viernes, 15 de noviembre de 2024

Historias dos veces contadas - Hoy: The End of the Affair


 


En las historias de amor, ¿qué impedimentos obstaculizan el final feliz a toda orquesta? A juzgar por Romeo y Julieta, La dama de las camelias, Titanic, Juventud divino tesoro, La strada, Ojos negros o Lo que queda del día, para mencionar algunos ejemplos pertinentes, los sospechosos de siempre serían el destino, la muerte, los mandatos sociales, las fallas personales insalvables o el peor de todos los castigos, la maldita mala suerte.

 

En su novela The End of the Affair (El fin de la aventura, según la traducción de Ricardo Bazza para la editorial Sur en 1952), Graham Greene, como no era hombre de andarse con chiquitas, elige como impedimento para el final feliz al supremo obstáculo si los hay: Dios, el mismísimo, el único que viste y calza. Por eso la novela por título y trama parece ser de amor, pero en realidad es de fe y las dificultades para acceder o permanecer en ella.

 

En cine la novela tiene hasta la fecha dos versiones, que como en el caso de Speak No Evil, que comentábamos hace poco, pueden verse una detrás de la otra, sin que perdamos interés, y esta vez no porque haya dos finales distintos, si no porque las circunstancias menores o aledañas son distintas y compararlas o contrastarlas le da sabor a la visión de las dos en sucesión.

 

La primera es de 1955, (que se dio con el título de la traducción de la novela o sea El fin de la aventura) la dirigió Edward Dimytryk, con guion de Leonore J. Coffe y el protagónico (nos ponemos de pie y cantamos un himno) de Deborah Kerr y Van Johnson (elegimos un comportamiento caballeroso y reprimimos la chiflada). Y llegué a ella por andar repasando la carrera de la Kerr en los años cincuenta. (El cinéfilo es un inadaptado con sus paraísos intransferibles, a veces soy feliz, ¡envídienme!)

 

La segunda es de 1999 (buen año para mí, escribí y protagonicé una obra que fue apreciada, angelada y exitosa) y es una de mis favoritas. La dirigió Neil Jordan, sobre guion propio y la protagonizaron Ralph Fiennes, el talentoso, y su majestad (nos ponemos de pie y vivamos tres hurras por su majestad) Julianne Moore. (Se la distribuyó rebautizada como El ocaso de un amor)

 

Y sin olvidar ni menoscabar, el cuarto en discordia (el tercero es Dios) o sea el marido, en la primera versión es Peter Cushing (en una de sus actuaciones más “serias” dado que el hombre sería uno de los reyes del género de terror) y en la segunda versión, nada más ni nada menos, que el bueno de Stephen Rea en una actuación tan conmovedora que dan ganas de adoptarlo.

 

La trama viene de triángulo habitual. Durante el bombardeo de Londres en la Segunda Guerra Mundial (el Blitz que le dicen), un novelista, Maurice Bendrix (Van Johnson / Ralph Fiennes) se enamora de Sarah Miles (tocaya de la actriz que descolló en los años sesenta y setenta, sobre todo en La hija de Ryan, David Lean, 1970) (o sea Deborah Kerr / Julianne Moore), que está casada con un alto funcionario, Henry Miles (Peter Cushing / Stephen Rea). La relación es pasional y poco les importa el bombardeo, tanto es así que uno los sorprende en plena cama. Él se había levantado para ver si la casera se había ido al refugio y Sarah podía salir del departamento y la explosión lo agarró en el pasillo. Sarah lo cree muerto y vuelve al cuarto a rezar y pedirle a Dios lo imposible, que lo devuelva a la vida, a cambio ella ofrece el sacrificio de no verlo más. Y al rato no va que Maurice se le aparece vivito y coleando. Cueste lo que le cueste, ella decide cumplir la promesa, ¿podrá?

 

Este es el núcleo y está respetado en las dos películas, todo lo demás es distinto. La relación entre Henry y Maurice, el hombre de fe que ayuda a Sarah, en un caso un polemista, en otro un sacerdote, la relación entre Maurice y Albert Parkis, el detective que contrata Maurice en nombre de Henry para que espíe a Sarah, cuando ya no está relacionada con Maurice, el hijo de Albert Parkis, un detalle en la primera, crucial en la segunda, el breve período en el que Sarah y Maurice son felices, que ocupa un momento en la primera y otro muy diferente en la segunda, el resurgimiento de la pasión en Maurice, bastante torpe en la primera (¿quizás más cercana a la novela original?, no lo sé, leí mucho Greene, pero me salteé esta novela, mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa), más lógica en la segunda versión, etc.

 

Eso sí, la segunda versión corrige la ridiculez de la primera de sacar a Sarah de la cama en la que está convaleciente para mandarla otra vez a la cama a los minutos. Y enriquece de paso la relación de Maurice con el detective, en la primera más allá de la impecable actuación del gigante de John Mills (como la mencioné digo de paso que Mills ganó el Oscar como Mejor actor de reparto por La hija de Ryan, ¡quien lo ha visto, no lo olvida!) luce desperdiciado, en cambio el bueno de Ian Hart, en la segunda, tiene una relación más desarrollada con el personaje de Maurice, que se agradece con creces, porque tanto Fiennes como Hart pulen sus papeles y están maravillosos.

 

Y la verdad sea dicha, es tan espléndido lo de Julianne Moore que uno tiende a descuidar a Fiennes, que está glorioso en su relación con todos los demás personajes, sean estos la Sarah de Moore, el Henry de Rea o el Albert de Hart, y por supuesto el omnipresente (a la vez no presente, por problemas de cachet) Dios.

 

Dios es Dios y cuando se inmiscuye, la cosa se complica (dos Testamentos hay para comprobarlo), pero aquí no hay motivo para que desate su ira porque nadie toma su santo nombre en vano.

Gustavo Monteros


viernes, 8 de noviembre de 2024

Deborah en los cincuenta - Hoy: Los héroes también lloran


 

Si el viejo Hollywood fuera una religión, Deborah Kerr sería una de sus santas tutelares. Por belleza, talento innato y virtud camaleónica de perderse en sus personajes, fue la antecesora de Maggie Smith, Meryl Streep, Cate Blanchett y Julianne Moore.

 

Su inmensa capacidad se daba tan por descontado que, aunque la nominaron a seis premios Oscar, jamás se lo dieron. La compensaron con uno a su trayectoria en 1994, cuando ya llevaba casi 7 años retirada. BAFTA (o sea la British Academy of Film and Television) se había disculpado por no haberla premiado nunca con un galardón honorífico en 1991 y el Festival de Cannes había enmendado el deshonor con un trofeo especial en 1984.

 

Su especialidad eran las damas inglesas que hoy se denominan "clásicas", es decir, personajes refinados y reprimidos, que atraviesan experiencias emocionales desgarradoras. Pero su versatilidad inmanente la hacía desmarcarse del encasillamiento y sorprendía con caracterizaciones alejadas de lo que se esperaba de ella.

 

Fue del drama a la comedia con la naturalidad con la que se respira y se pueden dar clases de actuación con cualquiera de sus trabajos.

 

Su carrera en cine se extendió desde 1940 a 1969, año en el que se retiró. Entre 1982 y 1987 hizo solo televisión. Y hasta 1987 también se extendió su labor en el teatro, que no tuvo hiato desde que asomó en los escenarios a fines de los años treinta.

 

La rosa inglesa, le decían, aunque había nacido en Glasgow, Escocia. Y si en las películas en blanco y negro podía parecer rubia, era una pelirroja natural.

 

Me encantaría repasar su carrera de cabo a rabo, por ahora me conformo con revisitar los filmes que hizo en los años cincuenta, década en la que consolidó su estrellato con títulos insoslayables como Las minas del rey Salomón, Quo Vadis, El prisionero de Zenda, Julio César, De aquí a la eternidad, El rey y yo, Té y simpatía, Algo para recordar, o Mesas separadas. Y conste que dejo fuera de esta lista títulos de igual valía, como el que hoy me ocupa. Los héroes también lloran (The Proud and Profane, George Seaton, 1956)




Estamos en 1943 en Noumea, Nueva Caledonia. Lee Ashley (Deborah Kerr) llega con otras a ocupar sus puestos en la Cruz Roja (no son enfermeras, son proveedoras de servicios, en un club deben preparar y servir sanguches y bebidas, jugar a las cartas y al ajedrez con los soldados, enseñar francés y música, y aunque no forma partes de sus ocupaciones estrictas, dar una mano con los heridos, eso sí, de entrar en relación sentimental o sexual con alguno de los soldados, son devueltas a casa de inmediato. En resumen, son una especie de geishas occidentales, enviadas a estos confines para que los soldados no pierdan sentido de humanidad.

 

La jefa de este servicio es Kate Connors (Thelma Ritter), pura sensatez, practicidad y sabiduría. Kate resistió el nombramiento de Lee, porque cree que esta viene solo a averiguar el trasfondo de la muerte de su marido en la batalla de Bloody Ridge en Guadalcanal.

 

Lee no tarda en conocer al teniente coronel Colin Black (William Holden) del que termina por enamorarse, pero nos quedamos cortos si calificamos a la relación de difícil. (Él no es un soldado raso por la tanto puede entablar con ella una relación sin que la manden de vuelta a casa, privilegios del rango)

 

En más de un sentido son opuestos perfectos. Lee pertenece a las clases altas, tiene educación, clase, y jamás pasó necesidades. Colin viene de las clases bajas, tiene sangre indígena, creció en orfanatos y casas de acogida y el ejército fue su salvación de un casi predeterminado destino de cárcel. Al refinamiento y sofisticación de Lee, ofrece tosquedad, rudeza, machismo y violencia, aunque la calle le ha dado flexibilidad, astucia, sentido común, el valor de la palabra y solidaridad de especie.

 

Ella es católica, él, ateo. Ella resiste sus avances, pero la vence la voracidad sexual que él le despierta. Lee cree que Colin es soltero y avizora una boda en el horizonte. Sin embargo, no tarda en descubrir que él es casado y cuando le recrimina la mentira, él la empuja y la hace rodar unos escalones de piedra que le provocan el fin del embarazo.

 

Colin va a combate y vuelve en estado de shock pidiendo ser perdonado. Suponemos que ella eventualmente lo perdonará.

 

En un principio ella tiene un alto concepto de sí misma. De a poco descubrirá que es injustificado. Le cuesta aceptar que debe trabajar con heridos. Es manipuladora, soberbia, poco solidaria, inmisericorde. Corregirá alguna de estas cortedades, pero el final la sorprende resentida y vengativa. Él es feroz, bestial, pero evidencia una sensibilidad que no ha sabido cultivar.

 

Hay dos subtramas, la del soldado Eddie Wodcik (Dewey Martin) y la del capellán teniente Holmes (William Redfield).

 

Eddie conoció a Kate de niño, cuando ella era servidora social en un barrio carenciado y él, casi un chico de la calle. Kate y Eddie se quieren mucho y aunque la relación es primordialmente materno-filial, por debajo hay un sustrato sexual. Eddie cree que su hermanita que murió en un incendio, de haber crecido se habría parecido a Lee, y establece con ella, a pesar de la diferencia de edad, una actitud protectora de hermano mayor y hasta se trompea por ella.

 

El capellán Holmes inicia su misión con una fe férrea que comienza de a poco a tambalear. Después de una escaramuza con el enemigo, hizo que los soldados más creyentes se arrodillaran a rezar, pero un enemigo, herido, no muerto como creían todos, hizo explotar una granada que mató a mitad de los arrodillados, algo que el teniente coronel Colin Black considera inaceptable, por la torpeza de los soldados y la ingenuidad del capellán. Este se obsesionará en preguntarse qué motivos pudo haber tenido Dios para hacerlo sobrevivir, llegará a inquietantes conclusiones.

 

Como se ve es un drama rico y potente, con diálogos elocuentes y reveladores, sentenciosos a veces, profundos, la mayoría. Se me dio por pensar que los dramas revelan no solo las inquietudes de los tiempos en que fueron escritos, sino también el modo en que las sociedades que los produjeron eligen verse y pensarse.

 

Hoy los dramas de relación no necesitan consideraciones filosóficas, sociológicas o psicoanalíticas para ser relevantes, por el contrario, van por los detalles, por mostrar cómo las relaciones se establecen y se desarrollan.

 

En los años cincuenta se necesitaba establecer primero un marco de referencia, hacer pensar en que lo que se daba por hecho podía analizarse, profundizarse, estudiarse.

 

Hoy, que esos deberes ya fueron realizados, se muestra cómo los conflictos se establecen, se dilucidan las conductas que llevan a ellos, las “fallas” personales que los permiten.

 

Pero esta página es sobre Deborah, y si antes pudimos explayarnos sobre su personaje es por la riqueza de su trabajo. En un plano elemental podemos decir que la labor de un actor o de una actriz es aprenderse la letra y hacer creíble, o al menos cercana, la escena en la que participa. Pero cuando lo hacen bien y con talento, iluminan una conducta humana, la develan, y al hacerlo trascienden lo humano y participan por unos instantes de la naturaleza divina. Hacen arte. Deborah sabía de estas cosas. Y mucho.

Gustavo Monteros


viernes, 1 de noviembre de 2024

Historias dos veces contadas - Hoy: No hables con extraños


 

En un principio pensé que se trataba de otra instancia de eso que está tan de moda últimamente y que yo llamo “original y fotocopias” Es decir el fenómeno comercial de cuando una cinematografía comercial de algún país produce un argumento, que es repetido, casi sin reelaboraciones, por otras cinematografías, como la argentina Corazón de león (Marco Carnevale, 2013) (la de Francella que es enano y Julieta Díaz se enamora de él) que hasta la fecha tiene una copia colombiana, Corazón de león, Emilio T.Caballero, 2015, una francesa Un homme à la hauteur, Laurent Tirard, 2016, una peruana El gran León, Ricardo Maldonado, 2018, una mexicana, Mi pequeño gran hombre, Jorge Ramírez Suárez, 2018 y una brasileña, Amor Sem Medida, Ale McHaddo, 2021.

 

La dinamarco-holandesa Speak no evil Christian Tafdrup, 2022, y la estadounidense-croata-canadiense Speak No Evil (No hables con extraños), James Watkins, 2024, caen dentro de la lógica habitual de make y remake.

 

Comencé por la estadounidense, porque el tráiler me dejó con las ganas de saber si James McAvoy acentuaba la “intensidad” de su personaje a propósito o si sufría de los efectos secundarios de los anabólicos a los que se somete para tener cuerpo de patovica. No prolongaré la intriga, es lo primero con arrebatos incontrolables de lo segundo.

 

(En la nueva serie de HBO, The Franchise, que divierte con moderación, porque la comicidad depende en exclusivo de la enajenación de todos los personajes, que están relacionados con el mundo de las narraciones visuales, cine, televisión, juegos, etc., el personaje del actor que hace Billy Magnussen sufre precisamente de meterse en el cuerpo anabólicos y aledaños para dar el supuesto volumen corporal que su caracterización requiere, lo que le provoca trastornos físicos y psíquicos. ¿La burla te alcanza, querido James?)

 

El argumento de las dos Speak No Evil es muy sencillo y tiene dos partes claramente discernibles. En la de James McAvoy, una pareja de edad mediana, Louise (Mackenzie Davis) y Ben (Scoot McNairy), padres de una hija preadolescente, Agnes (Alix West Leffer) veranean con un contingente en la Toscana. Allí conocen a la pareja compuesta por Paddy (James McAvoy) y Clara (Aisling Franciosi), también con un hijo preadolescente, Ant (Dan Hough). La paridad de sus situaciones (misma edad, hijos de edad parecida) los lleva a relacionarse, y congeniar en líneas generales. Las vacaciones terminan, cada pareja vuelve a su hábitat, pasa un corto tiempo, y Louise, Ben y Agnes son invitados por Paddy, Clara y Ant a pasar un fin de semana en la casa grande en la que estos viven, que queda en una comarca apartada, donde los celulares no reciben conexión satelital. Las peculiaridades de los dueños de casa surgirán sin restricciones y los invitados enfrentarán dilemas de pesadilla.

 

Por tratarse de una película anglosajona, las motivaciones de todos los personajes se explicitan (no hasta la obviedad, como acostumbran, pero sí con una claridad subrayada) y así sabremos que el matrimonio de Louise y Ben está más cerca de la disolución que de la continuación, con el perdón de la rima, que Agnes se resiste a abandonar la infancia, de ahí que no pueda estar sin su peluche, al que, sin embargo, olvida en todas partes.

 

También la relación de Paddy y Clara, y las historias que los llevaron a unirse serán dilucidadas en detalle y el final no se apartará de lo que el público aprendió a esperar.




La original del director dinamarqués Christian Tafdrup tiene otra agenda y a pesar de todo los que las dos películas tienen en común en su primera parte, pueden verse una después de la otra sin problema y con gran interés.

 

Como dijimos la apertura es paralela, el conocimiento en la Toscana y la invitación que surge a continuación, después todo es diferente.

 

El equivalente al matrimonio de Louise y Ben es la pareja compuesta por Louise (Sidsel Siem Koch) y Bjørn (Morten Burain) y la hija sigue llamándose Agnes (Liva Forsberg). Se nota que Bjørn y Louise no están muy cómodos en su matrimonio, pero los motivos nunca se desarrollan, están implícitos y abiertos a las contingencias que el espectador pueda atribuirles. Agnes sigue sin poder estar sin su peluche, pero igual lo pierde a la primera de cambio.

 

La pareja que los invitará a la casa perdida en regiones apartadas está compuesta esta vez por Patrick (Fedja van Huêt) y Karin (Karina Smulders) y el hijo se llama Abel (Marius Damslev). Y como con Louise y Ben, las circunstancias que los llevaron a unirse y ser cómo son no se perfilan con minucia, quedan al arbitrio del espectador.

 

Y como también ya mencionamos el final (siempre en versión thriller sangriento a toda orquesta en ambas) es muy distinto y hace hincapié en atavismos perdidos. En un momento Bjørn le preguntará a Patrick: ¿Por qué nos hacen esto? Y Patrick responderá: Porque ustedes nos lo permiten. Y por desgracia, cualquier parecido con la situación social actual de la Argentina no es pura coincidencia. O sea, machaco yo a mi vez: El mal no es invencible, solo se expande porque se lo deja.

Gustavo Monteros

viernes, 25 de octubre de 2024

Querido diario - Hoy: Una árida estación blanca


 

Cuando los diarios salían solo en papel, los obituarios eran formales, solemnes. Algunas películas y confidencias autobiográficas de escritores nos informaron que, en los tiempos de las oficinas de redacción, urgentes y pujantes, los recién iniciados en el periodismo se ocupaban de las gacetillas informativas sin ningún relieve o actualizaban los futuros obituarios de personas famosas.

 

O sea, el obituario era un work in progress que tenía su punto final el eventual día en el que la notoria o notable figura finalmente moría.

 

Hoy, en tiempos de inmediatez, de internet, redes, globalización automática, simultaneidad al segundo, las oficinas de redacción se han reducido al mínimo staff que se concentra en las noticias que constituirán la agenda informativa u operacional del medio, es decir los que decidirán que se pone en primer plano y que va bajo la alfombra, según los intereses del conglomerado al que pertenecen. Los demás pueden trabajar desde casa, o donde se hallen, y mandar su contribución por teléfono, mail, o el modo adecuado ya inventado o a inventar.

 

Entonces los obituarios pueden escribirse al momento de que muera el personaje en cuestión y no estar objetivamente prefabricados de antes. Esto hace que ahora sean más informales, personales o descontracturados.

 

Sobre todo, los obituarios de las personas de la cultura se han vuelto más la sentida despedida de quien lo firma que el listado seco de los logros del difunto. Que no están ausentes en este panegírico final, pero que se mezclan con los recuerdos del firmante. De allí que nos enteremos que se sedimentó de toda la carrera de tal o cual en la memoria de tal o cual crítico.

 

Por ejemplo, ante la reciente muerte de Donald Sutherland, el crítico cinematográfico de The Guardian, Peter Bradshaw, en su obituario termina la sucesión de logros insoslayables de Sutherland (Casanova, Federico Fellini, 1976, Novecento, Bernardo Bertolucci, 1976, MASH, Robert Altman, 1970, Gente como uno (Ordinary People), Robert Redford, 1980, Venecia rojo shocking (Don’t Look Now), Nicolas Roeg, 1973, El pasado me condena (Klute), Alan Pacula, 1971, Como plaga de langosta (The Day of the Locust), John Schlesinger, 1975, Doce del patíbulo (The Dirty Dozen), Robert Aldrich, 1967) con una nota personal: el recuerdo del cachetazo que un docente (Donald, claro) le pega a un director en Una árida estación blanca (A Dry White Season) de la martiniquesa Euzhan Palcy.

 

El dato concita mi interés de inmediato: soy un docente en actividad sujeto a directivos varios. Busco en mi baqueteada memoria y llego a la conclusión de que la vi, aunque lo único que recuerdo, a raíz de revisitar más datos, es que es la película por la que Marlon Brando volvió a la actividad en 1989, después de haber colgado los guantes con La fórmula (The Formula, John G. Avildsen, 1980) y por la que recibió una nominación al Oscar como Mejor Actor de Reparto. Recuerdo que se dijo que su personaje tenía silla de ruedas porque le costaba estar de pie mucho rato. Recuerdo también que era un abogado o algo así que defendía una noble causa por la que Marlon, más que nunca, masticaba los sonidos y hacía largas pausas significativas. Para dilucidar nieblas y lagañas de mi acicateada memoria, la busco y me pongo a verla.

 

La cosa es así. Estamos en Sudáfrica en 1976 en pleno apartheid. Ben Du Toit (Donald Sutherland) es un profesor de secundaria en una escuela para blancos. Un día, el hijo preadolescente de su jardinero, Gordon Ngubene (Winston Ntshona), es encarcelado después de una protesta pacífica por una mejor educación para los negros. En la cárcel es apaleado, torturado y eventualmente asesinado. Gordon le pide ayuda a Ben para esclarecer las cosas. Ben se niega por su confianza en la policía.

 

Gordon también termina preso y es torturado por el capitán Stolz (Jürgen Prochnow). A pesar de la oposición de su esposa Susan (Janet Suzman) y su hija Suzette (Susannah Harker), Ben se involucra en la causa de Gordon, que también es asesinado en prisión.

 

Ben, que cumple con la premisa de Tolstoi de que es imposible volver atrás una vez que se ha visto la verdad de algo, decide llevar el caso a la justicia, con Ian McKenzie (Marlon Brandon) como su abogado. Pierden como en la guerra, pero Ben gana el apoyo del defensor de derechos humanos, que trabaja como chofer Stanley Makhaya (Zakes Mokae) y de una periodista de sociales, Melanie Bruwer (Susan Sarandon).

 

Debido a esto Ben se convierte en un paria. Es rechazado por su entorno y segregado hasta por su esposa e hija. Lo echan del trabajo (el director lo llama traidor y es ahí cuando Ben le pega la cachetada que Peter Bradshaw no olvidó), aunque no se queda del todo solo, ya que se gana el apoyo de su hijo adolescente, Johan (Rowen Elmes).

 

Ben comprende que obtener justicia es imposible, que lo único que pueden hacer es reunir evidencia para dar a conocer en el exterior. La policía, incluso a través de la familia de Ben, lo sigue de cerca. Y como en las películas de los setenta, no hay otra salida que la muerte para los que se enteran de cómo son las cosas.

 

La película hoy luce mejor intencionada que lograda. Le falta el rigor del cine de Costa Gavras, el brío de las intrigas conspiratorias del cine francés y norteamericano de los setenta y las actuaciones, salvo por algunos grandes momentos de Sutherland, lucen superficiales, como si les faltara ensayo. Algo de eso hubo porque se filmó como se pudo, con las estrellas cobrando sueldos de convenios gremiales en vez de los suculentos estipendios que suelen disfrutar. Años más tarde, la directora Euzhan Palcy recibiría premios y homenajes por el compromiso de su obra y de esta película en particular. Después de todo, el filme lograba lo que sus personajes principales no pudieron conseguir: exponer al mundo las barbaridades engendradas por el apartheid.

 

De todos modos, la película me interpela y no por la cachetada (y mis deseos de propinársela a algún director injusto) sino por la reacción de la familia, que incluso llega a traicionar a Ben, que deja de ser un padre o un esposo y pasa a ser un renegado al que hay que enmendar, aunque la delación implique la muerte. En un mundo tan dividido, en el que el mundo exterior queda de un lado y la posición moral de uno de los miembros de la familia del otro, no se duda ni un segundo. Se elige la pertenencia al grupo mayor, al mandato social conocido, a seguir incluido en el status quo al que adhiere a toda costa. El pariente díscolo pasa a ser una cosa que puede, no peor, debe ser eliminada.

 

El 18 de diciembre de 2017 estaba en la esquina del teatro Liceo, Rivadavia y Paraná, participando de las protestas contra la reforma previsional que se discutía en el Congreso cuando se desató la feroz represión. Corrí con muchos otros por Paraná para el lado de Corrientes y la generosidad de un portero nos salvó de ser apaleados por los policías en motocicletas que nos perseguían. El portero no nos hizo entrar al hall del edificio donde trabajaba, sino que levantó la puerta rebatible del garaje, nos hijo entrar al mismo y bajó la puerta aislándonos del peligro. Éramos una señora mayor (apenas unos años más que yo, pero, aunque asumo mi edad, en mi mente siempre soy un joven Gregory Peck que pasea princesas por Roma), una chica trans, unos estudiantes universitarios, unos oficinistas y un repartidor de comida. Casi no hablamos la hora y monedas que estuvimos allí. En algún momento el portero nos convidó con agua fresca que dispuso en unos vasos descartables que compartimos. Más tarde bajó y nos dijo que ya nos podíamos ir, que la tele mostraba que la represión continuaba por otros lados. Le agradecimos con profusión, y como los hijos de Fierro seguimos cada cual su camino.

 

Extraños se solidarizaron conmigo, en cambio personas muy allegadas no. Expresaron en redes sociales su indignación por los daños a unas baldosas, por los desmanes de algunos manifestantes, y por la falta de civilidad de todos los que estábamos allí por no aceptar las decisiones de un gobierno que acababa de ganar las elecciones. Ninguna de esas personas tan cercanas a mí consideró que yo había estado allí, que había puesto el cuerpo como todos los que fuimos, que pudieron haberme hecho mucho daño físico, que pude terminar en la cárcel. En esos incidentes, para esas personas, dejé de ser un ser humano, por la simple razón de estar del otro lado. Es difícil vivir en una sociedad dividida.

Gustavo Monteros


viernes, 18 de octubre de 2024

Querido diario - Hoy: Dos potencias se saludan


 

Ginger Rogers en una carrera que se extendió por 60 años practicó todos los géneros forjados por el viejo Hollywood. Pero es recordada por haber sido, si no la mejor, sin duda la más emblemática pareja de baile del portentoso Fred Astaire.

 

Doris Day tenía una voz muy bella y agradable. Y si bien el sistema de estudios de hollywoodense la paseó por dramas potentes, su lugar de pertenencia fue el musical en versión comedia liviana. Pero se la recuerda por las deliciosas comedias que coprotagonizó con Rock Hudson.

 

En 1950 Warner Bros juntó a estas reinas del musical en ¡un drama testimonial! Storm Warning. Lo dirigió el ubicuo y eficiente Stuart Heisler, sobre un guion de los capaces y elocuentes Daniel Fuchs y Richard Brooks, este último también un director insoslayable.

 

Marsha Mitchell (Ginger Rogers) es una modelo veterana que gira por los Estados Unidos con un vendedor, que en vez de mostrar solo un catálogo, hace que Marsha exhiba la ropa en su cuerpo. Marsha aprovecha que el itinerario del bus en el que viajan hace escala en la ciudad en la que reside su hermana menor, Lucy (Doris Day) para bajarse y hacerle una visita de unas horas. Lucy se casó recientemente con un camionero, Hank Rice (Steve Cochran). Sin buscarlo ni quererlo, Marsha es testigo de cómo el Ku Klux Klan saca de la cárcel para ahorcarlo a un periodista que, al intentar huir, es asesinado a balazos. Dos de los encapuchados muestran sus rostros y Marsha los ve con nitidez.

 

Marsha se reencuentra con Lucy en el centro de recreación en el que Lucy trabaja de mesera. Marsha le cuenta lo que acaba de atestiguar y Lucy le dice que Hank les dirá qué es lo mejor que pueden hacer. Van a casa de Lucy, llega Hank y ¡oh, sorpresa! ¡es uno de los dos encapuchados que mostraron su rostro y es el que apretó el gatillo. (El otro es el jefe de Hank en el aserradero en el que trabaja y líder del Klan). Lucy no sabía que Hank estaba en el KKK y encima ¡está embarazada!

 

Por supuesto, como en todo drama testimonial hay dos vertientes. La personal que es la acabamos de delinear y la social o política que aquí involucra a un fiscal que quiere desbaratar el poder del KKK en la región, Burt Rainey (Ronald Regan).

 

Fuchs y Brooks manejan el conflicto con frontalidad y sin sutileza alguna y logran mantener el interés por la resolución todo el tiempo. Y como todo film pre años setenta, es celebratorio de las virtudes del sistema norteamericano. Puede que haya organizaciones paragubernamentales que consoliden poder, pero tarde o temprano la justicia las anula. En este caso hasta se sugiere pedagógicamente que las consecuencias luctuosas pudieron evitarse si se hubiera prestado testimonio a tiempo.

 

El drama personal tiene resonancias de Tennessee Williams. ¿Hermana mayor que visita a hermana menor casada con un camionero musculoso y sexy? ¿Alguien mencionó El tranvía llamado Deseo? Esta obra se había estrenado en diciembre de 1947 y llegaría al cine en el mismo año que este Aviso de tormenta (rebautizado en estos pagos como ¿Acusaría usted?)

 

El paralelismo con la obra de Williams acaba ahí. Marsha está lejos de la fragilidad de Blance Du Bois y da feroz pelea cuando Hank intenta violarla. Hank, al igual que Stanley Kowalski, es prepotente, tosco, violento, sensual, pero al contrario de Kowalski, que es la quintaesencia de lo que hoy llamaríamos la masculinidad tóxica, y por lo tanto, narcisista y autosuficiente, es dependiente y servicial de su jefe en el Klan y patrón en el trabajo.

 

La admiración y el deslumbramiento del aquí solo guionista Richard Brooks por Tennessee Williams se patentizaría en que Brooks llevaría al cine, no uno sino dos de los dramas capitales de Williams: Cat on a Hot Tin Roof (La gata sobre el tejado de zinc caliente, 1958) y Dulce pájaro de juventud (Sweet Bird of Youth, 1962)

 

Una peculiaridad de esta película. Aquí el KKK no centra su hijaputez en un accionar racista, sino en un crimen contra un periodista blanco, que amenaza con denunciar el fraude practicado por la cabeza local del Klan, que se quedaba con un alto porcentaje de las contribuciones de los adeptos. Se subraya entonces que además de asesinos son corruptos.

 

A juzgar por las fotos del detrás de escena de la filmación, Ginger y Doris congeniaron muy bien. Se llevaban diez años, Ginger había nacido en 1911 y Doris en 1922, pero como Roger había empezado su carrera de muy jovencita, Day se había criado admirándola.

 

Esta película es buena y resistió el paso del tiempo. Aunque lo hubiéramos preferido, ¿hubiera sido mejor que estas dos superpotencias del musical anduvieran a los cantos y bailes? Ya nunca lo sabremos. Otro de los misterios del universo.

Gustavo Monteros


viernes, 11 de octubre de 2024

Andá, mirá si se va a morir Maggie Smith, ¿acaso no va a haber sol mañana?


 

Se me hace que la primera vez que la vi fue en La máquina de hacer millones (Hot Millions, Eric Till, 1968), porque la daban mucho por la tele de cinco canales y porque por entonces no me perdía película en la que estuviera Peter Ustinov.

 

La vi también en El jarro de miel (The Honey Pot, Joseph L. Mankiewicz, 1967) porque tampoco me perdía películas con Rex Harrison.

 

Y la vi, claro, en El soñador rebelde (Young Cassidy, que comenzó a dirigir John Ford y que la dejó porque se enfermó o se hartó y la terminó Jack Cardiff, 1965 y que se supone es sobre la vida del autor Sean O’ Casey, aunque Rod Taylor que lo corporiza no se le parece en nada.

 

Y recuerdo haberla visto también por aquella época en otra que daban mucho en la tele, Hotel Internacional (The V.I.Ps, Anthony Asquith, 1963) en la que era la secretaria enamorada de su jefe, Rod Taylor otra vez. Este hotel tenía un montón de estrellas, por eso insistían en darla: la pareja más renombrada de esos años, o sea la de Liz Taylor y Richard Burton, aunque andaban también por ahí, Louis Jourdan, Margaret Rutherford, Orson Welles y Elsa Martinelli.

 

Y sin duda no la vi en Esclava y seductora (The Pumpkin Eater, Jack Clayton, 1964) que protagonizaban Ann Bancroft y Peter Finch y James Mason), es más, a esta película la vi finalmente durante la cuarentena covideña), ni vi su Desdémona para el Otelo de Laurence Olivier (1965) (película que siempre vi por partes porque invariablemente siempre encuentro algo más interesante que hacer), ni la vi en ¡Oh, qué guerra tan bonita! (Oh! What a Lovely War, Richard Attenborough, 1969) que terminé por ver, o más bien dormitar, en el auge del videoclub.

 

Y aunque estuve al tanto de su fama, no vi en ese momento The Prime of Miss Jean Brodie (por aquí Primavera de una solterona, Ronald Neame, 1969), no me acuerdo porque elegir no verla, pero fue mejor al final. Cuando estaba en la facultad, o sea en algún momento entre 1976 y 1981, me crucé con la novela en la mesa de saldos de la librería Rodríguez de Buenos Aires donde íbamos a comprar libros en inglés. La compré porque Maggie estaba en la tapa y porque era un librito breve como un catecismo. La empecé a leer en el viaje de vuelta en el Río de la Plata y me enamoré de la novela, que es una de mis favoritas y que releo de vez en cuando con mucho placer. Y a la película la vi ya en la tele a color en una trasnoche de canal 7 y decí que ya estaba enamorado de Maggie a más no poder, que si no me enamoraba de nuevo.

 

Menos mal que le dieron el Óscar porque si no había que haberle prendido fuego a la Academia. Y eso que ese año competía contra Liza Minnelli en su inolvidable Pookie Adams para Los años verdes, contra Jane Fonda y su desparramo de talento en Baile de ilusiones que es They Shoot Horses, don’t they?, que se basa en la novela de Horace McDoy que se conoce como ¿Acaso no matan a los caballos?, título que los distribuidores del filme no debieron cambiar, contra Genevieve Bujold y su Ana de los mil días y contra una de las eternamente postergadas del Oscar, Jean Simmons y su Final feliz. Contendientes duras si las hay, pero lo de Maggie como Jean Brodie es tan contundente que cierra toda discusión.

 

Eso si, vi en estreno en el cine Gran Ocho, u Ocho como se lo conocía antes de ser una multiplex, Viajes con mi tía, no se lo digan a nadie, pero todavía no leí la novela de Graham Greene en la que se basa y eso que leí casi todo Greene y más de una vez. Como media humanidad, la amé como la extravagante Tía Augusta.

 

Y después vino Amor, dolor y todo el resto o sea Love and Pain and the Whole Damn Thing, Alan J. Pakula, 1973. Y no la vi (y sigo sin verla, aunque uno de estos días abandono el invicto) porque ya por entonces me disgustaban las películas en que uno de los protagonistas está enfermo y se muere, uno de los argumentos más efectivos y pobres del mundo, porque ¿quién no se va a conmover con un personaje tan condenado?

 

A la que siguió no me la perdí y se convirtió en una de mis favoritas de inmediato: Crimen por muerte (Murder by Death, Robert Moore, 1976) sobre guion de Neil Simon con Peter Falk, Alec Guinness, Peter Sellers, Eileen Brennan, Truman Capote, James Coco, Elsa Lanchester, Nancy Walker, Estelle Winwood, James Cromwell y Richard Narita. Maggie hace pareja con uno de mis favoritos de toda la vida, ¡David Niven!, y se supone, bah, no se supone, son William Powell y Myrna Loy, o sea Nick y Nora Charles de la saga del Hombre delgado o sea The Thin Man. Porque esta regocijante comedia es un misterio que homenajea a los más famosos detectives del cine o de las novelas policiales, como Hercule Poirot, Fu Man Chu, la señorita Marple, Sam Spade o Philip Marlowe (tamizados por Humphrey Bogart, claro) La vi una siesta gloriosa en el Gran Rocha.

 

Y la fiesta con Maggie siguió al año siguiente porque vino Muerte en el Nilo, John Guillermin, 1978, respuesta al éxito que había tenido Crimen en el Expreso de Oriente. Y otra vez, un elenco multiestelar y otra vez Maggie codeándose con leyendas del viejo Hollywood como Bette Davis, Angela Lansbury, David Niven, George Kennedy y Jack Warden, y los juveniles, por entonces, de Jane Birkin, Lois Chiles, Jon Finch, Simon MacCorkindale, y Mia Farrow. Maggie era la dama de compañía y quizás algo más de ¡Bette Davis!, ¡juntas no solo en la misma película sino en casi todas las escenas en que sus personajes tenían relevancia! La vi en el viejo San Martín.

 

Y llegó su segundo Oscar y una de las historias de amor que más me conmueven y revisitan, la de su estrella de cine apabullada, casada con un anticuario, Michael Caine, por pura fachada porque se supone que las estrellas están casadas y así la dejan en paz, pero hete aquí que ella sin querer ni poder evitarlo se enamora de él, que no puede corresponderla, porque es gay, y no quiere ni puede decirle qué hace en las tardes en que ella lo llama y no contesta el teléfono. Son solo unas escenas porque el filme se arma con otras historias pergeñadas por Neil Simon y que corporizan Jane Fonda y Alan Alda, Walter Matthau y Elaine May, Richard Pryor, Gloria Gifford, Bill Cosby y Sheila Frazier, pero son Caine y Smith los que se quedan con la película y nuestro recuerdo. La vi, por supuesto, faltaba más, en estreno en el Ocho.

 

La siguiente la vi en el San Martín y fue la primera vez de Maggie en un filme de James Ivory, Quartet sobre novela de Jean Rhys, que transcurre en París en los años treinta, y esta vez el placer era ver a Maggie con la estrella francesa refulgente de esos años, Isabelle Adjani, que hacía de una joven casada con Anthony Higgins, hombre que termina en la cárcel, obligándola a aceptar la hospitalidad de los Heidler, que no eran otros que Maggie y el glorioso Alan Bates.

 

A la siguiente Furia de titanes (Clash of Titans, Desmond Davis, 1981) no la vi. Porque las de fantasía mucho no me atraen y la mitología griega menos. Y eso que estaban Claire Bloom, la siempre perturbadora Ursula Andress, Burges Meredith, Sian Philips, Flora Robson, musculito Harry Hamlin y Judi Bowker (la chica de Hermano Sol, Hermana Luna) en los protagónicos. Maggie tenía escenas con Laurence Olivier, que se había jurado no trabajar más con Maggie porque sentía que lo opacaba, pero el juramento parece que abarcaba solo el teatro, ya que aquí compartió planos con ella.

 

En 1982, Maggie volvió con otro misterio de Agatha Christie, El demonio bajo el sol (Evil Under the Sun, Guy Hamilton) en la que Peter Ustinov volvía a ser Poirot. El elenco incluía a Diana Rigg, Jane Birkin, James Mason, Colin Blakely, Nicholas Clay, Roddy McDowall, Sylvia Miles, Denis Quilley y guion era de ¡Anthony Shaffer! Transcurría en los treinta, claro, con mucho Art Decó. Una delicia. La vi en estreno en el cine Astro.

 

De 1982 es también El misionero (The Missionary, Richard Loncraine) en la que Maggie hacía pareja con Michael Palin que era un pastor que, a principios del siglo XX, volvía del extranjero a Londres y le tocaba ocuparse de una parroquia con prostitutas. Trevor Howward, David Suchet, un joven Timothy Spall, y el gran Denholm Elliott completaban el elenco. La vi en un cine de la calle Lavalle, porque ya no todas las películas que se estrenaban en Capital llegaban a La Plata.

 

En 1983 participó de un acto de amor, Más vale tarde que nunca (Better Late Than Never, Bryan Forbes) David Niven se moría de complicaciones de ALS (esclerosis lateral amiotrófica) y su hijo Jr decidió fortificarle el ánimo produciéndole una película, que filmó en Monte Carlo cerca de la villa que David Niven tenía ahí y que se llamaba La Fleur du Cap Mansion. Una comedia de acción con el coprotagónico de Art Carney y la participación especial de Maggie. Un afectuoso canto del cisne del gran David Niven.

 

En 1984, Maggie estuvo en una más que atendible y en una insoslayable. La primera es Jugando para ganar (Lily in Love, Károly Makk) en la que un astro de Broadway (Christopher Plummer) recelaba que su esposa (Maggie, of course) una dramaturga de éxito ya no lo quería y prefería escribir para otros, de ahí que se disfraza de italiano seductor para encantarla y darse la razón. Elke Sommer y Adolph Green sobresalían en un elenco con mucho húngaro. Y la insoslayable es A Private Function (Malcolm Mowbray) En 1947 en una Inglaterra todavía bajo racionamiento, en un pueblito, los notables del lugar deciden festejar la boda de Isabel II con un banquete, en el que una cerda adquiere un gran protagónico. Maggie aquí es la esposa del pedicuro del lugar (Michael Palin) y tiene ambiciones de ascender socialmente. El libro es del director con ¡Alan Bennett! Y entre un elenco de notables, imposible no nombrar a Denholm Elliott, Richard Griffiths, Alison Seadman, Liz Smith, Jim Carter, Pete Postlethwaite. Una sátira social de aquellas. Para chuparse los dedos.

 

En 1985 Maggie estuvo en su segundo James Ivory, la súper oscarizada Un amor en Florencia (A Room with a View) romance de época sobre la novela de E.M. Forster, en el que Helena Bonham Carter se enamoraba de Julian Sands ¿brevemente o hasta el Y vivieron felices?) Maggie capitaneaba un elenco en el que estaban Judi Dench, Denholm Elliott, Simon Callow, Rupert Graves y ¡Daniel Day Lewis! Maggie obtuvo una nominación para el Oscar de reparto, pero no ganó. (Se lo quedó Dianne Weist por Hannah y sus hermanas de Woody Allen). La vi en estreno en el Cine San Martín.

 

En 1987 nos compensó por no haber hecho ninguna película en 1986 con esa maravilla que es The Lonely Passion of Judith Hearne (Jack Clayton) en la que Maggie es una solterona de trago fácil que se enamora de uno de los huéspedes (Bob Hoskins) de la pensión que regentea y que le lleva el apunte porque cree que es rica cuando no lo es ni remotamente. Otra actuación inolvidable por la que ganó el BAFTA. La vi en video en el auge del video club.

 

En 1991 con el Hook de Steven Spielberg inaugura una serie de participaciones especiales que sigue con Cambio de hábito (Sister Act, Emile Ardonlino) en 1992, The Secret Garden (Agnieszka Holland), Cambio de hábito 2 (Sister Act 2: Back in the Habit) en 1993, Richard III (Richard Loncraine) en 1995, El club de las divorciadas (The First Wives Club, Hugh Wilson) en 1996, Washington Square (Agnieszka Holland) en 1997. Las vi a todas en estreno en diferentes cines. Que sus participaciones fueran breves no significó que pasaran desapercibidas, ¡lejos de ello! Todas nos dejaron su recompensa.

 

En 1998 volvió al protagónico con Curtain Call, comedia en la que con Michael Caine oficiaban de fantasmales deux-ex-machina para un desorientado en amores James Spader. Cumplía, pero dejaba con las ganas, uno esperaba más de la reunión de Caine-Smith.

 

En 1999 participó de la comedia coral Té con Mussolini (Franco Zeffirelli) sobre la fascinación que experimentaron algunas damas inglesas en la bella Italia con el fascismo, después, claro, habrían de desilusionarse. Judi Dench, Joan Plowright, Lili Tomlin, Cher descollaban con Maggie. No era un té muy cargado, pero Florencia con semejante elenco siempre merece una vista. La vi en estreno con Horacio en el cine Ocho.

 

En 1999 se vieron también dos películas históricas, una sobre el fin de una era The Last September (Deborah Warren) sobre la etapa final en Irlanda de los Anglo-irlandeses que, después de la revuelta de 1916, quedaran atrapados entre dos fuegos, el los irlandeses republicanos y el del ejército británico. En la casa solariega de un matrimonio mayor (Maggie y Michael Gambon), la sobrina de ambos, Keeley Hawes, se debate entre entregarse al amor de un soldado inglés (David Tennant) o al de un revolucionario irlandés (Gary Lydon), hay también un romance secundario entre Fiona Shaw a la que ama Lambert Wilson, casado con Jane Birkin. La vi hace poco a instancias de los recuerdos de un crítico inglés por la partida de Maggie. Buena película, muy bien actuada y contada. Y la otra fue All the King’s Men (Julian Jarrold) sobre una compañía de soldados británicos que desapareció en Gallipolli, en 1915, sin dejar rastro, entraron en acción, los envolvió una niebla y nada más se supo de ellos.

 

Entre 2001 y 2011, Maggie participó de la saga de Harry Potter, alcanzando fama mundial, niños y jóvenes que hasta ese momento jamás habían sabido nada de ella, de pronto la conocían y la admiraban. Pero a Daniel Radcliffe ya lo había conocido en 1999, cuando filmaron para la BBC una versión de David Copperfield, en la que Radcliffe era el personaje del título en tamaño niño. Aparte del suyo, nombres preeminentes aparecían en el reparto: Bob Hoskins, Ian McKellen, Imelda Stauton, y Tom Wilkinson.

 

En 2001 estuvo en la obra maestra de Robert Altman, Gosford Park. Y se dice que el guionista Julian Fellowes, el de Downton Abbey, claro, le regaló un personaje que sería predecesor directo del que inmortalizaría en la serie. Aunque una diferencia importante los separa, el dinero. La Violet de Downton Abbey tiene más plata que los ladrones, mientras que la Constance Trentham de Gosford Park no tiene donde caerse muerta (para seguir con los lugares comunes). En esta oscura comedia coral participaban también Ryan Philippe, Michael Gambon, Kristin Scott Thomas, Tom Hollander, Charles Dance, Jeremy Northam, James Wilby, Stephen Fry, ¡Kelly Macdonald!, Clive Owen, Helen Mirren, Eileen Atkins, Emily Watson, Alan Bates, Derek Jacobi, Richard E. Grant, y el también guionista del film, Bob Balaban. Lisa y sencillamente, una fiesta. La vi en estreno en el San Martín.

 

En 2002 volvió a la participación especial en Divinos secretos (Divine Secrets of the Ya-Ya Sisterhood, Callie Khouri) en la que Sandra Bullock y Ashley Judd encabezaban el cartel, que secundaban Maggie, Ellen Burstyn y James Garner. Confieso no haberla visto.

 

En 2003 volvió al protagónico para el telefilm Mi casa en Umbria (Richard Loncraine) sobre un grupo de personas que se conocen por culpa de un ataque terrorista. Junto a Maggie estaban Chris Cooper, Ronnie Barker, Benno Fürmann, ¡Giancarlo Giannini!, y Timothy Spall. La vi por cable.

 

En 2005 hizo El violinista que llegó del mar (Ladies in Lavender, Charles Dance) en la que en los años treinta, en la costa de Cornish, se peleaba con Judi Dench por las atenciones de un violista náufrago, el bueno de Daniel Brühl. Freddie Jones, Miriam Margolyes, Clive Russell, Toby Jones y Natasha McElhone completaban el elenco. La vi en cable.

 

En 2005 la vimos en ¡Sálvese quien pueda! (Keeping Mum, Niall Johnson) como una madre que se las trae para el atribulado pastor Roman Atkinson. Kristin Scott Thomas, Liz Smith y Patrick Swayze redondeaban el elenco. La vi en estreno en el Cine Ocho.

 

En 2007 en otra participación especial para una película de época, Becoming Jane (Julian Jarrold) fue Lady Gresham, ante una todavía desconocida Jane Austen (Anne Hathaway) que andaba de romance con un irlandés, James McAvoy. Componían el resto del reparto, James Cromwell, Ian Richardson, Julie Walters, Helen McCrory. No la vi todavía, pero la tiene Prime Video.

 

En 2007 estuvo en un telefilme de Stephen Poliakoff, Capturing Mary, con Ruth Wilson, David Walliams, Gemma Artenton, que es difícil de encontrar, pero vi que está online con subtítulos rarísimos, arábigos, creo. Uno de estos días me le animo, después de todo, algo de inglés sé. LOL.

 

En 2009 participó de una película escrita y dirigida por Julian Fellowes, From Time to Time, sobre un chico de 13 años que puede viajar en el tiempo y desenterrar secretos familiares, a los que darles resolución. Alex Etel es el chico y aparte de Maggie, Timothy Spall, Pauline Collins, Carice van Houten, Christopher Villiers, Dominic West, Hugh Bonneville pueblan el elenco. Modestamente atractiva. La vi en cable.

 

En 2010 estuvo en la segunda de Nanny McPhee o sea Nanny McPhee and the Big Bang (El regreso de la nana mágica, por estos lados, la dirigió Susanna White) con Emma Thompson, que es la nana, claro, y Maggie Gyllenhaal, Ralph Fiennes, Asa Butterfield, Daniel Mays, Rhys Ifans, Ewan McGregor, entre los notables del elenco. No la vi todavía.

 

Entre 2010 y 2015 estuvo haciendo historia con Downton Abbey y agrandando su popularidad aún más. Estuvo también en los dos filmes que se desprendieron de la serie: Downton Abbey (Michael Engler, 2019) y Downton Abbey: A New Era (Simon Curtis, 2022) (Ahora se viene un tercer film, pero su personaje ya no está, fue enterrado en la de 2022)

 

Estuvo jubilada, en la India, en las dos del hotel Marigold. The Best Exotic Marigold Hotel (John Madden, 2011) con Judi Dench, Bill Nighy, Dev Patel, Tom Wilkinson, Penelope Wilton, Celia Imrie, Ronald Pickup. Y en The Second Best Exotic Marigold Hotel (John Madden, 2015) con los ya mencionados más David Strathairn y Richard Gere.

 

Prestó su voz en Gnomeo & Juliet (Kelly Asbury, 2011) y para el mismo personaje, Lady Bluebury, en Sherloc Gnomes (John Stevetson, 2018)

 

En 2012 hizo de jubilada otra vez, en esta oportunidad una ex prima donna, en un asilo para músicos. Se llamó Quartet (Dustin Hoffman), igual título que la que hizo para Ivory con otra historia, claro. (Esta se basa en una obra de Ronald Harwood, aquella en una novela de Jean Rhys) Michael Gambon, Billy Connolly, Pauline Collins, Sheridan Smith, Tom Courtenay se sumaban al elenco. La vi en el cinema Paradiso con Ingrid.

 

En 2014 fue parte del departamento que heredaba Kevin Kline en París en Mi vieja y querida dama (My Old Lady, Israel Horovitz) Kristin Scott Thomas era su hija y como todos suponíamos, enamoraba al cascarrabias de Kevin Kline. Cumple, si no se le pide mucho. La vi en streaming.

 

En 2014 fue The Lady in the Van (Nicholas Hytner) sobre texto de Alan Bennett. Y se alejó de las damas ricas, educadas e integradas que le venían endilgando. Está sencillamente soberbia. Tan enojosa como conmovedora. Es la historia real que vivió el propio Bennett. Trata de una señora que vive en una furgoneta instalada en la entrada de la casa de un dramaturgo. La vi en streaming.

 

En 2021 participó en la navideña, El chico que salvó la Navidad (A Boy Called Christmas, Gil Kenan) junto con Henry Lawfull, Michael Huisman, Jim Broadbent, Joel Fry, e Isabella O’Sullivan. No pasé del tráiler, las navideñas me dan pereza de verlas, está en Netflix.

 

Y en 2023, la última (o la penúltima, nunca se sabe) The Miracle Club (Thaddeus O’Sullivan) sobre una peregrinación a Lurdes a fines de los cincuenta. Con Kathy Bates, Laura Linney, Stephen Rea, Brenda Flicker, Agnes O’Casey, Mark O’Halloran, entre otros, en el elenco. La veré pronto, lo juro.  

 

Y hasta aquí el recuerdo de Maggie, ahora una anécdota del tuyo, tocaya de la Bergman. Íbamos en el Misión a Buenos Aires a ver una obra de teatro. Nuestra habitual conversación laberíntica se bifurcaba en recovecos. De pronto me preguntaste si reconocía la melodía que te pusiste a tararear (terminó siendo una de Morricone para una vieja película con Florinda Bolkan y Tony Musante), en ese momento te reconocí que me resultaba familiar, pero que no podía ubicarla. Y no sé porque me puse a decir que de viejo, me había puesto llorón, y que cada vez que alguien del cine o del teatro moría, aunque jamás los había conocido personalmente, si eran significativos para mí, me desataban gruesos lagrimones. Entonces dijiste que cuando muriera Maggie ibas a llorar hasta pasparte. Y no va que te morís antes y me dejás solo, llorando a Maggie no sé si hasta pasparme, pero al menos hasta agotar un par de paquetes de pañuelos descartables. Maggie me acompañó toda la vida, vos un par de décadas. Las dos me dejaron más bello y más sabio. Y cuando se me pasa la congoja de la partida, más feliz. Para ser un cinéfilo se necesitan dos cosas, buena memoria y ganas de ser agradecido. Porque siéndolo se vive de recuerdos y de dar gracias por lo acumulado. Y el cinéfilo también es un deudo, que lamenta lo que ya terminó, pero sin aflicción, porque fue feliz. Y ahora vos también sos una película. El cine de mi mente te proyecta con asiduidad. Y ya no estás y sin embargo estás. Como las actuaciones de Maggie. Sombras que emocionan porque aluden a momentos buenos. Sé que te haya puesto en un mismo párrafo con Maggie, te llena de satisfacción y eso solo ya justifica estas páginas. Y ojalá que nunca me falle la memoria, y si me falla por veleidades del destino, sepan que igual voy a estar sonriendo sin saber por qué, pero con tozudez. Lo que se vive no se pierde. Es eterno, como lo bello, y ni la falta de memoria puede anularlo.

Gustavo Monteros




viernes, 4 de octubre de 2024

Querido diario - Hoy: Sing Sing


 

Las películas con presos que hacen teatro ya son prácticamente un género. La mayoría se basa en historias reales. Y Sing Sing (Greg Kwedar, 2024) es, sin duda, la más militante. Ejemplifica y aboga por el programa Sing Sing’s RTA (Reformed Thorough Art) (Reformados por el Arte).

 

Salvo Colman Domingo y alguno más, el resto del elenco estuvo en la cárcel y actuó en la compañía creada por el programa RTA. Dato que sorprende porque si no lo supiéramos, habríamos jurado que se trataba de actores profesionales de frondosa experiencia.

 

El argumento es sencillo. Asistimos al detrás de escena del montaje de una obra. Vemos primero escenas de la anterior obra presentada, una versión muy peculiar de Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Está implícito que la voluntad de la mayoría es no insistir con Shakespeare, al menos de inmediato.

 

Antes de decidir sobre la nueva obra, tienen que discutir y votar nuevas incorporaciones al elenco. Los interesados se inscriben, son probados y el elenco estable vota. Clarence Maclin es aceptado, entre otros.

 

Los nuevos y los viejos actores discuten ahora qué obra poner en escena. Maclin inclina la balanza por una comedia, lo que no sería el fuerte de Colman Domingo (su personaje no solo hace años que está preso, sino que fue fundador del programa y cuenta ya con una extensa trayectoria escénica, hasta ha escrito obras que fueron publicadas, incluso hasta firma autógrafos en copias de sus libros, y eso que no tenía un pasado artístico, toda su experiencia la obtuvo en la cárcel).

 

La nueva obra es una comedia abarcadora escrita para la ocasión por el director de la compañía, Paul Raci (él sí un actor profesional en la vida real). Como todos expresaron lo que querían que la comedia incluyera, para que no fuera una sucesión de sketches, Raci le dio el marco contenedor de un viaje a través del tiempo.

 

Hay un solo papel dramático, el de Hamlet, que recitará en un momento apropiado, su famoso monólogo de Ser o no ser. Se supone que será de Colman Domingo, pero no, Maclin competirá también por dicho papel. Vemos así que procura subvertir el rol de preeminencia que Colman Domingo tiene en el grupo, primero hizo que optaran por una comedia y una vez logrado el objetivo, quiere aspirar al único personaje dramático.

 

Maclin es un hombre complejo, en el patio es un gánster y aquí, en los ensayos, quiere disminuir la influencia ganada por el personaje de Colman Domingo como sea. La dinámica entre estos dos personajes será el centro del relato.

 

¿Por qué quieren hacer teatro? Por la más sencilla (y bella) de las razones, para recuperar la humanidad perdida. El teatro es el misterio más transparente que existe. Unos juegan a ser otros y son tomados en serios por algunos que los ven y juegan a aceptar que de verdad son otros, cuando es obvio y evidente de que no lo son.

 

Y en este relato que crean comprometiéndose a jugar y ser creídos, se produce una emoción (¿catarsis?, ¿sublimación?, ¿trascendencia?) que hace que todos los que participan del juego (si este ha sido bien jugado) terminen mejor a la salida. Es un engaño consensuado. Una estafa lícita. Una mentira certera.

 

En la defensa que la película hace del programa está incorporada una discusión (que ellos ya tienen resuelta) y que los espectadores quizá no (o al menos no todos). La cárcel debe reformar. Lo hecho por terrible que haya sido, hecho está. No se trata del perdón ni de la absolución, sino de que quienes eventualmente salgan, puedan incluirse otra vez en la sociedad. Para ello una reforma tan amplia como sea posible es necesaria. La búsqueda del perdón de las víctimas, o de la absolución del estamento superior en el que crean, divino o profano puede o no ser consecuencia de la reforma (generalmente lo es). Y el teatro los ayuda a recuperar lo esencial para una reforma, el humanismo conducente.

 

Toda esta elucubración corre bajo mi cuenta y riesgo, es mi modo de llenar los puntos suspensivos. La película solo insiste con que el programa RTA es muy bueno y da contundentes muestras de que lo es, no la menor de todas, mi aseveración de que cualquiera de los presos que pasó por el programa puede ser confundido por un profesional hecho y derecho.

 

Lo demás, insisto, es de mi cosecha. Mi contribución al debate en un país en el que el debate se ha perdido. Cuando se quiere discutir de seguridad, se habla solo de la rebaja en la edad de la imputabilidad, como si hacer a la gente responsable de un delito en el destete fuera a cambiar algo.

 

Lo mismo pasa con la educación, cuando se les da por considerar los resultados de las pruebas tales o cuales, se llega a la conclusión de que lo mejor es aumentar los días de clases, sin considerar que tener más tiempo para hacer lo que se supone hacemos mal no va a mejorar ningún resultado. Y así, cuando las pruebas vuelven a dar negativas, se aumentan más días. Quizá cuando lleguemos a la eliminación total de los días de descanso y las pruebas sigan dando negativas, se sopese algún pro o contra de lo que hacemos, de la cantidad de días de trabajo, etc.

 

Y si eso que es universal no se discute, menos que menos la situación de las cárceles, para qué deben servir y qué hacer con las condenas y la reinserción social. Quizá algún día, quizá. Como sea, ver Sing Sing tiene sus recompensas. Es una película bien planteada y actuada como los dioses. Nadie le va a la zaga y eso que Colman Domingo, como siempre, pica alto. Lisa y llanamente rozando la genialidad.

Gustavo Monteros

viernes, 27 de septiembre de 2024

Querido diario - Hoy: Ghostlight


 

A poco de empezar Ghostlight (Kelly O’Sullivan, Alex Thompson, 2024) la hija de la familia protagonista, Daisy (Katherine Mallen Kupferer) se postula con muchas posibilidades de ganar la distinción para el personaje adolescente más insoportable de toda la historia del cine (y eso que tiene competidoras serias).

 

Papá Dan (Keith Kupferer) y mamá Sharon (Tara Mallen) son llamados a la escuela porque la hijita Daisy se violentó con una docente. Daisy se las trae, es mal hablada, maltrata a todo el mundo, se cree dueña de la verdad y no acepta que la contradigan. De inmediato llama la atención que tanto los padres como el personal de la escuela le tengan tanta paciencia. ¿Por qué? No lo sabremos hasta más adelante.

 

También es notoria la incomodidad que hay entre papá Dan y mamá Sharon. A la pasada se menciona un juicio con el que Dan no estaría muy comprometido. ¿Están acusados de algo? ¿Son las víctimas? No lo sabremos hasta más adelante.

 

Papá Dan es de la creencia que los problemas psicológicos, de relación o de comunicación se decantan solos, que no hay que hablarlos, a lo sumo aceptarlos, dormirlos y tener la esperanza de que un día, se hayan solucionado. Mamá Sharon, por el contrario, está dispuesta a recurrir a lo que sea, terapia, intervenciones, consejos familiares, tarot o lectura de manos. Como ya sabemos, hijita Daisy está en la secundaria, en el último para ser precisos.

 

Papá Dan es un obrero de la construcción y mamá Sharon es entrenadora deportiva. En este momento papá Dan y la cuadrilla a la que pertenece están rompiendo una calle, usa esos martillos demoledores rompetímpanos y trepanacerebros. Un día está trabajando y de un lugar cercano sale Rita (Dolly De Leon) y le pregunta si tiene que trabajar sí o sí en ese horario, porque con el ruido no puede ni pensar. Rita está en una clase de relajación, de yoga o de meditación o de algo parecido. Pronto sabremos qué es.

 

Papá Dan puede que no quiera hablar, pero mamá Sharon e hijita Daisy expresan sus desacuerdos con vehemencia y sobrecargan a papá Dan de energía negativa. Y un día en el trabajo, explota con un automovilista, un tipo maleducado para decirlo amablemente. Rita es testigo de la situación y cuando Dan, terminada la jornada laboral, se apresta a irse en su camioneta, Rita se acerca, le pregunta si sabe leer y le pide que le haga el favor de leer algo que le dará. No, antes Rita no estaba en una clase de yoga, de relajación o de meditación, ¡era un ensayo de teatro! Uno de los actores debe ser reemplazado y hasta que esto no suceda, necesitan que alguien lea sus parlamentos. A Dan la cosa no le resulta fácil de entrada porque se trata de una obra de Shakespeare, que con sus enrevesamientos no es precisamente llano. Los demás lo alientan y hacen que Dan se comprometa a volver al siguiente ensayo.

 

Es un grupo de teatro comunitario (vocacional, le diríamos por acá) de edades y razas mezcladas. Eso sí, son muy modernos. Adhieren a algo que está muy en boga en el West End londinense, montan obras age-blind (no se toman en cuenta las edades de los actores para asumir los personajes, de ahí que la protagonista joven de la obra puede ser encarnada por una actriz madura) y colour blind (no se toma en cuenta la raza de los actores para asumir los personajes, de ahí que un actor negro puede cubrir un protagonista caucásico o WASP).

 

La obra que ensayan es Romeo y Julieta, y Rita que anda por la cincuentena es Julieta. Rita tiene un pasado profesional, de joven estuvo en un par de temporadas en ¡Broadway! Su Romeo actual anda por la veintena. Y aunque el trámite tarda un poco y papá Dan se pasea por varios papeles, como suponemos desde un principio, terminará por hacer de Romeo.

 

Papá Dan, que además es escondedor, no dice nada de su trabajo actoral a mamá Sharon e hijita Daisy, las que al notar los cambios positivos que se están manifestando en papá Dan, ¡creen que tiene una amante! Eso da pie a unos eficaces enredos de comedia (la película técnicamente es un drama, pero tiene mucho humor, los integrantes del elenco, por ejemplo, son muy peculiares, para decirlo amablemente, y algunos ensayos son desternillantes.

 

Cerca del estreno, Dan cae en cuenta de que la obra termina con un pacto suicida, detalle muy doloroso para la familia. Fa male, el teatro (hace mal el teatro), decía un monólogo que Vittorio Gassman vino a hacer un par de veces a Buenos Aires.  El título de este monodrama era irónico, claro, porque el teatro nunca puede hacer mal.

 

El teatro es muchas cosas, pero por sobre todo es una ceremonia ancestral que perdura pese a cuanto adelanto tecnológico se le ponga en frente. Y podemos decir, sin que nadie nos discuta, que es tan inherente al hombre como respirar. Puede que haya gente que jamás haya ido formalmente a un teatro, pero todos han visto actos escolares, discursos políticos, entregas de premios, shows televisivos, misas y demás ritos religiosos, etc. O sea que todos sin excepción estamos contaminados por algún juego teatral.

 

Y todos, si jugamos de niños, podemos (si queremos) hacer bien un personaje y participar más que bien en una obra. Claro no todos pueden ser Richard Burton o Tita Merello, pero todos pueden subirse a un escenario y jugar a ser uno y otro, a ser uno mismo y el personaje que nos toca. ¿Y cuál es el secreto del teatro (no muy secreto porque está a la vista de todos)? Es un rito de trascendencia. Por lo que decíamos recién, uno es uno y a la vez otro. Y eso no hace mal, nos hace humanos.

 

Y si algo necesita la familia de papá Dan, mamá Sharon e hijita Daisy es tomar lo que los aqueja y trascenderlo. No olvidarlo, ni superarlo, trascenderlo (si se piensa un segundo no es un juego de palabras). Entonces se da la famosa catarsis, que libera como nada que exista (en tu cara, alcohol, droga, sexo).

 

Dos detalles más antes de terminar. Los actores que hacen de papá Dan, mamá Sharon e hijita Daisy son padre, madre e hija en la vida real (además de actores profesionales, claro, que ya han estado en varias películas, algunas muy conocidas), de modo que la dinámica familiar está dada de movida, trabajaron eso sí, y con mucho arte, las singularidades de los conflictos que le tocan desarrollar.

 

Y el título Ghostlight (aquí se la llama Luz testigo, aunque por la transculturización se la denomina Luz fantasma, que sería la traducción literal del inglés) refiere a la lámpara solitaria con un largo portante que se deja siempre encendida en un teatro por lo demás a oscuras, para que nadie caiga en alguna trampa del escenario, vea el borde que da al foso de la orquesta, la casilla del apuntador, etc. La Luz testigo puede ser el símbolo de muchas cosas, pero para mí, por sobre todo, simboliza la eterna permanencia del teatro y su resistencia a toda oscuridad. Ojalá mucha gente vea esta hermosa y conmovedora película.

Gustavo Monteros