Si las cuatro colaboraciones anteriores del actor Philippe
Noiret y el director Bertrand Tavernier podían calificarse como mínimo de
insoslayables, la quinta solo puede considerarse una obra maestra.
Más allá de la justicia (Coup
de torchon, 1981) comienza el 29 de mayo de 1938, cuando se produjo un
eclipse total de sol. Y ya se sabe, no hay fenómeno celeste que no sea
excepcional ni que desate cambios.
Estamos en una pequeña ciudad de Nigeria. Lucien Cordier (Philippe Noiret) es el
comisario del lugar. Es perezoso, indolente, ineficaz, incapaz de ejercer la
mínima autoridad.
El director de la empresa maderera, Vanderbrouck (Michel
Beaune) lo insulta a diario delante de todos.
Su bella esposa, Huguette (Stéphane Audran) lo engaña en
sus narices con su amante, Nono (Eddy Mitchell) al que hace pasar por su
hermano.
Cordier se siente atraído por la joven y sensual Rose
(Isabelle Huppert), pero permite que su marido Marcaillou (Victor Garrivier) la
golpee a gusto en medio de la calle.
Y Cordier permite incluso que dos proxenetas, Le Péron
(Jean-Pierre Marielle) y Leonelli (Gérald Hernandez) lo humillen de la peor
forma.
Estos dos parecen haber tocado un límite de la indolencia
de Cordier, porque al día siguiente viaja a una ciudad vecina y le pregunta a
su jefe inmediato superior, Marcel Chavasson (Guy Marchand) cómo hacer para
bajarle los humos a estos dos delincuentes.
Chavasson le dará una lección, humillándolo a su vez.
En el viaje en tren de vuelta conocerá a la nueva maestra,
Anne (Irène Skobline) que al contrario de todos los demás, lo valorará y lo
respetará.
Cuando vuelva a encontrarse con los proxenetas, pondrá las
cosas en claro de una manera definitiva.
Y cuando Chavasson venga a cerciorarse si es Cordier el que
los ajustició, Cordier lo hace caer en una manipulación que deja a Chavasson
como el probable asesino.
Cordier disfruta el cambio de payaso a juez, jurado y
verdugo. Y descubre la omnipotencia que puede brindar el cargo de comisario y
la inmunidad que la da su fama de incompetente.
Su acceso a una locura racional (valga la contradicción)
inspira compasión en un principio (¡lo hemos visto tan maltratado!) que deriva
en indignación porque en su nuevo camino no duda en matar inocentes que podrían
inculparlo.
La historia más que surrealista, parece corrida de la
realidad que conocemos. Los personajes parecen habitar lo bufonesco, pero se
les cuela una verdad que desconcierta. Las situaciones se vuelven enajenadas y
las derivas extremas. La línea demarcatoria que separa bien del mal se
desdibuja, se difumina. Lo trágico se vuelve cómico y el humor de tan negro se
vuelve ácido.
Es un capítulo de cine noir distinto a todos. Es una
película luminosa de colores claros, en la tonalidad que llamamos pastel. Y las
escenas nocturnas son en “noche americana”, así que son más azuladas que
oscuras. Eso sí, la película se hermana con la tradición noir en que su visión
de la humanidad es sombría, casi todos los personajes son moralmente vacíos, crueles,
corruptos, criminales.
Se basa en la novela de Jim Thompson, PoP 1280 (aquí PoP es
Population of Pottsville, pequeña ciudad de Texas en la que transcurre la
acción, de ahí que el título fue traducido al castellano como “1280 almas”. Y
dicen los que la leyeron que no perdió nada de su ferocidad original al haberla
Tavernier trasladado a la Nigeria colonial.
Coup de torchon es “limpiar
con un trapo”, en este caso un pizarrón en el Cordier ha escrito una confesión.
Tavernier ratifica aquí el postulado del Cambalache de Enrique
Santos Discépolo: El mundo fue y será una porquería. ¿Lo es? No se. Pero el que
al menos una vez al día no sienta que es así, que tire la bíblica primera
piedra.
Gustavo Monteros
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