Entre mis seis y doce años fui un rehén entusiasta de
cuanto producto cinematográfico quisiera venderme el sello Disney. No solo los
largometrajes de dibujos animados como Bambi, El libro de la selva,
Fantasía, La espada en la piedra, La dama y el vagabundo, Los 101 dálmatas,
Peter Pan, etc, sino también los de acción o aventuras con actores: Cupido
motorizado, El profesor distraído, 50.000 leguas de viaje submarino, La isla
del tesoro, La familia Robinson, Mary Poppins, claro, entre muchas otras. Y
si por rarezas de distribución zafé de las protagonizadas por sus estrellas
infantiles Jodie Foster y Kurt Russell, no escapé de las protagonizadas por
Hayley Mills: Pollyanna, Operación Cupido, Los hijos del capitán Grant,
Magia de verano, Un gato del F.B.I. y la que más permaneció en mi memoria,
al menos por un tiempo: Las hilanderas de la luna.
Cuando llegué a La Plata a vivir, con trece años casi
cumplidos, me atosigué con (ojo que solo menciono las que vi en el año 1970) Perdidos
en la noche, Adiós, Mr. Chips, Ana de los mil días, Baile de ilusiones, Bob
& Carol & Ted & Alice, La primavera de una solterona, Los años
verdes, Busco mi destino, Flor de cactus, Hello, Dolly!, Sweet Charity,
Chicago, Chicago, Butch Cassidy, Abandonados en el espacio, Z, Krakatoa, al
Este de Java, El secreto de Santa Vittoria, La pandilla salvaje, La caída de
los dioses, entre otras muchas, y crecí de golpe, abracé la desilusión, la
suspicacia, la paranoia, la amargura, la advertencia de males mayores, la
violencia, la politización, la ambición de crear un mundo mejor del cine de los
años setenta y así como se dejan de un día para otro los soldados de plomo y se
los olvida en una caja que no tarda en perderse, ya no me sentí un niño y el
sello Disney no pudo venderme más nada.
La vida da unas cuantas vueltas y llego a la plataforma
Disney Plus, me pongo a escarbar en el catálogo y me choco con The Moon
Spinners o sea Las hilanderas de la Luna de un tal James Neilson,
hecha en 1964. Dura dos horas y la veo.
Nikky Ferris (Hayley Mills) una adolescente llega con su
tía Frances (Joan Greenwood) a un remoto pueblito de Grecia. Intentan
hospedarse en Las hilanderas de la Luna, un hotelito regido por Sophia (Irene
Papas) y su hijo preadolescente Alexis (Michael Davis). El hermano de Sophia,
Stratos (Eli Wallach) evita que las inglesas sean hospedadas, pero termina
aceptando que se queden solo por una noche. Stratos y su secuaz, Lambis (Paul
Stassino) tienen en la mira al inglesito que también es pasajero del hotel, Marc
Camford (Peter McEnery). Stratos y Lambis invitan a Marc a pescar de noche.
Marc no acepta, pero espía donde Stratos detiene el bote. Lambis que se ha
quedado en tierra, ve a Marc iluminado por un faro que tiene Stratos en la
embarcación y le dispara con un rifle hiriéndolo en el hombro.
A la mañana siguiente Nikky se extraña que le digan que
Marc se ha ido, porque había quedado a ir a nadar con él. Paseando por la isla,
Nikky encuentra a Marc refugiado en una ermita. Más tarde Marc le revelará
haber sido guardián de joyas en un banco de Londres, que un día por tener una
cita no esperó a que los guardas que siempre lo acompañaban y fue solo a
entregar unas joyas pedidas, que lo asaltaron, lo golpearon en la cabeza, lo
dejaron inconsciente y se las llevaron. La policía, la prensa y el banco no creyeron
su inocencia. Como no encontraron pruebas en su contra, lo dejaron libre,
aunque perdió el trabajo.
Unas circunstancias fortuitas lo pusieron en la pista de Stratos
y el hotel Las hilanderas de la Luna. Porfía con que Stratos enterró las joyas
en la zona de pesca de la bahía y que está por venderlas. Es así. De ahí que
pronto conoceremos a los intermediarios de esta exclusiva compra venta, el
cónsul Anthony Gamble (John Le Mesurier) y su esposa Cynthia (Sheila Hancock).
En el último tramo aparecerá en un yate de lujo la compradora, Madame Habid
(Pola Negri) y todo se resolverá de un modo u otro.
El director James Neilson es apenas eficiente y no ostenta
mucha creatividad. Ni la secuenciación ni la dirección de actores son su
fuerte. Hayley Mills no escatima mohín y sin querer (o queriendo) está más
cerca de un histérica de libro que de una protagonista encantadora. Irene
Papas, Joan Greenwood y Eli Wallach tiene mucho oficio y zafan. Peter McEnery
que, con mucha imaginación, uno debe considerarlo el galán, en la primera
escena está como de cocaína, pero después se calma. Un aparte para Pola Negri,
gloria del cine mudo, en el que destacó por su extravagancia, sale de un
autoimpuesto ostracismo para esta que fue su última participación en escena. Su
Madame Habid, con un guepardo de mascota, es lo mejor de la película. Por la
sencilla razón de que su escena está jugada en comedia, sin la indefinición de
género del resto de la película, que es tanto un vehículo de lucimiento para la
exestrella infantil, hoy adolescente plena, como una de aventuras (se destaca
la bajada de un molino por sus aspas), una comedia (la tía Frances manejando
una carroza fúnebre) con tonos dramáticos (el cónsul y su mujer, una beoda que
nubla con alcohol el estar tan lejos de su hábitat social, los eventos
fiesteros de la clase alta inglesa, parecen sacados de una obra de Pinter) y
hasta con momentos musicales (la tía Frances recupera canciones folklóricas a
punto de perderse para la BBC y logra que un coro de habitantes cante Las
hilanderas de la Luna, canción que se basa en una leyenda sobre unas artesanas
que trabajan con los hilos que le sacan al ovillo de la luna llena).
Puede que de niño esta película me haya gustado, pero hice
bien en olvidarla cuando aprendí que el cine podía ser algo muy superior. Puede
que un coleccionista de tesoros fallidos como Tarantino le halle encantos que
yo francamente no le encuentro, por más nostalgia que le ponga.
Gustavo Monteros
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