viernes, 20 de junio de 2025

Historias dos veces contadas - Hoy: Bajo custodia - Bajo sospecha

 




Si el corazón tiene razones que la razón ignora, según Pascal dixit, la mente de un productor hollywoodense tiene motivos que la lógica ignora.

 

Nueve de cada diez veces que toman una película extranjera para hacer una remake hollywoodense, le dan tantas vueltas, cambian tanto las cosas, que terminan por hacer algo que, con mucha buena voluntad, se parece solo remotamente al original que les gustó como para intentar la remake.

 

Tomemos dos ejemplos argentinos. 9 reinas (Fabián Bielinsky, 2000) fue metamorfoseada en Criminal (Gregory Jacobs, 2004), ¿por qué? Dios, ¿por qué? La gracia de 9 reinas es que la relación que se da durante un día entre dos estafadores, uno mayor y avezado y el otro más joven y bisoño, termina sorpresivamente en un desquite planeado con genio. La remake hollywoodense, para decirlo con amabilidad, es torpe, enrevesada, y sabrá Dios a qué conclusiones llega el que desconoce el original. El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009, sobre novela de Eduardo Sacheri) fue transformada en Secret in Their Eyes  (Billy Ray, 2015), y retitulada como Secretos de una obsesión para el estreno local. Bue, esta vez, gracias a Julia Roberts sobre todo, verla fue un trámite menos vergonzoso. Se cambiaron conflictos, se modificaron circunstancias, varió el sexo de los personajes y las relaciones entre ellos. Les salió otra cosa, menos punzante y conmovedora que la original, pero con benevolencia se puede decir que la historia en gran medida quedó contada.

 

Me pongo a ver Roubaix, une lumière (en el original), ¡Oh Mercy! (según título en inglés) Roubaix, Misericordia (en español) (Arnaud Desplechin, 2019), sobre la investigación de un asesinato, de una desaparición y de un robo. O sea, lo que ahora se denomina una historia procedimental, subgénero del policial que se centra en cómo la policía lleva adelante un caso o varios.

 

Y por esas cosas de la memoria me dan ganas de rever Garde à vue / Bajo custodia (Claude Miller, 1981) una de las primeras procedimentales si se quiere, porque se centra en cómo la repetición de un interrogatorio puede llevar al reconocimiento de una verdad o culpabilidad, según el caso. O sea, años antes incluso de la serie inglesa Prime Suspect / El principal sospechoso (la primera es de 1991) que hacía de las variaciones de un interrogatorio su eje ficcional.

 

En una Nochebuena, un abogado prominente, Jerome Martinaud (Michel Serrault) es interrogado por el inspector Antoine Gallien (Lino Ventura) en un caso de abuso y asesinato de dos niñas. Jerome pasa de testigo a sospechoso y le aplican la garde à vue del título, lo que entre nosotros sería un arresto preventivo. El testimonio de la esposa de Jerome, Chantal (Romy Schneider) da un vuelco a la investigación y desnuda el amor que Jerome tiene por ella.

 

Se basa en una novela de John Wainwright y el diálogo creado por el propio Miller con Jean Herman es sencillamente magistral. La lógica procedimental del interrogatorio largo e ininterrumpido parte de la idea de que el sospechoso oculta algo que en realidad quiere decir. Se lo obliga a repetir su versión para pescar inconsistencias, contradicciones, pasos en falso. Se supone que si lo que se dice es verdad, puede repetirse sin muchos tropiezos, en cambio si lo que expone es una versión falseada, aunque más no sea por cansancio, más tarde que temprano, se le empezarán a ver los agujeros de la trama.

 

Este juego es todo un desafío para el guionista. En la vida real el procedimiento puede ser tedioso, agotador, interminable, pero en una ficción tiene que ser sustancioso, variado, atrapante. El truco más usado para lograr mantener el interés del espectador es el de la profundización. Se respeta o se acepta en apariencia la versión del sospechoso y se ahonda en la falta de detalles reveladores que sostendrían el relato si fuera de verdad y que cuando es inventado no aparecen.

 

Casi 20 años después, Hollywood hizo la remake, Under Suspicion / Bajo sospecha (Stephen Hopkins, 2000). Ya no es la Nochebuena parisina, sin que estamos en vísperas de carnaval, en San Juan, Puerto Rico. El abogado sospechoso ahora se llama Henry Hearst (Gene Hackman) y el interrogador es el capitán Víctor Benezet (Morgan Freeman). La esposa (Monica Bellucci) se sigue llamando Chantal y es un personaje más joven del que hacía Romy Schneider.

 

Abogado y policía aquí son compinches con un pasado en común, fueron compañeros en el secundario. Esto más que enriquecer el conflicto lo enturbia. La familiaridad termina por entorpecer el desarrollo de la indagación más que favorecerlo.

 

Y el que Chantal sea más joven y casi de la misma clase social del marido cambia la sustancia de la relación. Lo que en Schneider era resentimiento, por no haber tenido otra opción para salir de pobre que casarse, lo que la predispone al odio y a ver lo que espió como una monstruosidad, en Bellucci es celos y el temor a ser reemplazada.

 

Quizá por eso ahora el final no es trágico y la pareja queda como para iniciar una obra de August Strindberg con todo lo que el sueco opinaba de las dinámicas de pareja.

 

La francesa era aristotélica porque respetaba las unidades de acción, tiempo y lugar (tanto que el conflicto único se filmó en orden en un mismo set).

 

La versión hollywoodense recrea las versiones que da Hearst / Hackman, con Benezet / Freeman como un trasplantado testigo de lujo, que acepta sin comentario o modifica lo que ve, según cree que pudo haber pasado.

 

Tampoco es muy feliz el cambio en el personaje del policía que transcribe el interrogatorio. En la versión francesa lo hace Guy Marchand y en la hollywoodense, Thomas Jane.

 

Marchand es un policía celoso de su trabajo, que resiente que Ventura lo desautorice y que pierde los estribos con Serrault, porque advierte que no respeta lo que la policía está haciendo.

 

Thomas Jane va para el lado del gallito que hasta se quiere tirar un lance con Bellucci. Más colorido en un punto, pero menos armónico para lo que es la historia en sí.

 

El resultado no es vergonzante, sobre todo por la defensa de sus personajes que hacen Hackman y Freeman, pero, a juzgar por los foros de discusión en internet, es confuso.

 

De tanto hacer explícito, gritado y subrayado lo que en el original francés está implícito, aunque meridionalmente claro, se pasaron de rosca y el amor del personaje de Serrault / Hackman, central en la historia, deviene difuso y periférico.

 

Entre los sagrados mandamientos del teatro está el que dice: Si algo tiene éxito, ¡no lo cambies, alteres, o modifiques! Los productores cinematográficos que se creen más perspicaces no lo respetan. Así les va como les va. La soberbia puede que te dé poder, pero no crea nada bueno.

Gustavo Monteros

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