viernes, 31 de octubre de 2025

Noiret - Tavernier 07 - La vida y nada más


 

La séptima colaboración del actor Philippe Noiret con el director Bertrand Tavernier es de 1989 y se llama La vie et rien d’autre o sea La vida y nada más)

 

Las guerras no terminan cuando se dicen que terminan. Y para los que participaron en ellas, no terminan más.

 

La vida y nada más transcurre en varias localidades de Francia en 1920.

 

La Primera Guerra Mundial, la que iba a terminar con todas las guerras, la que iba a durar tan poco que los soldados no terminarían de partir cuando ya estarían de vuelta, se extendió por cuatro años. La estrategia de trincheras enfrentadas con una tierra de nadie en el medio fue un siniestro agujero negro que absorbió millones de víctimas.

 

Incluso después de dos años de su fecha de cierre, el comandante Dellaplane (Philippe Noiret) busca identificar a los soldados franceses dados por desaparecidos en la contienda. Tarea que sabe inabarcable, porque se calcula que son aproximadamente unos 350.000, igual busca cumplirla lo más exhaustivamente posible.

 

Dellaplane visita hospitales neuropsiquiátricos (por entonces popularmente llamados manicomios) ya que hay soldados que enloquecieron, que perdieron la memoria. Si carece de datos que permitan identificarlos, les saca fotos, arma fichas con sus rasgos peculiares y los censa.

 

Visita los improvisados hospitales de campaña que quedan. (Los castillos, las casas solariegas de los nobles y ricos en tiempos de guerra se transforman en sitios de cura y recuperación). Ahora subsisten los de heridas graves, los de pacientes de lenta agonía, los que no quieren someter sus despojos a los familiares.

 

Recaba datos en vecindarios donde hubo batallas cercanas o desmovilizaciones. Muchos soldados sin brazos o piernas, ciegos o sordos, con las caras desfiguradas partieron supuestamente de regreso a casa, pero en el camino eligieron no volver.

 

Los busca también en las cercanías de los campos minados, donde todavía desactivan bombas, porque hay los que fueron enterrados de apuro.

 

Él los busca oficialmente, pero hay grupos de parientes que los buscan por su cuenta, porque necesitan saber si están vivos o muertos. La mayoría da a los suyos por muertos, pero nunca se sabe. Para ayudarlos, el ejército coloca tablones sobre los cuales se distribuyen efectos personales rescatados de los cadáveres, relojes, cadenas con medallitas o crucifijos, cigarreras, encendedores (por entonces se fumaba mucho), talismanes, anillos, o lo que fuera que llevaran consigo.

 

Entre idas y venidas, Dellaplane se topa con dos mujeres. Con la elegante y de alcurnia, Irène de Courtil (Sabine Azéma) que busca a su marido desaparecido y que viaja en un imponente auto con chofer de librea, y con Alice (Pascale Vignal), una maestra que busca a su novio, y que, al perder su trabajo en la escuela de campo, acepta ser camarera en una fonda del lugar, con tal de estar cerca de los parajes cercanos a la batalla de la que su novio ya no volvió. Nada más ni nada menos que la célebre, por lo cruenta y terrible, batalla de Verdún.

 

A las dos les aconsejará que abandonen la búsqueda, pero son tozudas, incansables y decididas. Con Irène tendrá un ida y vuelta que en otro contexto sería de seducción. (De tan distintos se llevan en el fondo de lo más bien, por más que en la superficie no dejen de esgrimir sus diferencias.)

 

Las guerras se generan una y otra vez porque hay quienes obtienen beneficios económicos con ellas. Como resume tan bien Bertold Brecht en una línea de su obra Madre Coraje: “La guerra es un comercio, se venden balas en vez de pan”.

 

Y aquí como hay muchos cadáveres prolifera la carroña.

 

Están quienes venden servicios de búsquedas y cobran bien trabajos que nunca harán. Están también los escultores que buscan inspiración. Todas las ciudades, pequeñas o grandes, comisionan el emplazamiento de una estatua o grupos escultóricos en homenaje a los caídos (Las estafas y el lucro que se obtuvo por estas estatuas y monumentos son el tema determinante en Au revoir là-haut / Nos vemos allá arriba (Albert Dupontel, 2017) sobre novela de Pierre Lemaitre, otra película imperdible).

 

Y hay también algunos que no son carroñeros, aunque bordean la condición.

 

Como los representantes de un pueblito que no tuvo pérdidas de vidas, dado que sus vecinos volvieron todos. Se quedan entonces sin el subsidio de guerra para la comuna. Y para obtener de todos modos el beneficio, piden que a un soldado de un pueblo vecino se lo considere un muerto de la comarca.

 

Y hasta los altos mandos buscan su muerto. Necesitan llenar la Tumba del Soldado Desconocido, monumento imponente que se inaugurará en París con gran pompa. Quieren que sea un “francés puro”, o sea sin contaminación étnica reconocible, y en lo posible no comunista. Los requisitos parecen broma, ¿cómo se sabe si un cadáver es comunista? Si por algún motivo se supiera, no sería un desconocido como el que supone debe honrar el monumento. La raza podría deducirse, claro.

 

Como dijimos, Dellaplane y de Courtil concluyen en algo que se parece al amor. El final original de Tavernier era más tajante que el que quedó. La modificación la motivó el trabajo de la actriz Azéma que le puso tanta pasión al impulso de su personaje por comunicarse con el de Noiret que creó una química que hubiera quedado desairada con otro final distinto al que ahora tiene el filme. Esto habla de la flexibilidad de Tavernier o de la magia que tienen las historias por hallar su mejor final.

 

Los logros de La vida y nada más fueron tantos que Tavernier en 1996 volvería a meterse con la Primera Guerra Mundial en El capitán Conan, que entre otros temas trata sobre cómo los hombres que pueden ser los guerreros ideales no tienen lugar para sus particulares talentos en tiempos de paz.

 

El director Claude Sautet amigo y consultor de Tavernier de toda la vida después de ver Capitaine Conan le dijo a Tavernier que si modificaba un fotograma de lo que acababan de proyectarle no volvería a dirigirle la palabra, tan inmejorable le había parecido.

 

Noiret no estaría en Capitaine Conan. Aunque Tavernier y Noiret no lo sabían, para 1996 sus trabajos en común habían terminado. Una pena, la gloria del cine perdería el matiz de volver a ser agigantada por ellos dos juntos.

 

Lo que hace Philippe Noiret en La vida y nada más es maravilloso. Sin embargo, su excelso trabajo pasó casi desapercibido porque venía de una película de Giuseppe Tornatore que obnubilaba todo: Nouvo Cinema Paradiso o Cinema Paradiso, a secas. A veces los espectadores están de racha.

Gustavo Monteros

viernes, 24 de octubre de 2025

Noiret - Tavernier 06 - Cerca de la medianoche / 'Round Midnight


 

Después de 4 protagónicos y una participación especial, la sexta aparición de Philippe Noiret en una película de Bertrand Tavernier es tan breve (prácticamente un cameo) que uno se pregunta si darla por válida como una colaboración artística efectiva.

 

Yo al menos no sé si el director llamó al actor o si el actor decidió participar de este proyecto (‘Round Midnight / Cerca de la medianoche, 1986), pero si uno o los dos sintieron que no debían perderse la oportunidad de estar otra vez juntos, aunque más no sea durante una jornada de rodaje, basta para incluirla en una retrospectiva del trabajo conjunto.

 

Fue la primera coproducción franco-norteamericana de Tavernier, quizá obligada por el tema elegido, la preeminencia del jazz negro en la escena francesa de la inmediata postguerra de la segunda contienda mundial.

 

(En 2009, Tavernier participaría de una segunda coproducción con los norteamericanos, In the Electric Mist / En el centro de la tormenta, que no fue tan armónica. El desentendimiento con los productores llevó a que hubiera dos cortes, el del director que dura 117 minutos y es el que se conoce actualmente y el de los productores que es de 104 minutos y que solo se distribuyó para el estreno en EE. UU y Reino Unido y que quizá persista en la primera copia para video.)

 

La trama de ‘Round Midnight / Cerca de la medianoche es sencilla. Un saxofonista negro, Dale Turner (Dexter Gordon) llega a actuar a París muy endeble de salud y con su alcoholismo apenas contenido.

 

La mujer que lo acompaña, Buttercup (Sandra Reeves-Phillips) mas que cuidarlo lo tiene prisionero para que no beba y pueda cumplir con el contrato.

 

Francis Borier (François Cluzet), un fan francés, ilustrador de profesión, enamorado del arte de Turner, lo rescata, lo lleva a vivir a la casa que comparte con su hija, Berangere (Gabrielle Haker) y logra que el saxofonista vuelva a grabar.

 

Este renacimiento artístico los llevará de regreso a New York, en la que Francis será brevemente su representante hasta que deba volver a Francia.

 

Para mí más que una película de segundas oportunidades, es sobre el breve fulgor antes de la muerte que tienen los agonizantes, ese efímero momento en el que parecen revivir antes de entregarse a la muerte.

 

La música domina ‘Round Midnight / Cerca de la medianoche. Es una carta de amor al jazz bebop.

 

Y es también una película de personajes. El músico Dexter Gordon logrará ser nominado para el Óscar como Actor Protagónico. Mérito en el que no poco tuvo que ver Tavernier, también un grandioso director de actores.

 

Las malas lenguas dicen que Gordon hizo un poco de sí mismo. Puede que tuviera un conocimiento de primera mano de lo que transita el personaje, pero en la recreación de pasajes tanto leves y humorísticos como desgarradores y dramáticos tiene que echar mano a un juego actoral exigente, del que sale más que airoso. La nominación no fue un ataque de suerte ni de generosidad inusitada, se la ganó en buena ley.

 

Tavernier tiene mucha delicadeza y ternura para tratar el tema de la adicción. Y en los entresijos se esboza que el protagonista pasó por humillaciones profundas, malos tratos crueles y padecimientos psicológicos insuperables. Nunca se sabe si estos fueron causa o efecto de las adicciones. O de haber sido simplemente negro en la primera mitad del siglo XX. De lo que no hay duda es de que el personaje Dale Turner y su intérprete Dexter Gordon tuvieron una vida muy dura.

 

Tampoco hay duda de que actor y personaje, unidos en la música, fueron capaces de generar una inmensa belleza. Y a veces por eso se paga un precio terrible. Para algunos artistas crear es vislumbrar el abismo y hasta caer en él.

 

Y según parece lo que se ve es tan devastador que a la vuelta hay que anestesiarse con lo que se pueda. Ojalá que ante lo que desconocemos, Dios nos salve de levantar el dedo.

Gustavo Monteros

 

Post scriptum: Como dijimos el personaje de Francis es un ilustrador. En un momento, muestra su trabajo en una distribuidora cinematográfica, el empleado que lo atiende no muestra mucho entusiasmo, pero aparece el jefe (Philippe Noiret) que lo felicita por los afiches presentados y da a entender que pagará bien el trabajo. Ese par de líneas es toda la participación de Noiret.

 

En las escenas de Nueva York, Martin Scorsese hace el papel de un productor / representante. Muy bien, porque a sus talentos de director hay que sumar que es un buen actor. (En ese terreno es inolvidable su Vincent Van Gogh en los Sueños (1990) de Akira Kurosowa.

 

Y, claro, el título de la película es el de una bella canción compuesta por Thelonious Monk, Cootie Williams y Bernie Hanighen.

viernes, 17 de octubre de 2025

Noiret - Tavernier 05 - Más allá de la justicia - Coup de torchon


 

Si las cuatro colaboraciones anteriores del actor Philippe Noiret y el director Bertrand Tavernier podían calificarse como mínimo de insoslayables, la quinta solo puede considerarse una obra maestra.

 

Más allá de la justicia (Coup de torchon, 1981) comienza el 29 de mayo de 1938, cuando se produjo un eclipse total de sol. Y ya se sabe, no hay fenómeno celeste que no sea excepcional ni que desate cambios.

 

Estamos en una pequeña ciudad de Nigeria.  Lucien Cordier (Philippe Noiret) es el comisario del lugar. Es perezoso, indolente, ineficaz, incapaz de ejercer la mínima autoridad.

 

El director de la empresa maderera, Vanderbrouck (Michel Beaune) lo insulta a diario delante de todos.

 

Su bella esposa, Huguette (Stéphane Audran) lo engaña en sus narices con su amante, Nono (Eddy Mitchell) al que hace pasar por su hermano.

 

Cordier se siente atraído por la joven y sensual Rose (Isabelle Huppert), pero permite que su marido Marcaillou (Victor Garrivier) la golpee a gusto en medio de la calle.

 

Y Cordier permite incluso que dos proxenetas, Le Péron (Jean-Pierre Marielle) y Leonelli (Gérald Hernandez) lo humillen de la peor forma.

 

Estos dos parecen haber tocado un límite de la indolencia de Cordier, porque al día siguiente viaja a una ciudad vecina y le pregunta a su jefe inmediato superior, Marcel Chavasson (Guy Marchand) cómo hacer para bajarle los humos a estos dos delincuentes.

 

Chavasson le dará una lección, humillándolo a su vez.

 

En el viaje en tren de vuelta conocerá a la nueva maestra, Anne (Irène Skobline) que al contrario de todos los demás, lo valorará y lo respetará.

 

Cuando vuelva a encontrarse con los proxenetas, pondrá las cosas en claro de una manera definitiva.

 

Y cuando Chavasson venga a cerciorarse si es Cordier el que los ajustició, Cordier lo hace caer en una manipulación que deja a Chavasson como el probable asesino.

 

Cordier disfruta el cambio de payaso a juez, jurado y verdugo. Y descubre la omnipotencia que puede brindar el cargo de comisario y la inmunidad que la da su fama de incompetente.

 

Su acceso a una locura racional (valga la contradicción) inspira compasión en un principio (¡lo hemos visto tan maltratado!) que deriva en indignación porque en su nuevo camino no duda en matar inocentes que podrían inculparlo.

 

La historia más que surrealista, parece corrida de la realidad que conocemos. Los personajes parecen habitar lo bufonesco, pero se les cuela una verdad que desconcierta. Las situaciones se vuelven enajenadas y las derivas extremas. La línea demarcatoria que separa bien del mal se desdibuja, se difumina. Lo trágico se vuelve cómico y el humor de tan negro se vuelve ácido.

 

Es un capítulo de cine noir distinto a todos. Es una película luminosa de colores claros, en la tonalidad que llamamos pastel. Y las escenas nocturnas son en “noche americana”, así que son más azuladas que oscuras. Eso sí, la película se hermana con la tradición noir en que su visión de la humanidad es sombría, casi todos los personajes son moralmente vacíos, crueles, corruptos, criminales.

 

Se basa en la novela de Jim Thompson, PoP 1280 (aquí PoP es Population of Pottsville, pequeña ciudad de Texas en la que transcurre la acción, de ahí que el título fue traducido al castellano como “1280 almas”. Y dicen los que la leyeron que no perdió nada de su ferocidad original al haberla Tavernier trasladado a la Nigeria colonial.

 

Coup de torchon es “limpiar con un trapo”, en este caso un pizarrón en el Cordier ha escrito una confesión.

 

Tavernier ratifica aquí el postulado del Cambalache de Enrique Santos Discépolo: El mundo fue y será una porquería. ¿Lo es? No se. Pero el que al menos una vez al día no sienta que es así, que tire la bíblica primera piedra.

Gustavo Monteros


viernes, 10 de octubre de 2025

Noiret - Tavernier 04 - Una semana de vacaciones


 

Continuamos el repaso de la colaboración del actor Philippe Noiret con el director Bertrand Tavernier. Hoy nos toca Una semana de vacaciones / Une semaine de vacances (1980).

 

Laurence (Nathalie Baye) tiene lo que podríamos considerar un buen presente. Anda por los treinta años, es una docente de los primeros años de secundaria talentosa y bien considerada, los alumnos, los directivos y los colegas la aprecian, tiene una relación estable, de buen sexo y en líneas generales de buena comunicación con Pierre (Gérard Lanvin), se lleva hasta ahí con su hermano menor, Jacques (Philippe Delaigue) y más o menos bien con su madre (Marie-Louise Ebeli) que no se queja mucho de atender al postrado padre (Jean Dasté).

 

Sin embargo, una mañana no puede llegar a la escuela. Va a ver a su médico (Philippe Léotard), que le recomienda use un privilegio que al menos en 1980 tenían los docentes franceses, tomarse por estrés una semana de vacaciones en cualquier momento del año.

 

Y entonces Laurence comienza a correrse de los mandatos sociales que la constriñeron, sí, pero que le dieron un sentido de orden.

 

Y ¿cómo se corre uno de los mandatos? De una manera muy simple: dudando.

 

Disfruta de ser docente, pero le cansa que el sistema educativo se la pase instrumentando reformas sin evaluar las que dejan de lado (no sé por qué esa queja me suena conocida), los alumnos responden con clichés, ideas preconcebidas, eludiendo las respuestas personales propias (esto se pondrá peor, mi querida, al menos responden, con el tiempo no les interesará ni responder).

 

A veces halla a su pareja, Pierre, un poco cargoso, un prepotente, uno que la da por sabida, puede ser, pero lo que más le molesta es que él no le teme al compromiso y ella, sí. Él quiere hijos, ella todavía no sabe si quiere o no.

 

Su hermano y su madre le exigen atención o cuidados, que ella no quiere satisfacer y comprende que eso demuele la imagen de buena mina que ella tiene de sí misma. Además, su padre, enfermo y demandante, ya no es, por supuesto, el que ella admiraba.

 

Conoce a Lucien (Michel Galabru), el padre de un alumno, un separado que muestra que puede amar. Él no la juzga. Es dueño de un café-bar, lo que posibilita que la relación se desarrolle con fluidez. Eso lo lleva a él a un equívoco, sobre el que pedirá perdón.

 

En un momento, Lucien la invita a cenar con un amigo, Michel (Philippe Noiret), el mismo personaje de El relojero de Saint-Paul. Se informa a los que no lo conocen del film anterior que es padre de un convicto acusado de un crimen.

 

Michel habla de lo duro que es relacionarse con alguien que está preso. A la salida de las visitas, ve que hay cerca de la cárcel, un bar al que no va, pero al que le gustaría entrar. Supone que los que salen de la prisión y a los que nadie los espera, van ahí como primera parada de su reconquistada libertad. Se pregunta si se animará a hablar con alguno de ellos.

 

Al despedirse dirá que los alumnos de Laurence tendrán que aprender lo que nos cuesta a todos: saber escuchar.

 

La película aparte de una crisis adelantada de la edad mediana, trata también la soledad (la colega que no encuentra la suela de su zapato), la vejez (la vecina muy mayor que se marchita en el departamento de enfrente y a la que ve por su ventana), la inseguridad por la poca confianza en uno mismo (la alumna que no habla porque teme decir estupideces y revelar que aparte de ignorante es tonta).

 

Tavernier es de los que puede hacer divertida, trascendente y profunda la lectura de la guía telefónica (una antigüedad que en 1980 todavía existía y era útil).

 

Nada hay más egocéntrico que una crisis de edad mediana, pero si se considera que hay un espectador, el creador la llena de detalles y la hace perspicaz y pertinente para los que la están viendo, porque al profundizar en las circunstancias de una persona, estas se vuelven universales.

 

Esto suena muy evidente, pero hay que saber hacerlo. Éric Rohmer en El rayo verde (1986) narra otra crisis personal y es más aburrida que contar segundos durante diez minutos. La protagonista y sus circunstancias nunca nos interesan y uno en un ataque de fastidio termina diciendo: má sí, superá tu depresión, o no, pero no jodás más.

 

El cine es un espectáculo con sus reglas, que alguien sufra no garantiza solidaridad inmediata, hay que ganarla.

 

Tavernier se permite dialogar con sus películas anteriores. Como en El juez y el asesino de 1976, vuelve a darle a Michel Galabru otro papel serio, de hondura psicológica. Otros directores siguen dándole roles payasescos de una sola nota.

 

Y aparte del personaje de Michel (Philippe Noiret) lo que relaciona esta película con El relojero de Saint-Paul (1974) es que es otra declaración de amor a la ciudad de Lyon, que sale incluso más bella que en El relojero.

 

A Tavernier los problemas sociales de su presente no le son indiferentes y tiene un modo muy empático de exponerlos. No parte de certezas, sino que indaga.

 

En Des enfants gâtés / Dos inquilinos (1977) acerca los problemas que tienen los franceses por entonces para alquilar y parte de lo que se entera un director de cine (Michel Piccoli), cuando al no poder trabajar sobre el guion de su próxima película en su casa, alquila un departamentito en un edificio, la otra inquilina del título en español es una vecina con la que tiene un romance (Christine Pascal).

 

Nathalie Baye, la protagonista de Una semana de vacaciones, en uno de sus primeros protagónicos absolutos aprovecha la ocasión para cimentar su fama deslumbrando.

 

El tema de la educación y sus problemas volverá a aparecer en la obra de Tavernier, más precisamente en 1999 con Ça commence aujourd'hui / Todo comienza hoy, sobre un maestro de jardín de infantes que intenta hacer una diferencia en una ciudad deprimida económicamente.

 

Es que Tavernier es un humanista y en tiempos tan desangelados como los actuales (y algunos de los que le tocó vivir), los humanistas no son necesarios sino imprescindibles.

Gustavo Monteros

viernes, 3 de octubre de 2025

Noiret - Tavernier 03 - El juez y el asesino


 

Y el tercer largometraje de Bertrand Tavernier fue también con Philippe Noiret. Se llamó Le juge et l’assassin / El juez y el asesino. Filme elocuente y ambicioso (y por lo tanto, polémico) que despejó cualquier duda que se pudiera tener respecto del talento de Tavernier. Ya se lo podía dejar de saludar como a un director en ciernes. Para calificarlo como maestro era temprano, aunque no lo era para considerarlo como un autor con inquietudes y muchas cosas para decir.

 

Se basa en hechos reales, con los nombres cambiados, porque a Tavernier no le interesa reproducir la veracidad sino dar su interpretación, su lectura.

 

Estamos a fines del siglo XIX, y el caso Dreyfus domina las conversaciones. En zonas rurales, un asesino feroz ataca pastores y pastoras que están entre la infancia y la adolescencia.

 

Se ve que Joseph Bouvier (Michel Galabru), que así se llama el asesino, tiene más de un tornillo flojo.

 

Se ve también que es un hombre inteligente con algún tipo de instrucción, mezcla teorías antisemitas, masonas, católicas, conservadoras y retrógradas con evidencia de un pleno conocimiento de las mismas.

 

Emile Rousseau (Philippe Noiret), un juez de provincia, de simpatías ultraderechistas, quiere cazarlo. El juez ambiciona una Legión de Honor, por lo que estima que debe mandar al asesino a la guillotina.

 

El impedimento más evidente es que el asesino está loco. Si se admite la locura, el reo evitará el guillotinamiento, así que el juez debe lograr que se lo dictamine apto de entendederas.

 

Los temas que desarrolla la película son, por desgracia, harto vigentes. Como la manipulación de la justicia (que es más teatro que otra cosa) o la tergiversación mediática permanente (los diarios falsean los hechos con primor). Esto acrecienta la incapacidad del público de pensar por su cuenta.

 

La gente se deja pensar por los diarios y su opinión es determinada por el operador de éxito, tanto así que entregará feliz los libros de Balzac que hasta ayer atesoraba para que los quemen.

 

Las hipocresías están a la orden del día. A saber:

 

La madre del juez (Renée Faure) consiente que su hijo tenga una amante, Rose (Isabelle Huppert), hasta le manda confituras para el cumpleaños, siempre y cuando, la exobrera y ¿su hermana menor?, ¿su hija? se mantengan lejos de su presencia. Cuando el juez, obligado por circunstancias, que no vienen al cuento, se vea obligado a llevarla a su casa, la madre la desairará con ahínco.

 

El procurador De Villedieu (Jean-Claude Brialy), muy amigo de Emile, parece no darse cuenta de que la devoción que le ofrece su exótico sirviente traído de la Cochinchina es producto de la extorsión. El procurador acusó al hermano del sirviente de un crimen que no cometió, no obstante, aquel logró la libertad a cambio de la esclavización de por vida del hermano.

 

La hermana menor de Rose es sexualmente precoz, como se desconoce el tratamiento, la someten a torturas varias.

 

El cura en el púlpito pide para los francmasones poco menos que la vuelta de la Inquisición sin que nadie levante una ceja.

 

El cura y sus feligreses son muy antisemitas, lo que les parece el estado natural de las cosas.

 

La madre del juez les da sopa de pollo a los pobres siempre y cuando firmen una proclama que pide que el asesino sea declarado mentalmente sano. 

 

Las mentes bien pensantes se escandalizan porque las víctimas del asesino llegan a la veintena, pero ni se inmutan porque cientos de chicos son abatidos a tiros en las huelgas de las fábricas, donde trabajan de sol a sol, sin salir del hambre.

 

Philippe Noiret retrata con sutileza las contradicciones de su juez. No la menor de ellas es el apego peculiar a su madre. Y Michel Galabru, un histrión habitualmente relegado a papeles cómicos burdos, da una interpretación dramática impecable de su asesino.

 

Y Tavernier, con calculada impiedad, da cuenta de nuestras miserias cotidianas. Y como no se excluye, se gana el derecho de decir lo que se le venga en gana. Con aliteración incluida y todo.

Gustavo Monteros