Orson Welles es como el horizonte, la profundidad de los
océanos, el imperio del amor, los guarismos del tiempo. O sea, inabarcable. Las
biográficas que le dedican tienen más páginas que las de La guerra y la paz.
Si llevaran su vida a la música, sería un ciclo wagneriano. Y si la pintaran,
no alcanzarían los museos.
En lo personal me apasiona lo anterior a El ciudadano
(Citizen Kane, 1941). Lo posterior viene con el lastre del odio y la
envidia de sus enemigos.
Ya hay varias películas que se dedican a sus logros pre
Ciudadano Kane. RKO 281 (Benjamin Ross, 1999) trata los entretelones de
la realización de Citizen Kane. Liev Schreiber es Welles. Me and
Orson Welles (Richard Linklater, 2008) es sobre el montaje de Julio
César de Shakespeare para el Mercury Theatre en 1937. Christian McKay es
Welles. Cradle Will Rock (Abajo el telón) (Tim Robbins, 1999) es sobre
el problemático montaje de esta obra musical en 1937. Angus Macfadyen es
Welles. The Night That Panicked America (La noche que aterrorizó a
América) (Joseph Sargent, 1975) es sobre la histórica trasmisión
radiofónica de La guerra de los mundos en 1938. Paul Shenar es Welles. Y
Mank (David Fincher, 2020) es sobre la escritura del guion de Citizen
Kane, que, si bien es más sobre Herman J. Mankiewicz, cuenta con Orson como
invitado de honor. Tom Burke es Welles.
Ahora llega Voodoo Macbeth (2021) sobre su montaje de esa obra.
Dice Wikipedia: “Voodoo Macbeth es el título popular del Macbeth
de William Shakespeare en la adaptación que Orson Welles dirigió para la
producción del Proyecto de Teatro Federal estrenada en Nueva York en 1936.
Welles trasladó el escenario de la obra de Escocia a una isla caribeña
ficticia, reclutó un elenco completamente negro. El mencionado título popular
se debe al vudú haitiano que sustituyó a la brujería escocesa en la trama de
Welles.
La obra se enmarca en el conjunto de actividades promovidas
por el Proyecto de Teatro Federal, controlado por la agencia Works Progress
Administration (WPA) a partir del 27 de agosto de 1935, siguiendo el acta
"Emergency Relief Appropriation" de ese mismo año. Dentro de dicho
proyecto gubernamental, se creó la Unidad de Teatro Negro (Negro Theatre Unit)
dividida en dos ramas, una para el teatro contemporáneo y otra para los
clásicos. El objetivo era proporcionar la presencia de trabajadores negros,
más allá de las imposiciones raciales del teatro clásico.
La obra original de Shakespeare trata sobre la caída de un
usurpador en la Escocia medieval, que es alentado en sus acciones por tres
brujas. La idea de Welles fue interpretar el texto de forma fidedigna, pero
utilizando vestuarios y decorados que aludieran al Haití del siglo XIX,
específicamente durante el reinado de Henri Christophe, un esclavo convertido
en emperador. Aunque la razón principal del nuevo montaje era posibilitar un
elenco completamente negro, Welles añadió el atractivo exótico del vudú más
cercano al público afroamericano, que la brujería medieval.”
En lo personal confieso que me apasionan también las
películas que tratan el detrás de escena del montaje de una obra teatral,
porque sé por experiencia propia (gracias a Dios participé del montaje de unas
cuantas) que son sobre apasionantes aventuras humanas. Un escéptico podría
cuestionar qué hay de aventurero y apasionante en la reunión de un grupo de
personas para ensayar una obra. Poco en un principio salvo acuerdos de horarios
y disposición para el compromiso. Pero a medida que el acto creativo va
consumándose, aparecen las contradicciones que tanto nos afanamos en ocultar en
nuestra vida cotidiana. Todos somos un misterio y para el que sabe ver, en un
ensayo se devela un poquito de ese misterio que somos. Y si hay una aventura
apasionante mayor, que alguien me lo discuta.
Welles, por sobre todas las cosas, era un excepcional
contador de historias. Ya fuera en el teatro, en la radio o en el cine, buscaba
la manera más efectiva de contar la obra que le habían propuesto. Si tenía que
contar La guerra de los mundos de H. G. Wells por radio, qué mejor si
fuera como una trasmisión de la invasión alienígena. Si hay que montar Macbeth,
obra sobre el ascenso, gobierno y caída de un dictador asesino con un elenco
negro, qué mejor que circunscribirla en el Haití negro. Y si hay que contar la
vida y desmanes de un magnate, qué mejor que un caleidoscopio perspicaz.
Welles se comportaba como un tirano seductor. Se ganaba la
confianza y la lealtad de su gente por imponer siempre su voluntad y no aceptar
las dudas de los que lo rodeaban. Mezclaba encanto, autoritarismo, pasión y una
brillantez intelectual apabullante. ¿Se le resistían? Poco y nada. Todos no
tardaban en apreciar que trabajaban con un genio y es de muy tontos perderse
esa experiencia.
Montar una obra es muy complejo. Eso hace eterno al teatro.
Es un desafío que apasiona. Y las dificultades vienen tanto de la propia
historia, de los dramas personales de quienes la encaran y de los problemas
técnicos inherentes al juego. Y en este montaje histórico, hay ilustraciones de
las tres ramas descriptas.
La obra es difícil y tiene esta vez circunstancias
políticas y sociales. Los actores tienen vidas con muchas encrucijadas. Y las
presiones técnicas no perdonan.
Y esta película sobre una proeza viene con una epopeya
propia. Tiene 10 directores (Dogmawi Abele, Victor Alonso-Berbel, Roy Arwas,
Hannah Bang, Christopher Beaton, Agazi Desta, Tiffany K. Guillen, Zoe Salnave,
Ernesto Sandoval, Sabine Vajraca) y 8 guionistas (Agazi Desta, Jennifer Frazin,
Morgan Milender, Molly Anne Miller, Amri Rigby, Joel David Santner, Erica C.
Sutherlin, Chris Tarricone). Se trata de una coproducción entre la University
of Southern California y Warner Bros. Y sale airosa de tremendo desafío, parece
hecha por una sola mente.
Jewell Wilson Bridges
es Orson Welles. Sencillamente brillante. E Inger Tudor, June
Schreiner, Jeremy Tardy, Danuel Kuhlman, Wrekless Watson, Ashli Haynes, Gary
McDonald, Hunter Bodine, Ephraim López, Erin Croom, Pamela Shaddock, Breayre
Tender, Antoine Perry, Isaiah Frizzelle, Ben Shields, Randy Pound y Kelsey
Yates no andan menos brillantes.
El mundo no está hecho para genios. Y no tardan en chocar
con los que no lo son y se hacen de muchos enemigos. Se los achaca de mordaces,
soberbios, impacientes, odiosos y exuberantes. Y lo son. Quizás.
Orson Welles ya no fue el mismo después de Citizen Kane.
Los enemigos hicieron lo posible e imposible para que no pudiera desarrollar
otra obra en paz. Y lo lograron. Incluso las pocas veces que se independizó de
ellos, tuvo que reconocerlos, y así su libertad breve se encadenó. Sus
circunstancias eran ellos.
Gustavo Monteros
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