viernes, 26 de abril de 2024

Querido diario - Hoy: Wil y Sisu



 

Al principio de Wil (Tim Mielants, 2013), una voz en off, la de Wil sin duda, nos dice que costó sobrevivir como policías en Amberes durante la ocupación alemana de la Segunda Guerra. Entonces todo comienza.

 

Wilfried, el Wil del título (Stef Aerts) y Lode (Matteo Simoni) son dos policías primerizos que les toca como primera misión acompañar a un soldado alemán a “conseguir que una familia judía acepte ir a trabajar a una fábrica”. Es de noche, hay una intensa tormenta y el soldado debería estar acompañado, según protocolo, de otro soldado.

 

Pero el soldado alemán no va a eso que dice, sino a extorsionar y hacerse de un buen dinero. El soldadito en cuestión es feroz y lleno de anfetaminas. Como en la casa no hay dinero, sacan a la familia (padre, hija y nieta pequeña) a buscar dinero que tienen en otro lugar.

 

En la calle, el soldado se extralimita en los golpes hacia la hija que intentó huir, Lode interviene y pone su cuerpo para evitar que siga golpeando a la mujer, el soldado pierde el poco control que le quedaba y muele a Lode a golpes. Wil defiende a Lode y un poco por accidente, más que intencionalmente, mata al soldado.

 

Lo meten en una alcantarilla cercana. Wil y Lode se juran no contarle nada a nadie. Pero como llegan a sus casas sucios de barro y desencajados les cuentan a sus respectivas familias.

 

El padre de Wil es empleado municipal y tiene conexiones con el jefe de un movimiento antisemita colaboracionista de los nazis. Will y su padre le indican a este sujeto la alcantarilla donde Lode y Wil dejaron el cadáver del alemán, pero al abrirla comprueban que está vacía. El antisemita dice que Wil le pagará con favores su silencio.

 

Al soldado lo sacaron y lo tiraron en un muelle la resistencia, en la que está comprometida la familia de Lode. Hay un jerarca nazi que anda husmeando, el jefe de los policías, aunque vio que Lode y Wil se iban con el soldado niega que este se haya acercado al cuartel.

 

Yvette (Annelore Crollet) hermana de Lode y partisana fanática entra en amoríos con Wil. El jerarca nazi que sospecha que Wil y Lode tuvieron algo que ver con la desaparición del soldado los lleva para que vean el fusilamiento de 10 socialistas como compensación por la muerte, no confirmada todavía, aunque supuesta del soldado alemán.

 

El líder antisemita le pide a Wil que cuide una casa que le quitó a unos judíos y la use como atelier, porque Wil es un pintor de talento. Wil oculta en la casa a la familia judía atormentada por el soldado muerto.

 

Más tarde Lode y Wil consiguen unos documentos falsos y ponen a la familia judía en un tren a Bruselas. Wil toma unos tragos con los antisemitas y se entera de una redada a los judíos que tendrá lugar pronto. Más tarde, Yvette y Wil husmean los documentos que tiene en la casa el líder antisemita, aprovechando que este está en un bar atiborrándose de alcohol. Mientras están hurgando los papeles, aparece el líder antisemita acompañado de una rubia, a la que en el bar le había prometido una propiedad que es de los judíos.

 

Yvette y Wil logran huir sin ser vistos y recalan en un antro en el que la tía de Wil festeja su amor hacia ¡el jerarca nazi! Wil en un principio se niega a beber con los nazis, hasta que comprueba que no le queda otra y se emborracha. En el estupor alcohólico se pelea con un nazi al que amenaza matar y tirar en el muelle para que le haga compañía al soldado perdido.

 

El jerarca nazi espera a que se le pase la borrachera y al día siguiente hace que recojan a Wil de su casa. Le muestra que está torturando con una sucesión de agua hirviendo y agua helada al jefe de policías. Le muestra también que tienen prisionero al líder de la resistencia, que fue el que hizo los documentos falsos para que la familia judía huyera a Bruselas, y que también develó la identidad secreta de todos ellos en la organización subversiva.

 

El jerarca nazi le dice a Wil que lo protegerá, junto a su familia, a Yvette y a Lode a cambio de que ahora en más trabaje para él y le pase información falsa a la resistencia. Wil sale del lugar de torturas y va a ver a Yvette y a Lode a quienes les cuenta que los nazis saben todo y que deberá obedecer para sobrevivir.

 

Yvette se niega y le exige a Wil que le dé el nombre del barrio en el que harán la redada antijudía. Wil se lo da, pero la redada tendrá lugar en otro lado. Wil y Lode son obligados por sus compañeros a participar activamente en la redada y deshumanizarse como todos los demás.

 

Yvette los ve a la distancia y echa a correr. Wil la sigue hasta unas vías. Un tren se aproxima a alta velocidad e Yvette a propósito se deja arrollar. Fin. Wil y Lode sobrevivieron.


Al principio pareció que estábamos frente a un registro dramático social del nazismo, pero a poco de andar nos dimos cuenta de que transitábamos el viejo y querido melodrama, radicalizado con sangre, vómitos, perversiones varias, porque el nazismo no fue precisamente un presente de cuento de hadas.

 

Sisu es una película finlandesa escrita y dirigida por Jalmari Helander.

 

Antes de empezar nos aclaran “Sisu es una palabra finlandesa que no puede traducirse. Significa una forma de valentía y determinación inimaginables. Sisu se manifiesta cuando se ha perdido toda esperanza.”

 

Después aparece la leyenda Finlandia, 1944. En un campo agreste, un hombre tamiza arena en un arroyo y descubre unas pepitas de oro, lo acompañan su caballo y un perro chico mezcla de caniche y sabrá Dios qué. Se nos aparece otra leyenda que dice: Capítulo 1 – El oro (habrá otros que se titularán: Los nazis, Campo minado, La leyenda, Tierra quemada, Mátalos a todos y Capítulo final.

 

Para no entrar en mayores detalles, que aquí en realidad son los que cuentan, digamos que hay un minero buscador de oro, que se cruza con unos nazis que son de lo peor, que quieren matarlo y quedarse con su oro, aunque mejor ni lo intentaran, porque el hombre es un excomando finlandés, más letal que la estricnina y con mucho sisu.

 

La película es la vieja y querida mezcla de géneros que aquí funciona de lo más bien. Es tanto un comic, un spaghetti western, una de terror, un policial negro, una de guerra, una de aventuras y así. Hay una fuerte voluntad narrativa de ilustrar el famoso sisu y los géneros utilizados se amalgaman bien. Es gore, hay despanzurramientos, desmembramientos, explosiones muy gráficas, pero uno ni pestañea, porque el cuento está bien contado y los nazis merecen lo que les pasa y si me apuran por momentos el protagonista se queda corto. Convengamos que después de Sam Peckinpah y alrededores, los enemigos se deshumanizaron de tan malos y no está mal que se los elimine sin piedad con lo que se tenga a mano. Hasta entonces, los enemigos alcanzaban cierta identidad y merecían algo de respeto y consideración. Pero desde que, al empezar una película, alguna monstruosidad los describe, pierden toda humanidad y adelante que vale todo.

 

No es que tenga un ataque moral, solo describo lo que veo y lo clasifico según mi buen (o mal) entender. Aquí la situación base es que un puñado de nazis quiere hacer desaparecer de la peor manera imaginable al protagonista, que este queda habilitado para devolverles el favor y como imaginación es lo que le sobra, las instancias son seductoras y apagan nuestra estimulada sed de sangre.

 

Jorma Tommila es el protagonista y por esta película ya es una estrella internacional. Logro ganado en buena ley. Entre los nazis hay algunas caras conocidas por películas suecas, dinamarquesas, noruegas, y aledañas: Aksel Hennie, Jack Doolan, Onni Tommila. Mimosa Willamo encabeza el sexteto femenino, unas prisioneras que llevan los nazis y a las que someten sexualmente cuando se les antoja. Las chicas tendrán la posibilidad de desquitarse. A Aino (la citada Mimosa Willamo) no le falta carácter y es de armas tomar.

 

Una película ideal para un domingo a la tarde en la que uno ande de humor negro y con poca y nada de esperanza para la redención de los congéneres.

Wil y Sisu podrían haber pertenecido a mi sección de Programa doble. Ambas transcurren en la Segunda Guerra Mundial, que más que un telón de fondo, ofrece sustento a las historias. Otros ámbitos y tiempos las habrían dificultado.

Gustavo Monteros


viernes, 19 de abril de 2024

Querido diario - Hoy: Dos vidas musicales del Cristo



 

Las semanas santas de mi infancia eran de un intenso recogimiento (con el perdón de la palabra). La Iglesia Católica regía los modos y las costumbres sociales según el calendario litúrgico. Había Día de los Santos y Día de los Muertos (si mal no recuerdo, uno o los dos eran feriados) Y en Semana Santa, no me acuerdo a partir de qué día, las estatuas de los santos se cubrían con mantos violetas en las iglesias, y en jueves y sábado santos, en la radio solo se oía música clásica, triste y solemne, y los viernes durante todo el día una sucesión de música sacra, fúnebre y monótona como pocas. La televisión suprimía todos sus shows y eran reemplazados con conciertos melancólicos o con películas en las que Jesús era la estrella (Rey de Reyes, La más grande historia jamás contada) o la participación especial (Ben-Hur, El manto sagrado, ¿Quo Vadis? Se programaban también Los 10 mandamientos, Sinuhé, el egipcio, El hijo pródigo que no referían específicamente a la fecha, pero que tangencialmente aludían a aspectos centrales o laterales del catolicismo imperante. Los 10 mandamientos se remitía al Antiguo Testamento, Sinuhé, el egipcio si bien transcurría en el Antiguo Egipto, se la relacionaba caprichosamente con el cristianismo, aunque más no fuera como lo que pasaba cuando no se conocía la religión verdadera o algo así, y El hijo pródigo ilustraba, claro, la famosa parábola de Jesús. De a poco, la Iglesia Católica perdió preeminencia, las costumbres se volvieron más laxas, el ayuno con pescado de los viernes santos ya no se observó con inexorabilidad, la radio se permitió no emitir música sacra y los feriados por semana santa se usaron para incentivar el mini turismo.

 

Lo que no se perdió es la costumbre de programar películas referidas al culto cristiano o al menos de romanos o de minifaldas, espadas y sandalias, como también se las llama. Este año adhiero a la fecha con la visión de dos películas que no hubieran programado en aquellos tiempos. Empiezo con Jesus Christ Superstar filmada en 1973 por Norman Jewison.

 

El proyecto fue primero un disco conceptual que su autor musical, Andrew Lloyd Webber, por antecedentes o porque le quedaba a tiro de piedra, transformó en un musical que probó suerte en Broadway y luego en el West End. En Nueva York le fue bien hasta ahí, pero en Londres fue un éxito duradero.

 

Muestra las últimas semanas de la vida de Jesús, de manera anacrónica y con la perspectiva dominante, aunque no excluyente, del personaje de Poncio Pilatos. Por momentos se nota mucho que el argumento o la concatenación dramática no fluyen, lo que denuncia el origen de disco conceptual, que solo a posteriori se pensó en volverlo un musical. Cada género tiene sus reglas y convenciones y si se las traiciona, se nota. Estos defectos se disimulan, la verdad sea dicha, por la potencia de la partitura, que es mayormente feliz, con puntos débiles que se obvian.

 

A poco de su estreno en Broadway, el empresario teatral argentino, Alejandro Romay, compró los derechos para estrenarla en el extinto teatro Argentino de Buenos Aires. Preparó todo sin escatimar gastos, pero la madrugada de su estreno oficial, el 2 de mayo de 1973, un comando terrorista ultracatólico incendió el teatro y la obra no se vio.

 

La película se estrenó en Argentina el 25 de octubre de 1973, pero a los pocos días se la levantó debido a pedidos de censura de grupos ultracatólicos que consideraban que solo la iglesia debía ejercer el monopolio de la figura de Jesús. El film tuvo su agosto en el auge del videoclub. A 50 años de distancia cuesta entender las encendidas polémicas que suscitó. Pero si se tiene en cuenta que era una sociedad de catolicismo dominante, se comprende un poco tanto furor y enardecimiento. Porque, seamos sinceros, Jesus Christ Superstar no tiene ni remotamente los dobleces filosóficos ni las profundidades inquietantes de La última tentación de Cristo, solo es música potente con letras ligeramente ambiguas.

 

Cuentan que Norman Jewison escuchó el álbum conceptual mientras terminaba de trabajar en su proyecto anterior, el también musical teatral, El violinista en el tejado, y concibió visualmente lo que la música le sugería, de ahí, supongo, que la ilación y la continuidad dramática le importaron menos que otras veces y aceptó sumar momentos y dejar que la música se imponga por sí misma. No fue un mal camino.

 

Godspell, musical de Stephen Schwartz con libreto de John-Michael Tebelak fue concebido y estrenado simultánea o paralelamente a Jesus Christ Superstar, pero en el Off-Broadway y de un modo infinitamente más modesto.

 

Godspell debutó en teatro el 17 de mayo de 1971, mientras que Jesus Christ Superstar lo hizo el 12 de octubre del mismo año. Godspell, como su nombre lo indica (Evangelio) si bien inicia con el llamado a los apóstoles y termina con la resurrección, se centra en las parábolas del Evangelio según San Mateo. A pesar de la seriedad de su tema, se trata de un musical amable, juguetón, poco dado a polémicas. No es roquero como el de Lloyd Webber sino que se nutre en el estilo pop, con algo de country y mucho del viejo music hall. El vestuario más que hippie clásico es Raggedy Ann and Raggedy Andy, o sea algo como Frutillitas sin la cofia, el sombrerón, o la boina inmensa. El estilo de actuación juega en gran parte con el del cine mudo o el del teatro infantil y, seamos sinceros, tanto exceso de ingenuidad llega a exasperar.

 

El musical teatral en el que se basa se estrenó en 1974 en Buenos Aires sin problema y con un éxito casi secreto de tan modesto. La película de David Greene de 1973 recién se vio con la irrupción del cable. Creo que, porque salvo Victor Garber, los nombres del resto del elenco son casi desconocidos para el público local. Dos detalles, como The Wiz de Sidney Lumet con Diana Ross, está filmada en una Nueva York vacía, sin sus multitudes y tráfico. Y, en ropa, dirección de arte y estilo de actuación tiene notorias coincidencias con Juguemos en el mundo (1971) de María Herminia Avellaneda con María Elena Walsh, Perla Santalla y Jorge Mayor. Nada muy extraño, ese estilo andaba por ahí.

 

Moraleja: si hacés una obra y le ponés el nombre de Jesús y lo adjetivás con un sustantivo tan frívolo como Superestrella, hasta las monjitas de clausura te exorcizarán con baldes de agua bendita. Pero si le ponés Evangelio en inglés, no te molestarán ni los canes de San Roque. O sea no está mal meterse con el material sacro, siempre y cuando no levantes mucha polvareda.

Gustavo Monteros

viernes, 12 de abril de 2024

Querido diario - Hoy: La ducha


 

¿Acaso fue porque el afiche me remitía a algo que había visto y me había gustado? ¿Acaso fue porque el film era del año 1999 que fue un buen año en lo personal? ¿Acaso fue porque estaba harto de barajar que podía ver y optar por esta película era una elección tan buena o tan mala como cualquier otra?

 

Uno de los problemas que enfrenta el cinéfilo de hoy es que las posibilidades se han extendido inabarcablemente. Y cuando hay tanto para ver o rever, uno se neurotiza, pierde el tiempo sopesando opciones y uno se va a dormir sin ver nada o termina viendo algo que nos entusiasma tanto como contar cuántos clavos hacen 200 gramos. 

 

En algún momento de mi vida, me crucé con personas que decían que terminaban de leer todo libro que comenzaban, aunque los aburrieran tremendamente. Me pareció una conducta a imitar y durante unos cuantos años, terminé todos los libros que empecé. Una reverenda estupidez. Si un libro no te gusta o te aburre, cerralo con una palmadita en la tapa y le agregás un Perdona, hermoso, pero no sos para mí y en vez de terminar un mamotreto que jamás te deparará placer, intentá con otro, que bien puede compensarte con creces el aburrimiento absoluto que te generaba el anterior.

 

Ahora a la vejez y contra toda previsión lógica y esperable, se me ha dado por terminar toda película que empiezo. Si de buenas intenciones está lleno el camino al infierno, de estupideces varias está lleno el camino a ninguna parte. Acallo mi sensatez diciéndole, la culpa es que no se van, siempre están ahí, en tal archivo bajado, en el streaming, en el cable y en los miles de formatos y estados en que sobreviven las películas.

 

Eso sí, las veo en capítulos. Llego hasta algún momento de la trama en el que puedo poner punto y dejo esa película y me voy a intentar con otra. Cuando se me juntan unas 10 o 12, cueste lo que cueste, retomo donde las dejé y termino de ver a todas, con disciplina prusiana que bien podría ejercitar en tareas más útiles.

 

Sorpresa. La ducha (Yang Zhang, 1999) me atrapó de tal modo que la vi de un tirón.

 

Da Ming (Cunxin Pu), un próspero empresario de Shenzhen, regresa a su casa natal de Beijing, creyendo que su padre viudo ha muerto. Es que su hermano menor, Er Ming (gran trabajo del espléndido actor y cineasta, Wu Jiang), un discapacitado mental le ha enviado un dibujo en el que se ve al padre acostado en una cama y tapando parte de su figura se ve a Er Ming, sentado en la misma cama, mirando al frente.  El padre (Xu Zhu) no solo no está muerto, sino que regentea con entereza el negocio familiar: un baño público. Puede que se lo vea un poco cansado, pero enfrenta lo que le toca con energía y así no es solo un padre estimulador para Er Ming sino un consejero matrimonial, un rompe pleitos, un presta orejas y lo que sus clientes habituales necesiten.

 

Da Ming más pronto que tarde se entera de que el barrio en el que está el baño será derribado para dar espacio a un gran centro de compras. O sea, ha vuelto en el momento preciso de tomar decisiones que condicionarán su futuro, porque el pasado del que ha huido le exige que lo enfrente y el presente agradable del reencuentro no será eterno. Tampoco el padre y solo él quedará a cargo de su hermano discapacitado.

 

Da Ming ha escapado tan perfectamete de Beijing que se ha “olvidado” de contarle a su nueva esposa en Shenzhen que tiene un hermano encerrado en una infancia eterna. La pobre, cuando se entera, no reacciona bien y no da la altura de lo que se entiende como buena persona.

 

La película, a pesar de ser elegíaca, y mostrar en un último fulgor lo que ya no volverá, la infancia, el sitio donde pasó, las costumbres de bañarse en público con otros, que son reemplazadas por duchas automatizadas individuales (como bien ilustra la primera escena), tiene la pujanza de lo que jamás se olvidará. Porque si bien el film está lleno de adultos, que discurren sabiamente, que toman decisiones maduras, el punto de vista es el del inocente, Er Ming.

 

Esa, quizás, es la palabra clave que vertebra a toda la película: inocencia. El cuerpo de Er Ming, como el de todos los demás hombres, a lo largo del tiempo se deteriorará, perderá pelo, dientes, vista, padecerá achaques crónicos y los huesos comenzarán a sostenerlo con esfuerzo, pero su mente será siempre la de un chico, con sus asombros, sus caprichos, sus berrinches. Su inocencia será imperturbable toda la vida y sus ojos jamás tendrán la opacidad de los que saben de crueldades inútiles. Saldrá de esta vida con la misma mirada con la que entró. Una mirada que cada día esperó que el mundo fuera bello, bueno y afectuoso. Ese mundo que los que no somos inocentes debemos crear.

Gustavo Monteros

viernes, 5 de abril de 2024

Querido diario - Hoy: Yo soy la ley


 

Sabía que la había visto, pero me acordaba poco o nada de para donde iban los tiros. Se trataba, claro, de un western serio. El título así lo proclamaba: Lawman (Hombre de ley en su traducción literal y como Yo soy la ley, se la conoció por acá, Michael Winner, 1971) Nada de spaghetti, muy en auge por aquellos tiempos, ni de comedia al estilo de Ayude a su comisario (Support Your Local Sheriff!, Burt Kennedy, 1969). Tampoco nada de alegorías épicas o metafísicas modelo John Ford con inquietudes. El empaquetado (tráiler, afiche, resumen) sugería que venía más para el lado del drama moral, algo así como un Ibsen con caballos. Y por la edad de su protagonista, Burt Lancaster a sus 58 años, el héroe, por supuesto, era crepuscular.

 

Por lo tanto, venía más para el lado de un hombre que iba a poner en prueba lo aprendido que de uno que iba a construir sabiduría.  En el pueblo en el que Jared Maddox (Burt Lancaster) era sheriff, Bannock, para más precisiones, una noche en que estaba ausente en busca de forajidos, los hombres de Vincent Bronson (Lee J.Cobb) un ganadero de Sabbath, se sobrepasaron de whisky, sexo, juegos de azar y disparos y en la exuberancia de su desatada diversión terminaron por matar a un anciano, sin reflejos para refugiarse a tiempo.

 

Ahora Maddox / Burt se apersona en Sabbath para llevarse a Bronson y sus hombres para ser juzgados en Bannock.

 

Bronson, como buen ricachón, quiere evitar que la ley lo alcance y le pide al sheriff de Sabbath, Ryan (Robert Ryan) que le arregle una cita con Maddox para sondearlo. Ryan le anticipa que Maddox es incorruptible. Bronson sabe que puede ir a Bannock y comprar al juez y a todo el pueblo, pero no tiene ganas de postergar trabajo en el rancho para cumplir con la ley.

 

La mano derecha de Bronson, Harvey Stenbaugh (Albert Salmi) quiere apurar la situación y desafía a Maddox que lo mata. A Bronson no le queda otra que vengarlo, algo que en el fondo no quiere hacer porque andar a los tiros es cosa del pasado.

 

Ryan si bien responde a Bronson admira la integridad de Maddox, aunque le pide que sea menos inflexible y acepte dinero como compensación por la muerte del viejo ciudadano de Bannock. Lucas (Joseph Wiseman), el dueño del salón de Sabbath, admira también a Maddox, pero considera que su apego a la ley está equivocado y que mejor debe negociar una alternativa. Una expareja de Maddox, Laura Shelby (Sheree North), ahora compañera de uno de los hombres de Bronson, le pide también a Maddox que sea flexible. Ante tanta insistencia, Maddox reconsidera su postura, pero un hecho de sangre lo pone en un camino sin salida.

 

La presencia de la ley en el título no es al divino botón porque todo gira alrededor de los vericuetos de la justicia, si en este caso es preferible la formal con juez y jurado, o la informal, con algún arreglo compensador para el pueblo asolado y su víctima. Las posturas de los personajes son claras y cada acción tiene su consecuencia. Y son estas consecuencias más que la metida de cola del destino las que determinan el relato.

 

Le escribo a un amigo: “Vuelvo a ver Lawman o Yo soy la ley, un western de 1971 de Michael Winner. Correcto, al uso, standard. Nada innovador, pero entretenido. Con escenas de lucimiento para las veteranas coestrellas Lee J. Cobb, Robert Ryan y Joseph Wiseman, con otro buen secundario de Robert Duvall y los pininos de unos jóvenes Richard Jordan y John Beck. Pero lo que motiva este comentario es la estrella del film o sea Burt Lancaster. Mamma mia, era todo eso que se dice de él y que siempre supimos. Tiene una autoridad innata. Pega todas las intenciones, maneja el nivel justo de emoción, fluye, es dinámico, es imposible dejar de mirarlo, de perderlo, por momentos parece que no estuviera haciendo nada y está haciendo mil cosas a la vez, algunas hasta contradictorias. Cuando uno lo vuelve a ver en El gatopardo, en La celda olvidada, en Elmer Gantry, en El farsante, en La rosa tatuada o en Sweet Smell of Success / La maldita mentira uno espera maravillarse, sorprenderse con algún detalle que no notamos las otras veces, y no encantarse con él en Aeropuerto, Pánico en el puente o Victoria en Entebbe, pero es maravilloso en todo y en todas. Bueno, eso, ya sabemos hasta el hartazgo esto que digo, pero me sorprendió comprobarlo en un western de domingo. Cheers!!!”

 

Le escribo, pero no se lo mando. ¿Por qué? No sé. Si supiera todas las respuestas, sería feliz (o casi)

Gustavo Monteros

viernes, 22 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: La chimera


 

En una de las escuelas en las que trabajo como profesor, la biblioteca hace un expurgo por los pasillos. Yo ya me llevé todos los libros de autores que conocía o me interesaban. Pero aquel día no había alumnos y tenía que cumplir el horario completo de las horas que daba. Era la primera o segunda jornada del temporal de lluvia y viento que los medios ya califican de “histórico”.

 

Los libros que quedan juntan polvo en unas mesas mustias. Me pongo a examinarlos para ver si se me pasó alguno que podría reconsiderar. Un título me intriga, La galería de espejos, pero no conozco al autor, Homero M. Guglielmini. Como el tiempo no me urge, tomo el teléfono y busco información en la enciclopédica internet.

 

Me entero que fue un filósofo y literato, que adhirió primero al nacionalismo (de derecha, supongo), después al peronismo y cuando la Revolución Fusiladora lo echó de los lugares en los que trabajaba, fue rescatado por los españoles que le dieron una beca, vuelto al país, trabajó un tiempo de periodista, se instaló en Mar del Plata, donde lo mató un ladrón que quiso entrar a su casa, y su muerte prematura no le permitió dejar exégetas, y así su obra se fue deslizando al olvido en el que está hoy.

 

Me entero también que el libro suyo, que tengo en las manos, ganó un premio importante. Me lo llevo a la sala de profesores y lo hojeo. Leo la contratapa y a pesar de que sé que no debo hacerlo, leo el prólogo. Un profesor de la facultad nos enseñó que el prólogo, aunque está al principio, hay que leerlo último. Lo escribió alguien que ya leyó el libro y ustedes no, nos dijo, entonces puede revelarle datos del argumento o condicionarlos con su opinión, mejor leerlo cuando ustedes ya tengan una idea formada, mejor confrontar la opinión con el prologuista que aceptarla de entrada, solo porque no tienen ni idea de qué trata o cómo es el libro, no hay nada como el criterio propio.

 

En estos días, sus palabras me vienen mucho a la mente, porque se me ha dado por elucubrar que mucho de lo malo que nos está pasando social, política, económica y culturalmente es porque permitimos que, en política, sobre todo, piensen por nosotros, nos levantamos y no desayunamos con nuestros pensamientos, no, prendemos la radio, la tele o nos metemos en internet para que nos digan qué tenemos que pensar, el criterio propio, de tan perdido no existe.

 

Pero esta vez mi transgresión no es tanta. El propio autor escribe el prólogo y más que valorarse de más dándose loas o traicionarse contando lo que no debe, hace una declaración de principios: “Pero ¿dónde empieza lo imaginario y dónde acaba? Nadie lo sabe, nadie lo sabrá nunca. Nuestra vida y nuestro mundo están entretejidos por la inextricable urdimbre y la permanente confusión de fantasía y realidad, de ensuelo y vigilia, de ficción y verdad. Los hilos de la realidad nos parecen más importantes porque son más gruesos y toscos, eso es todo. Pero a cada momento podemos dar vuelta el tapiz, y entonces veremos las figuras al revés (…) No es cierto que vivimos preferentemente instalados en la realidad: la mayor porción de nuestro ser -quizá la mejor- se apoya en la expectativa, el proyecto, el sueño, el temor, la ilusión, la angustia, la esperanza. El pasado se va muriendo a cada minuto, no queda de él sino el recuerdo, a su vez una forma de la imaginación, tenue como un tul. Imaginamos el pasado en forma semejante a cómo imaginamos el futuro. Lo que ha sido, ya no es, lo que habrá de ser, no es todavía. Frente a esa área inmensa de lo recordado y presentido, de lo que anhelamos o rememoramos, el caudal, de la realidad es tan breve que cabe en el hueco de un dedal. (…) Está bien que así sea: nuestra vida sería insoportable si no pudiéramos suponer e imaginar en cualquier momento algo más bello y consistente que ella misma. Los poetas tienen siempre razón”

 

Por eso a la noche, entre las películas por ver, opto por La chimera. Me gusta mucho el cine de Alice Rohrwacher (y no menor es el placer que tengo cada vez que pronuncio su nombre, que en fonética gaucha es algo así como “aliche rorguaker”). Su cine transita la cornisa entre la realidad y el sueño. Su estilo es claramente discernible. Es luminoso, brillante, alegre, aunque con un dejo de melancolía. Celebra las caras idiosincráticas de lo que para ella es Italia, aunque a diferencia de Fellini, al que cita y homenajea, no va por lo fenomenológico, sino por lo peculiar. Los rostros que ilumina puede que no parezcan bellos de entrada, pero a los segundos son elegantes y distinguidos. La belleza en su cine no depende de quién la mire sino de cómo ella la fotografíe.

 

La chimera comienza en media res y si bien no es ningún misterio lo que sucede, se tarda un poquito en descifrar que está pasando, aunque se disfruta enormemente la desazón. Arthur (Josh O’Connor) está durmiendo en un vagón de tren. Viste un traje blanco, sucio y desprolijo. Las chicas que lo acompañan en el compartimento elogian su apostura. Él, cuando se despierte, dirá que tienen el perfil de unos dibujos clásicos, la nariz de las chicas es prominente, pero no las afea. El guarda es quien lo despierta para pedirle el boleto. Arthur le entrega un papel. El guarda le pierde la simpatía que le demostraba. ¿Un papel en vez del boleto? Más tarde comprenderemos que quizá es un certificado que explica que pasó un tiempo breve en la cárcel. Entra un vendedor de medias y le hace a Arthur el chiste de que tiene que comprarle las medias sí o sí, porque las que tiene puestas huelen feo. Arthur reacciona mal, el vendedor le regala unas medias coloridas y se va ofendido. Las chicas también abandonan el compartimento. Arthur las sigue al pasillo, pero de ellas ya no hay rastro, salvo el perrito blanco que sostenían en el regazo que en medio del pasillo parece regañar a Arthur.

 

Nada hay de anormal en esa escena, pero todo está como un poco corrido de lo que es esperable. Y así es en todo el film. Adelantemos un poco. Aunque no hay indicaciones muy definidas, estamos, por la ropa y los muebles y los utensilios, los peinados y los zapatos en la década del ochenta. Arthur y una banda de muy queribles malandras se dedican a saquear tumbas etruscas. Se quedan con las ofrendas y los ornamentos que se ponían junto a los muertos para hacerles la vida más cómoda en el más allá. Este saqueo cultural está penado por la ley, de ahí que deban cuidarse de los policías.

 

Arthur es amigo de Flora (Isabella Rossellini) una anciana que vive en una ex casa solariega que ahora se cae a pedazos. Es la abuela de Beniamina (Yile Yara Vianello), amor por el que pena Arthur sin consuelo y nosotros jamás sabremos si ella se fue sin noticias desde entonces o está muerta. A Flora la sirve Italia (Carol Duarte) que más allá del nombre no es italiana, es portuguesa. Italia le oculta a Flora, confinada a una silla de ruedas, que en la mansión están también sus dos hijas, una bebé y una preadolescente, algo que precipitará la ruptura entre ambas.

 

La música que usa Rohrwaker es variada y va desde Mozart, Monteverdi hasta el folklore y el pop italiano, con todos los intermedios imaginables. En uno de los episodios de Fellini Roma, una de las películas de mi vida, unos arqueólogos abren una habitación enterrada y cubierta de frescos bellísimos, la luz entra y con ella el oxígeno u otros agentes químicos (la ciencia no es lo mío) y los frescos comienzan a borrarse, después de siglos, su belleza es a la vez redescubierta y vista por última vez. Aquí en un momento determinado, al entrar a una tumba, pasa algo parecido, pero los dibujos esta vez no desaparecen, solo pierden su brillo y su definición, pasan a ser un fantasma de lo que fueron. Tiene que ver quizá con algo que se dice por ahí, de que lo que las tumbas guardan no son para ojos humanos. El final puede ser visto como abierto o ambiguo. No creo que sea ninguna de las dos cosas. Porque como dice Gugliemini en el prólogo de su La galería de espejos: “Los poetas tienen siempre razón.

Gustavo Monteros



viernes, 15 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: Quiz Lady


 

El mundo se va al carajo (si es que ya no llegó y tardamos en enterarnos) El capitalismo resolvió sus crisis mutando en neoliberalismo y los ricos son enésimamente más ricos y los pobres de tan pobres ya ni saben qué son. Y las clases medias se caen sin remedio perdidas en negaciones, estupideces y creencias de seguir en estados de bienestar que solo existen en sus sueños.

 

Y todo este descalabro socio-económico también es cultural y hace que las películas (por no decir libros, músicas, artes plásticas y los etcéteras vinculantes) sean cada vez más malas.

 

Y como hay que vivir y seguir entreteniéndonos, nos ponemos perdonavidas y decimos que tal o cual película se deja ver, que tal actriz o actor la hacen llevadera, que si no se le pide mucho entretiene. O sea, excusas para seguir tirando. Para no admitir que perdimos el tiempo. Que los deslumbramientos están cada vez más lejos. Que todo es profesionalismo, oficio. Poco arte. O ninguno.

 

Si hasta en la temporada de premios, los entusiasmos nos duran un segundo. Y vistas contra la luz cruda de la mañana, hasta encumbradas y celebradas obras pierden el brillo de la noche anterior. Anatomía de una caída no resiste mucho análisis. Si se rearma su trama, pierde el tenue encanto pegado con alfileres.  Los que se quedan exhibe más maña que inspiración. Y es probable que se convierta, como dicen todos, en un nuevo clásico navideño como ¡Qué bello es vivir!, no porque tenga méritos para estar a la altura del ejemplo, sino porque por regla general, las películas navideñas son tan malas, que esta que es apenas buena, ya se posiciona alto.  Pobres criaturas es creativa, pero si no adherís a su ética ni estética (mi caso) te quedás más afuera que Nora al final de Casa de muñecas. Zona de interés es dura de ver y pueda que persista, pero es como Noche y niebla de Resnais, más una experiencia de deber cívico que el regocijo ante una obra de arte. Está bien, los fusilados de Goya o el Guernica no provocan lo mismo que La novicia rebelde, pero a lo que voy es claro, creo. Insisto, por las dudas. No todo arte depara las mismas emociones, pero uno tiende a identificar las reacciones ante las obras como primordialmente positivas. Oppenheimer es un thriller rebuscado que da más vueltas que una oreja para escamotear el villano y ofrecer una mínima vuelta sorpresiva al final.

 

En el cine contemporáneo, algunas películas zafan mejor por perfilarse en un género. Si tienen tiros bien pegados, muchas de acción o policiales pueden pasar por buenas. Los musicales disimulan mejor sus tropiezos porque tienen más espejitos de colores, canciones logradas, actuaciones oportunas, coreografías atinadas y así tremendos bodrios como La la land quedan bien aspectadas (en su momento hablé bien de Chicago, perdón, mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa, ¡me enamoran sus canciones!) Este año, la versión musical de El color púrpura tiene sus méritos, aunque usted no lo crea. Y Wonka, la verdad sea dicha, ¡me encantó! No vi la nueva Mean Girls, todavía.

 

Pero a la hora de la verdad, la que la tiene difícil es la comedia. Si, por lo menos, no muestra efectividad está liquidada. Aunque, claro, hay muchos tipos de comedia. Porque no todos nos reímos de lo mismo.

 

Me cruzo con Quiz Lady (Jessica Yu, 2023) y veo el tráiler para ver si puedo reírme con su humor (por aquello ya mencionado de que no todos nos reímos de lo mismo) Concluyo que puedo llegar a reírme con ella y la veo.

 

Es tanto una buddy-movie, como una roadmovie, como una feel-good movie de superación.

 

Ann Yum (Awkwafina) y Jenny Yum (Sandra Oh) son dos hermanas distanciadas, vueltas a reunir por la huida de la madre de un geriátrico. Ann, desde siempre, es fanática de un programa de preguntas y respuestas, un Quiz Show bah, conducido por Terry Mc Teer (Will Ferrell) en el que el campeón habitual es el participante, Ron Heacock (Jason Schwartzman). Una deuda inesperada de la madre hará que Jenny inste a Ann a participar del show para ganar la abultada suma adeudada. Francine (Holland Taylor), la vecina de Ann, tendrá una participación no menor en las idas y vueltas.

 

Si en el policial estar un paso delante de la trama es un demérito, en la comedia no necesariamente lo es. En las de enredos, por ejemplo, en la presentación de personajes, uno puede adivinar quién se enredará con quién. Las sorpresas no dependerán de la originalidad de la trama, sino del desarrollo. Aquí, hasta cierto punto, eso se cumple. Uno ve venir para dónde irá la trama, pero el cómo a veces nos elude y sorprende.

 

Hay excesos innecesarios, el personaje de Jenny tiene un permanente juego de comedia física que dista mucho de ser elegante. El motivo por el que Jenny no pudo seguir estudiando es literalmente escatológico. Si bien es sabido que es muy incómodo hacer las necesidades físicas en casa ajena, más en un baño adyacente a los dormitorios de los anfitriones, la solución que la pequeña Ann encuentra es un poco extrema. (Los arquitectos deberían reconsiderar la vuelta de letrinas alejadas de la casa principal, a veces, para personas tímidas o inhibidas pueden ser muy convenientes)

 

Estoy tentado a terminar con los lugares comunes de que se deja ver, de que Sandra Oh, Awkwafina y el resto del elenco hacen atractiva la visión, de que, si no se le pide mucho, entretiene, pero hay un par de escenas que la distinguen y la hacen considerable. Al principio se ve a una Ann niña que va creciendo, siempre sentada en un sofá, frente al televisor, donde permanentemente está el Quiz Show de Terry Mc Teer. Detrás del sofá, sus referentes adultos, o sea su madre y su hermana, hacen su vida a los gritos y en referencia permanente a hombres e ignorando olímpicamente a Ann. Se comprenderá después porque en el trabajo tiene nulas habilidades sociales y que la única relación confiable para ella es la que tiene con este show de preguntas y respuestas y con su conductor perenne. Y en el final habrá una sobredosis de subtítulos impresos a la imagen que nos cuentan el destino final de todos los personajes, con detalles no siempre necesarios o pertinentes. Las dos escenitas despiertan más una sonrisa amarga que una carcajada fresca, pero hay creatividad en ellas y rescatan a esta comedia de la medianía habitual en estos tiempos, en la que el oficio prima sobre el talento genuino.

Gustavo Monteros

viernes, 8 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: Las hilanderas de la Luna


 

Entre mis seis y doce años fui un rehén entusiasta de cuanto producto cinematográfico quisiera venderme el sello Disney. No solo los largometrajes de dibujos animados como Bambi, El libro de la selva, Fantasía, La espada en la piedra, La dama y el vagabundo, Los 101 dálmatas, Peter Pan, etc, sino también los de acción o aventuras con actores: Cupido motorizado, El profesor distraído, 50.000 leguas de viaje submarino, La isla del tesoro, La familia Robinson, Mary Poppins, claro, entre muchas otras. Y si por rarezas de distribución zafé de las protagonizadas por sus estrellas infantiles Jodie Foster y Kurt Russell, no escapé de las protagonizadas por Hayley Mills: Pollyanna, Operación Cupido, Los hijos del capitán Grant, Magia de verano, Un gato del F.B.I. y la que más permaneció en mi memoria, al menos por un tiempo: Las hilanderas de la luna.

 

Cuando llegué a La Plata a vivir, con trece años casi cumplidos, me atosigué con (ojo que solo menciono las que vi en el año 1970) Perdidos en la noche, Adiós, Mr. Chips, Ana de los mil días, Baile de ilusiones, Bob & Carol & Ted & Alice, La primavera de una solterona, Los años verdes, Busco mi destino, Flor de cactus, Hello, Dolly!, Sweet Charity, Chicago, Chicago, Butch Cassidy, Abandonados en el espacio, Z, Krakatoa, al Este de Java, El secreto de Santa Vittoria, La pandilla salvaje, La caída de los dioses, entre otras muchas, y crecí de golpe, abracé la desilusión, la suspicacia, la paranoia, la amargura, la advertencia de males mayores, la violencia, la politización, la ambición de crear un mundo mejor del cine de los años setenta y así como se dejan de un día para otro los soldados de plomo y se los olvida en una caja que no tarda en perderse, ya no me sentí un niño y el sello Disney no pudo venderme más nada.

 

La vida da unas cuantas vueltas y llego a la plataforma Disney Plus, me pongo a escarbar en el catálogo y me choco con The Moon Spinners o sea Las hilanderas de la Luna de un tal James Neilson, hecha en 1964. Dura dos horas y la veo.

 

Nikky Ferris (Hayley Mills) una adolescente llega con su tía Frances (Joan Greenwood) a un remoto pueblito de Grecia. Intentan hospedarse en Las hilanderas de la Luna, un hotelito regido por Sophia (Irene Papas) y su hijo preadolescente Alexis (Michael Davis). El hermano de Sophia, Stratos (Eli Wallach) evita que las inglesas sean hospedadas, pero termina aceptando que se queden solo por una noche. Stratos y su secuaz, Lambis (Paul Stassino) tienen en la mira al inglesito que también es pasajero del hotel, Marc Camford (Peter McEnery). Stratos y Lambis invitan a Marc a pescar de noche. Marc no acepta, pero espía donde Stratos detiene el bote. Lambis que se ha quedado en tierra, ve a Marc iluminado por un faro que tiene Stratos en la embarcación y le dispara con un rifle hiriéndolo en el hombro.

 

A la mañana siguiente Nikky se extraña que le digan que Marc se ha ido, porque había quedado a ir a nadar con él. Paseando por la isla, Nikky encuentra a Marc refugiado en una ermita. Más tarde Marc le revelará haber sido guardián de joyas en un banco de Londres, que un día por tener una cita no esperó a que los guardas que siempre lo acompañaban y fue solo a entregar unas joyas pedidas, que lo asaltaron, lo golpearon en la cabeza, lo dejaron inconsciente y se las llevaron. La policía, la prensa y el banco no creyeron su inocencia. Como no encontraron pruebas en su contra, lo dejaron libre, aunque perdió el trabajo.

 

Unas circunstancias fortuitas lo pusieron en la pista de Stratos y el hotel Las hilanderas de la Luna. Porfía con que Stratos enterró las joyas en la zona de pesca de la bahía y que está por venderlas. Es así. De ahí que pronto conoceremos a los intermediarios de esta exclusiva compra venta, el cónsul Anthony Gamble (John Le Mesurier) y su esposa Cynthia (Sheila Hancock). En el último tramo aparecerá en un yate de lujo la compradora, Madame Habid (Pola Negri) y todo se resolverá de un modo u otro.

 

El director James Neilson es apenas eficiente y no ostenta mucha creatividad. Ni la secuenciación ni la dirección de actores son su fuerte. Hayley Mills no escatima mohín y sin querer (o queriendo) está más cerca de un histérica de libro que de una protagonista encantadora. Irene Papas, Joan Greenwood y Eli Wallach tiene mucho oficio y zafan. Peter McEnery que, con mucha imaginación, uno debe considerarlo el galán, en la primera escena está como de cocaína, pero después se calma. Un aparte para Pola Negri, gloria del cine mudo, en el que destacó por su extravagancia, sale de un autoimpuesto ostracismo para esta que fue su última participación en escena. Su Madame Habid, con un guepardo de mascota, es lo mejor de la película. Por la sencilla razón de que su escena está jugada en comedia, sin la indefinición de género del resto de la película, que es tanto un vehículo de lucimiento para la exestrella infantil, hoy adolescente plena, como una de aventuras (se destaca la bajada de un molino por sus aspas), una comedia (la tía Frances manejando una carroza fúnebre) con tonos dramáticos (el cónsul y su mujer, una beoda que nubla con alcohol el estar tan lejos de su hábitat social, los eventos fiesteros de la clase alta inglesa, parecen sacados de una obra de Pinter) y hasta con momentos musicales (la tía Frances recupera canciones folklóricas a punto de perderse para la BBC y logra que un coro de habitantes cante Las hilanderas de la Luna, canción que se basa en una leyenda sobre unas artesanas que trabajan con los hilos que le sacan al ovillo de la luna llena).

 

Puede que de niño esta película me haya gustado, pero hice bien en olvidarla cuando aprendí que el cine podía ser algo muy superior. Puede que un coleccionista de tesoros fallidos como Tarantino le halle encantos que yo francamente no le encuentro, por más nostalgia que le ponga.

Gustavo Monteros

viernes, 1 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: Meg La Reina de la Rom Com Ryan o Lo que sucede después


 

Mientras duró el descanso, elegí películas para nuestras secciones habituales de Programa doble, Películas que ya tendría que haber visto o Películas con títulos de una palabra evocadoras de ciudades, países o accidentes geográficos, etc. Pensé también en nuevas secciones: 50 años no es nada (donde repasaría films que este año cumplen 50 años de su estreno, como Chinatown), Reverdeciendo laureles (en la que vería si algunos clásicos sigue vigentes o ya perecieron), El original y la copia (análisis de obras que tuvieron su remake feliz o desafortunada) o Al mal tiempo, feel-good movies (espacio para contrarrestar la deshumanización ya instalada o para celebrar la poca humanidad que nos queda, revitalizando costumbres perdidas, como la solidaridad, la generosidad, la amabilidad) Pero a medida que se acercaba el momento de concretar las ideas y sentarme a escribir, me dominaba un sentimiento de Déjà vu, de ya lo hice antes y mejor quizá, de para qué insistir. ¿Acaso se me habían pasado las ganas de hablar sobre cine? No, me contesté. Solo es hora de variar el ángulo, de correrse de las estructuras practicadas, de abandonar las rigideces a las que obligan las formas elegidas de ejercer este amor por la narración audiovisual. Se me ocurrió entonces intentar uno de los recursos más viejos: el clásico y confesional Diario. Allá vamos.

 

Diario de un cinéfilo desesperado en tiempos de oscuridades político-sociales

 

(Juego a ser el ghost writer de Meg Ryan y la hago hablar de su carrera y de su última película)


Hasta para envejecer hay que tener suerte. Catherine Deneuve tiene una estructura ósea tan perfecta, que es bella a cualquier edad. Sophia Loren, también. Y en esto no se aplica el chiste de El club de las divorciadas, ese de que Sean Connery siempre es un semental sin importar su edad. A lo que voy, es que en esto los hombres no son la excepción. Omar Sharif terminó por ser un viejo tan apuesto como lo fue en su juventud. Pero Gregory Peck perdió con la edad gran parte de su encanto y James Stewart fue lisa y llanamente un viejo feo, que solo remitía de nombre al joven atractivo que supo ser. Yo tuve lo mío, un montón de películas lo atestiguan. No fui bella, pero si atractiva. Linda, pero no en el sentido de Ava Gardner, más bien en el de Betty Hutton. No pasaba desapercibida, se me consideraba hermosa, la cámara amaba mis mohines, tanto que me fijó en un solo perfil de personajes. El de la rubia un poco despistada, aunque encantadora. Sexy, sin exagerar e inteligente. Nada de rubia, algo bobalicona y tremendamente sexy, como Marilyn Monroe. Nada de rubia, muy sexy y algo hueca como Goldie Hawn. Un poco neurótica, pero sin llegar a los extremos de Diane Keaton. Fui la rubia que se salió del molde, la rubia inteligente. Todo gracias a Nora Ephrom y su guion para Cuando Sally conoció a Harry, que fue cuando mi carrera cambió. Hasta entonces, me había hecho notar un poco, llegué hasta ser ¡la novia del protagonista! Pero después de Sally fui una estrella. Claro, también soy una actriz y quise probar otras cosas, fuera de la romanticona que ve su vida completa cuando consiguió el beso abrasador de su galán. Probé con ser una alcohólica, una heroína militar con medalla y todo, una policía un tanto siniestra, la esposa de un secuestrado y hasta una representante de boxeadores. Me salí de las seudo actitudes virginales de la protagonista romántica y me puse provocadora y muy sexuada. Todo muy interesante para mí, pero todos pedían a la rubia más leve que se enamoraba y lograba su galán. Y se las dimos, hay peores maneras de ganarse la vida. Pisando los cincuenta, me dije: aunque la cara no se me cayó, la vergüenza, un poco sí. Por más vueltas de argumentos que les den a los guiones, voy a quedar ridícula si a una edad en la que ya alguna cosa tendría que tener clara, persisto en tener como única preocupación vital conseguir un hombre o mantenerlo al lado. No vivimos en las novelas de Jane Austen, hay más cosas en la vida de una mujer que un hombre. Me di una pausa en el cine, participé de algunas series y me puse a planificar mi debut como directora. Fue por entonces que se filtraron unas fotos en las que se me veía de mi edad. Tenía un poco de bótox, que entre las actrices que pierden la lozanía es como descubrirse con mal aliento y mejorar la higiene bucal. Algo tan natural como ser encantadora. Y como ahora cualquier cosa es un escándalo, se pusieron a especular que por mantener la belleza me había sometido a cirugías plásticas que me arruinaron la cara, que en vez de envejecer “naturalmente”, me ponía a emular a la recauchutada duquesa de Alba. Lo irónico del caso es que yo no me había hecho nada, estaba envejeciendo “naturalmente”, salvo que yo no tengo la suerte de la Deneuve o la Loren, o Sharif o Lassie, yo estoy más del lado de Jimmy Stewart. De mayorcita doy fea. Comedia, muchachos, comedia. Incorporarse, sacarse los restos del pastelazo de la cara y a seguir viviendo. Y debuté nomás como directora con Ithaca, sobra la novela de William Saroyan, The Human Comedy, sobre un carterito que durante la Segunda Guerra Mundial en un pueblo de los Estados Unidos debe repartir los telegramas de defunción de los soldados que cayeron en acción. Pasó con más pena que gloria, aunque me gustó hacerla y no me salió tan mal. Y me dije si lo que más quieren de mí es la rubia comediante de problemas amorosos, démosela. Aunque más no sea porque le debo un homenaje a Nora, Ephrom, claro. Y elegí llevar al cine la obra teatral de Steven Dietz, Shooting Star / Estrella fugaz y con Steven, Kirk Lynn y yo armamos el guion. Una expareja se reencuentra en un aeropuerto que interrumpe sus funciones por una tormenta de nieve. Son dos mayorcitos con la vida hecha que pasa en claro lo que pasó entre ellos y lo que hicieron después de ya no verse. Hoy la recuerdo porque es 29 de febrero que es cuando transcurre la acción y que por ser algo que no ocurre todos los años viene con su carga de magia excepcional. Y si a Ithaca prácticamente la ignoraron, a What Happens Later / Lo que sucede después le tiraron con toda la artillería conocida y por conocerse. Está bien, está bien, se basa en una obra de teatro y más allá de todos mis esfuerzos por darle variedad a su único escenario, un aeropuerto semi desierto, puede que denote por momentos su origen teatral y puede que haya insistido demasiado en hacerlos pasearse en el carrito eléctrico transportaequipaje, está bien secuenciada, el cuento se cuenta y se comparte bien, hay réplicas ingeniosas y una química palpable con mi coequiper David Duchovny. Y aunque no me crean por ser parte interesada, es una buena película. Ahora, gracias a las musas del celuloide, las películas no caen rápido en el olvido, los streamings son muchos y necesitan llenar archivos monstruosamente grandes, de ahí que todas las películas que se hacen tengan asegurada su ventana de acceso. Como a toda película que se ha elegido odiar, porque sí, porque alguna tiene que tener ese destino, porque hay que destilar veneno, porque hay que castigar la ilusión de glorias pasadas que quieren reverdecer sus laureles, o por lo que sea, más temprano que tarde, cuando ya no se tenga nada que ver, cuando se la elija para comprobar si es tan mala como se dice, en alguna noche de insomnio, en una tarde perdida de lluvia, se la descubrirá y será gozada, por lo que es, una buena comedia hecha con el mucho o poco arte que sus hacedores tengan, pero con un oficio aceitado en años de saberes aprendidos. Y se la querrá, se la asociará a otros recuerdos míos, tan actos de amor como este. Porque yo no envejeceré bonito, pero tuve la suerte de ser La Reina de la Rom Com y las coronas no son para cualquiera, son para los que las saben portar.

(Gustavo Monteros)


viernes, 23 de febrero de 2024

Querido diario - Hoy: El 74 de Giannini


 

Mientras duró el descanso, elegí películas para nuestras secciones habituales de Programa doble, Películas que ya tendría que haber visto o Películas con títulos de una palabra evocadoras de ciudades, países o accidentes geográficos, etc. Pensé también en nuevas secciones: 50 años no es nada (donde repasaría films que este año cumplen 50 años de su estreno, como Chinatown), Reverdeciendo laureles (en la que vería si algunos clásicos sigue vigentes o ya perecieron), El original y la copia (análisis de obras que tuvieron su remake feliz o desafortunada) o Al mal tiempo, feel-good movies (espacio para contrarrestar la deshumanización ya instalada o para celebrar la poca humanidad que nos queda, revitalizando costumbres perdidas, como la solidaridad, la generosidad, la amabilidad) Pero a medida que se acercaba el momento de concretar las ideas y sentarme a escribir, me dominaba un sentimiento de Déjà vu, de ya lo hice antes y mejor quizá, de para qué insistir. ¿Acaso se me habían pasado las ganas de hablar sobre cine? No, me contesté. Solo es hora de variar el ángulo, de correrse de las estructuras practicadas, de abandonar las rigideces a las que obligan las formas elegidas de ejercer este amor por la narración audiovisual. Se me ocurrió entonces intentar uno de los recursos más viejos: el clásico y confesional Diario. Allá vamos.

 

Diario de un cinéfilo desesperado en tiempos de oscuridades político-sociales

 

También fui actor. Mi carrera de tan modesta fue casi secreta. Los pocos fulgores que disfruté fueron los entusiasmos inesperados de conocidos y parientes que no esperaban nada de mi talento y que en noches de estreno a regañadientes concedían que quizá no fuera histriónicamente tan negado y algo pudiera lograr con mi insistencia de hacerlos reír y emocionarse. En noches de insomnio fantaseo con los papeles con los que me hubiera gustado consagrarme en el teatro o el cine, la tele no me moviliza demasiado, soy un nadie con pretensiones. Y como soy enciclopédico y me gusta solazarme con las carreras ajenas, se me da por pensar si tal o cual actor comprendió la trascendencia de su labor en el momento en que encaraba el personaje que habría de hacerlo inolvidable o si lo vivió como una instancia más de su trabajo.

 

Uno de los actores que más admiro es Giancarlo Giannini, sobre todo por culpa de su Pasqualino Siete Bellezas (o Pasqualino Settebellezze, en el original), que se estrenó en Italia el 20 de diciembre de 1975 y en Argentina el 20 de octubre de 1977 (por entonces las películas tardaban en llegar y la censura no ayudaba mucho, le ponía peros hasta a Bambi). No pude encontrar detalles de fechas de producción o mucha precisión de dónde se filmó. Lo poco que pude averiguar es que se rodó en parte en Yugoslavia (las escenas de la fuga) y que el escenógrafo Enrico Job pidió que las tomas de interiores del campo de concentración se filmaran en Tívoli, en una vieja fábrica de papel erigida sobre las ruinas de un templo griego y que hay escenas en Aversa y en Nápoles, claro). Y la única fecha fidedigna que averigüé dice que en junio de 1975 estaban filmando (¿esta fecha es terminación o inicio de rodaje?, no se sabe o yo no supe averiguar más. Las maravillas no surgen de la magia. Todo tiene trabajo, dudas, sudor, detrás. No basta con la inspiración y la suerte.

 

Vi y leí reportajes a Giannini sobre Pasqualino y nadie le preguntó si tuvo consciencia durante el rodaje de que estaba inscribiéndose en la Historia del cine.

 

Y como mi curiosidad es insaciable, me dije: ya que mi inquietud está insatisfecha, puedo hacer algo que si está a mi alcance: repasar la carrera de Giancarlo desde sus inicios hasta que llegó a Pasqualino. Ambición que tuve que contener o limitar al año anterior de filmar Pasqualino, porque Giancarlo antes y después de las siete bellezas es un hombre prolífico con gran capacidad de trabajo. Y si bien internet podía proveerme todos los títulos, mi tiempo es limitado. Trabajo, tengo otras inquietudes, una vida de relación, una perra, bañarme, comer, etc. A veces, muy pocas en realidad, envidio a los copistas medievales que en las tranquilidades de sus conventos se dedicaban a una sola tarea en sus vidas.



En el año 1974, Giannini estrenó tres películas. La primera Il bestione de Sergio Corbucci, conocida en la Argentina como Nino, el bestione, una comedia costumbrista, mencionada a la pasada en el documental de Netflix sobre Corbucci producido por Quentin Tarantino. Esta comedia es tanto una de caminos (road movie que le dicen) como una de amigos o parientes desparejos (buddy movies que le dicen) Al contrario de lo que implica el título para la distribución argentina, el bestione no es Nino (Giannini)] sino el camión gigantesco que, con su compañero, Sandro (Michel Constantin) se turnan en manejar mientras van de un país a otro con la gran carga que transportan. Los dos protagonistas se detestarán en un inicio y de a poco, por problemas a superar, por aventuras compartidas, por soledades iluminadas, comenzarán a aceptarse y apreciarse. Hoy da un poco de resquemor verla. Si bien no promueve el machismo, refleja una sociedad patriarcal condescendiente y despreciativa hacia las mujeres. El aire de los tiempos en que fue hecha. Al ser fiel a su época, denuncia una necesidad de cambio urgente, porque estos dos hombres no hallan fácil vivir en este mundo patriarcal. Sostienen el statu quo por inercia, no por convicción. Hoy, las feministas rechazan de plano estas películas (quizá hagan bien) y no observan que el mundo retratado reclama el desequilibrio que no tardaría en llegar. Uno es un hombre divorciado a la que la mujer le metió los cuernos, porque se sintió frágil y abandonada por los tiempos muertos de los largos viajes y el otro se aprovecha de las necesidades de una viuda mayor con algo de dinero porque es su única posibilidad cierta de reunir el dinero para comprar su propio bestione, y ambos rechazan haber sido arrinconados a esa realidad. Son machos que no se sienten cómodos en sus roles (Ciao machio, Marco Ferreri, 1978) en los tiempos (para jugar con otro título de película) de El futuro es mujer (Il futuro è donna, Marco Ferreri, 1984)




La segunda película que Giannini estrenó en 1974 se ve sin vergüenza porque es un drama histórico progresista y bien intencionado: Fatti de gente perbene (conocido en la Argentina no por la traducción fiel de su título original, Hechos de gente bien, sino como La gran burguesía) de Mauro Bolognini. Estamos en 1902 en Italia. Linda (Catherine Deneuve, esplendorosamente bella) está mal casada con un hombre violento, abusivo, cruel. Su hermano Tulio (Giannini) decide librarla de lo que considera una muerte segura matando al marido. Linda y Tulio son hijos de un profesor de Medicina de ideas amplias, opuestas a las restrictivas del catolicismo, el doctor Augusto Murri (Fernando Rey, actor que también estará en Pasqualino Settebellezze). La verdad del crimen saldrá a la luz, pero los responsables no serán juzgados por el asesinato en sí, sino por el odio a las ideas progresistas del doctor Murri. La acción coordinada de una prensa que defiende un catolicismo a ultranza demonizará, con la ayuda del comisario investigador, transformarán el juicio en una caza de brujas. La película nos demostrará que las campañas de los medios de comunicación hegemónicos actuales no inventaron nada al demonizar a los que se oponen al ideario de ultra derecha que sostienen. El film también nos corroborará que, en esos lejanos tiempos, tal como ahora, una justicia supeditada a la opinión fanatizada de los medios dominantes no es tal sino una farsa. Un drama de época muy bien hecho y por desgracia muy vigente.




Y la tercera película que Giancarlo estrenó en 1974 es Travolti da un insolito destino nell'azzurro mare d'agosto (Abrumado por un destino insólito en el mar azul de agosto, en la traducción original). Para su estreno en la Argentina, el título se simplificó a Insólito destino, y es la película inmediatamente anterior a Pasqualino Settebellezze que hizo el tándem Lina Wertmüller, directora y guionista y su actor fetiche, don Giancarlo Giannini, el genial. Se trata de una comedia de estereotipos opuestos. En un yate de lujo, alquilado a unos cuentapropistas, veranean unos ricos. La insoportable Raffaella (Mariangela Melato), una alta burguesa caprichosa, cruel, despreciativa, insultante se destaca del resto de los veraneantes. Y la padece el camarero-tripulante, Gennarino (Giancarlo Giannini, filmado más esplendorosamente que de costumbre por Wertmüller), un proletario socialista, machista y prejuicioso. El azar y el argumento determina que Raffaella y Gennarino terminen juntos en una isla desierta. De movida la extracción social, o sea la diferencia de clases, la ideología, las experiencias de vida y los prejuicios irremontables los separarán. Pero los dos son jóvenes, saludables y sexis, así que el prejuicio de la diferencia de clases se volverá deseo, y aunque apliquen en clave erótica la dicotomía amo-sirviente, invirtiéndola a cómo se daba en el barco, la pulsión sexual aplanará las diferencias. Tanto que cuando puedan ser rescatados, preferirían no serlo para continuar con su recién descubierta relación erótica-afectiva. La comedia es efectiva, aunque ratifica verdades de Perogrullo. Si se eliminan los mandatos sociales de clase, experiencia, crianza, surgirá una lógica nueva, que quizá contenga los mandatos mencionados, ahora reacondicionados a una manera más asequible a las necesidades de los individuos que deben padecerlos. Dice también que el sexo, reprimido por las convenciones y necesidades de dominio, de mantenimiento de un equilibrio social reaccionario, liberado es la puerta a un estado nuevo, quizá revolucionario. De todos modos, la realidad como la conocemos se impondrá, aunque nadie les quitará lo bailado, de ahí que el final sea más agridulce que triste.




Y a continuación de Insólito destino, algo que no puede negarse porque se lo ve muy bronceado, y aunque habría de estrenarse en 1975, Giannini rodó por septiembre de 1974 A mezzanotte va la ronda del piacere (conocida por estos pagos por la traducción literal de su título: A medianoche va la ronda del placer) de Marcello Fondato. Se trata de una comedia ligera a la manera de Punch and Judy, porque cualquier motivo es bueno para darse mamporros (tradición cómica que hoy merece la política de la cancelación, pero que se entronca con el comienzo del teatro y de gran éxito en el Medioevo y el Renacimiento. Tina Candela (Monica Vitti) enfrenta un juicio por haber supuestamente matado a su marido, Gino Benacio (Giannini) tras una violenta pelea. Digo supuesto crimen porque no hay cadáver, dado que Gino cayó accidentalmente en un sumidero y no se supo más de su cuerpo. Gabriella Sansoni (Claudia Cardinale) casada con Andrea Sansoni (Vittorio Gassman) más preocupado por hacer dinero en dudosos negocios que en atenderla, es llamada como miembro del jurado en el juicio a Tina Candela. Gabriella, única mujer en un jurado de hombres, tiende a comprender e inclinarse por la inocencia de Tina Candela. En un principio la balanza parece inclinarse hacia ella, Gino Benacio era un marido que por todo recurría a los cachetazos y a la infidelidad. Aunque, como se comprobará después, Tina Candela no se queda atrás. En cachetazos e infidelidad. Gabriella, afecto-carenciada, imaginará que las distintas instancias por las que pasa Tina Candela, le pasan a ella y Andrea. Por todo lo dicho, hoy es una comedia vergonzante, ofensiva e injustificable, más allá de unos buenos chistes y gags que no se relacionan para nada con la violencia contra la mujer.




Nunca sabré, o al menos no por ahora, si al comenzar a filmar Pasqualino Settebellezze, Giancarlo Giannini fue consciente de que entre manos tenían una genialidad. Lo que queda en evidencia es que le puso todo el amor a su profesión y el máximo compromiso con su histrionismo. El mismo empeño responsable que le puso a estos proyectos de variado propósito y resultados. Los actores que aman su profesión encaran cada proyecto con la creencia de que saldrán de la mejor manera. Y a veces sus esperanzas se cumplen.

Gustavo Monteros