Esta película al menos está
más cerca de hacerle justicia al título que le pusieron los distribuidores
locales (Una buena receta) que al
original (Burnt/Quemado). Como el gin
tonic o la ensalada caprese, mezcla elementos puros y simples para lograr un
resultado gustoso: la película de cocineros con la película de segundas
oportunidades.
El cine siempre se ha
encargado de la cocina, primero lateralmente y en estos últimos tiempos muy
centralmente. Algunos ejemplos, a los que ustedes pueden sumar los propios: Ratatouille (2007), El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989), La fiesta de Babette (1987), Comer, beber, amar (1994), Las mujeres arriba (2000), Bella Martha (2001), ¿Quién está matando los grandes chefs de
Europa? (1978), Fuera de la carta
(2008), El hijo de la novia (2001), Vatel (2000), El bueno de la película (o sea Jackie Chan) (1997), Soul kitchen (2009), La gran comilona (1973), Big night (1996), Sin reservas (mala remake de Bella
Martha) (2007), Julie & Julia
(2009), Espanglish (2004), Chef: la receta de la felicidad (2014), Un viaje de diez metros (2014).
Comer forma parte de las
tres grandes Ces (perdón, voy a decir una grosería… o dos): Comer, Coger,
Cagar. La última sobre todo tiene tan mala prensa que está cerca del desvalor.
Paradoja, que los de tránsito lento, consideran muy injusta. Luis Buñuel, a
quien le gustaba jugar con los absurdos sociales, en El discreto encanto de la burguesía, 1972, para demostrarnos lo
antinatural o descabelladas que pueden ser las convenciones, invierte los
términos: la gente se reúne a cagar y se encierra en los baños,
vergonzosamente… a comer. No se preocupen, todo esto es un desvarío mío, este
film no es La gran comilona en el que
las tres Ces guardaban mucha relación sino que solo se concentra en la primera
C, o sea comer, y su anverso, o sea, cocinar.
Del segundo elemento de esta
receta o sea el film de segundas oportunidades no daremos detalles ni ejemplos,
porque más o menos el 99, 99% de las películas que andan dando vuelta por la
televisión, el cable, el cine o el streaming son… de segundas oportunidades. La
moraleja de los cuentos ya no está en elegir bien para no equivocarse sino en
no arruinar la segunda oportunidad cuando llega. Por segunda, claro, se
entiende también, la tercera, la cuarta, etc. A esta altura son como la
penitencia para los católicos, tras una buena confesión, llena de mucho
arrepentimiento, y un castigo de 14 Ave Marías y 15 Padre Nuestros, uno se
redime de cualquier pecado. Como mi alumna adulta con quien discutíamos de política
antes del balotaje y yo le enunciaba las devastadoras medidas implicadas en las
engañosas palabras de pastor evangélico de Macri y ella me contestaba con la
Campaña Bu (o sea la ridiculización de nuestros argumentos reduciéndolos a la
agitación de miedos para evitar votos); para cerrar la discusión le decía que al
año siguiente cuando la viera en el recreo, como Macri ya habría tomado todas
las medidas que le señalaba, yo le reclamaría que lo hubiera votado, a lo que
ella me contestaba que no tendría derecho a reclamarle nada, porque ella lo
había hecho… de buena fe. Que si ya sospechaba que quizá yo tenía asidero en lo
que decía, y que mejor no lo votara, así nos evitara a todos el arrepentimiento
de… buena fe, no entraba en sus consideraciones. Así nos va. Pero no nos
amarguemos, sigamos hablando de cine.
El bueno de Adam Jones
(Bradley Cooper), que fuera un renombrado chef de éxito en la dorada París,
después de cumplir una penitencia de abrir un millón de ostras en la abnegada Nueva Orleans,
por haber arruinado su vida y la unos cuantos más en el maremágnum clásico de
drogas y alcohol, se dirigirá a la benemérita Londres a triunfar con otra
estrella Michelin (el Óscar de los cocineros) y obtener el perdón propio y el
de algunas de las otras personas que dañó, como Tony (Daniel Brühl), Michel
(Omar Sy), Max (Ricardo Scamarcio), o su
ahora enemigo Reece (Matthew Rhys) y en el camino no hacerle la vida imposible a
los recién llegados, David (Sam Keeley) y a Helene (Sienna Miller).
Al ratito nomás de empezada
la película aparece la divina de Uma Thurman, como una crítica de restaurantes,
cita cinéfila que se permite el director y que homenajea al género de
cocineros, porque no olvidemos que Uma fue el inolvidable objeto de amor de Vatel que no era ni más ni menos que
Gérard Depardieu antes de algunos últimos excesos. Por la mitad aparece, como
una psiquiatra, la gran Emma Thompson, a quien le tocan las líneas
sentenciosas, que dice con tanta autoridad que evita sonar como el maestro
Yoda. Y cerca del final aparece, una de las actrices de moda, talentosa ella,
Alicia Vikander, como una ex compañera de juergas de Adam Jones, o sea el bueno
de Bradley Cooper.
Dirigió John Wells que viene
de dirigir Agosto (2013) con ese
elenquito que incluía a Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor y más
gentuza de esa calaña, remember? Bueno, el señor sabe dirigir actores y, en
esta también, los saca a todos buenos. Daniel Brühl siembra, siembra y obtiene
una buena cosecha cuando le llega su escena de desamor. Muy, muy hermosa, con
ese consuelo pírrico de “ya ni siquiera sos cómo eras”; será premiado, en otra
escena, con un beso, cobarde, porque se da frente a otra persona para evitar
peligro, pero un beso es un beso. Matthew Rhys, el de la serie The Americans, también conmueve en su súbita
solidaridad con otro inaudito acto de amor que explica más de una violencia
anterior. Tampoco era difícil adivinar qué había más que divismo en sus
desplantes y en la rotura de mesas y sillas. Sienna Miller repite la buena
química que tuviera con Bradley Cooper el año pasado en el Francotirador de Clint Eastwood. Bradley Cooper ratifica que es un
buen actor y luce el carisma necesario para justificar todas las tormentas que
ha desatado a su alrededor.
En resumen, nada nuevo bajo
el sol, nada que no hayamos visto en las películas de cocineros o de segundas
oportunidades, sin embargo se vuelve destacable por el compromiso del director
y el arte de los actores. Recomendada.
Gustavo Monteros
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