Insisto, no es que el género no me guste. Sería una
estupidez que no me gustase, algunas de las mejores películas de la historia
del cine son biopics. Por ejemplo: Lawrence de Arabia, El toro
salvaje o Ed Woods.
Pero es muy enojoso como se lo hace hoy. Las películas
biográficas contemporáneas responden todas a la misma fórmula, ilustrar una
vida recreando más la época y la moda que la vida del retratado.
Pocas películas biográficas contemporáneas pueden responder
satisfactoriamente a las preguntas de qué nos deja la vida del fulano o la
zutana protagonistas o qué sentido tendría hacer la vida de este y no de aquel.
Y nada revela más que están hechas en serie, como ristra de
chorizos, que las que son sobre cantantes. Siempre hay primero algunas
pinceladas sobre la infancia, le siguen el descubrimiento de la vocación y los
sinsabores iniciales antes de la consagración, pasamos al éxito anhelado y luego
vienen los problemas artísticos (cuando quieren salirse del repertorio que los
llevó a la fama y el público, los productores y la crítica se resisten) y los
problemas sentimentales (parejas que ven la magia pasional vencida, o que no
dan la medida ante la avalancha de fama y fortuna), entonces el artista en
cuestión resiente los problemas y los supera y pasa a otra etapa en la que
vuelve el triunfo, o no los supera y muere revolcado en la auto conmiseración.
Veo una detrás de la otra, dos películas brasileñas sobre
ídolos que he admirado y seguido que, a pesar de muchas virtudes expuestas,
siguen la fórmula de película biográfica al uso actual. Se trata de Elis
(Hugo Prata, 2016) sobre vida de Elis Regina y Homem con H (Esmir Filho)
sobre vida de Ney Matogrosso.
El inicio de ambas se espeja en la conflictiva relación que
tuvieron con sus padres. La juvenil Elis tuvo que liberarse de su padre, su
primer representante, para crecer como persona y como artista.
La relación de Matogrosso con el suyo fue más problemática.
Cuando Ney era niño, el padre procuraba reprimir, incluso con violencia, las
inclinaciones artísticas perfiladas. El señor era un militar y Ney decidió
superar su influencia siendo un soldado modelo.
Después de haberlo logrado, fue como si Ney le dijera: Ya
fui como querías que fuera, ahora voy a ser yo a mi propia manera. Y así
primero se le dan las artesanías y después cuando casi de casualidad, en un
coro, descubre su voz, peculiar como pocas, como de castrato de la vieja ópera,
se le da la música.
Y crea así, ese ser escénico inclasificable que es tanto
hombre como mujer y animal. Y más tarde, cerca del final, la reconciliación con
el padre revelará una verdad insospechada.
Chapeau, Sr. Padre de Ney, ni toda la militarización
adquirida y adherida le impidió reconocer el arte en estado simple y puro.
Entre tanto y por todo eso, Ney triunfó medio grandecito.
No fue el caso de Elis, la fama le sonrió pronto y su voz
fue apreciada y querida de inmediato. Acumulo maridos, triunfos e hijos
raudamente.
Padeció el gran cambio de las discográficas. En los sesenta
y principios de los setenta buscaban y promovían lo nuevo. A fines de los
setenta, cuando habían aprendido que, a fuerza de mercadeo, podían dominar el
gusto musical de la mayoría, ya no les interesaba vender talento, innovación,
calidad, les bastaba con vender productos de fácil acceso al oído general, ejecutados
por artistas dóciles que se amoldaban con fidelidad a los estrictos contratos.
Elis respiraba innovación y su anhelo de vanguardia la
halló mal parada en lo personal. Desarrollo una omnipotencia que su
sensibilidad no podía sostener, su perfeccionamiento se agudizó obsesivo y solo
se sentía plena en escena.
Fuera del escenario no halló nadie que la contuviera y los
alivios para la angustia, la droga, el alcohol, la dependencia a relaciones
enfermas, le pasaron factura.
Y Dios, el azar, el destino o la desgracia nos privaron de
una dadora de belleza en su plenitud. Desde entonces atesoramos todo lo que
quedó registrado y no dejamos de maravillarnos. Y nos resarcimos con un mito
que jamás quisimos. De poder elegir, la querríamos viva, no vigente.
Ney Matogrosso enfrentó demonios similares, pero no iguales
a los de Elis. La resistencia que enfrentó no fue por la innovación de su
música, sino a la libertad de armar y desarmar su personaje escénico.
La esencia de su canto y de su figura es libre, sensual,
gozosa, doliente, perturbadora, inquieta, inaprensible, mutante. Interpelaba
los prejuicios sexuales, estéticos, de conformidad y usanza.
Sus relaciones sentimentales de tan fluidas solo pueden
calificarse de acuosas. El torbellino escénico que encantaba no se aplacaba en
la intimidad. Creaba en el arte y en la vida.
La llegada del SIDA cambió sus prioridades, aprendió a
cuidar, vigilar sueños, a prodigar ternuras, y a llorar en silencio. Se es
libre en escena porque se sabe amar.
Y amor con amor se paga. Puede que Elis y Homen
con H estén hechos a la usanza de las películas biográficas de estos
tiempos, más ilustrativas que reveladoras, más hagiográficas que revisionistas,
tan perdonavidas que sus protagonistas son más santos que humanos, con miserias
tan en cuentagotas que ya con aparecer son estatuas de dignidad y ética.
No es que les falten hallazgos y virtudes a estas dos
biografías, aunque están más cerca de los portfolios de las viejas revistas
semanales, con sus datitos y recuerdos acompañados de fotos.
De
estas dos se sale como de leer una efeméride exhaustiva, completamos los datos
que no teníamos y nos enteramos de alguna que otra peculiaridad. Eso sí, exudan
admiración y respeto por sus retratados. Y los contagian a sus espectadores. Y
un acto de amor, pese a sus cortedades, no debe pasar desapercibido.
Gustavo Monteros