Hello,
my name is Doris se inscribe en un género reciente de creciente popularidad, el
género geriátrico, aquí en su variable comedia. Y sí, la querida Sally Field
nació en el 46.
El inicio encendió
todas mis alarmas. Parecía que la película cumpliría con algunos de los lugares
comunes más usados. La anciana madre de Doris muere y la deja ya muy adulta con
la posibilidad de liberarse, de vivir finalmente la vida con algo de plenitud.
Y no bien se reintegra al trabajo, se topa con un nuevo y joven compañero del
que se enamora a primera vista, o primera proximidad, ya que viajan apretados
en un ascensor atestado. Huy, me dije, segundas oportunidades en variación
geriátrica desata pasión en veterana, que luego de confesarse, deberá aceptar
el paso del tiempo y desistir de ser el interés romántico y pasar a ser la
abuela o tía abuela del protagonista.
Pero no, la película
da un triple salto mortal en las alturas sin red y cae ilesa. Acrobacia que
puede hacer solo porque la protagoniza Sally Field, que tuvo como 800 carreras,
que pasó de chica con personalidades múltiples a mujer madura generalmente
madre que sobrevive a duras peripecias a fuerza de indeclinable dignidad,
pasando por la sexy boba siempre predispuesta a hacerte el favor, o la empleada
de fábrica de perturbadora remera que se atrevía a treparse a una mesa con el
cartel de Huelga, más muchas otras variables más. A lo que voy es que, a pesar
del paso del tiempo, Sally está de lo más enterita y puede todavía crear el
verosímil primero y la plausibilidad después de que un treintañero pueda
enamorarse de ella también en lo carnal, porque para lo espiritual le sobra, Sally
siempre da como que tiene más vida interior que Emily Dickinson. Bah, a lo que
voy es que de MILF pasó a GILF con honores (MILF = Mom I’d like to fuck / GILF
= Granny I’d like to fuck).
Doris es un aparato, no
solo querible sino que en el ambiente adecuado hasta puede hacerte quedar como
los dioses, por más ridícula que pueda parecer en la vida “normal”.
Sally Field se ubica
alto en las ligas mayores de las actrices que son leyenda, y si su nombre sale
bastante después de las Meryls, las Bettes, las Katharines, las Vanessas, las
Maggies, las Jessicas y demás es por su humildad de comediante, que se toma en
serio su trabajo y no su fama. Aquí redondea con mucha contención uno de sus
mejores trabajos. Su juego histriónico está lleno de detalles, matices,
sutilezas y está vertido a puro coraje.
Hay un momento que
roza la maravilla, lisa y llanamente. Doris siempre está tan maquillada como un
transformista en plena función y por las vueltas del argumento se quita todo el
maquillaje y va a aceptar que es una vieja llena de arrugas, de rasgos
deformados y cachetes macilentos. Esa es la idea, pero sin maquillaje y frente
al espejo, es bellísima, por más arrugas que tenga, por más que sus redondas
mejillas se caigan y sean pasas. Es bellísima porque Sally sigue siendo Sally,
y por más retoques y cirugías que se haya hecho, sigue siendo Sally, y en
nuestro recuerdo se funden y superponen las 800 Sallys que conocemos y que hemos
visto a lo largo de sus 800 carreras, y si bien no es Catherine Deneuve, o sea
una mujer de rostro perfecto, Sally tiene un fulgor que se lo envidian hasta
las más agraciadas.
Hello, my name is Doris, escrita y dirigida por Michael Showalter y con ayuda
de Laura Terruso en el guión, puede ahora verse en Netflix.
Ah, el galán es Max
Greenfield, y como una amiga de toda la vida de Doris, está la siempre
impecable Tyne Daly. También hay un cameo de Peter Gallagher.
¡Aguante Doris,
carajo!
Gustavo Monteros
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