“Puede fallar” decía el mentalista Tu Sam para dar
suspenso en la previa de alguno de sus trucos más peligrosos. Gold, rebautizada por aquí El poder de la ambición, es una película
“fallada” en logros y sobre todo objetivos.
Es de una de esas apuestas calculadas de los hermanos y
productores Bob y Harvey Weinstein para cosechar premios en la temporada idem.
Se dijeron: pongamos a Matthew McConaughey en otra caracterización “matadora”,
si ya adelgazó hasta la extremaunción en Dallas
Buyers Club: El club de los desahuciados (Jean-Marc Vallée, 2013) y se alzó
con el Óscar al mejor actor del año, que ahora haga la gran DeNiro para El toro salvaje y engorde unos cuantos
kilos para que se alce con otro, tomemos una historia real, que es lo que ahora
se vende, pero que parezca una novela de tan azarosa, llamemos a un director de
prestigio, pero no caro ni inmanejable (Stephen Gaghan que hizo Syriana en el 2005) y como es una
historia de dos hombres, en el otro protagónico pongamos a un galán en ascenso,
Edgar Ramírez, que además es venezolano y abarcamos de paso al público latino,
y así podemos venderla bien y aspirar a más premios para nuestra vitrina de
lauros.
Lástima que el resultado esta vez les salió así de
premeditado. Todo muy profesional pero sin inspiración y con menos lustre que
desván cerrado.
Cuenta la historia de Kenny Wells (Matthew
McConaughey) un prospector o sea un señor que anda en busca de hallar
yacimientos minerales, petrolíferos o de aguas subterráneas. En su inicio el
film lo halla en 1981, en el momento en el que pierde la compañía que le legó
su padre, y cuando en plena desesperación decide apostar lo poco que le queda
por el geólogo Michael Acosta (Édgar Ramírez) que anda por Indonesia clamando
que hay oro en un rincón perdido de su jungla. Peripecia que, tras varias idas
y vueltas, derivó en lo que se llamó el escándalo minero, Bre-X de 1993.
Édgar Ramírez dijo en un reportaje que este material
tiene algo de las historias y héroes de John Huston, algo que podría conectarlo
con El tesoro de Sierra Madre. Con
mucha buena voluntad podríamos coincidir. Aunque pareciera que el director
Stephen Gaghan nunca vio dicho film ni La
reina africana, ni El hombre que
quería ser rey, bah, ni ningún otro del maestro Huston. Por aquí o por allá
hay un toque Huston y en otros un toque Martin Scorsese a la manera de Buenos muchachos o de El lobo de Wall Street. Pero son tan
desganados que parecen involuntarios. Hasta para copiar se necesita talento,
cuando un transformista logra parecerse a Marilyn Monroe, a Liza Minnelli, o a
Julie Andrews, no le bastó con maquillarse en ese estilo, subirse a tacos o
ponerse una peluca, no, detrás hay horas y horas de prueba y error, de búsqueda
obsesiva y minuciosa. En el cine a la hora de copiar pasa algo similar. No
basta con un “me gusta”, hay que trabajar con ahínco para recrearlo. Aquí no hay muestra de capacidad ni para
crear algo nuevo ni para copiar logros ajenos.
Entonces lo que debió ser una épica de perdedores
termina por ser una aventurita de gente que no gana del todo. Matthew
McConaughey, panzón y casi pelado, ensaya otra caracterización notable,
demasiado esforzada para ser fluida, razón por la cual no obtuvo nominaciones
para premios. Es la segunda más esforzada actuación del año, hasta ahora el
primer puesto lo ocupa Brad Pitt y la trabajada caracterización (y que tampoco
fluye jamás) del general que hace para War
Machine/Máquina de guerra. Édgar Ramírez solo se preocupa por lucir robusto
y no mal parecido, una opción nada mala ante la nada que es la película.
Para ver en una plataforma de contenidos, tipo Netflix,
en una noche de insomnio en la que se acabaron las opciones.
Gustavo Monteros
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