viernes, 15 de agosto de 2025

Misericordia - Cuando cae el otoño




 

Íbamos en el Costera a Buenos Aires a ver una obra de teatro. La conversación fluctuaba animosa como siempre. Agotados los temas personales, pasamos a libros, filmes y exposiciones, temas que nos unían y apasionaban. En algún momento ella me dice: Volví a ver esa película de Ozon de los levantes gays en un bosque al lado de una playa. ¿Cuál?, ¿El desconocido del lago?, precisé yo. Sí, esa, me confirmó ella. Pero no es de Ozon, es de un tal Guiraudie, aclaré. Y como no le gustaba saberse en falta, se encogió de hombros, y dijo: Si no es de Ozon, debería serlo, el coso ese y Ozon son casi hermanos mellizos. Me reí y cambiamos de tema.

 

Ahora que ya he visto más películas de Guiraudie, no puedo insistirle con que el cine de François Ozon no puede ser más diferente que el de Alain Guiraudie. porque ella ya no está.

 

François Ozon es proteico, salta de un género a otro, aunque él dice que no se concentra en géneros, sino que busca el modo que más le conviene a la historia que quiere contar. Guiraudie, mientras tanto, profundiza en el desconcierto que es la vida y la imposibilidad de saber qué nos motiva a hacer lo que hacemos.

 

Sin embargo y no por darte la razón, se estrenan dos películas que no los hacen mellizos, pero los hermanan bastante.

 

En Miséricorde (Alain Guiraudie, 2024), Jérémie Pastor (Félix Kysyl) vuelve de Toulouse al pueblito de Saint-Martial para el entierro de su antiguo jefe, un panadero, por el que sentía amor y pasión, que no sabemos si fueron correspondidos.

 

La viuda, Martine (Catherine Frot) lo invita a que se quede en su casa todo el tiempo que quiera. En un principio no parece que tenga apetencias sexuales con Jérémie, pero lo quiere y lo cela.

 

El hijo de Martine, Vincent (Jean-Baptiste Durand) resiente la presencia de Jérémie y sospecha que quiere acostarse con su madre. Vincent vive en otra casa con su mujer e hijo, pero se le aparece a Jérémie en el dormitorio todos los días a las cuatro de la mañana, antes de ir a trabajar. Entonces ¿a quién cela en realidad? ¿A la madre o a Jérémie?

 

Es que Jérémie, como decían en la Catamarca de mi infancia, es medio Beba, la irresistible. Porque también, tanto Walter (David Ayala), un amigo de la familia, y de Vincent en particular (aunque lo niegue) como el cura del lugar, Philippe (Jacques Develay) (que no lo niega para nada, más bien lo contrario) sienten atracción sexual por Jérémie.

 

El binomio deseo-violencia anda siempre inseparable, y tanta tensión sexual dando vuelta deriva, más temprano que tarde, en un hecho de sangre.

 

En Cuando cae el otoño (Quand vient láutomme, François Ozon, 2024). Hélène Vincent (Michelle Giraud) y Marie-Claude Perrin (Josiane Balasko) son dos señoras maduras, amigas de toda la vida, que viven en la campiña francesa.

 

Las pobres han tenido poca suerte con los hijos, el de Marie-Claude, Vincent (Pierre Lottin) cumple sentencia en prisión y la de Hélène, Valérie (Ludivine Sagnier) tiene un rechazo por su madre que se parece al odio.

 

Cuando la película empieza, Valérie viene de París a dejarle a su hijo, Lucas (Garland Tessier) unos días, para que Hélène se ocupe de él, mientras ella se va de vacaciones. Hélène le ha preparado a Valérie su plato favorito, un guiso con champiñones, recolectados en un bosque cercano por ella y Marie-Claude.

 

Hélène no come porque se le ha cerrado el estómago de los nervios que le provoca Valérie. Lucas tampoco come porque no le gustan los champiñones. Valérie halla el guiso tan sabroso, que repite.

 

Termina en el hospital con lavaje de estómago, los hongos eran venenosos. ¿Hélène se equivocó o lo hizo a propósito? Valérie la castiga, se lleva al hijo y que Hélène, que es investigada de oficio, agradezca que no le ponga además una denuncia.

 

Al poco tiempo, Vincent sale de la cárcel y hace pequeños trabajos en el jardín para Hélène, que además le da el dinero para que haga realidad el emprendimiento con el que sueña, poner un bar. La cercanía de Vincent y Hélène derivará en un hecho de sangre.

 

Las dos películas, aparte de los hechos de sangre, parafraseando a Homero Expósito, son raras como encendidas. Para empezar las motivaciones de los personajes son inescrutables. Imposible saber con certeza por qué hacen lo que hacen. Las dos subvierten el sentido de justicia que hemos aprendido a sostener y aceptar.

 

El hecho de sangre de Misericordia se ve, el de Cuando cae el otoño está fuera de cámara. Quien ejecuta el primero y es sospechoso del segundo no tendrán castigo. Aquí el crimen no solo paga, sino que es disculpado por los más cercanos a las víctimas.

 

La mirada es práctica. ¿Si al culpable le cae el peso de la ley, la condena le devolverá la vida a la víctima? No, entonces mejor que siga libre y que compense con buenas acciones que de paso satisfagan los deseos de los cercanos a las víctimas.

 

Misericordia es un poquito más delirada, con un dejo de humor permanente. Cuando cae el otoño es más poética, hasta tiene un fantasma que vigila que las compensaciones por el crimen no se desvirtúen. Y las dos tienen hasta un elemento (¿menor?) que las acerca: en las dos se va al bosque a buscar setas.

 

Si se ven con un hiato temporal en el medio, es posible que las diferencias se destaquen, pero si las ven una detrás de otra, como yo hice, parecen salidas de la misma mente creadora. Acaso en la poca escrutabilidad del motivo de mi mirada, ¿le quiero dar la razón a mi amiga, con la que ya no puedo discutir, pero traigo con esto a mi cercanía? Quizás. No. Bah, seguro.

Gustavo Monteros

 

 

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