Pietro (Elio Germano) no puede creer su suerte. Acaba de
mudarse a Roma y ya consiguió un departamento grande, luminoso, bien ubicado y
para nada inaccesible económicamente. Eso sí, no sabe que tiene un problemita:
lo cohabitará con fantasmas. Y no uno o dos, si no ¡ocho! Tres mujeres, cuatro
hombres adultos y un chico. Un elenco teatral completo, literalmente.
Durante la Segunda Guerra, la noche que iban a estrenar un
espectáculo, tuvieron que escapar del teatro con el vestuario de la obra puesto
porque los venían a buscar para llevarlos a un campo de concentración. Se
refugiaron en el departamento que ahora comparten con Pietro. Y no los mató una
bomba ni la toma de Roma sino una estufa defectuosa.
Necesitan que Pietro ubique a Livia Morosini (Anna
Proclemer) que iba a ser la estrella del espectáculo para que les diga quién
los denunció. Encontrar a una persona después de tantos años no es tarea fácil
y Pietro, un gay despistado y romántico que bordea el acoso a sus excompañeros
sexuales, tiene problemas más urgentes.
Estoy tan domado por las tramas adocenadas de Hollywood que
esperaba que los fantasmas ayuden a Pietro a solucionar sus problemas
sentimentales. Pero no van por ahí los tiros. Todo lo de Pietro quedará en
ciernes, en potencialidad. Es el misterio del elenco que no puede abandonar el
departamento lo que importa.
Esta Magnifica presenza (Magnífica presencia,
2012) es un título representativo de la carrera del Ítalo turco Ferzn Özpetek,
que sabe armar historias muy atractivas con humor elegante y refinado
melodrama, como lo corroboran Haman / Baño turco de 1997, La
fate ignoranti / El hada ignorante de 2001, La finestra di fronte
/ La ventana de enfrente de 2003, Mine vaganti / Tengo algo
que decirles de 2010, o la reciente Diamanti de 2024.
En The Purple Rose of Cairo (Woody Allen, 1985) a
Cecilia (Mia Farrow) no le va muy bien en plena Depresión norteamericana. En
realidad, a muy pocos les va mejor, pero a ella los problemas económicos de la
mayoría se le agravan por estar casada con Monk (Danny Aiello) un grandote vago
y pendenciero y de mano rápida. Por suerte, tiene un refugio y un consuelo: el
cine y sus películas. Las alocadas fantasías de los filmes en blanco y negro de
los años treinta la transportan a ambientes ricos, elegantes, sofisticados
donde todos encuentran un final feliz.
En la película de esta semana, La rosa púrpura del Cairo,
el galán (Jeff Daniels), por momentos, parece desentenderse de la acción dramática
y prestarle atención a Cecilia. Algo que se comprueba casi de inmediato: el
galán sale de la pantalla para huir con ella. La fuga le representa a Cecilia
mayores inconvenientes, el galán en este mundo tiene carne y hueso, aunque no
deja de ser un personaje de ficción que entiende el ambiente para el que fue
creado, pero que ignora la forma de vida de este lado de la pantalla.
El elenco de la película del que el galán huyó se las ve de
figurillas para seguir entreteniendo al público. En un principio lo logran,
pero después se cansan y aburren. El dueño del cine recurre al productor
original del film y este viene a ver qué es lo que está pasando, acompañado por
el actor hollywoodense que hizo al galán.
Mientras todos buscan una solución, la película no puede
dejar de proyectarse. Si se dejara de dar, el galán no podría volver a la
pantalla y se desconoce que otros problemas generaría.
El elenco comprende que puede liberarse de la trama que los
aprisionaba y que pueden ensayar otras alternativas. Así el maître del Morocco
se pone a bailar y demuestra que está para mucho más de lo que lo hacen hacer
siempre.
Cecilia será puesta en una disyuntiva y elegirá con
sensatez y al hacerlo caerá en una trampa. Los hacedores de sueños, los que los
imaginan, les dan forma, los concretan pueden traicionar. Los sueños, no. Valga
la paradoja.
Llevaba siglos sin ver La rosa púrpura del Cairo, me
alegró comprobar que sigue lozana y vivaz como el primer día, o sea que es lo
que sospechamos en tiempos de su estreno: una obra maestra imperecedera.
Quizás algún que
otro chiste suene fuerte para la hipersensibilidad actual. Pero no hay que
perder el contexto, una obra (cualquiera, todas) es hija de sus tiempos. Y
aunque sea obvio, que valga repetir que la corrección política actual no se
condice ni por asomo con lo que se permitían jugar en los setenta, ochenta e
incluso hasta bien entrados los noventa. Insisto no hay que ver las obras del
pasado con los parámetros contemporáneos. Si lo hacemos no se salvan ni La
Ilíada, ni La Biblia, ni La divina comedia, ni El mercader de Venecia, ni el Martín
Fierro.
Estas dos películas pueden verse en Prime Video
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.