Confieso que me daba un poco de miedo ver esta
película. Por algún lado había leído que su director, Hirokazu Koreeda, dijo
que este film partía de la premisa "No todo el mundo puede convertirse en
lo que desea ser." Y como pertenezco al 99, 99% de los hombres que no
somos George Clooney… No es que hubiera querido ser George Clooney, pero ser
celebrado, sexy, bien pensante y universalmente simpático y rico como George no
hubiera estado nada mal.
Mi temor se fundamentaba más que nada en el hecho
comprobado de que el cine de Hirokazu Koreeda tiene una forma única de
conmocionarme, confrontarme e interpelarme. Y no es que se proponga hacer eso
conmigo o que yo lo deje, pero es lo que termina por pasar. Su cine es, por
sobre todo, generoso, amable e inteligente. De la manera más insidiosa posible de
ser inteligente, que es la de plantear una situación y observarla, sin juzgar,
ni presumir, con la convicción de que lo que se ve a simple vista es apenas un
reflejo de lo que se oculta, de lo que se arrastra, de lo que está pendiente. Y
es su generosidad la que termina por desarmarnos, porque no se pone en semi
dios, en yo sé todas las respuestas, sino que acompaña a sus personajes como si
conociéndolos más, se conociera mejor él, y nosotros, claro, de paso.
En estos días en que la tragedia se vuelve farsa con
quitas de pensiones a viudas y tullidos, a deudas a cien años, de desarme de
ciencia y malintencionada desinformación perpetua, no andaba con ganas de que
encima me preguntaran cómo había llegado a no ser lo que quise ser, de modo que
me sumergí en esta película, como en una rambla que usan los perros para
descomer, con el sigilo de no pisar caca, no iba a dejar que me conmoviera o
que me llevara a estados emocionales inauditos. No, nada de eso, me iba a mantener a distancia. Y me
fue bastante bien, mantuve mi postura hasta la mitad de la película, entonces
una imagen cualquiera, de un paseo en autobús, me bañó de belleza, porque esa
misma generosidad y esa misma amabilidad para no juzgar personajes, las usa Hirokazu
Koreeda para ver la belleza que hay en lo simple, en dos trenes que se cruzan,
en la luz que se derrama sobre un árbol, y no lo subraya, no es que transforme
lo que ve en imagen de almanaque, no, es, como explicarlo, la generosidad, la
amabilidad, de las que ya hablé las que lo hacen ver así, todo tan simple, y
comunicarlo.
Esta vez convivimos con Ryota (Hiroshi Abe), un hombre
alto y flaco que anda rondando la cincuentena, que supo escribir una primera
novela, La mesa vacía, que levantó
algo de polvareda, que le dio un premio y una carrera promisoria, que no se
está cumpliendo, ya que no hubo una segunda, hace poco murió su padre y aunque
no le guste, se parece demasiado a él, por la afición al juego, por vivir
empeñando cosas o por pedir plata prestada, tiene un hijo de unos 10 años, al
que quiere mucho, pero casi no ve, tiene un trabajo de detective privado, que
dice que es temporal y que lo ejerce solo como investigación de ese mundo,
aprovecha esta experiencia para espiar a su exmujer que está muy cerca de
olvidarlo con una relación nueva que se solidifica día a día, está también su
madre (Kirin Kiri) que se pregunta si no tiene que aceptar que morirá en ese
departamento chiquito en el que iba a vivir por un tiempito que se extendió
hasta ahora, casi media vida, y está también la hermana, que le va mejor
económicamente, pero que hace que su
madre con la magra pensión que tiene le pague las clases de patín artístico a
su hija, y que no quiere que el hermano novelista vuelva a usar el pasado como
fuente de sus libros, porque no le pertenece por entero solo a él, que ella y
los demás también son y están en ese pasado, está también el compañero
detective, que es muy solidario con Ryota y uno no puede dejar de preguntarse
por qué, porque uno es así de jodido como espectador, y no es de aceptar así
porque sí la admiración, el compañerismo o el amor. Y la tormenta del título,
es un tifón que anda dando vuelta, el número 23 o el 24 de ese año, y será la
excusa para que algunos de estos personajes se reúnan y acepten lo que ya no puede corregirse.
Todo es muy simple, Hirokazu Koreeda, a quien
aprendimos a admirar por su De tal padre,
tal hijo, observa, solo observa, y como sin querer ahonda, y como es lógico
se pone profundo, y sabio, y a la salida de su película uno es como el pariente
cercano de todos sus personajes, y como también casi sin querer nos vimos en
ellos, nos volvemos más sabios, y más felices, con una ligera melancolía,
porque, bueno, no todos podemos ser George Clooney.
Gustavo Monteros
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