Daniel Blake (Dave Johns) es un carpintero de 59 años en
obras de construcción. Un reciente ataque al corazón lo ha dejado
“temporariamente”, según su médico, fuera de su trabajo, lo que “supuestamente”
lo autoriza a pedir una pensión por incapacidad. Digo “supuestamente” porque el
sistema se emperra en no concedérsela, aunque tenga todos los méritos para
merecerla. La película contará su lucha para acceder a lo que le pertenece por
derecho sin perder la autoestima en el camino. En una de las oficinas que visita,
defenderá a Katie (Hayles Squires) madre soltera con dos hijos pequeños, Daisy
(Brianna Shann) y Dylan (Dylan McKiernan), recién llegados de Londres a
Newcastle, ciudad donde transcurre la acción. Eso será el comienzo de una
relación de amistad entre ellos. Daniel también contará, aquí y allá, con la
solidaridad de su vecino China (Kema Sikazwe) y de un excompañero de trabajo
(Shaun Prendergast).
Yo, Daniel Blake ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes,
edición 2016. La dirigió el octogenario maestro del realismo social Ken Loach,
y sin duda, a pesar de sus discutibles cortedades, se convertirá en una
referencia ineludible de un momento político-social. Así como todavía vemos Ladrones de bicicletas y analizamos el
por qué de su anécdota, en años venideros se seguirá desmenuzando los
pormenores detrás de las políticas sociales de Yo, Daniel Blake.
Cuando hablo de cortedades (para mí no son tales ni
por asomo) me refiero a que es una pieza de combate, que muchos, para
desprestigiarla, la tildarán de panfletaria. Ojo, no lo es jamás, pero sería
necio no reconocer que tiene un objetivo claro, la crítica y modificación de un
sistema que transforma personas en números y que lo hace con la pretensión de
echarlos del circuito de protección social. Otros, también para menospreciarla,
dirán que sus personajes son demasiados puros y poco complejos, sin ese toque de
los tres elementos atribuibles a los pobres, resumidos en el título de la obra
maestra de 1976 de Ettore Scola, Feos,
sucios y malos. No, los personajes de Loach son más bien todo lo contrario,
lindos (más por nobleza que por belleza), limpios y buenos (más en el sentido
de solidaridad y compromiso que en el de la bondad religiosa).
La película no es neutral y yo tampoco. A los que
recién se acercan a estas crónicas, les digo que nunca votaré, avalaré o
toleraré políticas neoliberales. El capitalismo puede ser cruel, pero es la
Madre Teresa al lado del neoliberalismo, que con un cinismo atroz sume en el
hambre y la pobreza a generaciones enteras y las justifica por la necesidad de
lograr inversiones que garantizarán en un lejanísimo futuro un bienestar
improbable, mientras que en el presente solo promueven la desigualdad, la
concentración de riqueza y la fuga de capitales. Y después resulta que los
corruptos son los populistas distribucionistas…
Digo esto porque esta película llega con envidiable
oportunidad a dialogar con las idas y vueltas (vueltas por verse, porque con la
promesa de una revisión hay poca o ninguna vuelta) de las decisiones de la actual
ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley (siempre hay que memorizar el
nombre de los impiadosos) de recortar las pensiones por discapacidad. Dialoga
también con el prejuicio, retroalimentado por los medios de comunicación
hegemónicos, de que no hay que asistir a los necesitados (aquello de que no hay
que dar pescado sino enseñar a pescar). Es una pena que quienes deben ver esta
película, no la verán porque huyen de todo lo que cuestiona su zona de confort.
Los que la vean, corroborarán lo que significa pelear
con el hambre y la miseria mientras se lucha por no perder la dignidad, por
como dice claramente Daniel Blake en un escena, “cuando te quitan la dignidad,
estás acabado”.
En resumen, una de las películas más valiosas que
veremos este año. Y a pesar de lo que pueda inferirse en esta crónica, no es
triste ni deprimente (bueno, un par de escenas los son y mucho) pero el tono
general es el de la alegría que da la lucha, o la preservación de la esperanza,
por más recaídas en la desesperación que se tengan, porque la mezquindad, el
odio, el prejuicio, están del otro lado, de este está la apetencia de equidad,
el sentido de justicia, el dar y no quitarle cosas a la gente.
Gustavo Monteros
No la ví aun, pero parece caer como como anillo al dedo en esta realidad que estamos viviendo, con una vicepresidenta que desde su silla de ruedas avaló con "capacidades indiferentes" la supresión indiscriminada de subsidios por discapacidad...
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