jueves, 18 de abril de 2019

Hello, my name is Doris


Hello, my name is Doris se inscribe en un género reciente de creciente popularidad, el género geriátrico, aquí en su variable comedia. Y sí, la querida Sally Field nació en el 46.


El inicio encendió todas mis alarmas. Parecía que la película cumpliría con algunos de los lugares comunes más usados. La anciana madre de Doris muere y la deja ya muy adulta con la posibilidad de liberarse, de vivir finalmente la vida con algo de plenitud. Y no bien se reintegra al trabajo, se topa con un nuevo y joven compañero del que se enamora a primera vista, o primera proximidad, ya que viajan apretados en un ascensor atestado. Huy, me dije, segundas oportunidades en variación geriátrica desata pasión en veterana, que luego de confesarse, deberá aceptar el paso del tiempo y desistir de ser el interés romántico y pasar a ser la abuela o tía abuela del protagonista.


Pero no, la película da un triple salto mortal en las alturas sin red y cae ilesa. Acrobacia que puede hacer solo porque la protagoniza Sally Field, que tuvo como 800 carreras, que pasó de chica con personalidades múltiples a mujer madura generalmente madre que sobrevive a duras peripecias a fuerza de indeclinable dignidad, pasando por la sexy boba siempre predispuesta a hacerte el favor, o la empleada de fábrica de perturbadora remera que se atrevía a treparse a una mesa con el cartel de Huelga, más muchas otras variables más. A lo que voy es que, a pesar del paso del tiempo, Sally está de lo más enterita y puede todavía crear el verosímil primero y la plausibilidad después de que un treintañero pueda enamorarse de ella también en lo carnal, porque para lo espiritual le sobra, Sally siempre da como que tiene más vida interior que Emily Dickinson. Bah, a lo que voy es que de MILF pasó a GILF con honores (MILF = Mom I’d like to fuck / GILF = Granny I’d like to fuck).


Doris es un aparato, no solo querible sino que en el ambiente adecuado hasta puede hacerte quedar como los dioses, por más ridícula que pueda parecer en la vida “normal”.


Sally Field se ubica alto en las ligas mayores de las actrices que son leyenda, y si su nombre sale bastante después de las Meryls, las Bettes, las Katharines, las Vanessas, las Maggies, las Jessicas y demás es por su humildad de comediante, que se toma en serio su trabajo y no su fama. Aquí redondea con mucha contención uno de sus mejores trabajos. Su juego histriónico está lleno de detalles, matices, sutilezas y está vertido a puro coraje.


Hay un momento que roza la maravilla, lisa y llanamente. Doris siempre está tan maquillada como un transformista en plena función y por las vueltas del argumento se quita todo el maquillaje y va a aceptar que es una vieja llena de arrugas, de rasgos deformados y cachetes macilentos. Esa es la idea, pero sin maquillaje y frente al espejo, es bellísima, por más arrugas que tenga, por más que sus redondas mejillas se caigan y sean pasas. Es bellísima porque Sally sigue siendo Sally, y por más retoques y cirugías que se haya hecho, sigue siendo Sally, y en nuestro recuerdo se funden y superponen las 800 Sallys que conocemos y que hemos visto a lo largo de sus 800 carreras, y si bien no es Catherine Deneuve, o sea una mujer de rostro perfecto, Sally tiene un fulgor que se lo envidian hasta las más agraciadas.


Hello, my name is Doris, escrita y dirigida por Michael Showalter y con ayuda de Laura Terruso en el guión, puede ahora verse en Netflix.


Ah, el galán es Max Greenfield, y como una amiga de toda la vida de Doris, está la siempre impecable Tyne Daly. También hay un cameo de Peter Gallagher.


¡Aguante Doris, carajo!

Gustavo Monteros

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