El mundo se va al carajo (si es que ya no llegó y tardamos
en enterarnos) El capitalismo resolvió sus crisis mutando en neoliberalismo y
los ricos son enésimamente más ricos y los pobres de tan pobres ya ni saben qué
son. Y las clases medias se caen sin remedio perdidas en negaciones,
estupideces y creencias de seguir en estados de bienestar que solo existen en
sus sueños.
Y todo este descalabro socio-económico también es cultural
y hace que las películas (por no decir libros, músicas, artes plásticas y los
etcéteras vinculantes) sean cada vez más malas.
Y como hay que vivir y seguir entreteniéndonos, nos ponemos
perdonavidas y decimos que tal o cual película se deja ver, que tal actriz o
actor la hacen llevadera, que si no se le pide mucho entretiene. O sea, excusas
para seguir tirando. Para no admitir que perdimos el tiempo. Que los
deslumbramientos están cada vez más lejos. Que todo es profesionalismo, oficio.
Poco arte. O ninguno.
Si hasta en la temporada de premios, los entusiasmos nos
duran un segundo. Y vistas contra la luz cruda de la mañana, hasta encumbradas
y celebradas obras pierden el brillo de la noche anterior. Anatomía de una
caída no resiste mucho análisis. Si se rearma su trama, pierde el tenue
encanto pegado con alfileres. Los que
se quedan exhibe más maña que inspiración. Y es probable que se convierta,
como dicen todos, en un nuevo clásico navideño como ¡Qué bello es vivir!,
no porque tenga méritos para estar a la altura del ejemplo, sino porque por
regla general, las películas navideñas son tan malas, que esta que es apenas
buena, ya se posiciona alto. Pobres
criaturas es creativa, pero si no adherís a su ética ni estética (mi caso)
te quedás más afuera que Nora al final de Casa de muñecas. Zona de
interés es dura de ver y pueda que persista, pero es como Noche y niebla
de Resnais, más una experiencia de deber cívico que el regocijo ante una obra
de arte. Está bien, los fusilados de Goya o el Guernica no provocan lo mismo
que La novicia rebelde, pero a lo que voy es claro, creo. Insisto, por
las dudas. No todo arte depara las mismas emociones, pero uno tiende a
identificar las reacciones ante las obras como primordialmente positivas. Oppenheimer
es un thriller rebuscado que da más vueltas que una oreja para escamotear el
villano y ofrecer una mínima vuelta sorpresiva al final.
En el cine contemporáneo, algunas películas zafan mejor por
perfilarse en un género. Si tienen tiros bien pegados, muchas de acción o
policiales pueden pasar por buenas. Los musicales disimulan mejor sus tropiezos
porque tienen más espejitos de colores, canciones logradas, actuaciones
oportunas, coreografías atinadas y así tremendos bodrios como La la land
quedan bien aspectadas (en su momento hablé bien de Chicago, perdón, mea
culpa, mea culpa, mea maxima culpa, ¡me enamoran sus canciones!) Este año, la
versión musical de El color púrpura tiene sus méritos, aunque usted no
lo crea. Y Wonka, la verdad sea dicha, ¡me encantó! No vi la nueva Mean
Girls, todavía.
Pero a la hora de la verdad, la que la tiene difícil es la
comedia. Si, por lo menos, no muestra efectividad está liquidada. Aunque,
claro, hay muchos tipos de comedia. Porque no todos nos reímos de lo mismo.
Me cruzo con Quiz Lady (Jessica Yu, 2023) y veo el
tráiler para ver si puedo reírme con su humor (por aquello ya mencionado de que
no todos nos reímos de lo mismo) Concluyo que puedo llegar a reírme con ella y
la veo.
Es tanto una buddy-movie, como una roadmovie, como una
feel-good movie de superación.
Ann Yum (Awkwafina) y Jenny Yum (Sandra Oh) son dos
hermanas distanciadas, vueltas a reunir por la huida de la madre de un
geriátrico. Ann, desde siempre, es fanática de un programa de preguntas y
respuestas, un Quiz Show bah, conducido por Terry Mc Teer (Will Ferrell) en el
que el campeón habitual es el participante, Ron Heacock (Jason Schwartzman).
Una deuda inesperada de la madre hará que Jenny inste a Ann a participar del
show para ganar la abultada suma adeudada. Francine (Holland Taylor), la vecina
de Ann, tendrá una participación no menor en las idas y vueltas.
Si en el policial estar un paso delante de la trama es un
demérito, en la comedia no necesariamente lo es. En las de enredos, por
ejemplo, en la presentación de personajes, uno puede adivinar quién se enredará
con quién. Las sorpresas no dependerán de la originalidad de la trama, sino del
desarrollo. Aquí, hasta cierto punto, eso se cumple. Uno ve venir para dónde
irá la trama, pero el cómo a veces nos elude y sorprende.
Hay excesos innecesarios, el personaje de Jenny tiene un
permanente juego de comedia física que dista mucho de ser elegante. El motivo
por el que Jenny no pudo seguir estudiando es literalmente escatológico. Si
bien es sabido que es muy incómodo hacer las necesidades físicas en casa ajena,
más en un baño adyacente a los dormitorios de los anfitriones, la solución que
la pequeña Ann encuentra es un poco extrema. (Los arquitectos deberían
reconsiderar la vuelta de letrinas alejadas de la casa principal, a veces, para
personas tímidas o inhibidas pueden ser muy convenientes)
Estoy tentado a terminar con los lugares comunes de que se
deja ver, de que Sandra Oh, Awkwafina y el resto del elenco hacen atractiva la
visión, de que, si no se le pide mucho, entretiene, pero hay un par de escenas
que la distinguen y la hacen considerable. Al principio se ve a una Ann niña
que va creciendo, siempre sentada en un sofá, frente al televisor, donde permanentemente
está el Quiz Show de Terry Mc Teer. Detrás del sofá, sus referentes adultos, o
sea su madre y su hermana, hacen su vida a los gritos y en referencia
permanente a hombres e ignorando olímpicamente a Ann. Se comprenderá después
porque en el trabajo tiene nulas habilidades sociales y que la única relación
confiable para ella es la que tiene con este show de preguntas y respuestas y con
su conductor perenne. Y en el final habrá una sobredosis de subtítulos impresos
a la imagen que nos cuentan el destino final de todos los personajes, con
detalles no siempre necesarios o pertinentes. Las dos escenitas despiertan más
una sonrisa amarga que una carcajada fresca, pero hay creatividad en ellas y
rescatan a esta comedia de la medianía habitual en estos tiempos, en la que el
oficio prima sobre el talento genuino.
Gustavo Monteros