 




Si el corazón tiene razones que la razón ignora, según Pascal dixit, la mente de un productor hollywoodense tiene motivos que la lógica ignora.

 

Nueve de cada diez veces que toman una película extranjera para hacer una remake hollywoodense, le dan tantas vueltas, cambian tanto las cosas, que terminan por hacer algo que, con mucha buena voluntad, se parece solo remotamente al original que les gustó como para intentar la remake.

 

Tomemos dos ejemplos argentinos. 9 reinas (Fabián Bielinsky, 2000) fue metamorfoseada en Criminal (Gregory Jacobs, 2004), ¿por qué? Dios, ¿por qué? La gracia de 9 reinas es que la relación que se da durante un día entre dos estafadores, uno mayor y avezado y el otro más joven y bisoño, termina sorpresivamente en un desquite planeado con genio. La remake hollywoodense, para decirlo con amabilidad, es torpe, enrevesada, y sabrá Dios a qué conclusiones llega el que desconoce el original. El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009, sobre novela de Eduardo Sacheri) fue transformada en Secret in Their Eyes  (Billy Ray, 2015), y retitulada como Secretos de una obsesión para el estreno local. Bue, esta vez, gracias a Julia Roberts sobre todo, verla fue un trámite menos vergonzoso. Se cambiaron conflictos, se modificaron circunstancias, varió el sexo de los personajes y las relaciones entre ellos. Les salió otra cosa, menos punzante y conmovedora que la original, pero con benevolencia se puede decir que la historia en gran medida quedó contada.

 

Me pongo a ver Roubaix, une lumière (en el original), ¡Oh Mercy! (según título en inglés) Roubaix, Misericordia (en español) (Arnaud Desplechin, 2019), sobre la investigación de un asesinato, de una desaparición y de un robo. O sea, lo que ahora se denomina una historia procedimental, subgénero del policial que se centra en cómo la policía lleva adelante un caso o varios.

 

Y por esas cosas de la memoria me dan ganas de rever Garde à vue / Bajo custodia (Claude Miller, 1981) una de las primeras procedimentales si se quiere, porque se centra en cómo la repetición de un interrogatorio puede llevar al reconocimiento de una verdad o culpabilidad, según el caso. O sea, años antes incluso de la serie inglesa Prime Suspect / El principal sospechoso (la primera es de 1991) que hacía de las variaciones de un interrogatorio su eje ficcional.

 

En una Nochebuena, un abogado prominente, Jerome Martinaud (Michel Serrault) es interrogado por el inspector Antoine Gallien (Lino Ventura) en un caso de abuso y asesinato de dos niñas. Jerome pasa de testigo a sospechoso y le aplican la garde à vue del título, lo que entre nosotros sería un arresto preventivo. El testimonio de la esposa de Jerome, Chantal (Romy Schneider) da un vuelco a la investigación y desnuda el amor que Jerome tiene por ella.

 

Se basa en una novela de John Wainwright y el diálogo creado por el propio Miller con Jean Herman es sencillamente magistral. La lógica procedimental del interrogatorio largo e ininterrumpido parte de la idea de que el sospechoso oculta algo que en realidad quiere decir. Se lo obliga a repetir su versión para pescar inconsistencias, contradicciones, pasos en falso. Se supone que si lo que se dice es verdad, puede repetirse sin muchos tropiezos, en cambio si lo que expone es una versión falseada, aunque más no sea por cansancio, más tarde que temprano, se le empezarán a ver los agujeros de la trama.

 

Este juego es todo un desafío para el guionista. En la vida real el procedimiento puede ser tedioso, agotador, interminable, pero en una ficción tiene que ser sustancioso, variado, atrapante. El truco más usado para lograr mantener el interés del espectador es el de la profundización. Se respeta o se acepta en apariencia la versión del sospechoso y se ahonda en la falta de detalles reveladores que sostendrían el relato si fuera de verdad y que cuando es inventado no aparecen.

 

Casi 20 años después, Hollywood hizo la remake, Under Suspicion / Bajo sospecha (Stephen Hopkins, 2000). Ya no es la Nochebuena parisina, sin que estamos en vísperas de carnaval, en San Juan, Puerto Rico. El abogado sospechoso ahora se llama Henry Hearst (Gene Hackman) y el interrogador es el capitán Víctor Benezet (Morgan Freeman). La esposa (Monica Bellucci) se sigue llamando Chantal y es un personaje más joven del que hacía Romy Schneider.

 

Abogado y policía aquí son compinches con un pasado en común, fueron compañeros en el secundario. Esto más que enriquecer el conflicto lo enturbia. La familiaridad termina por entorpecer el desarrollo de la indagación más que favorecerlo.

 

Y el que Chantal sea más joven y casi de la misma clase social del marido cambia la sustancia de la relación. Lo que en Schneider era resentimiento, por no haber tenido otra opción para salir de pobre que casarse, lo que la predispone al odio y a ver lo que espió como una monstruosidad, en Bellucci es celos y el temor a ser reemplazada.

 

Quizá por eso ahora el final no es trágico y la pareja queda como para iniciar una obra de August Strindberg con todo lo que el sueco opinaba de las dinámicas de pareja.

 

La francesa era aristotélica porque respetaba las unidades de acción, tiempo y lugar (tanto que el conflicto único se filmó en orden en un mismo set).

 

La versión hollywoodense recrea las versiones que da Hearst / Hackman, con Benezet / Freeman como un trasplantado testigo de lujo, que acepta sin comentario o modifica lo que ve, según cree que pudo haber pasado.

 

Tampoco es muy feliz el cambio en el personaje del policía que transcribe el interrogatorio. En la versión francesa lo hace Guy Marchand y en la hollywoodense, Thomas Jane.

 

Marchand es un policía celoso de su trabajo, que resiente que Ventura lo desautorice y que pierde los estribos con Serrault, porque advierte que no respeta lo que la policía está haciendo.

 

Thomas Jane va para el lado del gallito que hasta se quiere tirar un lance con Bellucci. Más colorido en un punto, pero menos armónico para lo que es la historia en sí.

 

El resultado no es vergonzante, sobre todo por la defensa de sus personajes que hacen Hackman y Freeman, pero, a juzgar por los foros de discusión en internet, es confuso.

 

De tanto hacer explícito, gritado y subrayado lo que en el original francés está implícito, aunque meridionalmente claro, se pasaron de rosca y el amor del personaje de Serrault / Hackman, central en la historia, deviene difuso y periférico.

 

Entre los sagrados mandamientos del teatro está el que dice: Si algo tiene éxito, ¡no lo cambies, alteres, o modifiques! Los productores cinematográficos que se creen más perspicaces no lo respetan. Así les va como les va. La soberbia puede que te dé poder, pero no crea nada bueno.

Gustavo Monteros

viernes, 13 de junio de 2025

Cerrado por proscripción

 


Perdón, pero no me puedo organizar para hablar de cine, me puede más la bronca, la injusticia, la impotencia de comprobar como unos pocos se roban la democracia en mi país. Nos reencontramos la próxima semana. Gracias por la comprensión.


Gustavo Monteros 

viernes, 6 de junio de 2025

Querido diario - Hoy: Sinners


 

La película se abre con una voz en off que nos recuerda creencias míticas ancestrales. Menciona leyendas que giran alrededor de músicos capaces de hacer una música tan verdadera que conjura personas que vivieron en tiempos diferentes y que rasga el velo que separa la vida de la muerte. Estos músicos pueden curar (tanto física como espiritualmente) comunidades, pero atraer a la vez el mal (entendido como un absoluto).

 

De inmediato muestra a un músico cansado, sangrante, con la cara arañada, que maneja un auto y llega a un templo rural en pleno servicio religioso. Cuando baja del auto, el músico empuña una guitarra rota. Al entrar en el templo, comprendemos que el oficiante es su padre y que le pide que entregue el instrumento, en el sentido de abandonar la música. El músico se muestra reacio.

 

O sea que apenas iniciada, la narración exhibe las dos vertientes por las que hará transcurrir la trama: la música y el mal. Esto viene a cuento para subrayar que la homogeneidad del relato es sólida y no vacilante, como se dijo por ahí, que arranca para un lado y termina para el otro.

 

Es que, al director y guionista, Ryan Coogler, le quedaron como dos películas, una musical y otra de terror. La primera más singular y la otra, más convencional, genérica. Y eso puede confundir al apresurado que no se detiene a discernir. Porque en realidad, una deriva en la otra.

 

Estamos en las tierras del Sur de los Estados Unidos, a fines de los años veinte, comienzo de los treinta. Y los negros son respetados más en la apariencia que en la realidad.

 

Los hermanos mellizos, Smoke y Jack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) vuelven a su pueblo natal a gerenciar un bar con músicos en vivo que inaugurarán esa mismísima noche.

 

El regreso nos permitirá conocer los amores que tuvieron, los pleitos que dejaron atrás y los conflictos sin resolver. Y entre las historias a conocer está la de Sammie Moore (Miles Caton), el músico del principio.

 

Esta primera parte es casi antropológica. Conocemos cómo viven, piensan y, sobre todo, cómo hace música esta gente. Sin embargo, a pesar de que la música está en primer plano, el personaje de Sammie se pierde, ante la apabullante star-quality de Michael B. Jordan, que encima viene multiplicada por dos.

 

Sammie debiera ser el epicentro de la historia, y los personajes de Michael B. Jordan los posibilitadores del marco narrativo para que surja el choque de la Música con el Mal (así en mayúsculas).

 

En los papeles es así, pero en la realización la empatía que genera Michael B. Jordan con solo aparecer y estar en el plano, desdibuja y no poco el diseño narrativo.

 

Los hermanos que hace Jordan posibilitan que la historia ocurra, pero no la lideran, no la conducen. Algo que puede confundir porque las estrellas, por definición y designio, son las que generalmente hacen la historia. No es este el caso.

 

Presentados los personajes, con nuestras simpatías creadas hacia unos y hacia otros no, comienza la segunda parte: la aparición del mal.

 

La herramienta elegida para diseminarse es el cuerpo y alma de Remmick (Jack O’Connell) A poco de entrar en escena se consigue dos secuaces: Joan (Lola Kirke) y Bert (Peter Dreimanis), activos militantes del KKK (versión “natural” del mal en contraposición de la supernatural que encarna Remmick)

 

El tráiler oculta con destreza la forma que adopta Remmick para propagar su maldición, así que no cometeré spoiler y no adelantaré nada. Eso sí, permítaseme decir que Jack O’Connell exhibe un talento para la música que le desconocíamos hasta ahora. Y su voz es también muy agradable en el canto. El muchacho se está convirtiendo en todo un catálogo de virtudes.

 

No soy un experto en cine de terror, frecuento muy poco el género, pero lo que aquí se ve me pareció efectivo y atrapante. Aunque más no sea por la lógica de ver (o adivinar) quién vive (o sobrevive) y quién no.

 

Sinners (2025) tuvo una preventa larguísima. Los primeros avances aparecieron unos 7 meses antes de su estreno. Mercadeo que no siempre juega a favor, puede saturar. Eso no pasó esta vez.

 

Se estrenó y fue un gigantesco éxito de público y sorpresivamente (o no) de crítica. Ryan Coogler es un director talentoso y astuto. Pero tiende a tomarse su material demasiado en serio, lo que redunda en una solemnidad involuntaria. Aquí ese defecto no es tan patente. Ligeros toques de humor disuelven la pomposidad y la seriedad surge de la necesidad de la historia, no del estilo.

 

Solo queda razonar el porqué del título. ¿Quiénes son los pecadores (sinners)? Y ¿por qué? Habrá tantas teorías como espectadores tenga la película. Para mí son los que necesitan de un músico excepcional para sanar sus males físicos y espirituales. Lástima que los músicos vengan con sombras no invocadas.

Gustavo Monteros