Qué buen recreo ver una
película que no está nominada para ningún Óscar, Globo de Oro, Gotham, Spirit,
Bafta, Sag o Pochoclo Dorado ni está hablada en yanquilándico. Está bien, está
bien, estuvo nominada para algún David di Donatello, por ser italiana, claro, y
buena (sin exagerar).
Se trata de una comedia
costumbrista gruesa con personajes tan binarios que son casi una caricatura
(ojo, esto no tiene nada de malo, no es un juicio crítico, es una descripción).
De modo que no esperen sutilezas ni delicadezas, aunque tampoco groserías.
Parte de una familia tipo
establecida y madurita: papá, Tommaso (Marco Gialini) un cirujano tan habilidoso
como desconsiderado; mamá, Carla (Laura Morante) una mujer que ha cometido el
peor pecado que puede cometer una mujer: se ha olvidado de sí misma; la hija
mayor, Bianca (Ilaria Spada) en apariencia tan superficial que se muestra como
la perfecta definición de lo hueco, casada con Gianni (Edoardo Pesce) un agente
inmobiliario tan exitoso como básico; y por último el benjamín, Andrea (Enrico
Oetiker) un estudiante universitario que parece que… No, mejor no decirlo para
no arruinar un par de buenas sorpresas y unos cuántos buenos chistes.
Más tarde aparecerá un cura
carismático, Don Pietro (Alessandro Gassman) muy relevante para la trama y para
la vida de un par de integrantes de la familia.
La película arranca muy
bien, después se queda un poco, cuando enfila para el lado de las superaciones
de conflictos, los perdones y las redenciones, y se va bien al diablo en el
final, con un detalle melodramático que contradice estilísticamente todo lo
anterior y subraya la moraleja tan repetidamente yanqui de “qué se le va a
hacer, la vida es así, tan loca y tan milagrosa”.
Aunque nada de eso empaña
los buenos logros de unas situaciones bien plantadas, líneas felices y
personajes que no por esquemáticos son menos reconocibles y queribles.
Dirigió Edoardo Maria
Falcone, un guionista prolífico, que concreta aquí su primera película.
En resumen puede que esté
más cerca de un programa de sketches televisivos que de la vieja, clásica y
gloriosa comedia italiana, pero tiene humor y no insulta con boberías, algo que
en los tiempos que corren es más raro que un elefante anoréxico.
Gustavo Monteros
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