Íbamos en el Costera a Buenos Aires a ver una obra de
teatro. La conversación fluctuaba animosa como siempre. Agotados los temas
personales, pasamos a libros, filmes y exposiciones, temas que nos unían y
apasionaban. En algún momento ella me dice: Volví a ver esa película de Ozon de
los levantes gays en un bosque al lado de una playa. ¿Cuál?, ¿El desconocido
del lago?, precisé yo. Sí, esa, me confirmó ella. Pero no es de Ozon, es de
un tal Guiraudie, aclaré. Y como no le gustaba saberse en falta, se encogió de
hombros, y dijo: Si no es de Ozon, debería serlo, el coso ese y Ozon son casi
hermanos mellizos. Me reí y cambiamos de tema.
Ahora que ya he visto más películas de Guiraudie, no puedo
insistirle con que el cine de François Ozon no puede ser más diferente que el
de Alain Guiraudie. porque ella ya no está.
François Ozon es proteico, salta de un género a otro,
aunque él dice que no se concentra en géneros, sino que busca el modo que más
le conviene a la historia que quiere contar. Guiraudie, mientras tanto,
profundiza en el desconcierto que es la vida y la imposibilidad de saber qué
nos motiva a hacer lo que hacemos.
Sin embargo y no por darte la razón, se estrenan dos
películas que no los hacen mellizos, pero los hermanan bastante.
En Miséricorde (Alain Guiraudie, 2024), Jérémie
Pastor (Félix Kysyl) vuelve de Toulouse al pueblito de Saint-Martial para el
entierro de su antiguo jefe, un panadero, por el que sentía amor y pasión, que
no sabemos si fueron correspondidos.
La viuda, Martine (Catherine Frot) lo invita a que se quede
en su casa todo el tiempo que quiera. En un principio no parece que tenga
apetencias sexuales con Jérémie, pero lo quiere y lo cela.
El hijo de Martine, Vincent (Jean-Baptiste Durand) resiente
la presencia de Jérémie y sospecha que quiere acostarse con su madre. Vincent
vive en otra casa con su mujer e hijo, pero se le aparece a Jérémie en el
dormitorio todos los días a las cuatro de la mañana, antes de ir a trabajar.
Entonces ¿a quién cela en realidad? ¿A la madre o a Jérémie?
Es que Jérémie, como decían en la Catamarca de mi infancia,
es medio Beba, la irresistible. Porque también, tanto Walter (David Ayala), un
amigo de la familia, y de Vincent en particular (aunque lo niegue) como el cura
del lugar, Philippe (Jacques Develay) (que no lo niega para nada, más bien lo
contrario) sienten atracción sexual por Jérémie.
El binomio deseo-violencia anda siempre inseparable, y
tanta tensión sexual dando vuelta deriva, más temprano que tarde, en un hecho
de sangre.
En Cuando cae el otoño (Quand vient láutomme,
François Ozon, 2024). Hélène Vincent (Michelle Giraud) y Marie-Claude Perrin
(Josiane Balasko) son dos señoras maduras, amigas de toda la vida, que viven en
la campiña francesa.
Las pobres han tenido poca suerte con los hijos, el de
Marie-Claude, Vincent (Pierre Lottin) cumple sentencia en prisión y la de Hélène,
Valérie (Ludivine Sagnier) tiene un rechazo por su madre que se parece al odio.
Cuando la película empieza, Valérie viene de París a
dejarle a su hijo, Lucas (Garland Tessier) unos días, para que Hélène se ocupe
de él, mientras ella se va de vacaciones. Hélène le ha preparado a Valérie su
plato favorito, un guiso con champiñones, recolectados en un bosque cercano por
ella y Marie-Claude.
Hélène no come porque se le ha cerrado el estómago de los
nervios que le provoca Valérie. Lucas tampoco come porque no le gustan los
champiñones. Valérie halla el guiso tan sabroso, que repite.
Termina en el hospital con lavaje de estómago, los hongos
eran venenosos. ¿Hélène se equivocó o lo hizo a propósito? Valérie la castiga,
se lleva al hijo y que Hélène, que es investigada de oficio, agradezca que no
le ponga además una denuncia.
Al poco tiempo, Vincent sale de la cárcel y hace pequeños
trabajos en el jardín para Hélène, que además le da el dinero para que haga
realidad el emprendimiento con el que sueña, poner un bar. La cercanía de
Vincent y Hélène derivará en un hecho de sangre.
Las dos películas, aparte de los hechos de sangre,
parafraseando a Homero Expósito, son raras como encendidas. Para empezar las
motivaciones de los personajes son inescrutables. Imposible saber con certeza
por qué hacen lo que hacen. Las dos subvierten el sentido de justicia que hemos
aprendido a sostener y aceptar.
El hecho de sangre de Misericordia se ve, el de Cuando
cae el otoño está fuera de cámara. Quien ejecuta el primero y es sospechoso
del segundo no tendrán castigo. Aquí el crimen no solo paga, sino que es
disculpado por los más cercanos a las víctimas.
La mirada es práctica. ¿Si al culpable le cae el peso de la
ley, la condena le devolverá la vida a la víctima? No, entonces mejor que siga
libre y que compense con buenas acciones que de paso satisfagan los deseos de
los cercanos a las víctimas.
Misericordia es un poquito más
delirada, con un dejo de humor permanente. Cuando cae el otoño es más
poética, hasta tiene un fantasma que vigila que las compensaciones por el
crimen no se desvirtúen. Y las dos tienen hasta un elemento (¿menor?) que las
acerca: en las dos se va al bosque a buscar setas.
Si se ven con un hiato temporal en el medio, es posible que
las diferencias se destaquen, pero si las ven una detrás de otra, como yo hice,
parecen salidas de la misma mente creadora. Acaso en la poca escrutabilidad del
motivo de mi mirada, ¿le quiero dar la razón a mi amiga, con la que ya no puedo
discutir, pero traigo con esto a mi cercanía? Quizás. No. Bah, seguro.
Gustavo Monteros
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