viernes, 29 de marzo de 2024
viernes, 22 de marzo de 2024
Querido diario - Hoy: La chimera
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En una de las escuelas en las que trabajo como profesor, la
biblioteca hace un expurgo por los pasillos. Yo ya me llevé todos los libros de
autores que conocía o me interesaban. Pero aquel día no había alumnos y tenía
que cumplir el horario completo de las horas que daba. Era la primera o segunda
jornada del temporal de lluvia y viento que los medios ya califican de
“histórico”.
Los libros que quedan juntan polvo en unas mesas mustias.
Me pongo a examinarlos para ver si se me pasó alguno que podría reconsiderar.
Un título me intriga, La galería de espejos, pero no conozco al autor,
Homero M. Guglielmini. Como el tiempo no me urge, tomo el teléfono y busco
información en la enciclopédica internet.
Me entero que fue un filósofo y literato, que adhirió
primero al nacionalismo (de derecha, supongo), después al peronismo y cuando la
Revolución Fusiladora lo echó de los lugares en los que trabajaba, fue
rescatado por los españoles que le dieron una beca, vuelto al país, trabajó un
tiempo de periodista, se instaló en Mar del Plata, donde lo mató un ladrón que
quiso entrar a su casa, y su muerte prematura no le permitió dejar exégetas, y
así su obra se fue deslizando al olvido en el que está hoy.
Me entero también que el libro suyo, que tengo en las
manos, ganó un premio importante. Me lo llevo a la sala de profesores y lo
hojeo. Leo la contratapa y a pesar de que sé que no debo hacerlo, leo el
prólogo. Un profesor de la facultad nos enseñó que el prólogo, aunque está al principio,
hay que leerlo último. Lo escribió alguien que ya leyó el libro y ustedes no,
nos dijo, entonces puede revelarle datos del argumento o condicionarlos con su
opinión, mejor leerlo cuando ustedes ya tengan una idea formada, mejor
confrontar la opinión con el prologuista que aceptarla de entrada, solo porque
no tienen ni idea de qué trata o cómo es el libro, no hay nada como el criterio
propio.
En estos días, sus palabras me vienen mucho a la mente,
porque se me ha dado por elucubrar que mucho de lo malo que nos está pasando
social, política, económica y culturalmente es porque permitimos que, en
política, sobre todo, piensen por nosotros, nos levantamos y no desayunamos con
nuestros pensamientos, no, prendemos la radio, la tele o nos metemos en
internet para que nos digan qué tenemos que pensar, el criterio propio, de tan
perdido no existe.
Pero esta vez mi transgresión no es tanta. El propio autor
escribe el prólogo y más que valorarse de más dándose loas o traicionarse
contando lo que no debe, hace una declaración de principios: “Pero ¿dónde
empieza lo imaginario y dónde acaba? Nadie lo sabe, nadie lo sabrá nunca.
Nuestra vida y nuestro mundo están entretejidos por la inextricable urdimbre y
la permanente confusión de fantasía y realidad, de ensuelo y vigilia, de
ficción y verdad. Los hilos de la realidad nos parecen más importantes porque
son más gruesos y toscos, eso es todo. Pero a cada momento podemos dar vuelta
el tapiz, y entonces veremos las figuras al revés (…) No es cierto que vivimos
preferentemente instalados en la realidad: la mayor porción de nuestro ser
-quizá la mejor- se apoya en la expectativa, el proyecto, el sueño, el temor,
la ilusión, la angustia, la esperanza. El pasado se va muriendo a cada minuto,
no queda de él sino el recuerdo, a su vez una forma de la imaginación, tenue
como un tul. Imaginamos el pasado en forma semejante a cómo imaginamos el
futuro. Lo que ha sido, ya no es, lo que habrá de ser, no es todavía. Frente a
esa área inmensa de lo recordado y presentido, de lo que anhelamos o
rememoramos, el caudal, de la realidad es tan breve que cabe en el hueco de un
dedal. (…) Está bien que así sea: nuestra vida sería insoportable si no
pudiéramos suponer e imaginar en cualquier momento algo más bello y consistente
que ella misma. Los poetas tienen siempre razón”
Por eso a la noche, entre las películas por ver, opto por La
chimera. Me gusta mucho el cine de Alice Rohrwacher (y no menor es el
placer que tengo cada vez que pronuncio su nombre, que en fonética gaucha es
algo así como “aliche rorguaker”). Su cine transita la cornisa entre la
realidad y el sueño. Su estilo es claramente discernible. Es luminoso,
brillante, alegre, aunque con un dejo de melancolía. Celebra las caras
idiosincráticas de lo que para ella es Italia, aunque a diferencia de Fellini,
al que cita y homenajea, no va por lo fenomenológico, sino por lo peculiar. Los
rostros que ilumina puede que no parezcan bellos de entrada, pero a los
segundos son elegantes y distinguidos. La belleza en su cine no depende de
quién la mire sino de cómo ella la fotografíe.
La chimera comienza en media res
y si bien no es ningún misterio lo que sucede, se tarda un poquito en descifrar
que está pasando, aunque se disfruta enormemente la desazón. Arthur (Josh
O’Connor) está durmiendo en un vagón de tren. Viste un traje blanco, sucio y
desprolijo. Las chicas que lo acompañan en el compartimento elogian su
apostura. Él, cuando se despierte, dirá que tienen el perfil de unos dibujos
clásicos, la nariz de las chicas es prominente, pero no las afea. El guarda es
quien lo despierta para pedirle el boleto. Arthur le entrega un papel. El
guarda le pierde la simpatía que le demostraba. ¿Un papel en vez del boleto?
Más tarde comprenderemos que quizá es un certificado que explica que pasó un
tiempo breve en la cárcel. Entra un vendedor de medias y le hace a Arthur el
chiste de que tiene que comprarle las medias sí o sí, porque las que tiene
puestas huelen feo. Arthur reacciona mal, el vendedor le regala unas medias
coloridas y se va ofendido. Las chicas también abandonan el compartimento.
Arthur las sigue al pasillo, pero de ellas ya no hay rastro, salvo el perrito
blanco que sostenían en el regazo que en medio del pasillo parece regañar a
Arthur.
Nada hay de anormal en esa escena, pero todo está como un
poco corrido de lo que es esperable. Y así es en todo el film. Adelantemos un
poco. Aunque no hay indicaciones muy definidas, estamos, por la ropa y los
muebles y los utensilios, los peinados y los zapatos en la década del ochenta.
Arthur y una banda de muy queribles malandras se dedican a saquear tumbas
etruscas. Se quedan con las ofrendas y los ornamentos que se ponían junto a los
muertos para hacerles la vida más cómoda en el más allá. Este saqueo cultural
está penado por la ley, de ahí que deban cuidarse de los policías.
Arthur es amigo de Flora (Isabella Rossellini) una anciana
que vive en una ex casa solariega que ahora se cae a pedazos. Es la abuela de
Beniamina (Yile Yara Vianello), amor por el que pena Arthur sin consuelo y
nosotros jamás sabremos si ella se fue sin noticias desde entonces o está
muerta. A Flora la sirve Italia (Carol Duarte) que más allá del nombre no es
italiana, es portuguesa. Italia le oculta a Flora, confinada a una silla de
ruedas, que en la mansión están también sus dos hijas, una bebé y una
preadolescente, algo que precipitará la ruptura entre ambas.
La música que usa Rohrwaker es variada y va desde Mozart,
Monteverdi hasta el folklore y el pop italiano, con todos los intermedios
imaginables. En uno de los episodios de Fellini Roma, una de las
películas de mi vida, unos arqueólogos abren una habitación enterrada y
cubierta de frescos bellísimos, la luz entra y con ella el oxígeno u otros
agentes químicos (la ciencia no es lo mío) y los frescos comienzan a borrarse,
después de siglos, su belleza es a la vez redescubierta y vista por última vez.
Aquí en un momento determinado, al entrar a una tumba, pasa algo parecido, pero
los dibujos esta vez no desaparecen, solo pierden su brillo y su definición,
pasan a ser un fantasma de lo que fueron. Tiene que ver quizá con algo que se
dice por ahí, de que lo que las tumbas guardan no son para ojos humanos. El
final puede ser visto como abierto o ambiguo. No creo que sea ninguna de las
dos cosas. Porque como dice Gugliemini en el prólogo de su La galería de
espejos: “Los poetas tienen siempre razón.
Gustavo Monteros
viernes, 15 de marzo de 2024
Querido diario - Hoy: Quiz Lady
El mundo se va al carajo (si es que ya no llegó y tardamos
en enterarnos) El capitalismo resolvió sus crisis mutando en neoliberalismo y
los ricos son enésimamente más ricos y los pobres de tan pobres ya ni saben qué
son. Y las clases medias se caen sin remedio perdidas en negaciones,
estupideces y creencias de seguir en estados de bienestar que solo existen en
sus sueños.
Y todo este descalabro socio-económico también es cultural
y hace que las películas (por no decir libros, músicas, artes plásticas y los
etcéteras vinculantes) sean cada vez más malas.
Y como hay que vivir y seguir entreteniéndonos, nos ponemos
perdonavidas y decimos que tal o cual película se deja ver, que tal actriz o
actor la hacen llevadera, que si no se le pide mucho entretiene. O sea, excusas
para seguir tirando. Para no admitir que perdimos el tiempo. Que los
deslumbramientos están cada vez más lejos. Que todo es profesionalismo, oficio.
Poco arte. O ninguno.
Si hasta en la temporada de premios, los entusiasmos nos
duran un segundo. Y vistas contra la luz cruda de la mañana, hasta encumbradas
y celebradas obras pierden el brillo de la noche anterior. Anatomía de una
caída no resiste mucho análisis. Si se rearma su trama, pierde el tenue
encanto pegado con alfileres. Los que
se quedan exhibe más maña que inspiración. Y es probable que se convierta,
como dicen todos, en un nuevo clásico navideño como ¡Qué bello es vivir!,
no porque tenga méritos para estar a la altura del ejemplo, sino porque por
regla general, las películas navideñas son tan malas, que esta que es apenas
buena, ya se posiciona alto. Pobres
criaturas es creativa, pero si no adherís a su ética ni estética (mi caso)
te quedás más afuera que Nora al final de Casa de muñecas. Zona de
interés es dura de ver y pueda que persista, pero es como Noche y niebla
de Resnais, más una experiencia de deber cívico que el regocijo ante una obra
de arte. Está bien, los fusilados de Goya o el Guernica no provocan lo mismo
que La novicia rebelde, pero a lo que voy es claro, creo. Insisto, por
las dudas. No todo arte depara las mismas emociones, pero uno tiende a
identificar las reacciones ante las obras como primordialmente positivas. Oppenheimer
es un thriller rebuscado que da más vueltas que una oreja para escamotear el
villano y ofrecer una mínima vuelta sorpresiva al final.
En el cine contemporáneo, algunas películas zafan mejor por
perfilarse en un género. Si tienen tiros bien pegados, muchas de acción o
policiales pueden pasar por buenas. Los musicales disimulan mejor sus tropiezos
porque tienen más espejitos de colores, canciones logradas, actuaciones
oportunas, coreografías atinadas y así tremendos bodrios como La la land
quedan bien aspectadas (en su momento hablé bien de Chicago, perdón, mea
culpa, mea culpa, mea maxima culpa, ¡me enamoran sus canciones!) Este año, la
versión musical de El color púrpura tiene sus méritos, aunque usted no
lo crea. Y Wonka, la verdad sea dicha, ¡me encantó! No vi la nueva Mean
Girls, todavía.
Pero a la hora de la verdad, la que la tiene difícil es la
comedia. Si, por lo menos, no muestra efectividad está liquidada. Aunque,
claro, hay muchos tipos de comedia. Porque no todos nos reímos de lo mismo.
Me cruzo con Quiz Lady (Jessica Yu, 2023) y veo el
tráiler para ver si puedo reírme con su humor (por aquello ya mencionado de que
no todos nos reímos de lo mismo) Concluyo que puedo llegar a reírme con ella y
la veo.
Es tanto una buddy-movie, como una roadmovie, como una
feel-good movie de superación.
Ann Yum (Awkwafina) y Jenny Yum (Sandra Oh) son dos
hermanas distanciadas, vueltas a reunir por la huida de la madre de un
geriátrico. Ann, desde siempre, es fanática de un programa de preguntas y
respuestas, un Quiz Show bah, conducido por Terry Mc Teer (Will Ferrell) en el
que el campeón habitual es el participante, Ron Heacock (Jason Schwartzman).
Una deuda inesperada de la madre hará que Jenny inste a Ann a participar del
show para ganar la abultada suma adeudada. Francine (Holland Taylor), la vecina
de Ann, tendrá una participación no menor en las idas y vueltas.
Si en el policial estar un paso delante de la trama es un
demérito, en la comedia no necesariamente lo es. En las de enredos, por
ejemplo, en la presentación de personajes, uno puede adivinar quién se enredará
con quién. Las sorpresas no dependerán de la originalidad de la trama, sino del
desarrollo. Aquí, hasta cierto punto, eso se cumple. Uno ve venir para dónde
irá la trama, pero el cómo a veces nos elude y sorprende.
Hay excesos innecesarios, el personaje de Jenny tiene un
permanente juego de comedia física que dista mucho de ser elegante. El motivo
por el que Jenny no pudo seguir estudiando es literalmente escatológico. Si
bien es sabido que es muy incómodo hacer las necesidades físicas en casa ajena,
más en un baño adyacente a los dormitorios de los anfitriones, la solución que
la pequeña Ann encuentra es un poco extrema. (Los arquitectos deberían
reconsiderar la vuelta de letrinas alejadas de la casa principal, a veces, para
personas tímidas o inhibidas pueden ser muy convenientes)
Estoy tentado a terminar con los lugares comunes de que se
deja ver, de que Sandra Oh, Awkwafina y el resto del elenco hacen atractiva la
visión, de que, si no se le pide mucho, entretiene, pero hay un par de escenas
que la distinguen y la hacen considerable. Al principio se ve a una Ann niña
que va creciendo, siempre sentada en un sofá, frente al televisor, donde permanentemente
está el Quiz Show de Terry Mc Teer. Detrás del sofá, sus referentes adultos, o
sea su madre y su hermana, hacen su vida a los gritos y en referencia
permanente a hombres e ignorando olímpicamente a Ann. Se comprenderá después
porque en el trabajo tiene nulas habilidades sociales y que la única relación
confiable para ella es la que tiene con este show de preguntas y respuestas y con
su conductor perenne. Y en el final habrá una sobredosis de subtítulos impresos
a la imagen que nos cuentan el destino final de todos los personajes, con
detalles no siempre necesarios o pertinentes. Las dos escenitas despiertan más
una sonrisa amarga que una carcajada fresca, pero hay creatividad en ellas y
rescatan a esta comedia de la medianía habitual en estos tiempos, en la que el
oficio prima sobre el talento genuino.
Gustavo Monteros
viernes, 8 de marzo de 2024
Querido diario - Hoy: Las hilanderas de la Luna
Entre mis seis y doce años fui un rehén entusiasta de
cuanto producto cinematográfico quisiera venderme el sello Disney. No solo los
largometrajes de dibujos animados como Bambi, El libro de la selva,
Fantasía, La espada en la piedra, La dama y el vagabundo, Los 101 dálmatas,
Peter Pan, etc, sino también los de acción o aventuras con actores: Cupido
motorizado, El profesor distraído, 50.000 leguas de viaje submarino, La isla
del tesoro, La familia Robinson, Mary Poppins, claro, entre muchas otras. Y
si por rarezas de distribución zafé de las protagonizadas por sus estrellas
infantiles Jodie Foster y Kurt Russell, no escapé de las protagonizadas por
Hayley Mills: Pollyanna, Operación Cupido, Los hijos del capitán Grant,
Magia de verano, Un gato del F.B.I. y la que más permaneció en mi memoria,
al menos por un tiempo: Las hilanderas de la luna.
Cuando llegué a La Plata a vivir, con trece años casi
cumplidos, me atosigué con (ojo que solo menciono las que vi en el año 1970) Perdidos
en la noche, Adiós, Mr. Chips, Ana de los mil días, Baile de ilusiones, Bob
& Carol & Ted & Alice, La primavera de una solterona, Los años
verdes, Busco mi destino, Flor de cactus, Hello, Dolly!, Sweet Charity,
Chicago, Chicago, Butch Cassidy, Abandonados en el espacio, Z, Krakatoa, al
Este de Java, El secreto de Santa Vittoria, La pandilla salvaje, La caída de
los dioses, entre otras muchas, y crecí de golpe, abracé la desilusión, la
suspicacia, la paranoia, la amargura, la advertencia de males mayores, la
violencia, la politización, la ambición de crear un mundo mejor del cine de los
años setenta y así como se dejan de un día para otro los soldados de plomo y se
los olvida en una caja que no tarda en perderse, ya no me sentí un niño y el
sello Disney no pudo venderme más nada.
La vida da unas cuantas vueltas y llego a la plataforma
Disney Plus, me pongo a escarbar en el catálogo y me choco con The Moon
Spinners o sea Las hilanderas de la Luna de un tal James Neilson,
hecha en 1964. Dura dos horas y la veo.
Nikky Ferris (Hayley Mills) una adolescente llega con su
tía Frances (Joan Greenwood) a un remoto pueblito de Grecia. Intentan
hospedarse en Las hilanderas de la Luna, un hotelito regido por Sophia (Irene
Papas) y su hijo preadolescente Alexis (Michael Davis). El hermano de Sophia,
Stratos (Eli Wallach) evita que las inglesas sean hospedadas, pero termina
aceptando que se queden solo por una noche. Stratos y su secuaz, Lambis (Paul
Stassino) tienen en la mira al inglesito que también es pasajero del hotel, Marc
Camford (Peter McEnery). Stratos y Lambis invitan a Marc a pescar de noche.
Marc no acepta, pero espía donde Stratos detiene el bote. Lambis que se ha
quedado en tierra, ve a Marc iluminado por un faro que tiene Stratos en la
embarcación y le dispara con un rifle hiriéndolo en el hombro.
A la mañana siguiente Nikky se extraña que le digan que
Marc se ha ido, porque había quedado a ir a nadar con él. Paseando por la isla,
Nikky encuentra a Marc refugiado en una ermita. Más tarde Marc le revelará
haber sido guardián de joyas en un banco de Londres, que un día por tener una
cita no esperó a que los guardas que siempre lo acompañaban y fue solo a
entregar unas joyas pedidas, que lo asaltaron, lo golpearon en la cabeza, lo
dejaron inconsciente y se las llevaron. La policía, la prensa y el banco no creyeron
su inocencia. Como no encontraron pruebas en su contra, lo dejaron libre,
aunque perdió el trabajo.
Unas circunstancias fortuitas lo pusieron en la pista de Stratos
y el hotel Las hilanderas de la Luna. Porfía con que Stratos enterró las joyas
en la zona de pesca de la bahía y que está por venderlas. Es así. De ahí que
pronto conoceremos a los intermediarios de esta exclusiva compra venta, el
cónsul Anthony Gamble (John Le Mesurier) y su esposa Cynthia (Sheila Hancock).
En el último tramo aparecerá en un yate de lujo la compradora, Madame Habid
(Pola Negri) y todo se resolverá de un modo u otro.
El director James Neilson es apenas eficiente y no ostenta
mucha creatividad. Ni la secuenciación ni la dirección de actores son su
fuerte. Hayley Mills no escatima mohín y sin querer (o queriendo) está más
cerca de un histérica de libro que de una protagonista encantadora. Irene
Papas, Joan Greenwood y Eli Wallach tiene mucho oficio y zafan. Peter McEnery
que, con mucha imaginación, uno debe considerarlo el galán, en la primera
escena está como de cocaína, pero después se calma. Un aparte para Pola Negri,
gloria del cine mudo, en el que destacó por su extravagancia, sale de un
autoimpuesto ostracismo para esta que fue su última participación en escena. Su
Madame Habid, con un guepardo de mascota, es lo mejor de la película. Por la
sencilla razón de que su escena está jugada en comedia, sin la indefinición de
género del resto de la película, que es tanto un vehículo de lucimiento para la
exestrella infantil, hoy adolescente plena, como una de aventuras (se destaca
la bajada de un molino por sus aspas), una comedia (la tía Frances manejando
una carroza fúnebre) con tonos dramáticos (el cónsul y su mujer, una beoda que
nubla con alcohol el estar tan lejos de su hábitat social, los eventos
fiesteros de la clase alta inglesa, parecen sacados de una obra de Pinter) y
hasta con momentos musicales (la tía Frances recupera canciones folklóricas a
punto de perderse para la BBC y logra que un coro de habitantes cante Las
hilanderas de la Luna, canción que se basa en una leyenda sobre unas artesanas
que trabajan con los hilos que le sacan al ovillo de la luna llena).
Puede que de niño esta película me haya gustado, pero hice
bien en olvidarla cuando aprendí que el cine podía ser algo muy superior. Puede
que un coleccionista de tesoros fallidos como Tarantino le halle encantos que
yo francamente no le encuentro, por más nostalgia que le ponga.
Gustavo Monteros
viernes, 1 de marzo de 2024
Querido diario - Hoy: Meg La Reina de la Rom Com Ryan o Lo que sucede después
Mientras duró el descanso, elegí películas para nuestras
secciones habituales de Programa doble, Películas que ya tendría que haber
visto o Películas con títulos de una palabra evocadoras de ciudades, países o
accidentes geográficos, etc. Pensé también en nuevas secciones: 50 años no es
nada (donde repasaría films que este año cumplen 50 años de su estreno, como
Chinatown), Reverdeciendo laureles (en la que vería si algunos clásicos sigue
vigentes o ya perecieron), El original y la copia (análisis de obras que
tuvieron su remake feliz o desafortunada) o Al mal tiempo, feel-good movies
(espacio para contrarrestar la deshumanización ya instalada o para celebrar la
poca humanidad que nos queda, revitalizando costumbres perdidas, como la
solidaridad, la generosidad, la amabilidad) Pero a medida que se acercaba el
momento de concretar las ideas y sentarme a escribir, me dominaba un
sentimiento de Déjà vu, de ya lo hice antes y mejor quizá, de para qué
insistir. ¿Acaso se me habían pasado las ganas de hablar sobre cine? No, me
contesté. Solo es hora de variar el ángulo, de correrse de las estructuras
practicadas, de abandonar las rigideces a las que obligan las formas elegidas
de ejercer este amor por la narración audiovisual. Se me ocurrió entonces
intentar uno de los recursos más viejos: el clásico y confesional Diario. Allá
vamos.
Diario de un cinéfilo desesperado en tiempos de oscuridades político-sociales
(Juego a ser el ghost writer de Meg Ryan y la hago hablar
de su carrera y de su última película)
Hasta para envejecer hay que tener suerte. Catherine
Deneuve tiene una estructura ósea tan perfecta, que es bella a cualquier edad.
Sophia Loren, también. Y en esto no se aplica el chiste de El club de las divorciadas,
ese de que Sean Connery siempre es un semental sin importar su edad. A lo que
voy, es que en esto los hombres no son la excepción. Omar Sharif terminó por
ser un viejo tan apuesto como lo fue en su juventud. Pero Gregory Peck perdió
con la edad gran parte de su encanto y James Stewart fue lisa y llanamente un
viejo feo, que solo remitía de nombre al joven atractivo que supo ser. Yo tuve
lo mío, un montón de películas lo atestiguan. No fui bella, pero si atractiva.
Linda, pero no en el sentido de Ava Gardner, más bien en el de Betty Hutton. No
pasaba desapercibida, se me consideraba hermosa, la cámara amaba mis mohines,
tanto que me fijó en un solo perfil de personajes. El de la rubia un poco
despistada, aunque encantadora. Sexy, sin exagerar e inteligente. Nada de rubia,
algo bobalicona y tremendamente sexy, como Marilyn Monroe. Nada de rubia, muy
sexy y algo hueca como Goldie Hawn. Un poco neurótica, pero sin llegar a los
extremos de Diane Keaton. Fui la rubia que se salió del molde, la rubia
inteligente. Todo gracias a Nora Ephrom y su guion para Cuando Sally conoció
a Harry, que fue cuando mi carrera cambió. Hasta entonces, me había hecho
notar un poco, llegué hasta ser ¡la novia del protagonista! Pero después de
Sally fui una estrella. Claro, también soy una actriz y quise probar otras
cosas, fuera de la romanticona que ve su vida completa cuando consiguió el beso
abrasador de su galán. Probé con ser una alcohólica, una heroína militar con medalla
y todo, una policía un tanto siniestra, la esposa de un secuestrado y hasta una
representante de boxeadores. Me salí de las seudo actitudes virginales de la
protagonista romántica y me puse provocadora y muy sexuada. Todo muy
interesante para mí, pero todos pedían a la rubia más leve que se enamoraba y
lograba su galán. Y se las dimos, hay peores maneras de ganarse la vida.
Pisando los cincuenta, me dije: aunque la cara no se me cayó, la vergüenza, un
poco sí. Por más vueltas de argumentos que les den a los guiones, voy a quedar
ridícula si a una edad en la que ya alguna cosa tendría que tener clara, persisto
en tener como única preocupación vital conseguir un hombre o mantenerlo al
lado. No vivimos en las novelas de Jane Austen, hay más cosas en la vida de una
mujer que un hombre. Me di una pausa en el cine, participé de algunas series y
me puse a planificar mi debut como directora. Fue por entonces que se filtraron
unas fotos en las que se me veía de mi edad. Tenía un poco de bótox, que entre
las actrices que pierden la lozanía es como descubrirse con mal aliento y
mejorar la higiene bucal. Algo tan natural como ser encantadora. Y como ahora cualquier
cosa es un escándalo, se pusieron a especular que por mantener la belleza me había
sometido a cirugías plásticas que me arruinaron la cara, que en vez de
envejecer “naturalmente”, me ponía a emular a la recauchutada duquesa de Alba. Lo
irónico del caso es que yo no me había hecho nada, estaba envejeciendo “naturalmente”,
salvo que yo no tengo la suerte de la Deneuve o la Loren, o Sharif o Lassie, yo
estoy más del lado de Jimmy Stewart. De mayorcita doy fea. Comedia, muchachos,
comedia. Incorporarse, sacarse los restos del pastelazo de la cara y a seguir
viviendo. Y debuté nomás como directora con Ithaca, sobra la novela de
William Saroyan, The Human Comedy, sobre un carterito que durante la Segunda
Guerra Mundial en un pueblo de los Estados Unidos debe repartir los telegramas de
defunción de los soldados que cayeron en acción. Pasó con más pena que gloria,
aunque me gustó hacerla y no me salió tan mal. Y me dije si lo que más quieren
de mí es la rubia comediante de problemas amorosos, démosela. Aunque más no sea
porque le debo un homenaje a Nora, Ephrom, claro. Y elegí llevar al cine la
obra teatral de Steven Dietz, Shooting Star / Estrella fugaz y
con Steven, Kirk Lynn y yo armamos el guion. Una expareja se reencuentra en un
aeropuerto que interrumpe sus funciones por una tormenta de nieve. Son dos mayorcitos
con la vida hecha que pasa en claro lo que pasó entre ellos y lo que hicieron
después de ya no verse. Hoy la recuerdo porque es 29 de febrero que es cuando
transcurre la acción y que por ser algo que no ocurre todos los años viene con
su carga de magia excepcional. Y si a Ithaca prácticamente la ignoraron,
a What Happens Later / Lo que sucede después le tiraron con toda
la artillería conocida y por conocerse. Está bien, está bien, se basa en una
obra de teatro y más allá de todos mis esfuerzos por darle variedad a su único
escenario, un aeropuerto semi desierto, puede que denote por momentos su origen
teatral y puede que haya insistido demasiado en hacerlos pasearse en el carrito
eléctrico transportaequipaje, está bien secuenciada, el cuento se cuenta y se
comparte bien, hay réplicas ingeniosas y una química palpable con mi coequiper
David Duchovny. Y aunque no me crean por ser parte interesada, es una buena
película. Ahora, gracias a las musas del celuloide, las películas no caen
rápido en el olvido, los streamings son muchos y necesitan llenar archivos
monstruosamente grandes, de ahí que todas las películas que se hacen tengan
asegurada su ventana de acceso. Como a toda película que se ha elegido odiar,
porque sí, porque alguna tiene que tener ese destino, porque hay que destilar
veneno, porque hay que castigar la ilusión de glorias pasadas que quieren
reverdecer sus laureles, o por lo que sea, más temprano que tarde, cuando ya no
se tenga nada que ver, cuando se la elija para comprobar si es tan mala como se
dice, en alguna noche de insomnio, en una tarde perdida de lluvia, se la
descubrirá y será gozada, por lo que es, una buena comedia hecha con el mucho o
poco arte que sus hacedores tengan, pero con un oficio aceitado en años de
saberes aprendidos. Y se la querrá, se la asociará a otros recuerdos míos, tan
actos de amor como este. Porque yo no envejeceré bonito, pero tuve la suerte de
ser La Reina de la Rom Com y las coronas no son para cualquiera, son para los
que las saben portar.
(Gustavo Monteros)